Traducido por Dea
Editado por Freyna
Cuando llegaron a la mansión del Marquesado Rosan, Artisea le entregó a Kishore la vela de oración que había sido bendecida y luego entró.
Los empleados del Marquesado Rosan estaban haciendo su trabajo con tranquilidad, sin preocuparse por la visita del emperador.
El emperador visitaba de vez en cuando la mansión para sorprender y complacer a Miraila.
—Reparte las bolsas de regalo que se han preparado.
—Utilizará casi todas las que tiene —murmuró Alice desconcertada.
Artisea había confeccionado decenas de pequeñas bolsas de seda que contenían algunas monedas de oro y las mantenía guardadas en su caja de madera personal.
Era para facilitar la entrega de sobornos en forma de regalos o propinas.
Antes de volver al pasado, le había enseñado a Alice a manejar la red de información.
—Cuanto más alto es el estatus de uno, más gente tiene a su servicio. Y si alguien es de la familia imperial, habrá decenas de personas siguiéndole de habitación en habitación para servirle. El número de gente que limpia, ordena las habitaciones, prepara y lleva la comida es innumerable.
—Es verdad.
—Pero la mayoría de los empleados que trabajan para estos nobles ni siquiera son reconocidos como seres humanos. Por esa razón, pueden obtener mucha información valiosa actuando como espías.
—Bueno, entiendo a lo que se refiere, pero si tienen información valiosa, ¿no suelen venderla? ¿No es mejor pagarles en ese momento? —preguntó Alice, inclinando su cabeza.
Muchos empleados sabían que podían ganar dinero vendiendo información.
Así que solían recordar todo lo que la gente a la que servían hablaba y hacía, para vender esa información cuando llegara el momento o para cumplir sus propias ambiciones.
—Sí lo hago regularmente, ¿no vendrán a hablar conmigo primero cuando tengan información valiosa?
—Ah, está comprando prioridad.
—En especial la confianza, pensarán que estoy dispuesta a comprar cualquier información y que también tengo la habilidad de pagarles sin importar cuánto cueste. Hay que demostrarlo con regularidad.
Artisea también sobornó a los que ocupaban puestos poco importantes.
No podía comprar sus corazones gastando dinero solo cuando le era conveniente.
—Debes saber esto. Si das dinero sin pedir ningún favor, se sentirán en deuda. Eso es muy importante. Cuando das dinero y pides algo a cambio, la relación terminará inmediatamente. Pero si no lo haces, la relación nunca acabará. Siempre van a pensar que tienen que hacer algo por ti.
Eso no solo aplicaba a los pobres, sino también a aquellos en mejores posiciones.
Con las monedas de oro que Artisea les daba, podían vivir tranquilos durante meses y educar a sus hijos.
Así que, naturalmente, estaban agradecidos.
Si ella hubiera tenido un estatus inferior, aquellos que recibían el dinero lo habrían visto como un soborno y lo habrían ignorado.
Pero ella era la verdadera marquesa Rosan.
El dinero que les daba era un soborno para el futuro, pero ellos no se sentían comprados, sino favorecidos por su superior.
Y para ellos, la lealtad era la forma de pagar por el favor de su superior.
—Habla con ellos cada vez que les entregues el dinero. Deben saber que estoy dispuesta a comprar cualquier información, incluso aquella que no vendieron porque consideraron que no era valiosa. A medida que mi reputación aumente y me gane su confianza, la gente que nunca ha recibido dinero vendrá a vender su información.
Aunque Artisea tuviera una idea del panorama general, era importante poder obtener mucha información.
Por otro lado, la calidad de la información no dependía de la extensión de la misma, sino de que procediera de una fuente fiable.
Sabiendo que Artisea había preparado aquellas bolsas de regalo por ese motivo, Alice habló algo ansiosa:
—Es casi la mitad del presupuesto que puede gastar este año.
—Está bien.
De todos modos, si se casaba con Cedric, la riqueza del Marquesado Rosan estaría en sus manos. En ese momento, ya no tendría que preocuparse por el dinero.
Alice no solía ser insistente, así que no volvió a preguntar. Inclinó su cabeza de forma cortés en señal de comprensión y se apresuró a la habitación de Artisea.
Luego de que Alice se fuera, Artisea se dirigió a la recámara de Miraila.
Iba a saludar al emperador.
A Miraila no le agradaba que se presentara ante él, pero ahora no tenía ningún motivo para ser considerada con ella. No podía perder la oportunidad de dejar una fuerte impresión en el emperador.
Los caballeros de la Guardia Imperial y los sirvientes se inclinaron ante ella en silencio. Artisea también se inclinó y le dijo al sirviente de la puerta:
—Por favor, haga saber a Su Majestad el emperador que la hija de Miraila, Artisea, desea saludarlo.
Luego sacó una pequeña bolsa de seda de su bolsillo y se la dio al sirviente.
Era igual a las bolsas que le había ordenado a Alice que repartiera. Artisea siempre llevaba algunas con ella para cualquier cosa.
El sirviente, que había recibido varias de aquellas bolsas en el pasado, asintió con una sonrisa amable. Luego abrió la puerta y entró.
Desde afuera se oían voces mezcladas con la risa de Miraila.
La alegre conversación pareció detenerse por un momento, y luego la puerta se abrió de par en par.
—Pase, señorita Artisea.
—Gracias. Por cierto, si viene alguien mientras estoy dentro, ¿podría avisarme antes? Me gustaría ocuparme de ello para que eso no interfiera con el tiempo que Su Majestad y mi madre pasan juntos.
—Por supuesto.
Artisea entró con pasos cautelosos.
El emperador se encontraba sentado cómodamente en el sofá.
Miraila estaba vestida solo con una enagua [1]. Las sirvientas estaban a un lado, arreglando el vestido que debía ponerse.
El emperador Gregor era un hombre frío y egoísta.
Estaba más interesado en asegurar su propio poder que en gobernar el país. Era desconfiado, cruel y codicioso.
Sin embargo, su amor por Miraila era lo único genuino.
Estuvo relacionado con innumerables mujeres, pero Miraila fue la única que mantuvo a su lado durante 25 años.
Aunque Miraila había dado a luz a la hija de otro hombre, solo estuvieron separados un año como máximo.
Él fue amable con Artisea porque era hija de Miraila, pero ella nunca supo lo que era el verdadero amor.
Hubo un tiempo en que sintió curiosidad por el amor. Pero eso ahora no le importaba.
Lo importante era que él amaba a Miraila y que nunca la dejaría.
Artisea se arrodilló y se inclinó ante el emperador.
—Que el sol del imperio descienda sobre sus ciudadanos. Artisea, hija de Miraila, saluda a Su Majestad el emperador. Larga vida al emperador.
—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi. Has crecido en un abrir y cerrar de ojos —comentó el emperador.
Sonrió como una serpiente y miró a Artisea de arriba a abajo. Era una mirada crítica.
—Si te parecieras a tu madre, serías mucho más hermosa.
—Sé que soy hermosa —respondió Miraila. Entonces, se acercó con pasos suaves y se sentó en las piernas del emperador, refunfuñando.
—¿Qué puedo hacer? Incluso su cara es fea, pero es mi hija, así que tengo que vivir con ella.
—¿Por qué? A pesar de que Tia no se parece a ti, tiene los rasgos de una mujer hermosa. Si gana un poco de peso y su cuerpo madura más, se verá bonita en poco tiempo.
—Ella ya ha crecido y sigue igual. Si dices esas cosas, puede que en verdad se lo crea, cariño —hablando con cariño, Miraila le acarició la mejilla.
El emperador sonrió.
—Lo decía en serio. ¿Tú también pensaste que era una broma, Tia?
Artisea bajó la mirada cortésmente.
Cuando era una niña, Miraila la odiaba y la golpeaba porque no lucía como ella.
—Si te parecieras al menos un poco a mí, ¿no te habría tratado Su Majestad el emperador como su propia hija?
Artisea realmente creía sus palabras y lloraba. Incluso, durante algunas noches, soñaba que ella también había nacido como hija del emperador, y que recibía el amor de sus padres, igual que Lawrence.
Pero ahora que lo pensaba de nuevo, eso era una tontería.
Si se hubiera parecido a Miraila, sin duda hubiera sido arrastrada al dormitorio del emperador tan pronto hubiese cumplido los dieciséis años.
Había tenido la suerte de que su rostro no se pareciera al de su hermosa madre.
—Me alegra oírlo. Su Majestad ama a mi madre y piensa que soy hermosa. ¿Qué podría hacerme sentir más honrada?
—¿Cuántos años tienes?
—Hace poco cumplí 18 años.
—Realmente has crecido. Necesito encontrar un esposo adecuado para ti.
—No, solo es una niña de 18 años. ¿Qué clase de matrimonio sería ese? —exclamó Miraila con franqueza.
El emperador rió, la tomó de la muñeca y besó su mano de forma amorosa.
—Sé que quieres que tu hija esté a tu lado para siempre, pero debería estar comprometida antes de que cumpla los 20 años.
—Mm, pero aun así…
—Le conseguiré un esposo adecuado. No va a vivir con su hermano para siempre, ¿verdad?
Por esposo adecuado, no se refería a un buen matrimonio para ella, sino uno político que solo ayudaría a Lawrence.
Pero Miraila no entendió y gruñó con desaprobación. A pesar de que estaba molesta, el emperador seguía pensando que era tierna.
Artisea se inclinó de forma educada.
Miraila se levantó enfadada, para ponerse el vestido.
No se había puesto el vestido que había escogido con anterioridad, porque quería mostrarle su figura al emperador.
Un hermoso vestido de raso verde, con escote de corazón en el pecho y escote recto en la espalda.
En ese momento, el sirviente entró y habló con cortesía:
—Un visitante ha venido a verla, señorita Artisea.
—Me disculpo. Debo marcharme —dijo Artisea apresuradamente.
El emperador le hizo un gesto, dándole permiso para irse y Miraila la miró.
Artisea se dio la vuelta y salió de la habitación. El sirviente la siguió y le informó en voz baja:
—La condesa Eunice está ahora en el vestíbulo armando un escándalo. Quiere ver a Su Majestad el emperador.
—De acuerdo, yo me encargo.
—¿Sabía usted que la condesa iba a venir?
—Sí, lo suponía.
Artisea no había reunido esa información de antemano, solo lo recordaba.
Sin embargo, el sirviente no lo sabía.
—Usted es increíble. Muchísimas gracias —mencionó con admiración.
—¿Por qué dices eso?
—Su Majestad está de muy buen humor por primera vez en mucho tiempo. Si la condesa Eunice lo hubiera molestado, estoy seguro de que todos habríamos sido perjudicados.
—Es natural que reciba a los visitantes. Además, aún no se sabe. Si no consigo apaciguar a la condesa, seguro que armará un gran alboroto.
Dicho aquello, Artisea se dirigió al vestíbulo.
El sonido de los gritos de la condesa Eunice llegó al segundo piso.
—¿Quiere decir que Su Majestad no quiere ni verme a mí, su propia hija, por culpa de esa sucia zorra?
El mayordomo estaba nervioso y encorvado.
Artisea bajó las escaleras a paso de tortuga.
—Hola, condesa Eunice. ¿Qué la trae por aquí…?
De repente, la condesa levantó su mano y le dio una fuerte bofetada a Artisea en la mejilla.
[1] Enagua – Prenda interior femenina, similar a una falda y que se lleva debajo de esta.