Matrimonio depredador – Capítulo 41: Sed insaciable de poder

Traducido por Yonile

Editado por Meli


Blain aún estaba en la mesa, usando la comida como excusa para evitar que Leah se fuera.

—Dije que no te vayas. —Impaciente, pateó su asiento.

Su ceja se crispó por la ira. Su rostro mostraba amargura. La siempre complaciente Leah, se había atrevido a desafiarlo y eso lo tenía furioso.

Trató de intimidarla una vez más: cerró el puño y golpeó la mesa, haciendo temblar los platos.

Sin embargo, fue demasiado tarde. Leah había extendido su mano hacia Ishakan que entrelazó sus dedos con los de ella y con un firme agarre, la atrajo a su pecho.

En un abrir y cerrar de ojos, se alejaron de la mesa y el jardín.

Blain, había fallado, por centímetros, para tomar la mano de Leah antes de que lo hiciera Ishakan.

En el aire, apretó el puño tan fuerte que sus uñas se clavaron en la piel y le perforaron la carne. El dolor que sintió era insignificante a lado de la confusión y la ira que lo consumían en ese momento.

Su mirada se fijó en el lugar que ella había dejado vacío. Sus gélidos ojos azules temblaron, dirigió toda su hostilidad hacia Ishakan y ordenó a los caballeros que montaban guardia en la entrada del comedor que los detuvieran, pero fue en vano, ellos ya se encontraban frente al laberinto del palacio, en un pasillo bordeado de pilares de mármol.

Los hijos e hijas de los nobles que jugaban cerca de allí, se dispersaron al notar a la pareja. De inmediato todo se quedó en silencio. Incluso la caída de un alfiler sería audible.

Ishakan miró a Leah y exhaló, liberando su muñeca. Ella escondió la mano detrás de su vestido, pero él la tomó de nuevo, observó con asombro las marcas rojas que le había dejado su débil agarre en la frágil y pálida piel.

—¡¿Por qué?! —preguntó estupefacto, se cubrió los ojos con la palma de la mano y agregó con desánimo—: Deberías haberme dicho que te estaba lastimando.

Leah salió de su estupor, era cierto que su piel tenía marcas, pero no le dolía.

Levantó la cabeza y sus ojos violeta claro se encontraron con unos dorados y profundos. Sus labios se abrieron y pronunció las palabras que había deseado decir hacia tiempo.

—Me disculpo profundamente en nombre de la familia real…

—Detente —la interrumpió, sus pupilas se dilataron. Se sentía frustrado—. Tú no eres una pecadora. ¿Por qué siempre te disculpas? ¿Qué diablos ha hecho Estia por ti? ¿Incluso te vendieron a Byun Gyongbaek? Eres un maldito escudo…

La ira lo invadió, solo ella se había esforzado, durante el almuerzo, por mantener una relación amistosa, había sido la única que se preocupaba por su país. Era incapaz de comprender sus acciones.

—¿Es el reino demasiado importante para ti? —le susurró al oído—. ¿Hasta el punto de proteger al príncipe heredero?

Ishakan, por el bien de Leah, trató con vehemencia de controlar sus emociones. Ella solo se mordió los labios, sin emitir sonido. Le levantó la barbilla con la mano.

—¿Por qué no dijiste nada? —Su pulgar rozó sus labios y presionó, abriendo su boca, casi fue mordido en el proceso—. Si te sientes agraviada, también debes expresar tu enojo. Grita.

Aunque actuara mal, incluso si se volviera lamentable frente a él. Ishakan se iría y ella se encargaría del desastre que había creado. Lo sabía, pero no pudo calmar su corazón.

Las lágrimas le obstruyeron la garganta. La agitación que sentía le oprimía el pecho. Era fuerte pero delicada al mismo tiempo.

Leah parpadeó e inhaló el aire fresco. El olor almizclado de la masculinidad de Ishakan flotó en su nariz por su proximidad. Ella trató de controlarse a sí misma, advirtiéndole.

—No simpatices conmigo si no quieres asumir la responsabilidad.

—¿Simpatía? Estás diciendo tonterías —dijo con los dientes apretados.

—¿No es por eso que me haces el amor?

Como si sus palabras estuvieran atascadas en su garganta, Ishakan permaneció en silencio. Leah se soltó de su agarre; como si se liberara de él, tanto emocional como físicamente. Cuando se dio la vuelta, Ishakan la agarró de nuevo.

—¡Suéltame! —exigió, pero él no lo hizo.

Leah luchó, golpeando su pecho e intentando alejarse de su cuerpo. Lo odiaba por jugar con ella. Por molestarla y crear un desastre que tendría que limpiar. Por perturbar la paz que tanto se había esforzado por mantener.

Pero, sobre todo, se odiaba a sí misma por dejar que la arrastrara.

La diferencia en su fuerza era como el cielo y la tierra. Ishakan la dominó, obligándola a renunciar a su lucha incesante.

—Yo… —musitó, con la voz quebrada. Lea lo miró. Los iracundos ojos dorados se habían calmado—. Si digo eso, que asumiré la responsabilidad…

Su fuerza se fue. La lucha dentro de ella se disipó cuando contuvo la respiración. Como si estuviera bajo un hechizo, Ishakan fijó su mirada en Leah, sin pestañear. Las siguientes palabras que pronunció con cautela fueron una confirmación de su relación.

—¿Entonces qué harás?

♦ ♦ ♦

Blain solo miraba inmóvil la silla vacía, sabía que ella nunca regresaría. No podía retroceder el tiempo y obligarla a quedarse.

Se mordió con fuerza los labios congelados.

—¡Maldición! —gritó sin importarle que el rey estuviera sentado junto a él.

Golpeó la mesa, se oyó un estallido. La vajilla de porcelana que contenía sándwiches y manjares intactos se volcó. Una copa de vino rodó y se estrelló contra el suelo, el ruido del vidrio al romperse alimentó más su furia.

Agarró el borde del mantel y lo arrastró con todo por el borde de la mesa. Arrojó los vasos y platos que no cayeron. Tenedores y cuchillos afilados volaron detrás de las criadas, por fortuna, pudieron esquivarlos.

Nadie fue capaz de detenerlo. Incluso el rey se limitó a observar. Fue solo cuando Cerdina regresó, que Blain cesó con su destrucción.

Llevaba un vestido nuevo y elegante y el rostro empolvado, luciendo su habitual majestuosidad. Ya no olía a alcohol, más bien, la esencia de jazmín de un fragante perfume emanaba de su cuerpo.

Miró los asientos vacíos de Leah e Ishakan. Ignoró al rey y se dirigió a su hijo, presionó su mano sobre su pecho.

—Blain…

Blain jadeó con pesadez y levantó lentamente los ojos para encontrarse con los de su madre.

—Pensé que era mía, pero no lo es… —murmuró con ojos temblorosos, llenos de locura—. Parece que incluso si me convierto en rey, no podré vencerlo. No basta con ser el rey de Estia.

Sus iris helados brillaron con perversión. Sus pupilas se dilataron, rebosantes de enloquecido delirio. Una sonrisa histérica le distorsiona el rostro.

—Si tan solo tuviera más poder —pronunció en tono siniestro.

Cerdina abrió los ojos como platos. Alegre por la insinuación de su hijo.

—Sí, mi amado Blain… La falta de poder es una gran vergüenza. Por lo tanto, sé codicioso, sé ambicioso y busca el poder.

—Madre…

Cerdina le sonrió con amor. Él estaba inundado de emociones: incompetencia y envidia. Ella alimentó sus malvados deseos con dulces palabras. Una atmósfera de falso afecto se apoderó del almuerzo.

—Estarás sentado en la posición más alta del continente, Blain.

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