La villana vive dos veces – Capítulo 20

Traducido por Herijo

Editado por Freyna


Después de regresar al campamento, cambiarse de ropa y cenar, Cedric llamó a Ansgar. Ansgar preparó el té y entró en la barraca de Cedric.

—¿Disfrutó su salida hoy?

Ansgar no tenía idea de dónde había estado Cedric. Sin embargo, por la mañana lo había visto demacrado por la falta de sueño y el estrés, solo para descubrir que ahora, a su regreso, incluso esbozaba una pequeña sonrisa.

Cedric le preguntó a Ansgar mientras tomaba su té:

—¿Qué sabes sobre la familia del vizconde Fischer?

—¿Por qué quiere saber sobre la familia Fischer?

Era inusual que Ansgar respondiera una pregunta de Cedric con otra pregunta. Cedric lo miró extrañado. Luego Ansgar respondió tranquilamente.

—La familia Fischer colapsó hace 18 años. El vizconde y la vizcondesa se suicidaron envenenándose, y sus parientes, incluidos sus hijos, se dispersaron. Prácticamente la familia está aniquilada.

—¿Qué?

Cedric se sorprendió y dejó su taza de té. Enderezó la postura.

Entonces Ansgar dijo:

—En el momento de la caída de la familia, la vizcondesa Fischer era dama de compañía de Su Majestad la Emperatriz. También era amiga de la infancia de la Emperatriz. Debido a su bajo estatus, no pudo convertirse en la jefa de las damas de compañía, pero era la persona de mayor confianza de Su Majestad.

—Entonces, ¿por qué ocurrió?

—Asumió la responsabilidad por la muerte de los dos príncipes. Porque administraba las estancias de Sus Altezas los príncipes y también fue su nodriza durante la infancia.

Cedric tragó saliva.

No había pensado profundamente en eso hasta que había regresado. Aunque sentía que debía haber alguna razón para que Artisea hiciera esta solicitud, había pensado que el asunto terminaría simplemente encontrándose con el vizconde Fischer y comprando la joya.

—¿No murieron los príncipes de viruela?

—Sí, eso es cierto. Pero alguien tenía que asumir la responsabilidad. La princesa murió el año anterior y, al año siguiente, se perdieron ambos príncipes. Luego, como sabe, comenzaron a circular rumores de que era una maldición…

—Sí, eso lo sé.

Aunque este fue un incidente que ocurrió durante su infancia, Cedric también lo recordaba porque gracias a ello su familia fue restablecida a su posición original.

—¿Su Majestad el emperador la obligó a suicidarse?

—No lo creo. Pero debe haber habido presión. —dijo Ansgar— Todo el mundo sabe cuánto resintió la emperatriz al emperador en aquel entonces.

—¿Quieres decir que el emperador controló temiendo que la emperatriz, resentida por perder a sus hijos, pudiera amenazarlo? Ahora que lo pienso, no mucho después de eso, la familia de la emperatriz cayó.

—No hay evidencia de que esto haya sido obra del emperador. Solo era un rumor que circulaba en ese momento. —continuó Ansgar— Pero hubo una fuerte crítica de que alguien debía asumir la responsabilidad. Pero nadie podía responsabilizar al emperador, ni atacar directamente a la emperatriz. Así que, tal vez para proteger a Su Majestad la emperatriz, la vizcondesa Fischer sacrificó su vida.

—Pero es extraño que toda la familia se haya dispersado y desaparecido, incluso sin que se haya confirmado ningún crimen en particular.

—Sí, hay otras sospechas.

Podría haber sido un asesinato. O podría haber habido una conspiración más grande que Cedric no podía conocer. Cedric, que hoy se había reunido con Marcus Hanson, no pudo evitar suspirar profundamente.

Quizás esta fue la razón por la que el emperador perdonó a Miraila.

Con la muerte de todos los hijos nacidos de la emperatriz, el emperador había perdido finalmente a sus herederos legítimos al trono. Solo le quedaban sus hijos ilegítimos. Pero las madres de sus dos hijas mayores tenían un estatus demasiado bajo, y además, el emperador amaba a Lawrence más que a nadie. La pérdida de sus hijos podría haberlo hecho sentir solo y vulnerable, lo que lo llevó a apoyarse nuevamente en Miraila.

—¿Existe alguna posibilidad de encontrar al joven vizconde Fischer?

Cedric preguntó, reclinándose nuevamente en su silla y entrelazando los dedos. Ansgar vaciló.

—No puedo afirmarlo con certeza, señor, pero podemos intentarlo.

—Me gustaría que indagaras un poco.

Quizás esto es lo que Artisea quería que hiciera.

Entonces Ansgar dijo:

—Cumpliré sus órdenes. Pero, ¿por qué este repentino interés en los asuntos de la familia Fischer?

—He oído que el legado de la familia del Vizconde Fischer es una joya llamada «Corazón de Santa Olga».

—Sí.

—La necesito. Pero con la familia Fischer en esa situación, no sé cuándo podré obtenerla.

Cedric suspiró. Le había dicho a Artisea que le llevaría el Corazón de Santa Olga la próxima vez que se vieran, pero así, no sabía cuándo podría volver a verla.

Se dio cuenta de que ya estaba deseando su próximo encuentro. Entonces, suspiró de nuevo.

Ansgar le ofreció una solución.

—Aunque sea un legado familiar, al final, es una joya.

—¿Y bien?

—Para saber sobre una joya, ¿no sería más rápido preguntarle a un joyero? Han pasado dieciocho años. Es muy probable que haya llegado al mercado. Además, oí que la mayoría de los bienes de la familia Fischer se vendieron en aquel entonces para financiar su huida.

—Ya veo.

Cedric se levantó. Ansgar rio.

—Es medianoche, amo Cedric. No planeará ir a la joyería de la capital ahora mismo, ¿verdad?

—No. Por supuesto que no.

Cedric, que se había levantado ligeramente de su silla sintiéndose inexplicablemente emocionado, volvió a hundirse en el sofá.

Ansgar sonrió y retiró la taza de té vacía. Tenía la sensación de que pronto habría buenas noticias. Por supuesto, era un mayordomo que no cometería la estupidez de hacer que su joven señor retrocediera por adelantarse a los acontecimientos.

—Por cierto, Ansgar.—preguntó Cedric— ¿Cómo debería hacer si quiero regalarle ropa a una dama?

Sin embargo, esta vez Ansgar no pudo evitar sonreír abiertamente.

Cedric dijo con rostro severo.

—No es nada de eso.

—Sí, entiendo. ¿Que no es nada de eso?

—Sí.

Mientras Ansgar respondía así, Cedric, sintiéndose expuesto, zapateó innecesariamente.

♦ ♦ ♦

Desde aquel día, el marquesado Rosan estuvo envuelto en una atmósfera sombría durante varios días.

Miraila, que había destrozado su habitación, golpeado a sus doncellas y armado un escándalo toda la noche, cayó enferma al día siguiente, incapaz de contener su ira y agotada por ella misma. Tenía fiebre alta y, de tanto gritar, tenía la garganta inflamada haciendo que apenas pudiera hablar.

Artisea, como una hija devota, se sentó a su lado y le dio cuidadosamente té caliente de limón con una cuchara.

Cuando Miraila apenas pudo recuperar la voz, dijo con tono ronco:

—¿Ahora que te crees mayor, fingiste no darte cuenta de que tu madre estaba enfadada?

—Claro que no. Mi hermano me llamó y estuve hablando un rato con él. —respondió Artisea dócilmente— Cómo podría fingir no darme cuenta de mi madre.

—Eso es verdad. Cuando una envejece, solo puede confiar en su hija. Vivo gracias a ti.

Miraila abrazó a Artisea con una sonrisa, como a veces lo hacía cuando estaba de buen humor. Artisea fingió aceptar el abrazo por un momento antes de apartarse y decir:

—Si no se siente muy bien, ¿por qué no le pide a Su Majestad ir al Palacio Anexo? Últimamente hace mucho calor. El Palacio Anexo debe estar precioso. Además, el mar está justo al lado.

Los ojos de Miraila brillaron.

—Debería tomar unas vacaciones. ¿Tendrá tiempo Lawrence?

—Si mi hermano dice que está ocupado, vayan ustedes dos solos y disfruten de un tiempo íntimo.

Siendo un viaje imperial, era imposible que fuera realmente íntimo. Sin embargo, esas palabras parecieron alegrar a Miraila, quien rio entre dientes a pesar de su dolor de garganta.

El emperador aceptó con gusto la solicitud de Miraila. El itinerario se decidió y el viaje se preparó con una rapidez sin precedentes.

Artisea pensó que el emperador estaba haciendo esto para ganar tiempo. Y tenía razón.

En este punto, el emperador probablemente estaba debatiendo si permitir o no el regreso triunfal del Ejército Occidental. Había estado posponiendo el asunto durante demasiado tiempo. Lo había rechazado continuamente con diversas excusas, pero permitirlo ahora por Lawrence sería perder prestigio. Ahora que Cedric había entrado en la capital, ya no podía posponer más la decisión.

En medio de esto, la petición de Miraila era la excusa perfecta para ganar tiempo. El emperador observaría la actitud de Cedric durante algunas semanas antes de tomar una decisión.

Si el propio emperador demoraba la decisión o abandonaba sus tareas para irse al Palacio Anexo, sería criticado por descuidar el gobierno. Sin embargo, si se decía que no pudo resistirse a las súplicas de su amante favorita, la crítica moral se concentraría en la amante.

Para Artisea, esto era incomprensible. Abandonar el trabajo por caer rendido ante una amante era culpa del propio monarca. Pero, en cualquier caso, así era como funcionaba la opinión pública.

Esto también era algo bueno para Artisea y Cedric. Artisea ganaba unas semanas de tiempo libre.

♦♦♦

Y en la tarde del primer día de ese tiempo libre.

Llegaron tres carruajes cargados. Sirvientes y doncellas descargaron interminables telas, maniquíes y cajas.

El mayordomo Bill abrió los ojos de par en par. Esto no era algo inusual; siempre sucedía cuando Miraila compraba ropa. Sin embargo, ahora Miraila no estaba.

Emily, la dueña de la boutique que bajó del carruaje, sonrió amablemente a Bill. Era la mujer que confeccionaba los vestidos más elegantes, lujosos y, por ende, caros de la capital. Y Miraila era una de sus clientes habituales.

—¿Hola, señor mayordomo?

—¿Qué la trae por aquí? La señora se fue al Palacio Anexo siguiendo a Su Majestad el emperador. Pensé que ya lo sabría, señorita Emily.

—Hoy no estoy aquí por la señora, sino por la joven dama de esta casa.

—¿Se refiere a la señorita Artisea?

—Sí. Su Excelencia el Gran Duque Evron me envió. Siempre que veía la ropa o los sombreros de la señorita, lamentaba pensar ‘si solo arreglara eso, estaría mucho mejor’, ‘si solo arreglara eso, sería una belleza no menos que su madre’. Pero hoy me dijo que podía hacer ‘lo que quisiera’, ¡así que he venido a hacer justo eso!

Emily rio alegremente.

Ella también conocía muy bien la situación de Artisea. Miraila compraba docenas de prendas solo con que cambiara el clima. Había regalos del emperador, pero también compraba mucho ella misma. Hilo de oro, hilo de plata, hasta los bordados de Eontz, los más caros; compraba todas las telas consideradas preciosas en todo el imperio y tenía que tener todos los diseños nuevos para sentirse satisfecha. Probablemente, en cuanto a ropa, ni siquiera la emperatriz podía compararse con ella.

Pero durante esas compras, Emily nunca vio a Miraila comprarle ni una cinta a Artisea. Emily, con su buen ojo, podía reconocer que un vestido de Artisea costaba apenas lo mismo que una bufanda de Miraila. Afortunadamente, como ya no crecía más en estos días, su ropa al menos no se le había quedado corta.

Ver los ojos de Bill desorbitados fue una pequeña satisfacción.

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