Ochenta y Seis – Volumen 1 – Capítulo 02: Todo tranquilo en el frente esquelético

Traducido por Lucy

Editado por Wozzieg


 

¡CIENTO VEINTINUEVE DÍAS HASTA QUE TERMINE MI SERVICIO! ¡MALDITA SEA LA GLORIA DEL ESCUADRÓN SPEARHEAD!

 

En la parte trasera del hangar del cuartel, desgastado por el tiempo, se encontraba un mensaje de cuenta regresiva garabateado, en grandes letras con tiza de colores, en una pizarra que alguien había tomado. Al levantar los ojos del portapapeles que tenía en sus manos, la mirada de Shin se encontró con esta frase de celebración. Quedaban ciento diecinueve días, para ser exactos. Kujo había anotado este mensaje el día que se incorporó al escuadrón y lo actualizaba cada mañana.

Pero Kujo había muerto hace diez días.

Mirando brevemente el mensaje de la cuenta atrás interrumpida, Shin volvió a centrar su atención en el informe de mantenimiento del portapapeles que tenía en su mano. Había estado caminando por el hangar, alineado con los Juggernauts en espera, dirigiéndose a su propia unidad que acababa de ser revisada.

Tenía los ojos rojos como la sangre, heredado de la sub-raza pyrope, y el cabello negro, legado de los onyx. Estos dos rasgos procedían de su sangre noble y mixta, mitad Aquila y mitad Rubela, y lo diferenciaban de los otros Ochenta y Seis, quienes generalmente entraban en la categoría de Colorata.

Su expresión tranquila, impropia para su edad, daba a sus apuestos rasgos cierta frialdad; y su complexión delgada y rasgos pálidos eran características de la nobleza del antiguo Imperio.

A pesar de servir en el frente oriental, que consistía principalmente de bosques, praderas y franjas de humedales, llevaba un uniforme de camuflaje desértico con tonos marrones y grises arenosos, que había conseguido de los recursos no vendidos de la República. No había oficiales que le reprendieran por ello, así que llevaba el cuello de la camisa desabotonado, donde asomaba la bufanda azul celeste con la que envolvía su cuello.

El sonido de la maquinaria y los gritos del equipo de mantenimiento resonaban con fuerza en el hangar de operaciones, mezclándose con los vítores de algunos de sus compañeros que jugaban al baloncesto, dos contra dos, y con el sonido del rasgado de una guitarra que tocaba un jingle de un viejo dibujo animado en la plaza frente a este. Su compañero de escuadrón, Kino, quien estaba sentado en la cabina de su unidad con la capota abierta y leyendo una revista porno, vio pasar a Shin y levantó la mano para saludarlo.

A pesar de estar en el frente, en los días sin salidas, el personal de la base tendía a aburrirse bastante. Por lo general, se les exigía que patrullaran las zonas en disputa a diario, pero nunca lo hacían, ya que no era necesario. Aun así, sobre el papel, y según los informes que presentaban a los responsables de la gestión, en ese momento deberían estar en pleno patrullaje.

Algunos de ellos, los que tenían ganas de pasear, estaban en las ruinas de las ciudades cercanas, en busca de materiales, pero todos los demás estaban haciendo sus tareas (cocinando, lavando, limpiando o cuidando los campos y las gallinas en la parte trasera de la base) o pasando el tiempo como les apetecía.

El sonido de unas robustas botas militares se acercó a él, y una voz gruesa sacudió el hangar con un rugido que haría que incluso un tanque se detuviera en su camino.

—¡Shin! ¡Shinei Nouzen! Lo has vuelto a fastidiar todo, mierdecilla.

Kino saltó de la cabina y se escabulló entre las sombras como una cucaracha asustada, mientras Shin esperaba pacientemente a que el dueño de la voz se acercara a él.

—¿Qué pasa?

—¡No me digas “¿Qué pasa?”, Undertaker! ¡Maldita sea!

La persona que se acercó a Shin como un sabueso enloquecido, era un miembro del equipo de mantenimiento de cincuenta y tantos años. Tenía el cabello canoso y llevaba gafas de sol y ropa de trabajo manchada de aceite. Era Lev Aldrecht, el capitán de la división de mantenimiento del escuadrón Spearhead. Shin, que iba a cumplir dieciséis años ese año, era considerado un veterano entre los soldados del campo de batalla, pero Aldrecht iba más allá de ello, entrando en otro territorio al ser un superviviente que había servido en la guerra de hace nueve años.

—¿Por qué tienes que destrozar tu unidad cada vez que sales? ¡El actuador y el amortiguador traquetean por todas partes! Te sigo diciendo que la unidad de suspensión es débil, así que ¿por qué sigues llevándola al límite?

—Lo siento.

—¡¿Crees que tus disculpas van a arreglar esto?! No te estoy diciendo que te disculpes, te estoy diciendo que cambies la forma en que te manejas. ¡Ese loco estilo de lucha tuyo va a hacer que te maten un día! Nos quedamos sin repuestos, así que no puedo arreglar tu equipo hasta que lo reemplacemos.

—¿Y mi repuesto?

—Ah, sí, tú repuesto. Tenemos un repuesto, ¿no? Hay que tener uno cuando el capitán sigue destrozando su equipo a diestra y siniestra. Vienes a nosotros para las reparaciones tres veces más que cualquier otro procesador. ¡¿Crees que eres una especie de príncipe o algo así?! ¡¿Eh?!

—La República abolió el sistema de clases en la revolución hace trescientos años —añadió Shin.

—Hijo, tengo ganas de darte una paliza ahora mismo… Teniendo en cuenta la rapidez con la que destrozas tus unidades, a menos que consigamos tres equipos para desmontar, no hay manera en que podamos seguir con las reparaciones. Si tenemos en cuenta el tiempo que tardamos en reabastecernos comparado con la frecuencia con la que sales, ¡no hay manera en que podamos seguir el ritmo! ¿Qué esperas que haga, rezar mucho para que tu equipo no se rompa? ¿O tal vez rezar a las hadas de la chatarra para que recojan tus pedazos, eh?

—¿No recuperó Fido la unidad de Kujo?

Aldrecht se quedó callado ante el tono práctico de Shin.

—Bueno, sí… Podría tomar las piezas que necesito del equipo de Kujo…, pero preferiría evitar canibalizar otras unidades. Quiero decir, ¿estás de acuerdo con eso? Estaría poniendo partes de una unidad que hizo que alguien muriera en tu Juggernaut.

Shin inclinó la cabeza y golpeó con el dorso de la mano la armadura de su Juggernaut, Undertaker. Debajo de la cubierta estaba su marca personal, un esqueleto sin cabeza que llevaba una pala.

Aldrecht sonrió con amargura.

—Sí, demasiado tarde para eso, supongo… ¿No es así, Undertaker?

Asintiendo pensativo, el anciano mecánico miró los campos primaverales que se extendían más allá de las escotillas abiertas. Un cielo sin nubes se extendía por encima, con sus tonos azules que parecían consumir cualquier cosa. Los campos de acianos azules y el verdor de las hojas nuevas cubrían la llanura como si fuesen un mosaico de belleza hipnótica. Este servía de lápida para los esqueletos de millones de Ochenta y Seis que habían muerto en el campo de batalla.

Los Ochenta y Seis no eran enterrados en tumbas. No podía haber tumbas cuando no había víctimas. Incluso recoger sus restos estaba prohibido. A los cerdos que se hacían pasar por humanos se les negaba el derecho a descansar en paz, incluso hasta el derecho a llorar a sus compañeros muertos. Este era el mundo que su patria fabricó hace nueve años, la fachada que mantenían aún hoy en día.

—He oído que Kujo ha volado en pedazos.

—Sí.

Una mina autopropulsada, un arma antipersonal mal hecha que consistía en un fuselaje lleno de explosivos, con extremidades en forma de varilla y una cabeza esférica, indetectable a simple vista desde lejos. Una de estas se había enganchado a Kujo, quien lo confundió por un soldado herido. Sucedió durante una batalla nocturna, una misión de rescate de otra unidad.

—Eso es bueno… Significa que ha pasado a mejor vida.

—Probablemente.

Shin no creía en el cielo ni en el infierno, sino en otro lugar, uno intangible. Un lugar al que pudieran volver. La risa de Aldrich resonó en el lugar.

—Al final, Kujo tuvo la suerte de estar en la misma unidad que tú… Y ellos también.

Podían oír las voces que animaban con entusiasmo en el exterior mientras el balón hacía sonar la red rota. El coro desafinado de la guitarra resonó hasta los campos detrás del cuartel. Aldrecht sabía que ese era un espectáculo que no se podía encontrar en ningún otro escuadrón.

Una salida tras otra. Patrullajes diarios en previsión de un ataque de la Legión. El suspenso y el miedo desgastaban los nervios de los procesadores a medida que perdían más y más compañeros con cada batalla que pasaba. En una situación tan extrema, en donde vivir para ver la mañana siguiente era lo mejor que podían hacer, ni siquiera podían permitirse el lujo de considerar la diversión o un estilo de vida como seres humanos. Pero eso no era cierto para este escuadrón. Aunque tuvieran que pasar a la ofensiva, nunca tenían que preocuparse por un ataque sorpresa.

—Es gracias a ti que pueden vivir así, Shin…

—Pero sigo dándoles el triple de trabajo de reparación en comparación a un procesador normal.

Aldrecht se rió con fuerza. Shin devolvió la mirada al par de ojos que le miraban con amargura desde detrás de las gafas de sol y se encogió de hombros.

—Te lo juro, mierdecilla… Pensé que por fin había conseguido que soltaras un chiste y esto es lo que se te ocurre.

—Realmente lo siento, incluso si no puedo actuar conforme a esa disculpa.

—Maldito idiota… Asegurarse de que todos ustedes regresen con vida es el trabajo del equipo de mantenimiento. Mientras podamos asegurarnos de que eso ocurra, nos importa un bledo lo que ocurra con las unidades, y haremos lo necesario para  tenerlas de nuevo trabajando como corresponde. —Tras decir eso de un tirón, Aldrecht se giró para apartar la mirada. Al parecer, estaba avergonzado—. Oh, cierto. He oído que te han vuelto a cambiar el controlador. ¿Cómo es la nueva?

Hubo una pausa.

—Sí…

—¿Qué demonios quieres decir con “Sí”, idiota?

Shin había cambiado de controlador tan a menudo que era difícil distinguirlos. Sin embargo, se suponía que los procesadores no debían ser tan conscientes de la existencia de estos, para empezar. Hasta ese punto llegaban a descuidar su trabajo. Sin mencionar que, una vez que suficientes Eintagsfliege eran desplegados, el radar y las transmisiones de datos dejaban de funcionar, y mantener el mando desde una base lejana terminaba siendo imposible. Por eso, los procesadores no confiaban en los controladores, y no les importaba mucho si estaban presentes o no.

Al final, el trabajo de un controlador se reducía a supervisar a los procesadores. Además, gracias al collar conocido como para-RAID, no importaba el lugar o la hora, estos siempre podían saber cada palabra que salía de la boca de un procesador. El único trabajo que se esperaba de los controladores era el de servir de supresor que mantuviera a raya las intenciones rebeldes de los Ochenta y Seis.

Shin abrió la boca para hablar, recordando los pocos intercambios que había tenido con ella esa semana, y lo primero que le vino a la mente fue:

—Mi papeleo ha aumentado. Supongo que ahora tendré que empezar a falsificar mis informes de patrullaje diario.

—Es probable que seas el único con las pelotas lo suficientemente grandes como para seguir enviando siempre el mismo informe que hiciste hace cinco años solo porque no los leen, Shin…

Ni siquiera se molestó en cambiar la fecha o el lugar, y como no había salido a patrullar desde entonces, el contenido era una tontería al azar. Shin estaba honestamente sorprendido de que nadie se hubiera dado cuenta después de todo ese tiempo.

Parece que me enviaste por accidente el archivo equivocado…

Cuando ella lo señaló, con su voz suave y clara como una campana de plata, Shin no pudo evitar suspirar. Luego, la chica rió con tranquilidad diciendo que él “podía ser sorprendentemente descuidado a veces”, en tono lleno de amabilidad y genuina buena voluntad.

—Resonó el día que la nombraron y dijo que quería seguir con los intercambios, así que se sincronizará con nosotros a diario. Inusual para un soldado de la República.

—Así que es una persona decente, ¿eh? Debe ser duro vivir así… Pobrecita.

Shin estaba totalmente de acuerdo, por lo que decidió no decir nada. La justicia y los ideales no tenían peso en ese mundo, por mucho que intentaran hacerlos realidad.

—Hmm…

De repente, Shin desvió su mirada hacia la distancia, más allá de los campos de primavera, como si acabara de oír que algo le llamaba.

♦ ♦ ♦

Tras dejar caer un gran cadáver de jabalí en la entrada lateral del jardín trasero, Haruto, quien era descendiente de la sub-raza rubis, exclamó:

—¡Tachán! Esto es lo que realmente quieren decir con “los cerdos olvidados de Dios que viven fuera de la Gran Mula”.

—Eso es de mal gusto, Haruto.

En la cocina del cuartel, Theo, cuya afición era dibujar, cortó la broma de su compañero de escuadrón mientras vigilaba una olla de mermelada de bayas que hervía y anotaba algo en su cuaderno de dibujo. Tenía el cabello dorado de la sub-raza jade, los ojos esmeralda y, a pesar de haber cumplido dieciséis años ese año, una estatura pequeña y delgada. Haruto, al escucharlo, bajó las manos que había extendido a modo de broma y se rascó la cabeza. Había ido a cazar al bosque cercano, aunque ese día no le correspondía.

—Bueno… Es verdad que no consigo hacer bien ese tipo de bromas. Se suponía que te ibas a reír.

—Me dio náuseas, para serte franco. Pero aún así, tengo que reconocerlo…

Dejando a un lado su cuaderno de dibujo, Theo fijó su mirada en el animal que había traído Haruto. Aunque seguramente lo había traído con su Juggernaut, era muy probable que cargar un jabalí, tan monstruosamente grande él solo, requiriera de mucho esfuerzo.

—Increíble… Es una gran captura.

Haruto rió, alegre, complacido por el cumplido.

—¡¿Verdad que sí?! Al fin y al cabo, ¡esta noche vamos a hacer una barbacoa! ¿A dónde se fue Raiden? Y Anju también. Necesito intercambiar las tareas de cocina hoy.

—Todos intercambiaron. Shin está a cargo de eso hoy. Raiden está en la “ciudad” reuniendo materiales y a Anju le corresponde hoy la tarea de lavandería. El resto de las chicas han ido con ella.

La mirada de Haruto se fijó de repente en Theo.

—Espera. ¿Cuándo ocurrió eso?

—Creo que justo después del desayuno.

—Y ya es casi mediodía.

—Así es.

Aunque tuvieran que lavar la ropa de toda la base, no les llevaría, a seis de ellas, toda la mañana. Y su lavadero estaba en la orilla del río. Además, hoy era un día cálido y claro de primavera. Haruto se emocionó de repente.

—¡Significa que se están bañando! La orilla del río es el paraíso en la tierra ahora mismo, ¿sabes?

—Probablemente debería decirte esto antes de que te envíen al cielo… ¡Todas están armadas!

Haruto se puso rígido en su sitio. Theo suspiró, removiendo la olla con un recipiente de bambú. Al ver que por fin había hervido la comida, apagó el fuego. Justo cuando colocó la tapa, sintió que el para-RAID se activaba. Cuando se alistó por primera vez, le implantaron un dispositivo RAID en la nuca, junto con un manguito del oído que contenía datos etiquetados y enumeraba otras cosas con las que podía resonar. Entonces, llegó la oleada de calor ilusorio que indicaba que ambos dispositivos habían sido activados. Theo apretó el dedo contra el manguito del oído y activó la transmisión de la señal.

—Activar. Ah.

Los ojos de Theo, característicos de los jade, se enfriaron al darse cuenta quién acababa de contactar con él. Entonces, intercambió miradas con Haruto, cuya sonrisa desapareció en el momento en que presionó su propio dispositivo, y se dirigió a la persona que había resonado con ellos.

—Shin… ¿Qué ha pasado?

♦ ♦ ♦

Una parte del escuadrón lavaba la ropa en las orillas de un río que siempre estaba lleno de agua a pesar de su pequeño tamaño. Era cerca de este donde las mujeres del escuadrón jugaban en el agua, retozando y chapoteando entre ellas.

—¿Qué estás haciendo, Kaie? No te quedes ahí, ¡ven ya!

Al ver que su amiga merodeaba a poca distancia y estaba inquieta, Kurena detuvo el juego de la mancha [1] y la llamó. Tenía el cabello corto y castaño, heredado de la sub-raza agate, y unos ojos felinos y dorados, legado de los topaz. Se había quitado la parte superior de su uniforme de campaña y se lo había atado a la cintura, dejando al descubierto hacia el sol su camiseta de tirantes de color canela, y la curvilínea figura que llevaba debajo, pero como todas las demás llevaban la misma ropa, no se sintió avergonzada.

—N-No, yo… Ya sabes, solo pensé que este traje era un poco vergonzoso…

A pesar de sus gestos masculinos, Kaie, la pequeña de la sub-raza orienta de cabello y ojos negros, era inconfundiblemente una chica. Parecía bastante molesta por la forma en que su camiseta de tirantes mojada se pegaba a su piel, avergonzándola. Su cola de caballo, lo suficientemente larga como para parecer que podría caber en la parte trasera del casco de un caballero, se pegaba a su piel y se enredaba por todo el cuello hasta llegar al escote. Era, sin duda alguna, una visión bastante atractiva.

—Quiero decir… ¿Está realmente bien…? Jugar en el agua sin llamar a los demás… ¡Ahhh!

Anju, quien había estado enjuagando su larga melena azul plateada hasta ahora, recogió agua con ambas manos y se la echó a Kaie. No se había quitado la camiseta del uniforme, sino que se había desabrochado la cremallera hasta abajo del ombligo. Una exhibición bastante atrevida, dada su naturaleza modesta. Como sugería el color de su cabello, había obtenido una gran parte de la sangre de la sub-raza adularia, derivada del grupo Alba, pero sus ojos azul pálido de los celesta eran herencia de la abuela de su bisabuela. Esto por sí solo hizo que la República la marcara como una Ochenta y Seis, que daba la máxima importancia  a la pureza de sangre.

—Relájate, Kaie… Está bien; ya hemos terminado la ropa —exclamó Anju y las otras chicas se unieron también—. Ya sabes que Shin sabía de esto cuando nos dio el visto bueno para venir aquí, ¿no?

—Oh, sí. Dijo que hoy iba a hacer más calor de lo normal, y luego sonrió un poco, lo que era inusual —respondió Kaie.

—Es en momentos como este que nuestro capitán con cara de piedra puede ser realmente genial. —Cuando Anju terminó de decir eso, dirigió rápidamente su mirada a Kurena y sonrió con aire de disculpa—. Ah, perdón por no haberme dado cuenta,  Kurena… Tanto tú como Shin no tienen ninguna obligación ahora mismo, así que probablemente deberíamos haber pensado en alguna excusa para dejarlos solos.

—¡¿Q-Q-Qué estás diciendo?! ¡N-No es así en absoluto!

—No entiendo lo que ves en él… Nunca puedes saber lo que pasa por su cabeza.

—Te sigo diciendo que no veo nada en él. ¡No es así!

—Por cierto, ¿qué piensas de él, Kaie? —preguntó Anju.

—¿Quién… Shin? Es bastante guapo. Me gusta mucho su actitud “silenciosa y estoica” —respondió Kaie.

—¿Qué…? ¡¿Kaie?!

Kaie tuvo que reprimir una risa ante la expresión de pánico de Kurena. Era demasiado evidente.

—Bien, bien, lo entiendo. Si ninguna de ustedes lo tiene en el punto de mira, quizás pueda ir a capturarlo esta noche. Es una tradición oriental, ya saben… Una chica se mete en la habitación de un chico en plena noche y…

—¡¿K-Kaie?! No me malinterpretes, no siento nada por Shin, ¡pero no creo que sea una buena idea! Deberías atenerte a esas… eh…, ya sabes… ¡etiquetas de yamato nadeshiko [2] y esas cosas! O sea, lo entiendes, ¿no?

Todas las chicas sonrieron, viendo cómo Kurena se ponía cada vez más nerviosa, y gritaron al unísono:

—¡¡¡Kurena, eres muy linda!!!

Al darse cuenta de que había mordido el cebo, Kurena gritó de frustración:

—¡Estúpidas intimidadoras!

—¡Ah, ahí está el puchero de Kurena!

El matorral junto a ella crujió, y de repente, su compañero de escuadrón, Daiya, salió de él. Daiya tenía el cabello rubio y los ojos azules, típico de la sub-raza sapphira.

También era, por cierto, un chico.

—¡¡¡Kyaaa!!! —gritaron con voz aguda todas las chicas presentes.

—¡Aghhh! —exclamó Daiya al ser bombardeado, tanto por la poderosa arma ultrasónica con la que todas las mujeres fueron bendecidas al nacer como por un aluvión de todos los objetos sólidos posibles al alcance de la mano. Se retiró a la relativa seguridad del otro lado del matorral.

—Oigan, ¡¿qué demonios?! ¡¿Quién acaba de lanzar su arma hacia mí?! ¡Esas cosas están cargadas! ¡¿Están locas?!

—¡¡¡Kyaaa!!!

—¡Aghhh!

Recibiendo un golpe directo de la segunda oleada de bombardeos de las chicas, Daiya se quedó completamente callado. Las otras chicas miraron de reojo a Anju, quien se arreglaba la ropa desaliñada mientras se acercaba a Daiya.

—¿A qué has venido, Daiya?

—Me curaría los huesos rotos si me preguntaras “¿Estás bien?” con una voz bonita ahora mismo, Anju.

—Oh, Dios, ¿estás bien, Daiya, cariño?

—Oh, Dios, lo siento. Perdóname. No lo volveré a pedir, pero por favor deja de hablar en tono monótono con esa mirada inexpresiva. Voy a llorar.

Habiendo subido la cremallera de su uniforme hasta el cierre, Kaie alzó la mirada, confirmando que las otras chicas también habían arreglado sus trajes.

—Ya puedes salir, Daiya. ¿Qué ha pasado?

—Ah, claro. El caso es que hoy he empezado a trabajar como mensajero.

Al parecer, tenía un mensaje para ellas. Kurena hizo un puchero, todavía abrazando la parte superior de su uniforme con los brazos para cubrir su curvilínea figura.

—Podrías haber usado simplemente el para-RAID. ¿Por qué venir hasta aquí para eso?

—Es que… sincronizarse con un grupo de chicas hablando sería incómodo para todos, ¿no? No querrás que me sincronice y te encuentre diciendo algo como “¡Oigan chicas, quiero a Shin!”, ¿verdad?

—¡¿Q-Q-Qué?!

Al escuchar a Daiya imitarla en un tono enfermizamente lindo que nunca usaría en realidad, Kurena se puso roja hasta las orejas. Mientras tanto, las demás chicas, excepto Kaie, comenzaron a charlar.

—No puedo decir que esté de acuerdo con lo que has hecho, pero ese juicio es más o menos acertado.

—A nosotras nos parecería muy divertido, pero la pobre Kurena probablemente se enterraría viva.

—Eso es más o menos lo que pasó, ¿no?

—Espera, ya lo tengo. Deberíamos engañarla para que lo diga la próxima vez y hacer que Shin se sincronice mientras lo hace. Será un espectáculo.

—La reacción de Kurena sería la única parte interesante. Shin no movería ni un músculo, con esa máscara de hierro en la cara.

—¡N-Nunca dije eso! ¡Dejen eso! —exclamó Kurena ante sus comentarios.

—¡¡Kurena, eres tan linda!!!

—¡Ahhh, intimidadores! —gritó Kurena desesperada al escuchar a todos los presentes, Daiya incluido, hablar de esa manera sobre ella.

Con los hombros aún temblando mientras reía, Kaie miró a Daya.

—No, pero realmente, ¿cuál es el mensaje?

La expresión de Daiya se quedó en blanco ante la pregunta.

—Es de Shin.

Ante esas palabras, las expresiones de las chicas se tensaron de inmediato.

♦ ♦ ♦

“No solo de pan vive el hombre”.

Estas palabras habían sido pronunciadas por algún mesías condescendiente hace miles de años, pero Raiden pensó que podría haber algo de sabiduría en ellas después de todo. La vida necesitaba cosas como dulces o café, o incluso algunas menos tangibles como juegos y música, para sentirse realmente gratificante. Los cerdos blancos de la República que los arrojaron a este infierno no sentían la necesidad de dar a su ganado nada más que el mínimo de comida para mantenerlos vivos. Si se tomaba esa frase y se examinaba desde otra perspectiva, significaba que, quitando la calidad de vida, la gente no podía vivir sin comida.

—Muy bien, entonces, Fido. Aquí hay una pequeña prueba para ti.

Frecuentaban las ruinas de alguna ciudad sin nombre cuando hurgaban en busca de alimentos preservados, verduras crecidas, ganado asilvestrado o productos básicos abandonados. En una plaza llena de escombros, el vice-capitán del escuadrón, Raiden, tomó una lata de raciones sintetizadas, que habían recibido de la planta de producción de la base, y la colocó sobre el hormigón junto a un trozo de pan preservado que había encontrado en el almacén de emergencia del ayuntamiento.

Llevaba un uniforme de campaña desaliñado sobre sus extremidades nervudas, y su cabello negro rojizo, prueba de haber heredado la sangre pura de la sub-raza eisen, estaba recortado, mientras que su expresión y sus rasgos tenían un aspecto salvaje y afilado.

Se encontraba frente a un Scavenger conocido. Este torpe robot, que acompañaba a los Juggernauts en el campo de batalla y les suministraba paquetes de energía y munición de repuesto, tenía un cuerpo cuadrado y anguloso y funcionaba sobre cuatro patas. Fido se inclinó, con su sensor óptico, basado en lentes, observando fijamente los objetos que tenía delante.

—¿Cuál es la basura y cuál la comida?

Pi.

Fido extendió de inmediato su brazo de grúa y apartó la ración sintética a un lado. Viendo cómo se alejaba el bulto blanco, Raiden dio un mordisco al pan.

Hasta un maldito robot puede decir que este globo sintético es basura. ¿En qué estaban pensando los cerdos blancos, intentando hacer pasar esto por comida?

Los campos de internamiento y las bases contaban con plantas de producción y fábricas automatizadas, por lo que podían producir todos los productos que necesitaran por sí mismos. El ajuste de tasas de producción y la energía se proporcionaban desde el otro lado a través de cables subterráneos.

Era un sistema de alimentación innecesariamente elaborado y a gran escala, lo que significaba que la República no escatimaba en gastos con tal de no tener contacto real con sus supuestos cerdos. La comida y los bienes producidos por la fábrica eran realmente lo más esencial, y a pesar de llamarse comida, las raciones que recibían cada día parecían explosivos plásticos por alguna razón. Y, ni que decir, tenían un sabor a mierda.

Así que si querían comer algo remotamente decente, tenían que rebuscar en las ruinas abandonadas de hace nueve años, como esta, para conseguir comida y provisiones. Por fortuna, este escuadrón no tenía que preocuparse por hacer patrullas, lo que significaba que tenían mucho tiempo y paquetes de energía para cazar a través de estas ruinas, con los Juggernauts manejando el trabajo pesado.

—Muy bien, Fido, el objetivo  respecto a las provisiones de hoy es cualquier cosa que no sea esa basura. Recoge toda la comida que encuentres y llévala a casa.

Pi —respondió Fido imitando a Raiden.

Se levantó de sus cuclillas, y comenzó a recoger cualquier elemento útil que se pudiera encontrar. Desde trozos de restos de Juggernaut hasta fragmentos de proyectiles usados, recogió cualquier cosa que pudiera ser reciclada y utilizada de nuevo y la cargó en un contenedor que luego transportaría de vuelta a la base. Ese era uno de los trabajos para los que estaban hechos los Scavenger.

Por cierto, Scavenger no era la verdadera denominación de estas máquinas, sino el apodo que se les daba. Al fin y al cabo, recogían las piezas de los Juggernauts aplastados, e incluso de otros Scavengers caídos en combate, y recorrían los campos de batalla en busca de chatarra incluso cuando no había ningún combate. Ninguno de los procesadores se refería a ellos por su nombre oficial, sino que preferían llamarlos como tal, es decir, recolectores de residuos caníbales. Eran a la vez compañeros de confianza que les evitaban tener que preocuparse por quedarse sin munición o energía y, al mismo tiempo, buitres mecánicos que devoraban con avidez los restos de sus hermanos caídos.

Fido era un carroñero que llevaba unos cinco años siguiendo y obedeciendo a Shin. Al parecer, formaba parte de una de las antiguas unidades de este y era uno de los dos únicos supervivientes de una batalla que acabó con todos los demás, siendo el otro superviviente Shin. Al parecer, él llevó a Fido, la única máquina que no había sido completamente destruida, de vuelta a la base, y desde entonces estaban juntos.

Era impensable que una máquina recolectora de residuos tuviera la capacidad de sentir algo tan complicado como la gratitud, aunque tuviera cierta inclinación por el aprendizaje autónomo. Pero Fido parecía haber designado a Shin como el objetivo de mayor prioridad cuando se trataba de reabastecerse y lo seguía sin importar cuántas veces él cambiara de unidad, permaneciendo siempre a su lado en cada salida. Era el tipo de lealtad que uno no podía esperar de otros Scavengers menos complacientes.

A juzgar por su número de modelo, Fido era de principios de la guerra, cuando los Scavengers acababan de ser introducidos en el campo de batalla. Habiendo estado en funcionamiento durante tanto tiempo, probablemente había aprendido mucho más que sus hermanos. Y al ver que lo seguía lealmente, Shin decidió llamarlo Fido. El tipo de nombre que uno podría darle a un perro, como Whitney o Lucky… En definitiva, aquel tipo tenía algunos tornillos sueltos.

Pi.

—¿Hmm?

Raiden se giró para encontrar a Fido, que había estado siguiendo sus pasos, de repente en su sitio. Rastreando la mirada de su sensor óptico, divisó un cadáver esquelético descolorido y desmoronado que descansaba bajo un gran árbol que crecía en un jardín a la sombra de los restos.

—Oh…

Al darse cuenta de que esa era la razón por la que el Scavenger le había llamado, Raiden se acercó al cadáver. Su uniforme se estaba desmoronando, y el rifle de asalto que sostenía en sus manos se había vuelto rojo por el óxido. El hecho de que una placa de identificación colgara de la clavícula del cuerpo dejaba claro que no era un Ochenta y Seis. Probablemente se trataba de un soldado de las fuerzas armadas de la República que había muerto hace nueve años.

Fido, que se mantenía a poca distancia detrás de Raiden, volvió a pitarle. Era el pitido inquisitivo que preguntaba si debía traer algo de vuelta. Para los tiempos sin combate, Shin había enseñado a Fido a dar prioridad a la recogida de las pertenencias de los caídos en batalla, ya que los cerdos blancos habían prohibido deliberadamente la recuperación de sus cadáveres.

Raiden sacudió la cabeza.

—No, está bien… Este tipo ya tiene una buena tumba.

Raiden conocía este árbol. Era un sakura; un árbol de cerezos en flor. Era común en el este del continente, sus flores florecían brillantemente durante la primavera. A principios de esta temporada, toda la base había visitado los árboles de sakura en la carretera principal por sugerencia de Kaie. La visión de los pétalos que revoloteaban, reflejados en la pálida luz de la luna en la oscuridad de la noche, era tan hermosa que evocaba la imagen del más allá.

No tenía sentido enterrar a este soldado en la fría y oscura tierra cuando tenía su propia almohada de flores de cerezo desde la cual podía mirar al árbol de sakura. Podía ser el cadáver de un Alba, pero seguían siendo los restos de un soldado que había muerto en el campo de batalla. Tratarlo como a un cerdo no le parecería bien.

Después de ofrecer una oración silenciosa por el alma difunta, Raiden levantó la cabeza. Un calor ilusorio cosquilleó en la punta de su oreja.

Grupo de caza, ¿me reciben?

—¿Theo? ¿Qué pasa?

La voz era clara, como si estuviera a su lado. La Resonancia estaba dirigida a todos los que exploraban las ruinas, pero Raiden respondió en nombre del grupo.

Cambio de pronóstico. Se avecina un chaparrón.

Los ojos de Raiden se entrecerraron sombríamente. Mientras elevaba la mirada, en dirección al territorio de la Legión, incluso sus agudos ojos apenas podían distinguir la sutil sombra de unos destellos plateados que habían comenzado a extenderse en el cielo. Un enjambre de Legión voladora, con la forma y el tamaño de mariposas, que absorbía y desviaba las ondas electromagnéticas y los rayos de luz visible: los Eintagsfliege. Eran la piedra angular de la ofensiva de la Legión, que se extendía antes de un ataque para confundir e interferir los radares y las comunicaciones, enmascarando todo el peso de la fuerza enemiga.

—¿Cuándo?

Dentro de unas dos horas. Al parecer, la fuerza más cercana a nosotros se reagrupó con otra que estaba detrás de ellos. Probablemente se estén reabasteciendo. Deberían avanzar hacia nosotros en cuanto terminen.

Aunque estaba cerca, la Legión seguía sin estar a la vista, y a estas alturas, ningún radar podría detectar a las fuerzas enemigas. Sin embargo, Theo, o mejor dicho, la persona cuyas palabras estaba transmitiendo, describía la situación como si la estuviera viendo con sus propios ojos.

—Entendido. Volveremos pronto. Chice, Kuroto, han oído eso, ¿verdad? Reagrúpense en la entrada de la ruta doce.

Entendido —respondieron ambos a través del para-RAID.

Esta vez, tampoco hay Shepherd [3], así que probablemente tratarán de forzarnos. Depende de su ruta, por supuesto, pero si les tendemos una emboscada cerca del punto trescientos cuatro, deberíamos ser capaces de acabar con ellos de una sola vez —dijo Theo con rastros perceptibles de una sonrisa. Raiden se dirigió a su unidad, que le esperaba a poca distancia de allí, dando órdenes al resto del grupo de caza. Sus labios también se curvaron en una sonrisa feroz.

—Así que es solo un grupo de White Sheep [4], será como disparar a un pez en un barril.

No sería en absoluto una lucha sencilla, pero las White Sheep que solo seguían tácticas simples eran mucho, mucho más fáciles de derrotar que un ejército dirigido por un Shepherd. Saber de antemano que no venían enemigos terriblemente peligrosos era un gran alivio.

En serio, nuestra Parca realmente es…

Pero ahí fue donde los pensamientos de Raiden se detuvieron. El chico hizo una mueca.

¿Cómo se sentía la Parca de ojos rojos, en realidad, mientras deambulaba por el campo de batalla en busca de su cabeza perdida?

♦ ♦ ♦

Para cuando Raiden y el resto del grupo de caza regresaron a la base, las otras diecisiete unidades ya estaban preparadas para partir. Theo esperaba frente a su propia unidad, cerca de la entrada del hangar, y los saludaba con una sonrisa de gato travieso.

—Llegas taaarde, Raiden. Casi creí que habías pisado una mina terrestre de camino aquí.

—Cállate, no llego tarde. Y no bromees con las minas. Todavía es demasiado pronto.

—Ah… Lo siento.

A Kujo le había explotado una mina autopropulsada. En los dos meses desde que se formó este escuadrón, fue la tercera baja. El índice de muerte de los procesadores era excepcionalmente alto. Cien mil se alistaban cada año, pero dentro de ese año quedaban menos de mil.

Aun así, estaban mejor que sus padres, que tuvieron que lanzarse de cabeza a la lucha. Se dice que en los días en que la única estrategia que tenían era cargar contra la Legión con arcaicos lanzacohetes o explosivos en la mano, cada escuadrón perdía la mitad de sus tropas en un día. En comparación con eso, las pérdidas de este escuadrón no eran tan devastadoras, pero seguían estando en las líneas delanteras. No existía una batalla sin pérdidas. La muerte era lo único que llegaba por igual, y de repente, a todos.

—Estamos todos aquí, ¿verdad? Atención.

Llamados por esa voz tranquila pero sorprendentemente clara, todos enderezaron sus espaldas. Antes de que nadie se diera cuenta, silencioso y solemne como la luna de medianoche, Shin estaba de pie frente al mapa de la primera sala, garabateando notas importantes en un mapa de operaciones dentro de una carpeta transparente. Sus rasgos eran tan pálidos como siempre, y llevaba su icónica ropa de camuflaje y la insignia de rango sobre los hombros que lo marcaba como capitán. Aquel pañuelo azul, que llevaba incluso ahora, era solo una de las razones de su ominoso alias, como si la Parca tratara de cubrir el lugar en el que una vez descansó su cabeza…

—Voy a explicar la situación.

Los rostros de todos los presentes se reflejaron en los fríos ojos rojos de este capitán de escuadrón, que llevaba el nombre de Parca.

♦ ♦ ♦

Una vez terminada la concisa pero clarísima sesión informativa, que detalló desde el número de enemigos hasta sus rutas, pasando por las tácticas que debían emplear, todos los procesadores subieron a sus Juggernauts. Todos ellos eran soldados de mediados a finales de su adolescencia, y la juventud aún era evidente en sus rasgos y físico.

Al insertar las últimas piezas que necesitaban en la cubierta, veintiún sistemas de armas blindados despertaron de su breve letargo: las Armas Blindadas Polipedales [5] Autónomas Pilotadas, M1A4 Juggernauts. Cuatro largas piernas articuladas. Un pequeño torso de aspecto orgánico, que se asemejaba al de una crisálida, con su armadura de color marrón blanquecino como el color de los huesos viejos. Estaba equipado con un sub brazo de agarre, una ametralladora pesada, un conjunto de cable y ancla, y un cañón de ánima lisa, de cincuenta y siete milímetros, montado en el brazo.

Su silueta general se asemejaba a la de una araña que merodea, pero los dos brazos de agarre y su batería principal blandida recordaban la cola y las pinzas de un escorpión. El compañero más cercano de los Ochenta y Seis, así como su lugar de descanso final.

Habiendo elegido las sombras de una iglesia en ruinas de la ciudad como su escondite para la emboscada, Shin abrió los ojos dentro de la apretada cabina de su Juggernaut. Designaron la calle principal como zona de ataque y desplegaron las unidades de cada pelotón, de forma que sus líneas de fuego no se cruzaran.

El primer pelotón de Shin y el cuarto pelotón de Kaie actuarían como vanguardia y fuego de contención, respectivamente, distribuyendose a lo largo de los lados izquierdo y derecho de la calle principal. El quinto pelotón de Daiya se encargaría de las municiones explosivas, y el sexto pelotón de Kurena se encargaría de los francotiradores, bloqueando el borde de la calle con sus Juggernauts.

Incluso sin mirar las pantallas ópticas, Shin podía percibir el tamaño y la formación de la fuerza enemiga. La cabina de un Juggernaut era similar a la de un caza, llena de una multitud de interruptores, pantallas LCD y dos palancas de control a la izquierda y derecha. La mayor diferencia era que, en lugar de un parabrisas de cristal a prueba de balas, la cabina del Juggernaut estaba rodeada por una cubierta blindada, por lo que el piloto no podía ver el exterior de la unidad. Para compensar esto, la cabina estaba equipada con tres pantallas y una holo-ventana que proporcionaba todo tipo de datos, pero esto no ayudaba a mejorar la sensación de oscuridad y claustrofobia que provocaba la cabina.

La unidad enemiga empleaba la formación de diamante, como esperaban; una formación ofensiva típica de libro, en la que el grupo de exploración ocupaba la retaguardia mientras los otros cuatro grupos formaban cada uno un vértice. Aunque la Legión los superaba en número, y en rendimiento, sus tácticas eran simples y fáciles de predecir.

La superioridad numérica que perdía ante la maniobra estratégica era un concepto elemental…, pero esa lógica no se sostenía tan fácilmente contra este enemigo. Este era un ejército con un tamaño que hacía justicia al nombre de Legión; sin embargo, esto era lo habitual para los procesadores. Situaciones como estas, en las que una pequeña fuerza tenía que vencer a un ejército abrumadoramente mayor, considerándose desde un principio circunstancias imprudentes e inútiles, eran el tipo de batallas que los Ochenta y Seis libraban regularmente.

De repente, un pasaje de la Biblia, que alguien le había leído en el pasado, surgió de las profundidades de su memoria.

Alguien…

La última vez que había visto y oído a esa persona estaba borroso en sus recuerdos, así que no podía recordarlo del todo. Todo lo que rememoraba eran las palabras:

—Y Él le preguntó: “¿Cuál es tu nombre?”.

♦ ♦ ♦

Al escuchar lo que Shin susurró a través del para-RAID, que captaba hasta el más mínimo ruido, Raiden se sentó en su cabina, tras haber echado antes las piernas sobre la consola. Como estaba escondido entre los escombros, su pantalla principal estaba teñida por el gris del hormigón, y su pantalla de radar estaba en modo pasivo. Como no estaba en su lengua materna, el idioma de la República, no entendió lo que Shin había dicho.

Dicit ei Legio nomen mihi…

Eso fue todo lo que pudo entender después de sus palabras.

Shin, ¿acabas de citar la Biblia? Eso es espeluznante, amigo. Además, es la peor cita posible que podrías haber elegido —dijo Theo con un tono irritado a través del para-RAID.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Raiden desde su cabina.

El mesías le preguntó al diablo o a un demonio por su nombre, y la respuesta que obtuvo fue: “Yo soy Legión, porque somos muchos”.

Raiden se quedó callado. Definitivamente, no era lo que debía decir en esta situación.

Fue entonces cuando alguien más se sincronizó con el para-RAID.

Controlador Uno a todas las unidades. Siento llegar tarde, me he retrasado.

Una bonita voz, que sonaba como una campana de plata, llegó a sus oídos a través de la resonancia sensorial. Era el nuevo controlador que les habían asignado después de que el anterior renunciara por temor a la Parca. A juzgar por la voz, se trataba de una chica de edad similar.

Las fuerzas enemigas se acercan. Deberíamos interceptarlas en el punto doscientos ocho y…

Undertaker a Controlador Uno. Tenemos la posición del enemigo confirmada. Ya nos hemos desplegado en el punto doscientos cuatro —respondió Shin sin rodeos, y Raiden pudo escuchar un trago al otro lado de la Resonancia.

Eso fue rápido… Buen trabajo, Undertaker.

La controladora parecía realmente impresionada con Shin, pero a Raiden no le sorprendió. Shin y el resto de los procesadores de este escuadrón tenían nombres personales. Un nombre personal era una especie de título otorgado a los veteranos. La mayoría de los procesadores utilizaban indicativos que eran una combinación del nombre de su pelotón y un número durante las operaciones. Solo los veteranos que habían sobrevivido durante un año a los horrores del campo de batalla, y habían conquistado esa tasa de supervivencia del 0,01, recibían ese título.

Eran los que tenían el talento y el carácter del que carecían la mayoría de los procesadores y, lo más importante de todo, poseían la suerte del diablo que les permitía sobrevivir y perfeccionar esas cualidades. Los monstruos bendecidos por el diablo o la Parca. Los que nunca morían o parecían capaces de hacerlo. Aquellos que habían regresado de las puertas de la muerte una y otra vez, superando probabilidades imposibles sin pestañear, y que solo dedicaban una mirada pasajera a sus innumerables camaradas caídos.

Un nombre personal simbolizaba el respeto y la admiración que los demás procesadores sentían por estos veteranos. El mínimo respeto que podían ofrecer a  los héroes que alcanzaron las cimas que otros nunca pudieron alcanzar, y el asombro por aquellos demonios de la guerra que podían luchar mientras pisaban los restos de sus compañeros y de sus enemigos. Todos los miembros del escuadrón Spearhead eran distinguidos portadores de nombre con entre cuatro y seis años de experiencia en combate, lo cual los convertía en los más veteranos y experimentados de todos los procesadores. Lo harían bien, incluso sin esa princesita que los dirigiera desde su castillo.

Pero al mismo tiempo, Raiden estaba un poco impresionado. El punto doscientos ocho sería el lugar óptimo para apostarse si eran detectados por la Legión. Ella había especificado ese punto a pesar de haber sido designada para su escuadrón hace solo una semana. Parecía que esta joven tenía algo más que su buen carácter.

Sonó una alarma de advertencia. Los sensores de oscilación de sus piernas detectaron algo. Una holo-ventana se abrió y se amplió. Por delante se extendía una ligera pendiente al final de la calle principal, bordeada a los lados por los escombros. Una silueta negra cubrió de repente la luz del sol que caía desde la cima de la pendiente y, al momento siguiente, su vista se llenó del color del acero.

Han llegado…

Sus pantallas de radar se llenaron de repente de señales rojas que indicaban la presencia de unidades hostiles. Un ejército de demonios mecánicos marchaba hacia ellos, amenazando con pintar el gris de las ruinas con su color. La Legión se dirigía  en una línea ordenada, dejando espacios de cincuenta a cien metros entre unos y otros. Las unidades más ligeras, los Ameise de tipo explorador, se movían con un silencio que delataba su peso de más de diez toneladas, el ruido superpuesto de su movimiento, como el de los huesos que se rozan entre sí, se fusionaban en lo que sonaba como el susurro de las hojas. Era un espectáculo de otro mundo, impresionante.

Los complejos sensores situados en la parte inferior de sus torsos y las ametralladoras antipersona, siete coma cincuenta y seis milímetros, situadas en sus hombros se movían de un lado a otro mientras avanzaban, desplazándose sobre sus tres pares de patas. El Ameise tenía una forma angulosa, que recordaba a un pez carnívoro.

Con un lanzador de cohetes múltiples de tipo antitanque, de cincuenta y siete milímetros, en la espalda, y con la luz reflejándose amenazadoramente en las cuchillas de alta frecuencia que sobresalían de sus patas delanteras, el Grauwolf [6] de tipo dragón tenía el aspecto feroz de un tiburón con seis patas.

Los Löwe de tipo tanque, con sus armazones de cincuenta toneladas y sus ocho patas articuladas, avanzaban orgullosos con sus opresivas torretas de ciento veinte milímetros de ánima lisa mirando al frente.

Los Eintagsfliege desplegados en el cielo, de tipo disrupción electrónica, proyectaban una larga sombra sobre el campo de batalla mientras sus nubes borraban el sol. Regaban el suelo con partículas plateadas, parecidas a la nieve en polvo, que regeneraban las micromáquinas que servían tanto de sustento como de sistema nervioso de la Legión.

El pelotón de Ameise entró en la zona de ataque. Se acercó al primer pelotón que estaba al acecho y pasó de largo sin darse cuenta. Dirigidos por su vanguardia, el resto de las unidades los pasaron uno a uno, hasta que finalmente el Löwe, que se situó en la retaguardia, entró en el cerco.

Y eso fue todo. Habían entrado en la jaula.

Abran fuego.

A la orden de Shin, todas las unidades fijaron sus miras en los objetivos que les habían sido designados y apretaron el gatillo.

El cuarto pelotón comenzó a acribillar a la vanguardia, mientras el primer pelotón bombardeaba la línea trasera. El blindaje relativamente frágil de los Ameise y las retaguardias ligeras de los Löwe fueron atravesados por los disparos; las unidades se desplomaron, inmóviles y tiesas. Los otros Juggernauts abrieron fuego, atravesando las fuerzas restantes de la Legión, que inmediatamente se pusieron en posición de combate.

Explosiones y estallidos atronadores sacudieron el campo de batalla.

Pedazos de chatarra, y sangre plateada de las micromáquinas, salpicaron el aire con llamas negras consumiendo el fondo. En ese momento, veintiún Juggernauts se retiraron de sus posiciones. Algunos dejaron sus coberturas y siguieron disparando; otros corrieron de cobertura en cobertura, descargando balas desde los flancos y la retaguardia sobre la Legión que intentaba derribar a sus escoltas. Para cuando eso terminó, los primeros Juggernauts ya se habían puesto a cubierto y habían empezado a disparar a los flancos de otras Legiones.

Los Juggernauts eran máquinas de combate sin esperanza y mal construidas. Su endeble blindaje estaba hecho de una aleación de aluminio que era fácilmente penetrada por el fuego de las ametralladoras; su maniobrabilidad era solo ligeramente superior a la de un tanque con ruedas de molino; sus baterías principales eran demasiado débiles para enfrentarse a los Löwe. O bien no hubo suficiente tiempo o suficientes conocimientos tecnológicos para desarrollar adecuadamente un programa de control de crucero para las frágiles patas cuadrúpedas del Juggernaut, ya que los programas de control de crucero requerían una programación más compleja cuantas más patas tuvieran. Sin embargo, en cualquier caso, la presión del suelo sobre las patas era extremadamente significativa. Esto hacía que los Juggernauts del frente oriental, en el que abundaban los pantanos y el terreno blando, tropezaran a menudo

Nadie podía esperar, ni siquiera en sus sueños más salvajes, ver a estas máquinas saltar o rodar, y mucho menos volar como los robots gigantes que uno veía en las películas y dibujos animados. Si el Juggernaut tuviera alguna comparación, los procesadores, con sonrisas torcidas todo el tiempo, dirían que era parecido a un ataúd en movimiento.

El Juggernaut, ligeramente armado, aunque pudiera enfrentarse al Ameise en la batalla, no tenía ninguna esperanza de vencer al Grauwolf o al Löwe de frente. La estrategia común de los procesadores era enfrentarse a ellos con múltiples unidades, aprovechando el terreno y la cobertura, disparándoles a través de sus puntos débiles o en sus vulnerables espaldas. Estas eran las tácticas que les habían transmitido sus predecesores, los Ochenta y Seis que habían muerto en esta tierra, y que habían desarrollado a lo largo de muchas batallas e innumerables sacrificios.

El escuadrón Spearhead había luchado de acuerdo con estas tácticas durante años y ya se había acostumbrado a ellas. Fundamentalmente no necesitaban comunicaciones dentro de los pelotones, ya que cada unidad llevaba a cabo sus procedimientos sin entrar en conflicto con sus compañeros.

Además…

Los labios de Raiden se curvaron en una sonrisa descarada.

Tenían a la Parca protegiendolos.

♦ ♦ ♦

Un Juggernaut que llevaba la marca personal de un esqueleto sin cabeza, Undertaker, corría por las sombras de las ruinas de un edificio derrumbado, evadiendo las líneas de fuego de los enemigos pero sin dejarlos fuera de su alcance. Derribó a la Legión con gran destreza, abatiendo aquellas máquinas de tipo explorador y dragón, y a veces incluso, rodeando a las de tipo tanque y disparando a sus vulnerables puntos débiles, al tiempo que atraía a sus escoltas y los abatía.

El trabajo de Shin consistía en interrumpir la coordinación de las fuerzas enemigas. Al desempeñar un papel de vanguardia, era un hombre clave con una habilidad excepcional en el combate cuerpo a cuerpo, incluso entre otros vanguardistas. Este era su papel dentro del escuadrón y el estilo de lucha que más dominaba. Como su título indicaba, era un segador que decidía quién de sus enemigos moría primero.

Mientras corría por el campo de batalla, su fría mirada, que marcaba los objetivos para una muerte segura, vaciló de repente.

Ah, esta vez tampoco saldrás, ¿verdad?

Ese pensamiento momentáneo y sin sentido fue tragado por el humo negro de su rifle mientras apretaba el gatillo de nuevo. Cuando fijó su fría mirada en su siguiente objetivo, dio instrucciones a sus escoltas dispersos por la ciudad sobre la forma más eficiente de masacrar al enemigo.

—Tercer pelotón, agraven a los pelotones con los que están luchando y retírense hacia el sureste. Quinto pelotón, permanezcan donde están. Abran fuego cuando las fuerzas enemigas entren en la zona de ataque y extermínenlas.

Aquí Perro Negro, entendido… Bruja de las Nieves, si vas a recargar, hazlo ahora mismo —dijo Daiya a través del para-RAID, dirigiendo con tono suave una sugerencia hacia Anju.

Aquí Zorro Risueño. Yo también estoy recargando. ¡No vayas a disparar en esta dirección, Perro Negro! —exclamó Theo.

—Falke. Dirección doscientos setenta, distancia cuatrocientos. Los hostiles están atravesando los edificios y se dirigen en mi dirección —añade Shin, dirigiéndose a Haruto.

Cooopiado… Fafnir, échame una mano —grita Haruto con una sonrisa, solicitando ayuda de Kino.

El sonido de disparos a lo lejos sacudió los escombros. Un grupo de máquinas, de tipo Grauwolf, intentó emboscarlos con una técnica asombrosa, corriendo verticalmente a lo largo de las paredes del edificio, pero fueron reducidos a chatarra por el fuego de las ametralladoras justo cuando intentaban arremeter contra los Juggernauts.

Shin miró a su alrededor, intentando identificar su próximo objetivo, pero su mirada cambió de repente al notar algo.

—Todas las unidades, cesen el fuego y dispérsense.

Fue una orden repentina, pero todas las unidades la siguieron sin inmutarse. Nadie se hizo la estúpida pregunta de por qué; había un tipo de Legión adicional, uno que asomaba su fea cabeza cada vez que otra Legión quedaba entre la espada y la pared…

El aire se llenó de un chillido agudo y estridente, seguido de proyectiles de artillería, aparentemente lanzados desde una gran distancia, que empezaron a aterrizar y a estallar por todo el campo de batalla. La tierra carbonizada se hinchó y estalló. Era el apoyo de artillería de una Legión de tipo cañón autopropulsado de ciento cincuenta y cinco milímetros… Skorpion, una unidad de largo alcance de tipo artillera.

El ordenador de apoyo de Shin calculó a la inversa las trayectorias de los proyectiles y especificó que la posición de disparo estaba a treinta kilómetros al este-noroeste de su posición actual. Sin embargo, esta información era inútil, ya que no disponían de ninguna munición de largo alcance. El enemigo tenía unidades de observación de largo alcance repartidas para señalar dónde caían sus proyectiles, pero tendrían que discernir dónde estaban entre todos los enemigos en el campo y cómo estaban repartidas las unidades enemigas…

Controlador Uno a todas las unidades. Transmitiendo las coordenadas de las unidades de observación de largo alcance ahora mismo. Hay tres objetivos potenciales. Por favor, confirmen los datos y elimínenlos.

Shin levantó la mirada, observando tres puntos que se iluminaban en su mapa digital. Comparándolo con las posiciones enemigas que había percibido, dio sus órdenes al tirador escondido en los edificios cercanos.

—Tiradora, cuatro unidades en dirección a las cero treinta, distancia mil doscientos —ordenó Shin a Kurena.

Entendido. En ello.

—Controlador Uno, el uso de láseres direccionales para transferir datos corre el riesgo de exponer nuestra posición. Transfiera toda la información durante las operaciones solo de forma oral.

—Ah… Lo siento.

—La próxima unidad de observación debería salir pronto. Contamos con usted para localizarla.

Pudo percibir una sonrisa floreciendo en su rostro desde el otro lado de la Resonancia.

¡Por supuesto!

Frunció las cejas al oír la alegría en la voz de la controladora, pero al escuchar el lamento de la alerta de proximidad entre el revuelo de gritos, Shin volvió a centrar su atención en el campo de batalla.

♦ ♦ ♦

Sin tener en cuenta las pérdidas de sus propias fuerzas, una táctica que solo podía emplear en una batalla contra verdaderos autómatas, Raiden corrió por el campo de batalla, evadiendo los bombardeos mientras buscaba su siguiente objetivo. Las líneas de fuego que salpicaban el campo de batalla seguían siendo principalmente las del enemigo. Ser alcanzado por una sola bala de ametralladora significaría una herida mortal, y bastaría con un proyectil de tanque para hacerlo volar en pedazos. Atravesando a hurtadillas las ruinas mientras se apresuraba a ir de una cubierta a otra, descubrió que alguien ya se le había adelantado en este lugar.

Era Undertaker. Habiéndose quedado sin munición, estaba siendo reabastecido por un Scavenger… Desde luego, se trataba de Fido.

—¿De verdad vas a necesitar tanta munición?

Es como disparar a un pez en un barril, ¿verdad? También podemos divertirnos mientras estamos en ello.

Al parecer, había escuchado su intercambio con Theo.

Qué sarcástico…

Pero definitivamente hay más de los que pensaba del tipo tanque… Deben haberse reagrupado con ellos mientras se reabastecían.

Hablaba como si esto fuera tan simple como olvidar el paraguas en casa en un día de lluvia. Raiden no recordaba haber visto nunca a Shin perder la compostura. Este tipo probablemente no cambiaría su expresión ni siquiera a la hora de su propia muerte y seguiría así incluso después.

Tener tan pocos lugares para cubrirse se está convirtiendo en un problema. A este ritmo, analizarán nuestros patrones de movimiento. Tenemos que reducirlos antes de que eso ocurra.

El brazo grúa de Fido terminó de cambiar el último cargador del contenedor…  Al haberse reabastecido por completo, Undertaker se puso en pie.

Yo me encargaré del Löwe. Dejaré a todos los demás y te daré el mando del apoyo a ti.

—Entendido. Undertaker… El viejo Aldrecht te va a hacer pasar un mal rato otra vez.

Pudo percibir una leve sonrisa al otro lado.

Undertaker saltó de las ruinas. Maniobrando hábilmente entre las líneas de fuego, el Juggernaut se abalanzó sobre un grupo de cuatro del tipo tanque a máxima velocidad. Era un acto que iba más allá de la imprudencia, una carrera que cualquiera consideraría nada más que un suicidio. La controladora exclamó, en lo que probablemente era un grito de terror:

¡¿Undertaker?! ¿Qué estás…?

Uno de los Löwe cambió el rumbo de su torreta y disparó. Undertaker giró su unidad ágilmente hacia un lado, evitando con éxito el proyectil. Otro disparo. Otro fallo. Un bombardeo, y otro…, y otro…, y otro.

Deslizándose a través de un aluvión de proyectiles, de ciento veinte milímetros capaces de reducir a polvo tanto al hombre como al arma, Undertaker continuó acercándose al Löwe. No era una hazaña que pudiera realizar simplemente mirando el rumbo de la torreta. Confiando en nada más que en la intuición cultivada por la experiencia, el esqueleto sin cabeza se arrastró hacia él utilizando esta maniobra de pesadilla. La máquina de tipo tanque movió toda su estructura hacia él, como si perdiera los nervios. Se abalanzó sobre él con una velocidad explosiva, y sus ocho patas, armas letales por derecho propio, levantaron la tierra a su paso.

No había sonido en sus pasos mientras se precipitaba hacia adelante con el enorme peso de su estructura de acero detrás de él. Pasando de un estado de inmovilidad directamente a la máxima velocidad en un instante, el Löwe presionó a Undertaker en un abrir y cerrar de ojos. Era la absurda e injusta movilidad que otorgan los potentes amortiguadores y los aceleradores lineales. Ocho patas mecánicas presionaron contra la tierra y saltaron hacia delante. Su intención era aplastarlo ahora mismo; sin embargo…

En el momento siguiente, Undertaker estaba en el aire.

Saltando de manera horizontal, esquivó el ataque de Löwe. Cambiando su rumbo en el aire, saltó de nuevo tan pronto como aterrizó. Aferrándose a la estructura de la Legión, Undertaker utilizó las articulaciones de las patas del Löwe para ganar terreno mientras se desplazaba rápidamente hacia la parte superior de la torreta. Abriendo las piernas en una postura extrema que hizo que se tambaleara hacia delante, Undertaker empujó su brazo armado hacia el blindaje azul acero de la torreta. Apuntando al punto en el que el blindaje del Löwe era más delgado, la parte superior de la torreta, Undertaker disparó.

Un proyectil explosivo anti blindaje de alta velocidad, diseñado para recorrer ocho mil metros por segundo, que tenía desactivado su rango de detonación mínimo, penetró en el blindaje, reduciendo el interior del Löwe a cenizas con una explosión ardiente. Para cuando saltó de los restos humeantes y en ruinas del Löwe, Undertaker ya había puesto la mira en otro objetivo. Atravesando el aluvión de balas disparadas por la ametralladora coaxial del otro Löwe en cortos saltos, Undertaker retrajo una de sus piernas y lanzó un tajo con su brazo de agarre.

Una de las armas disponibles del brazo de agarre era una cuchilla de alta frecuencia. Sin embargo, nadie más que Shin la utilizaría, ya que, a pesar de lo potente que era, su alcance era demasiado pequeño para ser eficaz. El segundo de tipo tanque se derrumbó, y Shin le lanzó otro proyectil a su vulnerable torreta.

Utilizando la unidad derribada como escudo, Shin bloqueó el disparo de un tercer Löwe. Aprovechando el momento en que las llamas bloquearon los sensores del tipo tanque, Shin disparó su ancla de cable contra el techo de una estructura cercana, utilizándola para ascender rápidamente. A continuación, aterrizó en la torreta de la tercera unidad mientras ésta giraba de forma desesperada de un lado a otro, buscando su objetivo perdido, derribándolo a ciegas.

Raiden pudo sentir que la controladora estaba impactada más allá de las palabras al otro lado de la Resonancia. Si la persona que desarrolló este ataúd de aluminio llegara a ver esto, sin duda se desmayaría de puro shock. Raiden entornó los ojos al ver esta hazaña sobrehumana. El Juggernaut nunca fue construido para este tipo de estilo de lucha. Era un trabajo apresurado que carecía de movilidad, blindaje y potencia de fuego, y estaba planeado para ser un arma suicida que apenas podía disparar, en el mejor de los casos. Que una sola unidad venciera a una del tipo tanque, por no hablar de varias seguidas, era inconcebible.

Pero, por supuesto, el precio de tal maniobra era elevado. Llevar a un Juggernaut, que era frágil incluso en el mejor de los casos, al límite de su movilidad significaba que, para cuando la batalla terminara, estaría prácticamente destrozado. Aunque aquellos de tipo tanque servían como punta de lanza para la ofensiva de la Legión, aún había otras unidades que los escoltaban, quienes se agitaban por el Undertaker derribado.

Hasta ese punto, esto aliviaba la carga de Raiden y de los demás, ya que se enfrentaban a todos menos a las unidades del tipo tanque. No obstante, incluso si en última instancia aceleró el final de la batalla, seguía siendo sinceramente un milagro que Undertaker no hubiera muerto todavía. Pero era el tipo de monstruo que había sobrevivido durante cinco años luchando con estos métodos.

Raiden siempre pensó que Shin era demasiado bueno para esta guerra.

Había luchado junto a él durante tres años; Raiden había servido como vice capitán de Shin, lo que significaba que durante todo este tiempo, siempre fue su número dos. Sin embargo, a pesar de que también era un portador de nombre, Raiden nunca podría esperar hacer ese tipo de acrobacias. Nunca podría estar en igualdad de condiciones con él. Esta Parca sin cabeza era, sin ninguna exageración, un héroe de talento inigualable cuando se trataba de batallas. No obstante, no solo tenía la suerte del diablo cuando se trataba de sobrevivir. Con el tiempo suficiente y el equipo adecuado, sin duda podría ser la clave para aniquilar hasta la última Legión de la faz del continente. Así de simple era su habilidad sin comparación.

Pero mientras tenía suerte cuando se trataba de sobrevivir al conflicto, tenía mala suerte en otros aspectos. Tuvo la mala suerte de nacer en la época equivocada y durante la peor guerra sangrienta posible. Si hubiera nacido en un pasado lejano, en la época de los caballeros, sin duda habría acabado siendo el protagonista de algún mito que habrían cantando las generaciones posteriores, y su vida habría acabado con la muerte de un héroe en un campo de batalla donde los humanos luchaban contra otros humanos. Pero tal sueño era simplemente eso: un sueño.

Su destino ahora era morir en un rincón desconocido de un campo de batalla, desechado como herramienta agotada; despojado de sus derechos y de su dignidad humana, sin una tumba en la que descansar ni un nombre, ni un honor que grabar en sus inexistentes lápidas. Al igual que sus millones de hermanos que habían muerto en el campo de batalla, lo máximo que podían hacer era encomendar sus esqueletos a los demás.

La niebla de Eintagsfliege se disipó y la luz del sol volvió a brillar sobre ellos. La Legión restante comenzó a retirarse, ayudada por la cobertura del bombardeo del tipo Skorpion. Estas frías y despiadadas armas autónomas nunca enloquecían de venganza, sin importar cuántos de sus compañeros fueran destruidos. Una vez que sus bajas superaban un determinado umbral, se limitaban a concluir que su objetivo no podía ser alcanzado y cesaban rápidamente todas las hostilidades para retirarse lo antes posible.

Los rayos del sol poniente acentuaban la silueta de Undertaker, que se encontraba entre los restos del Löwe. Era una visión hermosa y sobrecogedora, como la luz de la luna reflejada en el filo de una vieja espada.

♦ ♦ ♦

Los días en los que no había que realizar asaltos o patrullas nocturnas, las pocas horas que transcurrían entre la cena y el apagado de las luces eran tiempo libre. Tras terminar de ordenar la cena, Anju regresó a servirles a todos el café, para encontrarlos celebrando un torneo de tiro al blanco frente al hangar.

—¡Un tiro al Rey Oso y dos al Señor Conejo! La puntuación total de Haruto es de siete puntos.

—¡Aaah, he fallado dos disparos, maldita sea! Dios, usar armas de mano no se siente bien…

—¡Alto allí, tenemos a Fido viniendo con un desafío! ¿Cómo será la habilidad de Kino en comparación?

—Vamos, no puedes hablar en serio… ¡Uf! ¡No puedo tomar un descanso! ¡Siguiente! ¡Siguiente persona!

—Oh, ¿es mi turno? Hmm… ¡Kaie Taniya, aceptando el reto!

—Bien, ¡son dos puntos!

—Vaya, fueron los cinco tiros al centro. No está mal, Raiden.

—Uf, no hay manera. Eso es una locura.

—¡Pequeño descarado…! ¡Vamos, Kurena! ¡Muéstrales el milagro de un verdadero tirador!

—Bien, los voy a dejar boquiabiertos. Fido, no te limites a alinearlos. ¡Lánzalos!

—¡¡¡Wow!!! —exclamaron todos los presentes al unísono.

—Maldita sea, Fido se siente sádico hoy. Ahora los pone en forma de torre. Subiendo la dificultad, ¿eh?

—Vamos. Es tu turno, Shin.

—Mm.

—Santo cielo… ¡Lo ha superado en un solo intento! Casi no es divertido cuando sigues haciendo eso cada vez.

Usando las latas vacías del servicio de cocina de ese día como blancos, todos dispararon con sus armas personales. En lugar de dianas, Theo garabateó simpáticos animales en las latas con un rotulador, y Fido recogió las latas caídas y las reorganizó en forma de torre o pirámide. Al contemplar aquel bullicioso espectáculo, Anju sonrió cálidamente.

Fue una cena abundante. Asaron el jabalí que habían cazado y lo sirvieron con salsa de grosellas recogidas en conjunto en el bosque. También había una ensalada hecha con verduras del jardín trasero y una sopa cremosa hecha con leche enlatada y setas. Era demasiado abundante para comer en el comedor, así que sacaron una mesa al exterior, y como las personas encargadas de cocinar no podrían hacerlo solas, todo el mundo colaboró.

Era divertido, y lo era porque lo hacían todos juntos. Ver a todos así la hacía feliz.

Sin molestarse siquiera en comprobar si había dado con las latas vacías, Shin se alejó de la conmoción y empezó a hojear un libro. Anju le puso una taza de café delante.

—Gran trabajo el de hoy.

Su única respuesta fue mirarla brevemente antes de volver su mirada al libro. Dejando la bandeja llena de tazas de café con Daiya, que se había fijado en ellas y acercado a esta, Anju sacó una silla frente a Shin y se sentó. Echó una ojeada al grueso libro que Shin estaba leyendo y sonrió ante la encantadora visión del gatito negro, con manchas blancas, que tenían en el barrancón jugueteando con las páginas.

—¿Es interesante?

—No mucho. —Tal vez al darse cuenta de que su respuesta era probablemente demasiado cortante, Shin hizo una pausa y luego abrió la boca para hablar de nuevo—: Concentrarse en algo hace que no lo escuche tan fuerte.

—Ya veo… —dijo Anju, con una sonrisa de dolor en los labios.

Esto era lo único por lo que no podían consolarlo.

—Gracias. Tú siempre…

De repente, un calor ilusorio cosquilleó en su dispositivo RAID.

Controlador Uno a todas las unidades. ¿Están libres en este momento?

La voz de la controladora sonó. Desde su nombramiento hace una semana, ella había intervenido diligentemente cada noche después de la cena para un breve intercambio.

—No hay problemas por nuestra parte, Controlador. Buen trabajo hoy —Shin respondió en nombre de todos.

Curiosamente, el gatito había intentado batear las páginas justo cuando Shin intentaba leer, así que levantó el libro con el gato colgando de él. Todos los demás, que habían estado de fiesta un momento antes, se apresuraron a sacar las balas de sus pistolas y colocarlas en sus fundas. A los Ochenta y Seis no se les permitía llevar armas de fuego pequeñas, para evitar una insurrección. Nunca hubo inspecciones, y casi todos los escuadrones las habían conseguido en pueblos abandonados o instalaciones militares cercanas.

Sí, un trabajo increíble por tu parte también, Undertaker… ¿Estaban jugando a algún tipo de juego? Perdonen si los he interrumpido.

—Solo estábamos matando tiempo. No hay necesidad de preocuparse por ello.

Cualquiera que no quisiera participar en estas charlas era libre de cortar la conexión, como les dijo el controlador en su primer día. Shin habló mientras observaba cómo varios de sus compañeros de escuadrón cortaban de inmediato la conexión y volvían audazmente a un concurso de lanzamiento de cuchillos. Raiden, Theo, Kaie y algunos otros se sentaron a su lado, bebiendo café en sus tazas.

¿Estás seguro? Parecía que se estaban divirtiendo… allí.

Pudieron sentir que la controladora se incorporaba en su silla, invocando la sensación de que los estaba mirando directamente.

Undertaker, tengo algunas quejas para ti hoy.

Se sintió más como la reprimenda de un presidente de clase diligente que como el regaño de un oficial al mando. Shin siguió sorbiendo su café, sin inmutarse, demostrando que no se tomaba especialmente en serio nada de lo que tenía que decir la controladora del otro lado de la señal.

—¿Sobre qué?

Los registros de batalla del pelotón. El hecho de que me enviaras los que no eran correctos no fue un error. Cuando intenté leerlos… todos eran el mismo informe.

Shin levantó ligeramente los ojos.

—Espera, ¿estás diciendo que los has revisado todos?

Todos desde que fuiste nombrado capitán de Spearhead.

—¿Qué demonios…? ¿Todavía estás haciendo eso?

Shin ignoró la sorprendida reacción de Raiden, que no pudo contener su asombro.

—No sé qué esperas ganar con saber lo que pasa en el campo. Esos informes me parecen inútiles.

Analizar las tácticas y las formaciones de la Legión es el trabajo de un Controlador. —Habiendo dicho eso de forma cortante, esta suavizó su tono—. Sé que descuidaste su envío ya que nadie se molestaba en leerlos. Eso fue una negligencia por nuestra parte, así que no lo cuento en tu contra. Pero, por favor, envíalos como es debido a partir de ahora, porque los leeré.

Qué molestia.

Shin abrió la boca para hablar con ese pensamiento en su mente:

—No sé escribir ni leer muy bien.

—Qué cojones tienes, te lo juro…

Ignorando el susurro de Daiya, Shin volvió a hojear las páginas del libro. La controladora, por supuesto, no lo sabía ya que no estaba allí. La vergüenza se mezcló en su voz al darse cuenta de que muchos procesadores colocados en los campos de internamiento a una edad temprana nunca recibieron una educación adecuada.

O-Oh, lo siento… Pero en ese caso, es aún más importante que te acostumbres a escribir. Piensa en los informes como una práctica. Estoy segura de que te ayudará.

—¿Lo hará, ahora?

La controladora estaba claramente abatida. Theo resopló, como si quisiera decir que sabía leer aunque fuera, y lanzó el cuchillo que sostenía, derribando una lata con el dibujo de una linda princesita cerdita. Kaie ladeó la cabeza con curiosidad, aún sosteniendo su taza con ambas manos.

—Pero es útil para ti, Undertaker. Tu afición es la lectura, después de todo. ¿No es eso que estás leyendo ahora un libro de filosofía? Me parece muy complicado —comentó Kaie, sin notar la atmósfera.

Un pesado silencio flotó al otro lado de la Resonancia.

¿Undertaker?

Sus palabras eran tan suaves como antes, y probablemente había incluso una sonrisa en su rostro, pero había una extraña especie de presión en su voz.

—Está bien… Lo entiendo.

Por favor, envíame los informes de todas tus patrullas hasta ahora, ¿sí? Y los informes de combate, también. Todos ellos.

—¿Servirán los archivos de datos de la grabadora de la misión?

No. Informes escritos a mano, por favor.

Shin chasqueó la lengua. Kaie, que se había asomado a lo que ocurría, dio un grito de sorpresa y su coleta se levantó. Juntó las manos e inclinó la cabeza en señal de disculpa, pero Shin hizo un gesto con la cabeza como para decir que ella no le había obligado a hacerlo.

¡Dios mío! —dijo la controladora con un suspiro y, de repente, recordó por qué aún no había terminado la transmisión. Conteniendo su ira, continuó con seriedad—: Si analizamos los datos de las operaciones, tal vez podamos idear contramedidas respecto la Legión. Y sus datos son aún más importantes, porque son veteranos. Reduciría el índice de bajas en todos los frentes y los ayudaría a ustedes también, así que, por favor, colaboren conmigo en este asunto.

Shin no dijo nada, y la controladora guardó un triste silencio. Entonces, habló alegremente, intentando romper el tenso ambiente:

Por cierto, las fechas de esos documentos eran bastante antiguas. ¿Los recibiste de alguien? ¿O los has estado enviando desde entonces?

—Sí, este tonto ha estado enviado informes falsos desde hace mucho tiempo, Controlador Uno. Lleva haciéndolo desde antes de que lo conociera.

Raiden se unió a la conversación burlonamente, pudiendo sentir cómo la controladora parpadeaba con una expresión de desconcierto.

¿Conocías a Undertaker antes de unirte a este escuadrón, Hombre Lobo? —le preguntó la controladora a Raiden.

Kaie se encogió de hombros y dijo:

—La mayoría de nosotros somos así. Perro Negro y Bruja de Nieve han estado en la misma unidad desde que se alistaron, y yo me uní el mismo año que Falke. Zorro Risueño y Pistolera estuvieron en la unidad de Undertaker y Hombre Lobo durante dos años… ¿Y creo que ustedes también se conocieron hace dos años?

—Tres años —respondió Raiden, y la controladora guardó silencio por un momento.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que fueron reclutados?

—Cuatro años para todos, creo. Undertaker es el que más tiempo lleva aquí. Cinco años.

Una vez más, la alegría se mezcló en la voz de la controladora.

En ese caso, casi has completado tu servicio, Undertaker. ¿Has pensado en lo que harás una vez que te den el alta? ¿Algún lugar al que te gustaría ir? ¿Algo que te gustaría ver?

La mirada de todos se fijó en Shin. Sin levantar los ojos de la página, respondió secamente:

—La verdad es que no. Nunca he pensado demasiado en ello.

O-Oh, ya veo… Pero creo que deberías empezar a pensar en ello. Puede que encuentres algo que quieras hacer. Creo que eso estaría bien.

Shin sonrió débilmente. El gatito, que dormitaba en su regazo, movió las orejas y lo miró.

—Sí, tal vez sí.


[1] Es un juego tradicional de Argentina. Se basa en que un jugador, conocido como la “mancha”, toque a los demás. Si un jugador es tocado por la “mancha”, pasa a ser la nueva “mancha”.​ En otros países se le llama “pilla y pilla” (España) , “la traes” (México), “la ere” (Venezuela) o “la tiña” (Chile).

[2] Yamato Nadeshiko es un término japonés que significa “personificación de una mujer japonesa idealizada”, o “el epítome de la belleza pura y femenina”. Los valores de Yamato Nadeshiko incluyen lealtad, habilidad doméstica, sabiduría, madurez y humildad.

[3] Shepherd: es la Legión que ha adoptado la estructura cerebral no descompuesta de humanos vivos o recientemente muertos, capaz de una inteligencia y liderazgo humanos completos.

[4] White Sheep: La Legión que aún no ha sustituido sus procesadores centrales.

[5] El prefijo poli-, de origen griego, equivale al latino multi- (de multus) e indica pluralidad o abundancia.

[6] Grauwolf: máquinas de tipo dragón; equipadas con cuchillas de alta frecuencia y cohetes antitanque guiados de 76 mm. A pesar de ser más grandes que los Ameise, son mucho más móviles, siendo lo suficientemente rápidos como para correr por paredes verticales, pero a costa de no tener casi ningún blindaje, y pueden ser inutilizados incluso por las ametralladoras de 12,7 mm de un Juggernaut.

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