Traducido por Yonile
Editado por YukiroSaori
Blair estaba complacido por su sumisión, aunque no por su actitud.
—Como quieras, hermana. —Él sonrió—. Espera aquí. Te conseguiré el más grande.
Se fue, conduciendo a los asistentes y los caballos al bosque. Tan pronto como estuvo segura de que se había ido, Leah miró a su alrededor. Los kurkanos también estaban a caballo, listos para partir. Se dio cuenta de que no llevaban fustas; sabían cómo manejar caballos sin tales herramientas.
Los perros de caza más rebeldes habían sido entregados intencionalmente a ellos, pero no necesitaban persuadirlos con comida o gritarles para que obedecieran. Los cazadores miraban con asombro como todos los perros rebeldes obedecían al más mínimo silbido y palmada, como si hubieran sido perfectamente entrenados desde el principio.
Los asistentes que miraban estaban asombrados y asustados por la vista. Pero sabían que el control de los kurkanos se basaba en su parentesco con las bestias. Su apariencia externa era humana, pero ellos eran un pueblo completamente diferente.
Leah había estado observando como todos los demás, hasta que sus ojos se encontraron con los de Ishakan. Rápidamente los evitó, regresando al cuartel que le habían asignado en lugar de verlo irse.
Les dijo a las otras damas que se relajaran en otra carpa, mientras ella descansaba sola. Había querido descansar antes de ir a cazar con los halcones, pero Cerdina había ocupado su tiempo. La mera idea de tener que soportar a esa mujer una vez más agotó instantáneamente la energía de Leah.
Sola en su tienda, sacó un pañuelo del pecho. Era un pañuelo diferente al que le había dado a Blair. Este fue realizado en Estia, blanco puro y bordado con hilo dorado en cada esquina. Ella lo apreciaba y a menudo lo usaba, pero hoy lo llevaba consigo para dárselo a Ishakan.
Pero a pesar de sus intenciones, había perdido su oportunidad. La habían desanimado las miradas que la seguían, estaban observando todas sus acciones. Leah agarró el pañuelo en sus manos, llena de arrepentimiento.
Se lo daré, no importa quién nos vea, pensó.
Por primera vez quería actuar sin tener que preocuparse por lo que dirían los demás, aunque sabía mejor que nadie por qué no podía hacerlo.
Leah se detuvo. Miró el pañuelo, la frustración y la infelicidad brotaron en ella y quiso tirarlo, romperlo en pedazos. Pero no importaba lo molesta que estuviera, ella era una princesa.
Guardó el pañuelo.
De repente, alguien la abrazó por detrás, asustándola tanto que ni siquiera pudo gritar. Sus ojos se agrandaron y su respiración se aceleró cuando la persona la hizo girar con una mano grande y firme. Un brazo la sujetó alrededor de la cintura mientras él acercaba su rostro, ansioso e impaciente por besarla.
Aceptó el beso inconscientemente, casi por reflejo, tropezando hacia atrás con algo y cayendo sobre un largo sofá. Sus dos manos estaban atrapadas por un par mucho más fuertes, eran las de su agresor. Ojos dorados la miraban llenos de satisfacción.
—Hola. —Ishakan sonrió, inclinándose hasta que estuvieron casi nariz con nariz—. ¿Estás sorprendida?
Le lamió la mejilla sonrojada y Leah dejó escapar un grito ahogado. Su corazón latía tan salvajemente que parecía a punto de estallar de su pecho en cualquier momento. Se sorprendió, pero otro impulso también se apoderó de ella y tuvo que morderse el labio para no decir nada peligroso.
—Tienes algo para mí, ¿no? —preguntó.
Él la estaba incitando a que le diera lo que había traído para él. Tal vez los gitanos no eran los únicos con trucos y hechizos bajo la manga. A veces parecía que Ishakan podía leer la mente.
—Sí —confesó ella, en voz baja—. Tengo algo para ti.
Trató de alcanzar el pañuelo escondido en su pecho, pero Ishakan no la soltaba y ella tuvo que rendirse, implorándole con la mirada que la dejara ir. Él solo sonrió.
—Déjame agarrarlo.
Fácilmente sostuvo ambas muñecas con una sola mano. Leah siempre había sido consciente del tamaño de sus palmas, pero en esta situación la diferencia era aún más impactante. Su otra mano se movió para acariciar libremente su piel, su guante de cuero deslizándose suavemente sobre su cuello hasta su pecho.
—Creo que lo escondiste bien… aquí…
—¡No! —exclamó Lea—. ¡No toques…!
Ishakan parecía disfrutar hacer una escena. Besó su rostro y cuello, embriagando sus sentidos. Leah se resistió y logró apartarlo y sacar ella misma el pañuelo, pero se dio cuenta de inmediato de que la falda de su vestido fue levantada hasta los muslos.
Ishakan besó su rodilla ruidosamente, mirando y agarrando descaradamente sus piernas. Su toque se sentía extraño debido a los guantes, y Leah se estremeció al sentir el cuero.
—Qué desperdicio —se quejó Ishakan—. No tengo mucho tiempo.
Si tuviera tiempo, quién sabía qué diablos haría.
Leah rápidamente cerró las piernas e Ishakan se puso de pie, todavía sonriendo. El sofá crujió bajo el cambio de peso, ligeramente aumentado hoy por el peso de la espada. Su arco y carcaj probablemente estaban atados a su caballo, pero mantuvo su espada con él. Aunque nunca antes lo había visto manejarla, él la manejaba con facilidad, sin esfuerzo.
Ishakan ató el pañuelo a la empuñadura de su espada. Leah sabía que debía detenerlo, todos se preguntarían de dónde lo había sacado tan pronto como lo vieran, pero él le hizo una pregunta.
—¿Qué tipo de bestia te gustaría que capturara?
Tenía la intención de traer su presa después de la caza. Bueno, tenía la intención de hacer eso desde el principio; la gente iba a hablar sin importar si entregaba su pañuelo o no. Y pase lo que pase, siempre habrá alguien chismeando sobre ellos.
Leah se hundió profundamente en sus pensamientos y se sorprendió cuando se dio cuenta de que estaban empezando a sonar bastante beligerantes. Era como si se estuviera convirtiendo lentamente en Ishakan.
—No sé en qué estaba pensando Blair cuando te invitó —dijo, cambiando de tema.
—Supongo que está tratando de determinar la jerarquía —respondió Ishakan, observándola mientras se sentaba en el sofá—. Competiré con confianza, aunque la reina y el príncipe pueden tener sus trucos.
¿Solo eso? Leah no podía creerlo, pero Ishakan estaba tranquilo.
—Es normal volverse un poco loco cuando te enamoras —dijo.
Ella no entendía por qué él mencionó el amor de la nada. Ishakan inclinó la cabeza.
Mírame, Leah. —Sus ojos se entrecerraron junto a una leve sonrisa en sus labios—. Yo mismo estoy siendo bastante estúpido.
Ella lo miró, atónita. Sus palabras resonaron en su cabeza, aunque parecía imperturbable, como si no hubiera dicho nada extraño. Sus ojos se abrieron más y más mientras las palabras se hundían, sus pensamientos se arremolinaban, y se llevó una mano a la boca sobresaltada.
¿Qué acabo de escuchar?
Mientras estaba allí sentada sin tener idea de qué hacer, Ishakan tomó su mano y colocó cinco galletas en ella, de tamaño mediano con trozos de dátiles de palma.
—Estaré un tiempo con el príncipe heredero, así que come todo esto mientras tanto —dijo, presionando una galleta en sus labios. Masticó y tragó reflexivamente. Probó la dulzura de los dátiles de palma, pero tragó demasiado rápido como para absorber completamente los sabores.
Las galletas no eran su mayor preocupación. Leah se levantó del sofá.
—Justo ahora… —Comenzó, y se detuvo. Intentó pronunciar las palabras, pero no podía dejar de tartamudear—. Justo ahora, lo que me dijiste…