Matrimonio depredador – Capítulo 44: Casa de subastas

Traducido por Yonile

Editado por Meli


—¿Qué fue eso…? —se acercó a Leah, el conde Valtein—. ¿También se golpeó la cabeza cuando se rompió las piernas?

—Creo que sí.

—¡Incluso está pensando en enviar a sus caballeros al palacio real! No importa cuánto poder tenga, ignorar así a la familia real, es demasiado…

El conde continuó hablando de las leyes y órdenes universales que Byun desafiaba. Ya antes había metido las narices en los asuntos de la realeza, donde no lo querían ni lo necesitaban, pero cada vez se sobrepasa más. Igual de enfadado, pero con más decoro, el ministro de hacienda se unió a la declaración contra la flagrante falta de respeto e intrusión.

Leah permaneció en silencio, pero mantuvo el ceño fruncido.

Estaba cansada de las impertinencias de Byun Gyongbaek, esa no era la primera vez que exigía algo irrazonable, su arrogancia le disgustaba. Además, ya suponía bastante aguantar su despreciable cortejo. Actuaba como si fuera un trofeo de su propiedad.

Suspiró con desesperación. Ese era su destino, y por su país, debía soportarlo.

Había algo más importante en qué pensar: Byun Gyongbaek y su relación con los kurkan.

Este los odiaba y despreciaba, negándose a llamarlos de otra manera que no fuera «bárbaros», siempre fue indiferente, incluso cruel hacia los esclavos kurkan. Sin embargo, ahora se mostraba temeroso de ellos y su reacción quizás tuviera que ver con un kurkan que no había sido esclavizado.

Habría sido bueno que Byun compartiera con ellos su experiencia, pero se marchó sin mediar palabra.

—Deja que Byun Gyongbaek de Oberde haga lo que quiera —ordenó con resignación.

No quería alterar aún más a Byun y que eso causara problemas con el tratado de paz. Hasta el final, debía mostrarle que podía usar a la familia real como su títere, además, no era como si pudieran oponerse.

Por la noche, luego de terminar con sus actividades, Leah regresó a su habitación. Las palabras de Byun Gyongbaek, no dejaron su mente durante todo el día, parecían advertirle sobre un desastre inminente.

Después de una cena sencilla, la condesa Melissa se reunió con ella, a solas, para prepararla.

Le trenzó el fino cabello plateado y lo ocultó debajo de una peluca color marrón.

Leah se miró en el espejo y recordó la noche que escapó del palacio real y conoció a Ishakan.

—¿Princesa? —la llamó la condesa, preocupada por su expresión ausente.

Leah recobró el sentido, pero eso no disminuyó la angustia de la mujer, se preocupaba cada vez que se escabullía. No podía evitar pensar que algo grave podría pasarle fuera de los muros del palacio. Parecía una madre, viendo a su hija aventurarse por primera vez, dejando atrás la seguridad del nido.

—¿Realmente necesita involucrarse en esto?

—Como sabes… el conde no puede resolver esto solo.

La condesa Melissa no refutó, en su lugar, sacudió con suavidad el polvo de la túnica que llevaba Leah.

—Lo dejo en sus manos, condesa. —Sonrió.

—Por supuesto, —asintió con la cabeza— no se preocupe, princesa. Por favor, regrese sana y salva.

Leah se despidió y entró en el pasaje secreto, oculto detrás del armario de su habitación.

El viento frío la golpeó cuando llegó a la puerta exterior. La lámpara de aceite, que sostenía, iluminó débilmente algunos escalones frente a ella.

Leah miró hacia el cielo. No estaba nublado, como el día anterior. La luna blanca y redonda, emitía una luz reconfortante.

Era una vista hermosa, pero debido a las palabras de Byun Gyongbaek, los brillantes rayos, le resultaron siniestros y sombríos.

Cuando la niebla cubrió la luna llena, ella comenzó a moverse. Tenía una tarea que cumplir.

Un carruaje negro sin el escudo la esperaba cerca. Cuando tocó suavemente la ventana del carruaje, la gruesa cortina dentro se movió.

—Has llegado. —El conde Valtein abrió la puerta del carruaje—. Vámonos… Me siento más seguro con usted aquí. Esto es muy incómodo…

El conde sacó una simple máscara negra y se la ofreció a la princesa.

—Por favor, use esto.

Con su ayuda, Leah se puso la máscara que le cubría todo el rostro.

—Ojalá terminemos con todo esto hoy.

—Sí, también lo espero. Me pongo nervioso con facilidad, no quiero arruinarlo —susurró, el corazón le latía deprisa.

La subasta en la que participarían era muy grande, en consecuencia, asistirían varios traficantes de esclavos.

La noticia sobre la represión de la exclavitud ya había comenzado a difundirse dentro del círculo de los traficantes de esclavos. Leah predijo que estos se apresurarían a deshacerse de la evidencia antes de que comenzaran las investigaciones.

Había trabajado duro para provocar la subasta masiva, con la esperanza de que sus esfuerzos dieran frutos.

—No se ponga demasiado nervioso, conde Valtein.

Trató de tranquilizarlo, pero ella también estaba ansiosa. Si no tenían éxito, sus planes se volverían aún más difíciles.

El carruaje se dirigió a una discreta y anticuada mansión ubicada en las afueras de la capital. Era un pequeño edificio de dos pisos con jardín. Del interior se escuchaban alegres melodías, como en un salón de baile común.

Sin embargo, en la parte trasera, enormes guardias armados con espadas expuestas, custodiaban ferozmente la puerta. Su aterradora apariencia demostraba los eventos secretos e ilegales que ocurrían más allá de las barras de acero.

El carruaje se detuvo. El conde Valtein respiró hondo antes de bajar y ayudar a Leah a salir del coche.

Los guardias les dirigieron una mirada amenazante y el conde Valtein tembló inconscientemente, pero se recompuso de inmediato. Sacó una moneda de oro de su bolsillo y se las mostró. Tenía una insignia impresa.

Los guardias revisaron el patrón en el anverso y reverso, luego la colocaron en una balanza. El equilibrio fue perfecto.

—Bienvenidos —anunciaron los guardias con rostros sombríos y abrieron la puerta.

Al entrar, un empleado apareció para guiarlos.

El primer piso era mediocre, decorado con sencillez. Muy diferente a las escaleras que conducían al sótano, se trataba de un corredor muy complejo. Era un laberinto en el que podían perderse con facilidad.

—Esto fue elaborado de forma exhaustiva —le susurró el conde a Leah—. De hecho, es bastante aterrador.

Descendieron por bastante tiempo antes de llegar a una sala de recepción muy iluminada y bien decorada, incluso había una mesa con refrescos de dieta, té y vino.

El empleado regresó al laberinto y el conde Valtein se apresuró a beber vino para humedecer su garganta.

Alguien llamó a la puerta y poco después se escuchó una voz desde fuera de la habitación:

—¿Puedes darme un momento? Hay algo que deberías revisar sobre el producto de hoy.

El conde Valtein bajó su vaso, se recolocó la máscara que se había torcido y se dirigió a la princesa antes de salir:

—Vuelvo enseguida.

Leah miró los muebles uno por uno mientras esperaba a su acompañante, eran muy lujosos para un lugar de alquiler temporal. El té negro, del que no había tomado un sorbo, se había enfriado hace mucho tiempo.

El reloj de piso seguía corriendo, Leah se levantó del viejo sillón en el que estaba sentada.

El conde Valtein estaba tardando demasiado.

Se dirigió a la salida. Cuando extendió la mano para agarrar el pomo de la puerta, un dulce aroma a menta la invadió.

—Detente —le indicó con voz queda, alguien a su espalda.

Ella no había notado la presencia de otra persona en la habitación. Una sensación de hormigueo frío recorrió su cuello cuando una pequeña y afilada daga se presionó contra su delicada piel. Incluso la más mínima fuerza le provocaría una herida.

—No se mueva —le ordenaron con el mismo tono de voz.

Leah estaba congelada. El fuerte olor masculino y la voz profunda hicieron que su corazón diera un vuelco. Era algo que reconocería en cualquier lugar.

—Gire lentamente.

Ella hizo lo que le dijo. El hombre vaciló un poco antes de apartar la daga de su piel. Le sujetó la barbilla con fuerza y le quitó la máscara.

—¿Leah…? —Ishakan lucía desconcertado.

Ella solo parpadeó. Su corazón latía con fuerza debido al repentino e inesperado encuentro.

—¿Por qué estás aquí…? —Ishakan no le quitó los ojos de encima, entonces, sus pupilas doradas se volvieron frías—. ¿Te han secuestrado?

—No, no es eso… —Pensó la forma de explicar su presencia en el lugar, al final susurró—: Tengo asuntos que atender en este lugar…

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