Matrimonio depredador – Capítulo 56: Toma a la princesa real de Estia

Traducido por Yonile

Editado por Meli


Ishakan miró a Leah, que se le aceleró el corazón, el pánico le oprimía el pecho.

Según las leyes de sucesión de Estia, las mujeres no podían heredar el trono. El príncipe Blaine era el único heredero legítimo. Pero si Byun Gyeonbaek se convertía en parte de la familia real… podría ser rey.

Eso era lo que Leah le había ofrecido a Byun Gyeonbaek, la última vez que habló con él. No obstante, había una condición crucial: el matrimonio tendría que mantenerse para legitimar su posición. Si Leah moría en la primera noche, la sucesión moriría con ella.

Su plan tenía varios peligros, pero no retrocedería. Sería valiente, como ahora que enfrentaba a Ishakan.

—Genial —Ishakan, se pasó los dedos por el pelo, desanimado—. Tengo que admitir que planteaste un argumento inesperado.

La boca de Haban estaba abierta por la sorpresa, y los ojos de Genin parecían a punto de salirse de sus órbitas.

—Bien. —Ishakan se enderezó y le sonrió a Leah—. Acepto tus términos y firmaré el tratado de paz.

Los ojos de Leah brillaron, lo había logrado.

—Solo solicito una demostración de confianza por parte de Estia —Sin permitirle intervenir, él continuó—: Escuché que no hay nada mejor que una alianza matrimonial para fortalecer la solidaridad entre dos países.

Leah parpadeó. Él se inclinó hacia delante, apoyó los codos en la mesa y apoyó la barbilla en las manos.

—Me gustaría tomar a la princesa real de Estia como mi prometida ¿Qué opinas?

—¡Eso es ridículo! —gritó el ministro de hacienda Laurent, levantándose de su silla. El conde Valtein lo agarró por la ropa y tiró de él hacia abajo.

Genin y Haban, parados detrás de Ishakan lo miraron antes de centrarse de nuevo en su rey. El conde Valtein, por debajo de la mesa, le dio una patada al ministro de hacienda como advertencia.

—¿No es esta una condición similar a la suya? —Ishakan se dirigió al hombre que protestó—. De hecho, son exactamente iguales. No deberías estar sorprendido. —Golpeó sus largos dedos contra la mesa—. Terminemos la discusión por hoy. No creo que podamos hablar de forma adecuada. Necesitamos tiempo para calmarnos y aclarar las cosas. ¿Puede programar una segunda reunión para una fecha posterior?

—P-Puedo… hacer eso —contestó Leah intimidada.

—Entonces, le ruego que considere todo con cuidado, princesa —La miró y se retiró.

Sin más despedidas, la puerta se cerró detrás de los kurkan, Leah juntó las manos con fuerza. El conde Valtein y el ministro de hacienda exhalaron profundamente. Era como volver a la vida sin la presión sofocante de su inmensa presencia.

Leah tomó los papeles, mientras pensaba en las palabras de Ishakan. Se levantó.

—¿Princesa?

—Me retiro… —Salió sin decir más.

Tan pronto como abrió la puerta, se encontró con una sorpresa: Ishakan la estaba esperando. Ella casi chocó contra él.

—¿A dónde iremos? —preguntó como si hubieran acordado una cita.

Leah se dio cuenta de que tenía un largo camino por recorrer antes de vencer a ese hombre.

Solo había un lugar en su ubicación actual, que era adecuado. Agarró a Ishakan y lo condujo por el largo pasillo hasta el Salón Glorioso. Estaba lleno de pinturas y esculturas orientadas hacia la ventana circular, situada en lo alto del techo abovedado. Un solo haz de luz iluminaba el piso.

La sala estaba llena de hermosas piezas de arte, que ostentaban la gloria perdida de un país en decadencia. Estia se negó a desprenderse de las obras y recuperar su estabilidad; en cambio, exhibía ese esplendor, solo a los nobles que no apreciaban de verdad su valor.

Al entrar, Ishakan no miró las estatuas o las pinturas, sus ojos se centraron en el techo, en la pequeña ventana. Empujó a Leah suavemente bajo la luz, haciendo que su cabello plateado brillara y sus ojos púrpura resplandecieran. Él sonrió.

—Qué bonito…

Ella se sonrojó, él la había elogiado por encima de todas las obras de arte.

La besó en la frente y en la mejilla. Se apartó. Y ella se sorprendió de que no le besara los labios.

—¿Has desayunado? —Suspiró.

—Sí.

—¿Qué comiste?

—Frutas y vegetales.

—¿Cantidad?

—Medio plato de ensalada y melocotones.

—¿Cuántos melocotones? —preguntó con seriedad. Leah lo miró, desconcertada—. Está bien. Entonces solo ven y siéntate.

La tomó de la muñeca y caminaron por la habitación.

—¿No hay dónde sentarse?

Se sentó en el suelo, frente a uns estatua, que ocupó de respaldo. Palmeó su muslo, indicando que Leah lo tomara como asiento.

—Después de todo, no tenemos sillas —Se encogió de hombros, sonriendo con picardía.

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