Traducido por Yonile
Editado por YukiroSaori
Ella tuvo un sueño extraño. Era de puro sufrimiento, un dolor ardiente, increíblemente vívido. Se preguntó si así se sentiría su cuerpo ardiendo en el fuego del infierno.
Si hubiera habido un cuchillo al alcance, se habría apuñalado en el corazón. El dolor era tan insoportable que lo único que podía hacer era llorar y rogar por la muerte.
Alguien la abrazó, susurrándole constantemente. Ella no recordaba lo que estaba diciendo. Pero su gentil calidez y sus afectuosos susurros eran agradables. Se aferró a ellos a través del dolor interminable, y cuando finalmente se detuvo, se desmayó.
♦ ♦ ♦
Parecía que había pasado algún tiempo. No estaba segura de cuánto tiempo, pero había vagado durante mucho tiempo en la oscuridad, al menos unos días, antes de que finalmente recuperara el sentido. Leah se despertó con un ligero dolor de cabeza, frunciendo el ceño.
Estupefacta, miró a su alrededor. Estaba en un lugar desconocido. No era Estia. Parecía un cuartel. El piso estaba cubierto con alfombras con estampados exóticos y la cama en la que Leah estaba acostada estaba cubierta con una tela estampada elegante. Apartó la manta a un lado y se puso de pie.
O lo intentó.
Se le escapó un sonido de dolor. Recordó haber bebido una poción y haber perdido la cordura, y sintió como si su cuerpo se estuviera desmoronando.
Leah se incorporó en la cama y volvió a mirar a su alrededor. Había un grupo de ramas colgando de la pared sobre la cabecera de la cama. En un rincón de la barraca había un gran brasero. Estaba acostumbrada al olor que emanaba; era el olor del tabaco que Ishakan fumaba a menudo. Ella se sentó, aturdida.
Un escalofrío la sacudió. Los recuerdos, tan desordenados como si alguien los hubiera cortado en pedazos, aparecieron uno tras otro. Sintió un dolor agudo en la cabeza y Leah se la agarró con ambas manos. Se sentía como si su cráneo fuera a romperse.
—¡Ah…!
Ella se acurrucó con un gemido de dolor. La puerta de lona del cuartel se abrió y la luz del sol iluminó el espacio en penumbra.
—¡Ay, Leah!
Un calor la envolvió como un escudo. Leah se aferró a él hasta que su respiración se calmó y el dolor de cabeza disminuyó. Después de un largo rato, levantó la cabeza. Ante sus ojos estaba el hombre que siempre quiso ver, incluso en sueños. Los labios de Leah se separaron.
—Ishakán…
Sorprendida por su propia voz quebrada, cerró la boca. Ishakan vertió agua de una jarra en la mesita de noche en un vaso y se lo llevó a los labios, y ella bebió rápidamente. Se sintió renovada. Incluso el leve y persistente dolor de cabeza había desaparecido por completo.
Fue entonces cuando reflexionó sobre lo que significaba todo aquello.
—¿Cuánto tiempo he estado dormida? —Eso era lo primero que quería confirmar.
—Han pasado tres semanas.
¿Tres semanas? ¿Era eso posible?
Al ver su sorpresa, los ojos de Ishakan se entrecerraron.
—Por supuesto, normalmente una persona habría muerto —dijo en voz baja. Era la brujería lo que la había mantenido con vida. Los labios de Leah se separaron.
—Entonces esto es…
—Es el desierto. Estamos en camino a Kurkan, y parece que estaremos allí en tres días a más tardar.
Leah lo miró, sorprendida, pero no dijo nada. Con dificultad, ella lo apartó. Quiso comprobarlo con sus propios ojos, pero en cuanto intentó levantarse de la cama, algo tiró de su muñeca izquierda con un sonido metálico.
Llevaba una gruesa muñequera de cuero en la muñeca, forrada con un paño suave por dentro. Una delgada cadena lo conectaba a la cama para restringir su movimiento.
—¿Qué es esto?
Estaba tan desconcertada por este trato bárbaro que casi se quedó sin palabras. Leah se mordió el labio inferior con fuerza.
—Libérame de inmediato y envíame de regreso a Estia —dijo con calma. Pero Ishakan ignoró su pedido. Él solo se rió brevemente.
—¿A dónde? ¿Al territorio de Byun Gyeongbaek? —Su mirada era plana y hablaba con frialdad—. Incluso si la novia secuestrada regresa, no lo pasará muy bien. Seguramente dirán que no eres pura y te apedrearán sin piedad. ¿No es así cómo se comportan en Estia?
Su sarcasmo la enfureció.
—¡Eso no es asunto tuyo! —Leah gritó. Vio que sus ojos dorados se habían oscurecido, pero no pudo evitarlo. Su voz se llenó de miseria—. No sabes nada…
Así se había sentido cuando decidió morir. No fue una decisión fácil, sino la única salida. Se cubrió la cara con las manos, sintiendo ganas de llorar.
Ishakan nunca la había abandonado, y eso la hacía feliz y miserable a la vez. Porque ella sabía lo que podía pasar. No era demasiado tarde. Tenía que volver. Estaba a punto de rogarle que la enviara de vuelta, cuando escuchó su voz baja.
—No sé qué, Leah. —Su tono era inusualmente tranquilo. Leah bajó las manos, sus hombros temblaban.
Los ojos de Ishakan estaban más helados que nunca. Apenas estaba controlando su ira.