La villana vive dos veces – Capítulo 19

Traducido por Herijo

Editado por Freyna


¿Qué relación es más distante: una como la de dos extraños, o una peor que la de dos extraños?

Artisea pensaba en esto cada vez que tenía la oportunidad de conversar con Lawrence.

Su relación con Miraila era peor que la de dos extraños. Y su relación con Lawrence era como la de dos extraños.

Desde la infancia, la relación entre los dos se había formado por la admiración unilateral de Artisea.

Cuando Artisea comenzó a comprender el mundo, Lawrence ya era el niño más feliz y de mayor estatus en el Imperio. Él aún no sabía nada sobre cuestiones como hijos ilegítimos, herencia o derechos de sucesión, y a la gente de su alrededor tampoco le importaba. En aquel entonces, se sentaba en el regazo del emperador y jugaba a ponerse la corona imperial. A los ojos de Artisea, Lawrence era la persona más envidiable del mundo.

Aún no entendía cómo diferían ella y su hermano. Así que consideraba el amor que recibía su hermano como si fuera el amor que recibía ella misma. Y amaba a Lawrence tal como lo hacía su madre.

«Si a tu hermano le va bien, a ti también te irá bien.»

En aquel entonces, Artisea creía sinceramente en esas palabras. Incluso cuando creció, siguió utilizando esas palabras como una guía en su vida, justificándose a sí misma pensando que ser la hermana del emperador sería beneficioso, o que, al estar ligados por sangre, tenía que hacer emperador a Lawrence para sobrevivir.

Pero de niña era diferente. Simplemente creía en esas palabras con pureza. Creía que, si amaba a alguien, ese alguien también la amaría a ella.

Sin embargo, Lawrence nunca mostró interés por Artisea, desde el principio hasta el final. Pensándolo bien, era natural. ¿Por qué motivo se habría interesado por ella? No era como si el amor y la atención de Miraila se dividieran, ni nadie le había enseñado a comportarse como un hermano mayor.

En su infancia, Lawrence trataba a Artisea como si no existiera. Al crecer, a veces comían juntos o tomaban té, pero solo mantenían conversaciones formales. Él observaba con indiferencia cómo Miraila golpeaba a Artisea. De vez en cuando, le ofrecía palabras de consuelo mientras ella lloraba, diciendo: «Madre no lo hace porque te odie.»

¿Cómo habría sido si hubiéramos sido completos extraños? ¿Habría podido considerarlo mi señor sin estos sentimientos complejos? Y cuando me traicionó, ¿Habría podido sentir un simple odio?

Mientras pensaba en eso, Artisea miró a Lawrence.

Había sido llamada justo después de que Cedric se marchara, sin siquiera tener tiempo de cambiarse de ropa. Artisea volvió a ponerse el vestido que estaba a punto de quitarse y, con el cabello recogido y calzando zapatillas, se dirigió al estudio de Lawrence. Lawrence era impaciente, así que no podía hacerlo esperar.

—Bienvenida, Tia.

Lawrence la saludó con rostro frío. Más que enfadado con Artisea, simplemente parecía no estar de muy buen humor.

Artisea lo saludó cortésmente y preguntó:

—¿Sucede algo?

—Escuché que saliste con el Gran Duque Evron.

—Ah, sí. Probablemente lo escuchó del mayordomo. Nos encontramos en la finca del conde Enda y luego dimos un pequeño paseo juntos.

Una familia que realmente se preocupara por una chica de 18 años tendría que haberle recriminado el haber salido sola con un hombre extraño sin informar de su destino. Sin embargo, a Lawrence no le importaba Artisea como persona. Tampoco desconfiaba de ella. El Lawrence actual no conocía la verdadera naturaleza de Artisea. A diferencia de su vida anterior, el incidente con la condesa Eunice, que fue lo que la hizo parecer “útil” entonces, no había ocurrido esta vez. En lugar de ser una herramienta para ejecutar conspiraciones, esta vez había encontrado utilidad como herramienta para un matrimonio político.

Aunque ella misma lo había pensado y planeado así, a Artisea le dieron escalofríos al sentir la impasible mirada de Lawrence sobre ella.

En el pasado, la Artisea de 18 años habría saltado de alegría al recibir tal mirada de Lawrence. Habría pensado que la elogiaban. Habría sentido que había demostrado su utilidad. Pero ahora pensaba diferente.

Si miras a tus subordinados con esos ojos, no ganarás su lealtad.

A menos que fuera una persona tan torpe que fuera incapaz de leer las expresiones, ¿quién sería leal a alguien que lo valora de esa manera?

Hay muchas maneras de hacer que la gente te siga: dinero, poder, esperanza, relaciones personales, y muchas otras. Lawrence poseía la mayoría de ellas. Gran parte de sus seguidores buscaban convertirse en súbditos meritorios del próximo emperador y recibir recompensas. Otros, como enemigos del Gran Duque Roygar, apoyaban a Lawrence para evitar que este último ascendiera al trono. Eso también, en cierto sentido, era exigir una recompensa.

Había también quienes lo seguían sin esperar recompensa. Sin embargo, esos no eran leales a Lawrence, sino al emperador Gregor; eran personas que, comprendiendo los deseos del emperador, cuidaban de su hijo predilecto.

Incluso yo.

Artisea no era una excepción. Ella también había deseado una recompensa: la recompensa del amor familiar.

Pero para convertirse en monarca, ¿no se necesita algo más? Como mínimo, se necesitan algunos súbditos leales dispuestos a dar la vida sin esperar nada a cambio. Solo así habrá quien ofrezca consejo sincero y quien se interponga en momentos críticos. Quien ve a las personas solo como herramientas no puede obtener tal lealtad. Si compartir sinceridad es difícil, al menos debería saberse ocultar el desprecio por el otro. Lawrence no hacía ninguna de las dos cosas. En ese aspecto, Roygar era mejor.

Artisea sonrió distraídamente.

Lawrence, sin siquiera imaginar lo que ella pensaba, dijo:

—Me hubiera gustado que lo invitaras cuando vino.

—He oído que ahora mismo está en el campamento militar a las afueras de la capital. Parece que tiene que regresar antes de que anochezca, ya que es difícil recorrer los caminos del bosque de noche.

—Ya veo.

Lawrence pareció pensar por un momento.

—¿Tienes planes de volver a verlo?

—¿No debería?

Artisea preguntó deliberadamente con cuidado. Por la actitud de Lawrence, parecía que alguien ya le había aconsejado sobre los beneficios de un matrimonio político entre su hermana y Cedric. A Lawrence no le agradaba Cedric. Sin embargo, la razón por la que había mencionado invitarlo era probablemente por interés.

Lawrence negó con la cabeza.

—No hay razón para que no lo hagas. Ya tienes 18 años.

—Gracias, hermano.

—Invítalo a casa la próxima vez. El Gran Duque Evron rara vez permanece en la capital, e incluso cuando lo hace, apenas participa en actividades sociales, así que no he tenido oportunidad de entablar amistad.

—Sí, hermano.

Lawrence asintió cuando Artisea respondió obedientemente. Luego, le hizo un gesto para que se retirara.

Artisea dijo con cautela:

—Hermano, hay algo que quisiera pedirte.

—Dime —dijo Lawrence con indiferencia.

—Me gustaría contratar algunos sirvientes y doncellas. Para que me asistan personalmente. Ahora mismo solo tengo una, y es un poco incómodo cuando salgo.

—¿Solo una?

—Sí.

Por primera vez, Lawrence mostró una expresión de incredulidad.

Artisea sonrió.

No era extraño que él no lo supiera. ¿Qué le importaría a Lawrence cuántas doncellas tenía Artisea a su servicio? Sin embargo, que su hermana anduviera por ahí sin apenas un sirviente fuerte, acompañada solo por una doncella, era también una cuestión de apariencias. Y Lawrence era sensible a esas cuestiones.

—Se lo diré a madre.

—¿Es necesario recurrir a madre para algo así? Además, hermano… ya sabes cómo es. Está ocupada.

Aunque dijo ‘ocupada’, Lawrence entendió el verdadero significado. Asintió.

—De acuerdo. Encárgate tú misma. Si madre dice algo, me lo dices.

—Sí. Gracias, hermano.

—De nada. Es mi deber como hermano mayor.

Aunque los recursos utilizados para contratar personal serían los del marquesado Rosan, Lawrence habló sin reparo, como si estuviera concediendo un favor.

En ese momento, se escuchó a lo lejos el grito de Miraila: “¡Aaargh!”.

Artisea se encogió instintivamente. Al ver esto, Lawrence dijo con frialdad:

—Será una histeria. No es la primera vez, ignóralo y déjala estar.

—Sí.

—Sería un problema si el Gran Duque Evron viera algún moretón en tu cara o en otro sitio.

—Sí…

Diciendo esto, Artisea se retiró.

Luego se dirigió hacia la habitación de Miraila.

Hasta ese momento, Miraila seguía gritando, incapaz de contener su ira. Se oía el sonido de cosas rompiéndose y el llanto de una doncella siendo golpeada. Miraila solía descargar su ira de esta manera, golpeando a la gente o destrozando la habitación.

En el pasado, Artisea siempre intentaba calmarla en esos momentos. Gritar y llorar así no es bueno para el cuerpo ni para el alma. Quería abrazar a Miraila. Creía que si ella se portaba bien, Miraila no se enfadaría. Pero el resultado siempre era una paliza.

Artisea se detuvo un momento frente a la puerta de la habitación. Las otras doncellas la miraban conteniendo la respiración. Si Artisea aparecía, Miraila la tomaría como objetivo y no se fijaría en nadie más. Por eso, las doncellas rogaban fervientemente que Artisea entrara.

Sin embargo, Artisea simplemente se dio la vuelta.

Una doncella la sujetó.

—Señorita, ¿no va a entrar?

—¿Crees que debería recibir yo los golpes en su lugar?

—¡Ah, no, no es eso…!

—Saca a esa chica que está ahí dentro antes de que las cosas empeoren.

—Pe-pero, señorita. Si hago eso…

—Son varias, ¿no? Si se reparten los golpes, las heridas serán algo menos graves. Cubriré los gastos médicos y les daré una generosa compensación. Les permitiré descansar del trabajo hasta que se recuperen. Y cuando esa chica se recupere del tratamiento, llevenla conmigo.

Las doncellas tragaron saliva. Esta vez, sabían que Artisea no sería el chivo expiatorio.

Artisea recordó de repente las últimas noticias que había oído:

Miraila está muerta. Al parecer, seguía regañando a Lawrence.

¿Habría resentido Miraila a Lawrence al morir? ¿Habría sospechado que él la mataría? ¿Lo habría amado a pesar de todo? ¿O simplemente habría negado la realidad hasta el final? ¿Se habría arrepentido un poco en el momento de su muerte por haber desechado a Artisea? Artisea había intentado protegerla hasta el final. ¿Se habría arrepentido ella de perder ese escudo? ¿O ni siquiera tuvo ese remordimiento, o simplemente no lo supo?

Era irrelevante. Ya había pasado.

Artisea se dio la vuelta y se marchó del lugar.

En el mundo existen relaciones, incluso entre madre e hija de la misma sangre, que simplemente no tienen remedio. Ni siquiera se trataba de soltarle la mano. Porque Miraila nunca había sujetado su mano ni una sola vez.

Artisea comprendió entonces que por fin podía abandonarla de verdad.

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