Ochenta y Seis – Volumen 1 – Capítulo 05: La maldita gloria para el escuadrón Spearhead

Traducido por Lucy

Editado por Lugiia


Aquel día, también hubo muchos Black Sheep durante la batalla. Una vez terminada la misma, Lena tomó una larga y forzosa bocanada de aire, luchando de forma desesperada contra las ganas de vomitar; por otro lado, los procesadores apagaron de forma sucesiva sus para-RAIDs mientras emprendían el camino de regreso. No obstante, Lena se sorprendió al ver que alguien seguía conectado.

Si es tan duro para ti, déjalo ya.

La voz de Kurena era cortante, dejando muy claro que no hablaba por preocupación.

Nos da igual que estés aquí, y que nos mandes no cambia mucho a largo plazo. En todo caso, que te vuelvas loca a través de la Resonancia cuando ni siquiera estás aquí presente es solo una distracción.

El hecho de que tuviera razón molestó a Lena, pero se alegró de que Kurena le hablara, aunque solo fuera para reprocharle.

—¿No es duro para ti también…? —preguntó Lena tras entrar en razón.

Kurena y los demás nunca cortaron la Resonancia, aunque las voces fueran agónicas. La infalible capacidad de Shin para saber siempre dónde estaba la Legión y dónde atacaría era inestimable en el campo de batalla, pero eso no tenía que extenderse al resto del escuadrón. Sintió que Kurena se encogía de hombros ante su pregunta.

La verdad es que no, estamos acostumbrados. Incluso sin Shin proyectándolos, los Controladores como nosotros oímos muchos gritos de agonía.

En contraste con su actitud indiferente, había un claro escalofrío de emoción en el tono de Kurena. No era miedo, sino rabia, arrepentimiento y amargura… Sentimientos oscuros.

Volar en pedazos junto a tu Juggernaut y tener una muerte instantánea es probablemente la mejor manera de morir que podemos esperar. Todos hemos visto a demasiados amigos a los que les han arrancado las extremidades, o raspado la cara, o quemado cada centímetro de su cuerpo hasta convertirlo en cenizas. Incluso les han abierto el estómago para que se les derramen las tripas. En comparación con eso, las voces no son nada especiales.

No obstante, Lena pudo notar que, al contrario de lo que intentaba proyectar, Kurena estaba sufriendo. Como si retuviera el dolor y las lágrimas. Se dio cuenta de que la chica estaba de pie, en aquel lejano campo de batalla, mordiéndose el labio con frustración. Podía sentir cómo le rechinaban los dientes.

Todo es igual en el primer distrito… No importa quién muera, ninguno de nosotros puede verlo ya como algo inusual.

—Cierto…

Aunque el escuadrón Spearhead tenía originalmente veinticuatro miembros, el otro día habían perdido a alguien más, reduciendo sus filas a trece.

♦ ♦ ♦

Raiden arrojó la radio rota, que era probable que nunca fuera reparada, al horno de reciclaje de la fábrica.

Mientras todos estaban en la sala como grupo, Lena se conectó a través del para-RAID, a la misma hora de siempre, para darles de manera amable las buenas noches.

—Le oímos alto y claro, comandante… Me disculpo de antemano por el festival de salchichas.

Lena parecía bastante sorprendida, lo cual era comprensible, dado que fue Raiden —y no Shin, el sospechoso habitual— quien le respondió primero.

Hmm…, ¿le ha pasado algo al capitán Nouzen?

Theo se burló de sus palabras, con su cuaderno de dibujo en la mano.

—¿Alguien le ha dicho alguna vez que es tan rígida como una tabla, comandante Milizé? Sabe que nuestros rangos están solo de adorno.

El líder del escuadrón era un capitán, seguido por su vicecapitán, que era un teniente; los jefes de pelotón eran subtenientes; luego, los miembros del pelotón eran cadetes. Se les dio un rango para aclarar la cadena de mando en el escuadrón, pero ninguno recibió la autoridad, el trato o el salario que su rango debería haberles otorgado. Todos los procesadores del escuadrón eran portadores de nombres que habían sido capitanes y vicecapitanes en sus anteriores escuadrones, por lo que, dependiendo de su asignación, muchos fueron “degradados” de capitán a teniente, a subteniente, e incluso a cadete.

La respuesta de Lena, sin embargo, fue tajante. A Raiden le hizo gracia lo descarada que se había vuelto en el último tiempo.

Usted y el teniente Shuga siguen llamándome comandante, ¿no es así, subteniente Rikka? No veo qué tiene de malo que me refiera a usted de la misma manera.

—Es cierto… —dijo Theo con una sonrisa de satisfacción.

Había dicho que podían llamarla Lena, pero nadie lo hacía. Al darse cuenta de la reservada intención que había detrás de eso, Lena insistió en mantener las formalidades, dirigiéndose a ellos también como sus subordinados. Aunque podían mantener conversación, su relación no era una en la que pudieran llamarse por su nombre. Era una línea invisible que habían acordado trazar, porque cualquier intento de parecer amigable sería una farsa, ya que, fuera como fuera, su relación era de opresor y oprimido.

Entonces…, ¿le pasó algo al capitán? No me digan que sucedió algo durante la batalla de hoy…

—Oh, no, nada de eso.

Raiden encontró su mirada vagando hacia la pared que separaba su habitación de la adyacente. Todos, excepto Anju y Kurena, se habían reunido con él. Sin embargo, no era la habitación de Shin, como siempre, sino la de Raiden. No se oía ni un solo ruido de la habitación de Shin, a la que le faltaba una fina pared.

—Solo está dormido. Está agotado.

Ya había empezado a adormecerse cuando cenaron, y cuando Raiden terminó la tarea de limpieza y revisó su habitación, Shin estaba tirado sobre la cama. Raiden se había limitado a: tomar al gatito, quien maullaba su descontento, colocar una fina manta sobre Shin, y salir de la habitación de la forma más silenciosa que pudo. Shin podía decir que estaba acostumbrado, pero oír a la Legión cada vez que se despertaba —o incluso cuando no lo hacía—, le pesaba.

Como resonaban con él a un ritmo de sincronización mínimo, lo que podían oír no coincidía con exactitud con lo que Shin escuchaba, así que Raiden y los demás no tenían forma de saber en qué clase de infierno vivía. Lo único que sabían era que una vez hubo un controlador que había resonado con él con la tasa de sincronización al máximo y que se había suicidado inmediatamente después.

Dicho controlador había sido el tipo de escoria que disfrutaba torturando a sus procesadores dándoles órdenes absurdas que terminaban matándolos y engañando a los inexpertos recién llegados, enviándolos a la muerte. Shin había dicho que era molesto y un estorbo; además, Shin le había solicitado a los demás que no resonaran con él durante la siguiente batalla, así que el único que se conectaría sería el controlador. El controlador no volvió a conectarse después de esa batalla, y al día siguiente, los policías militares llegaron y les dijeron que se había suicidado. Fuera lo que fuera lo que había llevado a ese controlador al suicidio, ese era el mundo en el que vivía Shin. Para colmo, los últimos acontecimientos dentro del escuadrón Spearhead también habían sido duros para él.

Estoy segura de que al capitán le pasa lo mismo…, pero la carga de todos ustedes ha ido aumentando últimamente… Y al ir una misión tras otra, cada vez son más los que mueren en acción…

—Sí…

Solo pudo pronunciar una breve afirmación ante el lamento de Lena. No era solo Shin. Todo el escuadrón estaba agotado, ya que las batallas se habían vuelto más frecuentes y mucho más duras. El escuadrón de Spearhead contaba con veinticuatro procesadores cuando se estableció por primera vez y desde entonces había perdido once miembros. Ya se había reducido a casi la mitad; cualquier otro escuadrón habría sido considerado aniquilado y sus miembros habrían sido reasignados a otras unidades.

La frecuencia de sus salidas contra la Legión no estaba disminuyendo, pero sí el número de unidades que tenían, lo que significaba que la presión individual sobre todos y cada uno de ellos estaba creciendo de forma gradual. Se estaban acercando con rapidez a un estado en el que no tenían suficientes manos en la cubierta para manejar el tamaño de las fuerzas enemigas, y la fatiga les estaba haciendo cometer errores y equivocaciones. Era un espiral vicioso en el que la falta de personal solo causaba más muertes.

Y a pesar de ello, aún no habían recibido los reemplazos para suplir al grupo de Kujo, los tres primeros que habían muerto en febrero. Lena se mordió el labio y habló con ánimo.

Apresusaré el tema de los refuerzos. Haré todo lo posible para que den prioridad a este lugar a la hora de enviar nuevos procesadores.

Haruto lanzó una mirada en su dirección. Raiden exhaló con fuerza.

—Sí. Tú haz eso.

Este escuadrón está vigilando una posición defensiva crucial. Deberíamos tener derecho a que se nos diera prioridad a la hora de reabastecernos y al personal. Por el momento, pediré a otras unidades cercanas que les den refuerzos… Así que, por favor, aguanten un poco más.

—Sí…

Sintió con la cabeza de forma vaga y evasiva. En el borde de su visión, pudo ver a Theo y Haruto encogerse de hombros con desánimo.

♦ ♦ ♦

—Oye, Anju… Ya sabes…

Solo Kurena y Anju estaban en el cuarto de baño. La voz de Kurena llegó mientras vertía agua caliente sobre Anju, quien se lavaba de forma diligente el cabello plateado.

—¿Hmm?

—Creo que deberíamos dejar de hablar con ella ya.

Anju la miró con alegría por alguna razón.

—¿Tan preocupada estás por la comandante?

—Tch. —Kurena sacudió la cabeza, nerviosa. ¡¿Qué demonios le estaba preguntando?!—. ¡Como si lo estuviera! ¿Por qué debería preocuparme por esa mujer? Solo pensé que le debíamos eso porque no le tenía miedo a Shin… —murmuró malhumorada esa última frase en un susurro.

Todavía la odiaba. Sus tópicos seguían haciendo que a Kurena se le revolviera el estómago; pero al menos podía respetar el hecho de que no había tratado a su amigo como un monstruo.

—Ni Shin ni Raiden quieren decírselo. Nadie quiere. Y si alguien se lo dijera, ya no se molestaría en resonar con nosotros. Todos estaríamos mejor por ello.

—Es cierto… Kaie dijo eso, ¿recuerdas? “No eres una mala persona…, así que no deberías involucrarte con nosotros”. No obstante, creo que por eso Shin y Raiden no se lo dicen. Probablemente piensan que solo la lastimaría.

Kaie ya no estaba con ellos. Siempre se avergonzaba de su físico sin curvas en la ducha, y las otras chicas se burlaban de ella. Esa chica pequeña, ágil como un gato. Las otras chicas siempre chillaban sobre temas que nunca podrían discutir con los chicos. Todos se habían ido. Y ahora eran las únicas que quedaban. El escuadrón había tenido seis chicas inicialmente, pero todas, excepto Kurena y Anju, habían muerto en la batalla.

Al darse cuenta de algo, Kurena levantó la mirada.

—Dime, Anju…

—¿Hmm?

—¿De verdad está bien…?

Las manos de Anju, que estaban ocupadas atendiendo su cabello, se detuvieron. Se encogió de hombros. Era la primera vez que Kurena se duchaba con Anju en el año que se conocían. Anju nunca había dejado que nadie del escuadrón la viera desnuda, ni siquiera otras chicas.

—Sí. Después de todo este tiempo, debería estar bien… Supuse que no había que ocultarlo ahora, cuando somos las únicas dos que quedamos.

Su piel blanca y expuesta era visible a través de la gasa húmeda y transparente. Aunque tanto su carne como la de Kurena no carecían de cicatrices, viejas y nuevas, había varias cicatrices llamativas en la espalda de Anju que no parecían ser el resultado de un combate. Kurena apartó la vista de una cicatriz que parecía una letra grabada en la espalda de su compañera, que asomaba por donde se separaba su larga caballera, pero aún podía distinguir las palabras “hija de puta”.

Por las venas de Anju corría sangre Alba. Mientras tanto, su sangre Caerulea provenía de un antepasado lejano.

—Sabes, Daiya, él… Cuando nos conocimos dijo que mi cabello era bonito. Se dio cuenta de que me lo estaba dejando crecer para ocultar algo, pero dijo que era bonito y que debía dejarlo crecer.

Aunque comenzó serena al principio, su voz se quebró a mitad de camino, a pesar de todos sus esfuerzos por mantener la compostura. Sus pálidos labios temblaban como una criatura indefensa mientras intentaba forzar una sonrisa en su rostro.

—Y ahora Daiya se ha ido. Así que pensé que preocuparse más por esto no tendría sentido…

Kurena pensó que iba a llorar, pero Anju mantuvo la compostura. Se peinó el cabello mojado hacia atrás, y para cuando volvió a mirarla, su habitual sonrisa amable volvió a adornar su rostro bondadoso.

—¿Y tú, Kurena? ¿No quieres decírselo?

No dijo qué ni especificó a quién. No era necesario. Kurena bajó la mirada.

—Sí…, pero no creo que tenga derecho a decirlo.

Cuando fue asignada por primera vez bajo su mando, estaba de verdad asustada. Siempre había oído los rumores sobre la Parca sin cabeza y de ojos rojos que dominaba las líneas del frente oriental. Los portadores de nombres eran aquellos que vivían mientras sus compañeros morían a su alrededor, como si bebieran la sangre de sus compañeros para sobrevivir. Por eso, cuando alguien recibía este temido segundo nombre, solía ser uno que enfatizaba esta naturaleza peligrosa y aterradora.

Sin embargo, incluso entre otros portadores de nombre, el de Shin destacaba. Undertaker. Un nombre que se ajustaba al que siempre estaba más cerca de la muerte pero nunca moría, siempre enterrando a alguien. La Parca que siempre conocía el campo de batalla mejor que nadie. Se rumoreaba que todos los que luchaban en el mismo escuadrón —excepto el que llevaba el nombre de Hombre Lobo— morían de forma inevitable. Tal vez invocaba a la muerte, como su nombre implicaba. O tal vez utilizaba a sus compañeros como escudos.

El hecho de que siempre había luchado en las zonas disputadas, donde los combates eran más encarnizados, desde su primera asignación en el escuadrón, era algo que Kurena solo aprendió muchas operaciones después. A uno de sus compañeros le voló la mitad inferior por una mina autopropulsada. Sufrieron una terrible agonía, pero no murieron, y a nadie se le ocurrió que hacer. Solo Shin se arrodilló junto a ellos. Kurena también había intentado ir, pero Raiden la detuvo.

Kurena había mirado sin comprender cómo Shin sacaba una pistola. Llevaban pistolas para defenderse y por si acaso era necesario suicidarse. Sin embargo, solo entonces supo que había otra razón.

Sé que es difícil, pero tienes que hacerlo. Intenta recordar un momento en el que fuiste feliz.

Una sonrisa jugó en el rostro agonizante de su camarada. Sus labios temblaron mientras susurraba:

Oye. Prométeme… que me llevarás contigo.

Sí.

Shin acarició el rostro de la pobre alma con una mano resbaladiza por la sangre, las vísceras y los escombros, con una expresión tan estoica y compuesta como siempre. Era el espectáculo más hermoso y solemne que Kurena había visto jamás. Por fin, comprendió por qué Raiden y algunos de sus compañeros de escuadrón lo llamaban a veces “nuestra Parca”.

Él los llevaba. Los nombres de sus compañeros muertos, sus corazones y sus almas. Nunca descuidaba ni dejaba a nadie atrás, los llevaba consigo hasta llegar a su destino final. Era la salvación más notable e insustituible que los procesadores podían esperar recibir. Ellos, que vivían en un campo de batalla donde el mañana no estaba garantizado, sabían que nunca se les prepararía una tumba. Ella lo anhelaba. Desde el fondo de su corazón. Aunque muriera, saber que él la llevaría consigo la hacía feliz y le quitaba el terror.

Fue entonces cuando empezó a pulir su habilidad con el arma, que ya estaba muy por encima de la media. Para que la próxima vez que ocurriera algo así, fuera lo suficiente fuerte como para hacerlo sola. Y también, porque aunque estuviera destinada a morir algún día, quería ser capaz de luchar aunque fuera un poco más.

Pero…

Al girar el grifo para cerrar la ducha, Kurena levantó la vista. Sabía, como mínimo, que nunca podría ser ella. Mientras estuvieran en este campo de batalla, ella nunca podría hacerlo. Nunca podría ser como su Parca, que se los llevaría a ellos y a todos sus compañeros caídos, sus corazones, a su destino final.

No obstante, si Shin se llevaría sus corazones, ¿quién se llevaría el suyo…?

♦️ ♦️ ♦️

—Oye, Ochenta y Seis. Por aquí también.

Una vez al mes, las mercancías que no podían hacerse en la fábrica automática o en la planta de producción les eran entregadas por avión desde más allá del muro. El personal de transporte, que acompañaba a Shin mientras firmaba el recibo y comparaba la lista de inventario con el contenido del contenedor, levantó su voz altiva y arrogante.

Este oficial, que era visiblemente escuálido y de aspecto sórdido incluso a pesar de su uniforme, iba acompañado de dos soldados armados con rifles de asalto, que era probable que llevaran solo para intimidarle y amenazarle. Eso estaba bien, pero uno de los soldados de atrás todavía tenía puesto el seguro en su rifle, que seguro ni siquiera estaba cargado para empezar. Todos estaban demasiado cerca de Shin, que tal vez podría haberlos desarmado a todos antes de que a uno se les ocurriera apretar el gatillo; pero no es que fuera a hacerlo. No tenía sentido.

—Es de tu controlador. Dice que es una ojiva [1] especial que pediste. Al diablo con ella, haciéndonos pasar por tantos problemas por un puñado de cerdos…

Detrás del oficial había un robusto contenedor de municiones, rigurosamente sellado y con advertencias que alertaban de que estaba lleno de munición explosiva. Shin enarcó una ceja, confundido. No recordaba haber pedido algo así.

Al ver el silencio de Shin, los labios del oficial se curvaron en una vulgar sonrisa. Había muchos Ochenta y Seis sucios y rebeldes que no conocían su lugar, pero este era, de forma increíble, dócil. No mordía, no importaba lo que le dijeras.

—Tu amo es una chica, ¿verdad? ¿Cómo la has engatusado? Probablemente no hizo más que unas pocas palabras para mojar a esa delicada princesita.

La mirada de Shin se fijó de repente en el oficial.

—¿Debo hacer una demostración con su esposa? Estoy bastante seguro de que se aburre mucho por la noche de todos modos.

—Tu hijo de pu…

El oficial estaba consumido por la rabia, pero se congeló en cuanto clavó los ojos en Shin. Esos ojos rojos eran en perfecto sedantes, sin siquiera un indicio de amenaza, pero un cerdo que había pasado su vida en la seguridad de su pocilga no tenía ninguna posibilidad de vencer a una bestia con habilidades perfeccionadas en el campo de batalla. Deslizándose por el lado del rígido oficial, Shin se acercó al contenedor de municiones. El número aparecía en la lista de inventario y la firma de Lena, con la que se había familiarizado en las últimas semanas, estaba escrita sobre el sello de entrega. Debajo, dos palabras habían sido inscritas con un bolígrafo.

—¿Palacio Luñè…?

Y tras un momento de reflexión, los ojos de Shin se abrieron de par en par a causa de la sorpresa.

♦️ ♦️ ♦️

Las fiestas eran una reunión social, lo que, en otras palabras, significaba que eran un lugar para reunir información y hacer contactos. Y aunque era consciente de que no todas las interacciones que allí se producían podían reducirse a temas tan refinados y triviales como la música, el arte y la filosofía, el hecho era que aquel aburrido lugar era sin lugar a dudas… bueno, aburrido.

Escapando de los innumerables susurros codiciosos que llenaban el lujoso salón de banquetes del palacio Perle, Lena suspiró aliviada mientras se refugiaba en una terraza iluminada por las estrellas. No solía ser una persona que asistiera a este tipo de fiestas, y esta noche el lugar parecía casi de forma deliberada plagado de conversaciones apropiadas para su edad, así como de jóvenes con segundas intenciones. La familia Milizé era, en un principio, una casa de nobles adinerados, lo que significaba que bastantes tenían sus miradas fijas en su pedigrí y riqueza.

Sin embargo, ninguno era lo suficiente valiente como para acercarse a Lena hoy, al parecer. Aunque su vestido de seda negro no iba con exactitud en contra del código de vestimenta de la fiesta, la combinación de un vestido negro con flores blancas ornamentales era más propia de un funeral que de una reunión social. Por si fuera poco, se negó a beber o a entablar una conversación y, en general, fue ignorada por las demás damas de la sala, salvo alguna que otra mirada molesta. Las únicas que le dirigieron la parada —aparte de Annette, quien se acercó a ella con expresión exasperada, y Karlstahl, quien la abordó con una mirada algo preocupada—, fueron unas cuantas señoras mayores con flores en la cabeza (en sentido literal) que la felicitaron por su preciosa gargantilla: su dispositivo RAID.

Hay que reconocer que era consciente de lo maleducada que seguro estaba siendo, pero eso no significaba que tuviera intención de seguirles el juego. Todos estaban cerrando los ojos a la realidad en este pequeño mundo que habían construido para sí mismos, distrayéndose en la búsqueda del orgullo, la lujuria y la riqueza. Todo era demasiado superficial y tonto. En especial después de que innumerables procesadores hubieran muerto uno tras otro para hacer esto posible…

De repente, su dispositivo RAID se activó.

¿Comandante…?

—Capitán Nouzen… ¿Qué pasa? —respondió en un susurro y se colocó de inmediato el auricular de su dispositivo RAID en la oreja. No tenían programada ninguna salida a esta hora del día, pero ¿era posible que hubiera surgido una fuerza tan grande que el segundo escuadrón no fuera capaz de manejarla?

Pero no había ningún indicio de estrés en la voz de Shin.

Resoné ya que no se conectó a la hora habitual. ¿Está bien? Si ahora no es un buen momento, puedo llamar maña…

—Es un buen momento. ¿Qué pasa?

Cuando se puso a pensar en ello, era justo cuando ella solía estar hablando con el escuadrón Spearhead. Se puso de espaldas a la fiesta, como lo haría al hablar por teléfono.

He recibido la ojiva especial que nos ha enviado, así que quería ponerme en contacto con usted para hablar de ella.

♦️ ♦️ ♦️

Las flores de chispas y llamas florecieron de forma brillante, ayudando a las estrellas a iluminar el oscuro cielo nocturno. Hermosas tonalidades de fuego químico chispearon en la luz transitoria antes de llover como ascuas brillantes como la nieve del cielo. A continuación, la siguiente flor surcó los cielos, zumbando en la dirección opuesta con un estruendo.

Cada vez que una de ellas se alzaba en el aire, iba acompañada de vítores llenos de la clase de euforia por lo general reservada a los niños. Era natural, ya que la mayoría no había visto nada parecido desde que eran niños. Sus figuras quedaron hipnotizadas por la luz del fuego durante un breve momento, pero pronto sus sombras comenzaron a bailar en el resplandor.

Hacer esto en la base estaba, por supuesto, prohibido, así que todos se trasladaron a un estadio de fútbol abandonado en una de las ruinas. Las tropas y el equipo de mantenimiento se habían dispersado por el estadio invadido por la maleza, con los Juggernauts proyectando sus sombras de forma solemne a su alrededor. Fido había llevado al equipo de mantenimiento y luego se había dedicado a montar de forma diligente los tubos de lanzamiento, yendo de un lado a otro mientras utilizaba un quemador destinado a cortar el metal en lugar de un encendedor para encender las mechas.

Observando desde la periferia del interior de Undertaker, que permanecía a la espera, Shin levantó la vista cuando otro fuego artificial se elevó en el aire.

—Gracias por los fuegos artificiales.

♦️ ♦️ ♦️

La tasa de sincronización era un poco más alta de lo habitual, lo que permitía a Lena distinguir a duras penas los vítores de los demás miembros del escuadrón. Darse cuenta de que había aumentado la tasa para que ella pudiera oírlos llenó a Lena de alegría.

—Es el Festival de la Revolución, después de todo. Lo vio una vez con su hermano y sus padres, ¿no es así? Estoy segura de que todos los demás tienen sus propios recuerdos.

Hacía poco tiempo que les había enviado los fuegos artificiales, que había comprado en la ciudad. Al acercarse el festival, las tiendas vendían estos fuegos artificiales al mayor. Había tenido que enviarle al funcionario del economato una botella de vino caro y falsificar la etiqueta del recipiente en el que los había cargado. Al fin y al cabo, se trataba de combustibles que se transportarían en avión, por lo que lo había registrado como un contenedor de municiones. Nunca había tenido una buena opinión del soborno, pero teniendo en cuenta cómo se las había arreglado para forzar todo a su favor, estaba de verdad impresionada por su eficacia.

Esta era la tradición del Festival de la Revolución, ¿verdad? ¿Puede ver alguno de los fuegos artificiales de la oficina presidencial desde allí, comandante?

—Déjeme ver…

Lena cruzó la terraza, mirando en dirección a la oficina presidencial. Parecía que acababan de empezar. El himno de la República sonaba por los altavoces y hermosas flores de cinco colores adornaban el cielo. Mirando los fuegos artificiales elaborados por expertos, Lena sonrió con tristeza.

—Puedo verlos, sí, pero el cielo está demasiado iluminado.

Las luces de las fiestas y los festejos del pueblo eran simplemente demasiado fuertes.

El aire de la ciudad, que consumía electricidad sin reparos, estaba demasiado contaminado. Estos hermosos fuegos artificiales, que representaban la dignidad y el honor de la República, estaban muy empañados.

Seguro no había nadie en los alrededores de la fiesta que se molestara en mirar el espectáculo. Aunque eran más bonitos de los que vendían en el mercado y sin duda estaban hechos por las manos de hábiles artesanos, nadie en esta ciudad podía apreciar lo raro que era este espectáculo.

—Estoy segura de que los fuegos artificiales de allí son hermosos. La noche es oscura, y el aire debe estar claro también.

En efecto, la noche era oscura, el aire estaba claro y mucha gente los miraba con atención. Los fuegos artificiales en aquel pequeño rincón del campo de batalla debían de ser muy hermosos. Lena tuvo que evitar desear en voz alta poder estar allí con ellos. No era un sentimiento aceptable para ella.

En realidad, si Lena lo deseara, podría ir allí tantas veces como quisiera; pero ellos, por otro lado, nunca quisieron estar en ese campo de batalla en primer lugar. Y no podía llevarse a Shin y a los demás con ella. Cualquier tiempo que pasara con ellos sería una ilusión fugaz, así que no era un deseo que pudiera compartir.

—Vayamos todos a ver los fuegos artificiales en el Primer Sector algún día. Seguro que se ríen de lo malos que son —dijo ella, en lugar de aquel deseo.

Sintió que Shin sonreía con ironía.

No recuerdo que sea tan malo.

—Entonces, venga a verlo por sí mismo y averigüe si lo recuerda bien o no. Una vez que la guerra termine y todos sean dados de alta, podremos verlos juntos. —Entonces, Lena recordó, y su voz vaciló. Daiya. Y los otros seis que habían perecido poco a poco—. Me hubiera gustado poder enseñarle esto a la subteniente Irma y a los demás también… Oh, lo siento. Yo y mi mal momento otra vez…

No lo sienta. Creo que Daiya y los demás estarían contentos si supieran que son los primeros de nosotros en recibir un saludo de artillería fúnebre. Todos ellos odiaban que los demás se pusieran melancólicos y deprimidos.

Kino y los demás parecían estar disfrutando de verdad, y ella podía distinguir sus risas. El propio Shin debía de sentir algo también, porque ella podía sentir las ondulaciones de sus emociones con un poco más de claridad.

Y Anju también ha llorado un poco antes. Tiende a guardarse todo…, así que eso es otra cosa por la que debo estar agradecido.

Daiya y Anju parecían llevarse muy bien y al parecer eran amigos desde hacía mucho tiempo.

—Estoy seguro de que la cadete Emma nunca lo olvidará…

Eso es válido para todos nosotros. Igual que usted nunca podría olvidar a… mi hermano. —Hizo una pausa, en apariencia dudando en terminar esa frase, pero al final continuó—: Me hizo feliz saber eso… Yo mismo nunca podría recordarlo.

Al escuchar ese sutil escalofrío en su voz, Lena apenas pudo contener su incredulidad. Nunca había escuchado a Shin desnudar sus sentimientos de forma tan abierta.

—Capitán Nouzen…

Comandante, ¿podría, por favor…, no olvidarnos nunca?

Shin seguro había pretendido esto como una broma. Su voz y tono eran, de hecho, un poco frívolos. No obstante, a través de la Resonancia Sensorial, que estaba más alta de lo habitual, ella pudo distinguirlo. Por muy sutil que fuera. Lena podía sentir el ferviente deseo que había detrás de esas palabras.

Si morimos. Aunque sea por poco tiempo, ¿podrías…?

Lena cerró los ojos. No importaba lo fuertes que fueran. Aunque hubieran vivido más campos de batalla de los que podían contar. Aun así, la muerte siempre parecía cernirse sobre ellos.

—Por supuesto que lo haré, pero… —Respiró con fuerza, declarándolo con claridad. Esa era su tarea: el deber de la controladora del escuadrón Spearhead, Vladilena Milizé—. Antes de eso, no los dejaré morir. A ninguno de ustedes, nunca más.

♦️ ♦️ ♦️

Sin embargo, por mucho que Lena pidiera procesadores para sustituir a los que habían caído, por muchas veces que lo solicitara, no se enviaron refuerzos para el escuadrón Spearhead.

♦️ ♦️ ♦️

Cuando entraron en combate ese día, murieron cuatro más.

Fue una incursión estándar contra una fuerza de avance de la Legión. La vanguardia enemiga mantenía un punto de apoyo, pero era un señuelo. La posición parecía indefensa, pero en realidad estaba rodeada de fuerzas emboscadas. Al intuir la posición y el número de los enemigos en el punto de impacto con antelación, como siempre, Shin había planeado rodear el frente de la emboscada y atacarlos por el flanco.

Por alguna razón, el Eintagsfliege no se desplegó, y Lena no detectó más bogeys en la pantalla del radar, pero justo antes de entrar en contacto con el enemigo, Shin y algunos otros sintieron algo. Raiden susurró algo acerca de tener un mal presentimiento, que era lo que todos debían sentir y era seguro lo que los había mantenido con vida durante tanto tiempo. Una especie de sentido del olfato del guerrero, una habilidad que estaba a la altura del poder de Shin para escuchar a los fantasmas.

Algo cayó en diagonal desde los cielos, y en el momento en que impactó, el radar emitió una sirena de advertencia.

Los que habían permanecido atentos —y se habían preparado de forma inconsciente en una posición que les permitiera reaccionar ante cualquier situación— sobrevivieron. Griffin, quien no había logrado esquivar a tiempo, recibió un impacto directo y salió volando, y Fafnir, quien había estado demasiado cerca del punto de impacto, fue salpicado de metralla y derribado de inmediato. Todas las demás unidades fueron derribadas por las potentes ondas de choque y perdieron el equilibrio, y fue entonces cuando llovieron segundos y terceros proyectiles en un intenso bombardeo.

El ordenador de apoyo calculó a la inversa la posición de disparo a ciento veinte kilómetros al este-noreste. Nunca se había registrado un bombardeo de artillería a tan larga distancia por parte de la Legión. Además, los proyectiles viajaban a velocidades increíbles. Su velocidad inicial se estimó en cuatro mil metros por segundo, superando en algo el alcance máximo de la artillería.

La propia emboscada fue un peón sacrificado para atraer al escuadrón Spearhead al alcance de la artillería. Incluso habían previsto que atacarían por el flanco. Era una estrategia sutil y despiadada, diferente a todo lo que se sabía que la Legión era capaz de hacer antes.

Si Shin no hubiera identificado y destruido con rapidez las unidades de observación de largo alcance que había presenciado el impacto, y si el bombardeo no se hubiera detenido después de diez proyectiles debido a algún fallo de este nuevo tipo, ni siquiera las élites como ellos habrían podido retirarse, lo que habría provocado la completa destrucción del escuadrón.

Y ahora, después de haberse librado de las unidades de persecución, el equipo había perdido un total de cuatro miembros. Chise, Kino, Kuroto, y Touma —murieron en combate. Solo quedaban nueve Juggernauts. Al final, se habían reducido a menos de la mitad de su número original y ahora eran de un solo dígito.

—Yo… —Aterrorizada, Lena intentó hablar. Tenía la boca seca. Una imagen ominosa y una premonición horripilante la sacudió. Las palabras salieron de su boca como si las hubiera tosido—. Haré que envíen refuerzos. Haré que se comprometan ahora mismo, hoy mismo. Esto no puede… ¡Esto es un desastre!

El escuadrón Spearhead había estado operando a media eficiencia durante semanas. No tenían suficientes soldados ni tiempo para descansar, y apenas había podido mantener la línea pidiendo a otras unidades que enviaran refuerzos y asumieran algunas de sus salidas. El cuartel general era por completo consciente de ello, pero no había hecho nada. Por alguna razón, podían pedir ayuda a otros escuadrones, pero todas las peticiones para sustituir a sus filas desaparecidas eran ignoradas. Incluso tuvo la vergüenza de explotar sus conexiones con Karlstahl para que pudiera la solicitud por ella, pero ni siquiera una petición de un comodoro como él trajo un solo refuerzo al escuadrón Spearhead.

Shin abrió la boca y dijo con brevedad.

Comandante.

—Le preguntaré de nuevo al comodoro y haré que responda por nosotros. Y si eso no sirve, haré lo que sea para…

Comandante Milizé. —Ante esa segunda llamada, algo más contundente, Lena se calló—. Todos ustedes están de acuerdo con esto, ¿verdad?

Sí… —Raiden asintió en nombre de los supervivientes. Un pesado silencio se cernía sobre todos los demás.

—¿Q-Qué están…? —tartamudeó Lena.

Ya puede parar, comandante. No importa lo que haga, todo es inútil ahora.

—¿Qué está diciendo, capitán…?

Los refuerzos ya no vendrán. Ni uno solo. Pase lo que pase.

—¿Eh…?

Y entonces Shin lo dijo en silencio, declarando la verdad que todos sabían pero que nunca le habían dicho a Lena:

Aquí nos matarán a todos. Este escuadrón es nuestro campo de ejecución.


[1] Ojiva: Parte delantera o superior de un misil, torpedo o cohete, donde se aloja el explosivo y cuyo corte longitudinal tiene forma de ojiva.

Lucy
Obviamente me esperaba algo como esto, pero aún así duele mucho en mi corazón que Shin diga algo así. Espero que Lena pueda solucionarlo ;-; No tengo ni idea de qué pasará a continuación ;-; No son lágrimas, es que estoy cortando cebollas ;-;

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido