Traducido por Yonile
Editado por YukiroSaori
Mientras Leah pensaba en ello, había un alboroto entre los kurkanos.
—¡Medio plato de avena! ¡Incluso un niño de un año no come eso!
—Pobre princesa… incluso fue secuestrada…
Surgieron quejas y reproches por el cruel abuso.
—Basta —dijo Ishakan con calma—. Ella se asustará.
Los murmullos cesaron al instante, como si hubieran sido una ilusión. Los Kurkan incluso se cubrieron la boca con las manos, intercambiando miradas nerviosas. La miraban como si pudieran aparecer grietas en su cuerpo.
Ante eso, Leah no pudo contener la risa. Se rió suavemente, incluso cuando los Kurkan la observaban con curiosidad, una risa libre. En Estia, las miradas de los demás habían sido abrumadoras y estresantes, pero ahora se sentía cómoda.
Ishakan la abrazó suavemente y la levantó en el aire. Todos los Kurkan alzaron la cabeza con el movimiento, siguiéndola con la mirada, y él colocó el dátil que ella había dejado caer en su mano.
—Además, de ahora en adelante se llamará Leah, no Princesa —dijo.
Ante sus palabras, ella agarró el dátil con fuerza. Lugares desconocidos, personas desconocidas, incluso nombres desconocidos. Muchas cosas habían cambiado. Sabía que seguirían cambiando. Pero en toda la turbulencia, una cosa era segura.
Leah ahora era Leah.
♦ ♦ ♦
En un corredor silencioso, el sonido de objetos pesados arrastrados rompió la quietud. Tacones golpeando el mármol, seguidos de un arrastre sordo. Los ruidos provenían de una mujer con el rostro inexpresivo y el cabello, normalmente impecable, ahora desordenado.
Mientras avanzaba por el pasillo, arrastraba un animal grande en cada mano: un macho cabrío y un carnero negro, ambos con cuernos. Los animales estaban inertes e inmóviles.
Era un espectáculo grotesco, pero nadie la detuvo. Las personas con las que se encontró no se sorprendieron y no gritaron. Solo inclinaron la cabeza obedientemente, sus rostros sin expresión.
Lentamente, llegó al salón Gloria.
Cerdina miró la luz que caía de la ventana circular del techo. Este lugar, impregnado de la historia de Estia, sería suficiente.
Sacó una pequeña daga de su bolsillo, se cortó la palma de la mano y utilizó la sangre para dibujar una estrella octogonal dentro de un gran círculo en el suelo de mármol. Colocando brillantes orbes de cristal en cada una de las ocho puntas de la estrella, arrastró a los animales hacia adelante.
En el centro de la estrella, cortó la cabeza del carnero negro. La sangre brotó, formando charcos. Extrañamente, la sangre llenó el círculo mágico tan pronto como lo tocó, y los orbes de cristal se llenaron lentamente de humo negro.
Después de vaciar la sangre del carnero negro, se acercó al macho cabrío y le abrió el pecho, extrayéndole el corazón. Con el corazón en la mano, Cerdina sonrió.
Leah había escapado.
Cerdina no lamentó que la princesa se hubiera escapado. Ya estaba arruinada. El problema era que Blain la había perseguido ciegamente. Cerdina no tuvo más remedio que admitir que su hijo necesitaba a Leah. Ya que había llegado a esto, tendría que avanzar en uno de sus hechizos inconclusos, pero aún no podía hacerlo sola.
Sentada a la luz de la ventana de arriba, se comió el corazón de la cabra. Mientras masticaba y tragaba la carne ensangrentada, los orbes de cristal se volvieron completamente negros. Cerdina se humedeció los labios manchados de sangre y echó la cabeza hacia atrás.
—Ahh… —El extraño gemido se le escapó, casi orgásmico. Sus ojos brillaban intensamente mientras hablaba, llenos de alegría.
La extraña voz, que no podía decirse que fuera humana, resonó. Los ocho orbes de cristal temblaron ligeramente como en respuesta. Cuanto más hablaba Cerdina, más intenso se volvía el temblor.
—Soy el que ha heredado el primer poder.
Sus ojos inyectados en sangre brillaban.
Los ocho orbes de cristal se agrietaron y estallaron en polvo.
Una risa maníaca resonó en el salón Gloria.