Ochenta y Seis – Volumen 2 – Capítulo 01: La cabalgata de las valquirias

Traducido por Lucy

Editado por Lugiia


Los cielos del frente de batalla se ocultaban tras finas nubes de Eintagsfliege, su plata inquietantemente serena se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

—¡Hay otra fuerza de Löwe que viene hacia ustedes, se estima que es un grupo del tamaño de un batallón…! ¡También tenemos un pelotón que se dirige hacia nosotros!

Las radios inalámbricas del escuadrón bullían con frenéticas actualizaciones de estado. El combate había cobrado hasta el momento el treinta por ciento de sus fuerzas, y la noticia de la invasión de los Löwe significaba la muerte para la 12° Compañía del 141° Regimiento de la 177° División Blindada de la República Federal de Giad, que solo había sido empujada cada vez más atrás con cada momento que pasaba.

—¡Cuarenta y cinco segundos para el contacto! ¡Oh, Dios…!

—Tch… ¡¿Hay más de ellos viniendo?! —Eugene, el violento prodigio de la maniobrabilidad en combate, gimió desde la cabina tándem [1] de su Vánagandr. Tenía el cabello y los ojos plateados de un celena de sangre pura. Aunque llevaba gafas, su rostro seguía siendo juvenil para un joven de diecisiete años.

Contra la Federación, la Legión empleaba una táctica despiadada: una unidad se separaba del combate y se escabullía para pedir refuerzos. En poco tiempo, esa unidad se convertía en muchas, y la horda recién formada se volvía a unir a la lucha. El Feldreß Vánagandr de tercera generación de la República Federal de Giad era capaz de rivalizar con el Löwe en el dominio de la guerra terrestre. Las unidades inferiores simplemente no tendrían ninguna oportunidad.

¡¿Mierda, qué está haciendo la brigada de artillería?! ¡¿Dónde está el fuego de cobertura?! —Eugene pudo oír al comandante de la compañía, que estaba sentado en el asiento trasero como artillero del vehículo, maldecir con amargura por la radio. Debido a la pesada zancada del Vánagandr de ocho patas, las reverberaciones de su torreta de tanque y el chirrido de sus paquetes de energía, era imposible oír nada ni mantener una conversación dentro de la cabina, incluso a corta distancia.

El comandante, por supuesto, era perfectamente consciente de ello. Bañado por la oscuridad creada por el incesante despliegue de los Eintagsfliege, su radar y sus sensores estaban muertos, y era imposible localizar al enemigo solo con la vista. Las batallas contra la Legión siempre comenzaban como embestidas unilaterales.

Equipada con exoesqueletos de armadura reforzada y ametralladoras pesadas de 12,8 milímetros, la infantería blindada se enfrentaba a los Grauwolf de tipo dragón, pero solo acababa siendo aplastada junto con las trincheras que habitaban. Mientras tanto, su unidad de apoyo, un compañero Vánagandr, estaba equipada con un grueso blindaje compuesto y un cañón de 120 milímetros de potencia inigualable. No obstante, la consiguiente falta de movilidad hizo que también fuera aplastada.

La Legión eran máquinas diseñadas para la matanza, y los reflejos humanos no podían hacer nada frente a su velocidad de reacción. El Vánagandr era en especial débil cuando se trataba de acelerar; aunque en términos de velocidad de crucero inherente, podía igualar las fuerzas de la Legión, cuando se trataba de capacidades de movimiento completas como acelerar, frenar o girar, se quedaba fatalmente atrás.

—¡No se acobarden! Incluso si los esquivan, ¡no es que vayan a dejarles correr!

—¡Vengan hacia mí, pedazos de chatarra de mierda! Será mi puto honor escudar a mis camaradas, ¿me oyen?

—¡Maldita sea, me estoy muriendo aquí! ¡Me niego a que me lleven…!

Los soldados de infantería trataron de encogerse de hombros ante su inminente muerte, acribillando a los demonios mecánicos que se acercaban a ellos con abucheos y balas mientras los gritos de pesadilla rondaban las ondas de radio. Eugene apretó los dientes mientras las voces, que ya habían asumido su destino incluso mientras luchaban, resonaban en sus oídos.

Su petición de refuerzos, que llevaban transmitiendo desde el inicio de la batalla, había sido por fin respondida, como marcaba un pitido. Y fue entonces cuando ocurrió.

Varios proyectiles surcaron el aire, atravesando la pálida luz de la luna y la oscuridad de la noche como si fuera una fina gasa. Aterrizaron en la parte superior de la línea defensiva de la Legión con una precisión asombrosa, algunos estallando y otros desatando lluvias de explosivos más pequeños sobre ellos. El bombardeo se concentró a la perfección, pasando por alto la formación en abanico de la infantería acorazada y cayendo solo sobre la Legión que se encontraba más adentro.

El bombardeo fue nada menos que una hazaña sobrehumana. Las máquinas de tipo exploradora con escaso blindaje—Ameise—habían sido silenciadas todas juntas. Los Grauwolf fueron purgados por un aluvión de cohetes disparados en su retaguardia. Puede que la ligera Legión viera reducidas sus capacidades de combate, pero los Löwe de tipo tanque desviaron sus torretas de cañón, indemnes… hasta que se desplomaron en el suelo un momento después, habiendo recibido balas perforantes en sus flancos.

Y cuando los ensordecedores rugidos de los cañones consecutivos del Löwe y sus constantes nubes de polvo y estruendos se silenciaron, Eugene pudo finalmente oírlo desde lejos, resonando como un trueno lejano. Con una velocidad inicial de 1.600 metros por segundo, que superaba con creces la velocidad del sonido, el disparo del cañón hizo impacto mucho antes de que pudiera oírse. Tras ello, le siguió un sonido agudo, pesado e inconfundible de placas de metal chocando entre sí.

—¡¿Unos 88 milímetros…?!

—¡Uf, no me digas que eso es…!

Se abalanzó sobre la Legión a través del cielo oscurecido como una araña saltarina que arranca vorazmente insectos del suelo. Aterrizó sobre un Löwe en el centro de la formación enemiga y le clavó los cuatro martillos electromagnéticos de sus patas en la espalda. El Löwe sufrió un espasmo y se retorció violentamente.

Tenía cuatro ágiles patas articuladas y una armadura blanca y pura, del color del hueso pulido. Sus dos brazos de agarre, equipados cada uno con un par de cuchillas de alta frecuencia y un ancla de alambre, estaban plegados como los quelíceros de una araña, y en su espalda había un brazo de montaje de armas que sostenía un cañón de ánima lisa de 88 milímetros. Los martillos pilón de 57 milímetros en las puntas de cada una de sus cuatro patas brillaban con un tono plateado.

La máquina estaba dotada de una belleza fría y feroz, digna del nombre de Valkiria, pero al mismo tiempo, también evocaba la imagen aterradora de un cadáver esquelético que merodeaba por el campo de batalla en busca de su cabeza perdida.

—Un Reginleif…

El gemido que se filtró por el comunicador inalámbrico a bordo sonó menos como algo que se podría decir ante un aliado que venía a prestar apoyo y más como una expresión de miedo ante un enemigo.

El XM2 Reginleif. Era el polo opuesto del Vánagandr, que tenía un pesado blindaje compuesto que representaba una capacidad defensiva absoluta y un cañón de 120 milímetros que abarcaba la máxima fuerza de penetración. La potencia explosiva del Reginleif estaba en oposición directa a su peso, y sus potentes y altamente eficientes actuadores lineales otorgaban, a este Feldreß de tercera generación, una gran movilidad.

Por haber enfatizado la maniobrabilidad, el Reginleif sacrificó la defensa y la potencia de fuego, y su hipermovilidad llegó a dañar los cuerpos de sus pasajeros. Era un avión de combate de alta movilidad de tercera generación diseñado por lo que parecía una auténtica locura. Se basaba en “sus” máquinas: los diabólicos drones creados por la República al otro lado de los territorios infestados por la Legión.

La Legión carecía de todo rastro de vida y compasión y no sentía pena por sus compañeros caídos. No temían a la muerte. Los Löwe cambiaron rápidamente su objetivo principal, preparándose para derribar al Reginleif, que había quedado atrapado entre los restos de una unidad escolta derribada.

Salieron del peligro en el último segundo; el Reginleif disparó a un Löwe varado que encalló un momento después. Su torreta, que pesaba varias toneladas, voló por los aires al explotar su propia munición, elevándose en el aire. La unidad de combate se convirtió en una ostentosa bola de llamas, una precaución para preparar los datos sensibles de las manos del enemigo.

El Reginleif se precipitó, atravesando las llamas rojas y negras, así como una lluvia letal de restos metálicos. Cerró la brecha de cincuenta metros entre los tipos de tanques en unos instantes, y realizó un salto de corto alcance hacia un Löwe justo cuando giró su torreta, rociando el vulnerable flanco del Löwe con balas perforantes de su cañón de 88 milímetros cuando se cruzaron. Sin pausa, redujo un grupo de Grauwolf que cargaron contra él con sus cuchillas de alta frecuencia antes de saltar para enfrentarse en solitario al siguiente Löwe.

Sí, sin ayuda.

Era solo una unidad, pero esa unidad por sí sola diezmó a una compañía casi intacta de la Legión aumentada y blindada. Su hoja de alta frecuencia chirriaba, sus martinetes descargaban rayos de electricidad de color púrpura y su cañón de 88 milímetros sacudía le campo de batalla con sus rugidos, reduciendo los infernales trozos de hierro a una mera chatarra.

Esta hazaña no es un testimonio de las capacidades de la máquina. Los elogios pertenecen más bien a sus pilotos—conocidos como procesadores cuando tripulaban los cruelmente llamados drones—y a sus habilidades, que marcaron la diferencia.

La proporción de pérdidas entre el Reginleif y el Löwe no era significativamente mayor que la del Vánagandr y el Löwe, y el índice de bajas del Reginleif era, de hecho, más alto. En realidad, cuando se desplegó una unidad de prueba de Reginleifs durante sus fases de prueba, todas las compañías menos una fueron acorraladas hasta la aniquilación, y esa misma compañía, dirigida por ellos, aniquiló a la fuerza enemiga en su totalidad.

Los soldados desquiciados que fueron rescatados de las profundidades del infierno por la Federación volvieron a ese infierno por su propia voluntad. No temieron entrar en combate con la Legión, no se acobardaron ante las muertes que les esperaban. Rehuyendo de las armaduras, montaron en lo Reginleif, que tomaban a la ligera la vida de sus pilotos, y dieron caza a la Legión con un aire de compostura imposible. Se opusieron a la inmensidad de la Legión cargando contra ellos de frente, desgarrándolos con una ferocidad desenfrenada y una coordinación meticulosa.

Una locura.

Una pequeña sombra se alzó, aferrándose a una de las largas patas del Reginleif. El Reginleif levantó las patas para sacudírsela de encima, y luego la atravesó con uno de sus martillos pilón, atravesándole la cabeza.

Era una mina antitanque autopropulsada. Eugene lo comprendió, pero aun así se estremeció de terror al verlo. ¿Era el procesador de verdad capaz de discernir en ese breve momento que no se trataba de una tropa amiga pidiendo ayuda? ¿O tal vez no le importaba, para empezar, si era amistosa y actuaba en defensa propia?

El Reginleif sacudió la pata, como si se tratara de deshacerse de un trozo de basura obstinado, y la figura humanoide que se había pegado a la pata salió despedida, solo para golpear a un Löwe. Su mecha se activó, y estalló, el chorro metálico de su ojiva antitanque de gran potencia devoró la parte superior del blindaje del tipo tanque.

Las llamas parpadeantes iluminaron la armadura blanca del Reginleif, haciendo visible por un momento la marca personal que llevaba. Un esqueleto sin cabeza que portaba una pala: la ominosa marca la Parca, el más abominable y loco de los procesadores.

La marca personal del más grandioso entre ellos. Como todas sus unidades escoltas habían sido abatidas en su primera campaña, solo él había derrotado a toda la fuerza enemiga.

Su nombre era…

Los ojos de Eugene se abrieron de par en par al darse cuenta de lo que el capitán de la compañía, sentado detrás de él en el asiento del artillero, escupió con amargura.

El nombre de aquellos nacidos de la malicia de la República, templados por la crueldad y pulidos por ella. El nombre de esas armas de matanza con forma humana, que no eran diferentes de la Legión.

—¡Los Ochenta y Seis…! ¡Los monstruos de la República…!

♦ ♦ ♦

Fundamentalmente, las armas blindadas—ya sean del tipo de tipo caminadora o de marcha—se estropean mucho menos si no se manejan fuera de las situaciones de combate. Shin tomó asiento en la cabina del vehículo de transporte pesado especial del escuadrón de combate de la Unidad de Investigación de Tecnología Avanzada 1.028, que transportaba su Reginleif, Undertaker.

Llevaba un traje de vuelo color azul acero del ejército de la Federación, con una insignia en forma del emblema nacional del águila bicéfala y el rango de subteniente. Su pañuelo azul claro infringía, en sentido estricto, el reglamento militar, pero todo el mundo hacía la vista gorda mientras no lo llevara en ocasiones formales.

Estaba metiendo la mano bajo la bufanda para quitarse el dispositivo RAID del cuello cuando recibió una llamada de resonancia sensorial del equipo de mantenimiento en el compartimiento de la caja de almacenamiento trasera.

—Subteniente Nouzen.

—Todavía tiene el micrófono encendido, cabo.

Pudo oírle chasquear la lengua tanto por la resonancia como por los altavoces.

—Es cierto, mierda. No me acostumbro a lo diferente que es este para-RAID de la radio. ¿Por qué han tenido que meter a nuestra unidad en la prueba de esta cosa cuando ya tenemos una máquina loca para trabajar? En fin. En cuanto a las recargas de munición, estás bien con la mitad de explosivos fundidos y la mitad de perforadores de armadura, ¿verdad?

La mayoría del escuadrón Nordlicht estaba formado por soldados de los antiguos territorios de combate de Vargus y no estaba oficialmente en el registro del ejército. Cuando la Federación aún era el Imperio, los Vargus eran esclavos de clase guerrera estacionados en territorios de combate en la cúspide de las fronteras del Imperio como defensa en caso de emergencia. Generaciones de vida en el campo de batalla los habían vuelto rudos y endurecidos, y el régimen actual los empleaba como mercenarios, lo que hacía que su disciplina fuera bastante laxa. Al menos, se referían a los oficiales con respeto.

—Sí, está bien.

—Además, nos hemos quedado sin cuchillas de repuesto. Cada vez hay menos Juggernauts, y usted es el único que usa esa arma loca, subteniente. La próxima vez que salga, hágame un favor y absténgase de blandir esas cuchillas suyas como un loco asesino en serie, ¿de acuerdo?

Llamar a esta máquina Juggernaut—el mismo nombre que el dron de la República en el que se basaba—en lugar de su nombre oficial, el XM2 Reginleif, era otra característica más del escuadrón Nordlicht. El mes pasado, poco después de que se desplegara para sus salidas de prueba, la mitad del escuadrón—incluido su capitán—murió en combate, dejando a Shin como el oficial de mayor rango que quedaba y, por tanto, como su nuevo capitán. Él llamaba a Reginleif un “Juggernaut”, y todos los demás parecían haberse acostumbrado a ello gracias a él.

Todos parecían estar de acuerdo en que era un nombre mucho más apropiado que el de Valkyrie. Comparado con el de una portadora de la salvación, el nombre de un dios grotesco y desbocado era mucho más adecuado para una bestia metálica y rebelde que devoraba sin piedad a sus operadores de prueba durante su desarrollo y a la mitad de su escuadrón después.

Debido a la extrema tendencia del Juggernaut a escoger a sus jinetes, el escuadrón Nordlicht, que, en lo que respecta a la terminología militar, estaba a punto de considerarse diezmado, no había recibido nuevos efectivos, por no decir que había sido reorganizado desde su formación.

—Todo irá bien. La Legión debería retirarse pronto.

—¿Eh? Oh, claro… Esa, eh, cosa tuya. Realmente no entiendo cómo funciona, subteniente, pero es definitivamente conveniente.

Cerrando con algo que, o bien era una palabra de admiración, o bien estaba hablando consigo mismo, el cabo apago el para-RAID con una punzada de miedo en su voz. Shin extrajo el dispositivo RAID, un anillo de metal que tenía una función similar, pero mucho más pulida y avanzada, a la de un micrófono de garganta.

Y justo cuando pensaba que no era muy diferente de un collarín, una voz que utilizaba un tono que iba más allá de lo anticuado y entraba directamente en el territorio de la exageración le habló desde el asiento del conductor. Era el tipo de voz que Shin, que solo conocía el campo de batalla, creía que pertenecía a un siglo o dos en el pasado.

—Un trabajo bien hecho, Shinei.

—Frederica… Te has colado de nuevo.

Una pequeña niña de unos diez años se inclinó hacia atrás en el asiento, mirándolo. Tenía extremidades delgadas, una estructura pequeña y un rostro delicado, como el de una muñeca que le miraba desde debajo de su gorra militar. Sus ojos de piedra preciosa eran rojos, pertenecientes a la sub-raza pyrope, y su largo cabello negro de los onyx le llegaba hasta las rodillas, haciendo juego con su uniforme azul acero.

Esta chica descarada que conocía desde hacía seis meses—desde antes de alistarse en la unidad de prueba—hinchó el pecho con orgullo.

—Tus intentos de excluirme mezclándote con el equipo de mantenimiento fueron en vano, me temo. Como estaban bastante frenéticos en sus comprobaciones finales, hubo amplias oportunidades para que me colara.

—Cabo… Vamos a tener que tener una pequeña charla cuando volvamos a la base.

—¡¿Subteniente…?! No, ¡escúchame! Esta vez sí que estuvimos desbordados de trabajo…

Dejando al cabo con ese comentario mientras cerraba la línea inalámbrica, Shin suspiró y miró a los ojos de Frederica, muy parecido a los suyos.

—Te repito que no tienes que seguirnos en las salidas. Haz tus deberes como es debido, mascota.

—Eres muy valiente o muy tonto al hablarme así mientras actúas bajo mi mando. Además, no tienes derecho a hablar de cumplir correctamente con los deberes de uno. Quien presume de ser un oficial al mando, por muy pequeña que sea la compañía, no se limita a dejar atrás a sus unidades escoltas y cargar en el campo de batalla. Esta tendencia a saltar a la refriega sin ayuda es un mal hábito suyo. Bernholdt se quejaba de ti, para que lo sepas.

Este sargento, el más veterano del escuadrón y un joven en la flor de la vida, se encogió de hombros. Aquel encogimiento de hombros silencioso demostraba que, si bien le disgustaba que sus consejos fueran ignorados, no tenía ninguna queja desde el punto de vista estratégico. Bernholdt había reconocido que el juicio de Shin era acertado, así que este no indagó más en el asunto.

—La culpa es de ellos por no seguir mi ritmo. Si me quedara parado esperando que me alcanzaran, no serviría de nada montar una defensa móvil.

Los procesadores que se habían quedado atrás guardaron silencio y sonrieron con ironía ante sus palabras. Frederica, en cambio, se limitó a fruncir el ceño.

—Defensa móvil, dices. En efecto, es apropiado para alguien como tú. Sin embargo, no puedo aceptarlo. Tales tácticas operan bajo la suposición de que la línea de defensa de uno ha sido violada.

Habría que poner a las unidades de infantería como primera línea y retener a las unidades acorazadas, con su superior movilidad y potencia de fuego, en las líneas posteriores. Esta estrategia defensiva les permitía exterminar al enemigo cada vez que rompía las líneas del frente. Como los feroces ataques de la Legión durante el último mes encerraron a ambos bandos en un punto muerto, adoptaron esta estrategia defensiva en un intento de minimizar las pérdidas.

—Si bien esto puede hacernos ganar tiempo por el momento, la flagrante diferencia en la capacidad de reproducción de nuestros ejércitos deja claro que esta estrategia acabará fracasando. Y cuando lo haga, ¿qué crees que será de ti en el frente?

Desde la perspectiva de Shin, todo esto se dijo demasiado tarde para importar. Eso no le preocupaba lo más mínimo, así que se limitó a sentarse en su asiento. ¿Importaba a las tropas del frente lo que ocurriera una vez que este país cayera? ¿Les importaba a ellos?

Frederica se inclinó hacia delante para encontrarse con los ojos de Shin, con un disgusto evidente en su rostro.

—¿Estás escuchando, Shinei? Tu inclinación por el peligro imprudente también es bastante preocupante. ¿No te preocupa tu propio bienestar? Recuerda que ya no eres un soldado del Sector Ochenta y Seis de la República, sino de la Federac… ¡¿Hiyaaa?!

Ella dejó escapar un chillido agudo. Shin había tirado de la gorra militar de Frederica hasta debajo de la nariz para silenciar su parloteo. Ignorando sus chillidos de pánico, se apoyó en el duro respaldo de su asiento y cerró los ojos.

La Legión les había asaltado esa noche en gran número, y hoy habían recibido más peticiones de refuerzos de las que podían contar. Tenía mucha experiencia luchando una o dos noches consecutivas y pretendía saborear cada siesta que pudiera hacer.

Frederica, mientras tanto, seguía a merced de su gorra.

—Uuuh, no puedo quitármela; no se quita… Bernholdt, ayúdameee.

—Claro que sí. Pero una vez que lo haga, por favor, cállate. Todos, el subteniente incluido, llevan días peleando. Algunos no han dormido, ¿sabes?

—Ya veo… Mis disculpas.

Al sentir una mirada fugaz en su dirección, Shin se entregó a un breve sueño. Incluso mientras dormía, podía oír los lamentos y las tristezas de los fantasmas mecánicos, que no cesaban de merodear por las tierras del oeste.

♦ ♦ ♦

La FOB 15 servía como base de avance de la 177° División Blindada y como segunda línea defensiva del frente occidental de la República Federal de Giad. Era la base de operaciones del Regimiento 141. Lo que significaba que, debido al gran número de oficiales y Feldreß que albergaba esta base, su cafetería era increíblemente espaciosa.

Eugene llevaba su bandeja en una mano por la gran cafetería, recorriendo la zona en un intento de encontrar a la persona que buscaba. Como se reconstruía cada vez que cambiaba el frente, la cafetería era bastante sencilla y sin adornos. Si hubiera sido hace diez años, antes de la revolución, cuando Giad era un imperio y no una federación, sin duda habría retratos de déspotas del pasado colgados aquí. Pero en su lugar, la política nacional de la Federación, “Esforzarse por ser la justicia de la que se enorgullece el mundo”, y su bandera cruzaba adornaban las paredes.

—Mm. Si buscas a los oficiales del escuadrón Nordlicht, creo que los he visto por allí.

—Gracias.

—Hacer el esfuerzo de comprender y aceptar a nuestros recién llegados es un gesto admirable, joven subteniente. Los Ochenta y Seis lo han tenido más difícil que la mayoría, después de todo.

Este capitán, que parecía ser un antiguo noble de la sub-raza sapphira, le mostró a Eugene una sonrisa de dientes. Eugene respondió con una vaga sonrisa propia y se abrió paso entre el revuelto grupo de gente que llenaba la sala. Las palabras del capitán eran ciertas, pero Eugene seguía encontrando a los Ochenta y Seis, aparte de Shin—no es que hubiera conocido a otro—extraños y aterradores. Si se dirigiera a ellos con normalidad, tal vez para hablar y conocer sus personalidades, por ahí pensaría que eran personas decentes, pero…

La Federación era una nación multirracial. Sus bases militares estaban llenas de gente de todas las clases sociales, pero había mucha disparidad en cuanto a la edad de los soldados, y los hombres y mujeres jóvenes en la última etapa de la adolescencia destacaban entre la multitud. Eugene era uno de ellos, un joven oficial que se había graduado en una academia militar especial. Formaba parte de un sistema en el que, tras recibir la educación secundaria mínima, era nombrado subteniente. Entonces comenzaba su período militar y poco a poco recibía la educación superior que normalmente hubiera sido obligatoria recibir antes de alistarse.

Solo la clase más baja de escoria obligaría a otros a luchar sus batallas por ellos.

La Federación no se parecía en nada al Imperio ni a ese país del oeste.

Dicho esto, su compañero de habitación y de la academia de oficiales especiales había mencionado que esto también se debía a que un ejército improvisado de reclutas era ineficaz en esta época, y en este tipo de campo de batalla, donde se requería que los soldados tuvieran los conocimientos técnicos y la habilidad para mejorar el armamento.

—Oye…, ¿qué hace aquí la gente de Nordlicht?

—Nuestra unidad les pidió refuerzos ayer, ¿recuerdas? La Parca y su esqueleto sin cabeza… Me dan escalofríos.

—He oído que han derribado un número loco de unidades en el mes que llevan aquí… Tanto enemigos como amigos.

—Quiero decir, maldita sea, de verdad se sienta dentro de esa cosa, ¿no? Lo del procesador no era una forma de hablar, ¿verdad?

—Termina eso, cielos. Si vas a decir eso, ¿en qué te diferencias de esos imbéciles de la República? Nuestra gloriosa Federación no hace ese tipo de atrocidades.

—No te equivocas. Gloria al águila bicéfala.

La conversación entre esos dos oficiales—de las fuerzas de infantería blindadas, a juzgar por su físico—ayudó irónicamente a Eugene a llegar a su destino. Al final de una larga mesa en una esquina de la sala, encontró a la persona que buscaba. Estaba sentado frente a una niña vestida de uniforme. Esta joven, vestida con una americana militar estándar de doble botonadura, estaba poniendo en orden su desayuno.

Ambos tenían el cabello negro y los ojos rojos, conocidos por las sub-razas onyx y pyrope respectivamente, y parecían un par de hermanos con pocos años de diferencia. Tenían las miradas agraciadas que eran la marca de la nobleza del antiguo Imperio, haciendo que sus rasgos faciales fueran también bastante similares. Sin embargo, Eugene había oído que el chico ya no tenía familia.

Tal vez la razón por la que su rincón estaba tan vacío en comparación con el resto de la congestionada cafetería era por sus colores. La antigua nobleza priorizaba la homogeneidad racial y aborrecía la sangre mezclada, y los civiles de clase media despreciaban a los descendientes de la clase dominante. Por lo general, los onyx y los pyropes pertenecían a la clase dirigente, pero incluso si una persona tenía sangre de dos familias nobles diferentes, si esas familias eran de distinto color, esa persona sería rechazada por la nobleza.

Se me ocurrió otra posible razón para su aislamiento. Tal vez el resto de su unidad simplemente sentía lo mismo que los demás acerca de su dudosa reputación.

Pinchando la esquina de su bandeja con un tenedor, la joven habló, con su voz como el gorjeo de un canario.

—Shinei… ¿Te gusta comer champiñones, por casualidad?

—No especialmente. No tienes que obligarte a comerlos si no quieres, sabes.

—Eso es cierto, pero… dejar la comida en mi plato sería muy irrespetuoso para los que se tomaron la molestia de prepararla para mí, ¿no?

—Entonces, cómetelos.

—Hmm…

A pesar de sus palabras, el chico cambió los champiñones con mantequilla de la bandeja de la joven a la suya, dejando solo una pequeña para que ella la manipulara. Por mucho que pareciera, su naturaleza era la de un amable hermano mayor.

—Ha pasado mucho tiempo, Shin.

Shin se giró y le miró con los ojos ensangrentados y, tras un largo momento, parpadeó.

—Eugene. ¿Estabas asignado a esta base?

—Desde el mes pasado.

Tras pedir permiso, tomó asiento junto a la chica. Los ojos carmesí de Shin se clavaron en él.

—Ayer fuiste de gran ayuda. Esa Marca Personal con el esqueleto… fuiste tú, ¿verdad?

Shin pareció pensativo durante un largo momento.

—Um… Lo siento, ¿qué unidad eras tú?

Aunque había ocurrido ayer mismo, Shin no recordaba haber salvado su vida.

—Ja, ja, ja, eres muy activo ahí fuera, ¿no?

Mirando entre los dos chicos con inquietud, Frederica preguntó:

—¿Un conocido tuyo?

—Fue mi compañero de escuadrón en la academia de oficiales especiales.

—Pero nos conocemos desde antes. Ambos nos ofrecimos como voluntarios para la división acorazada, compartimos habitación durante el entrenamiento, formamos un equipo e incluso pilotamos la misma unidad durante el entrenamiento de Vánagandr.

Frederica desvió la mirada con incomodidad.

—Oh… Eso suena… bastante desafortunado… para ti…

Eugene se inclinó hacia delante con entusiasmo, con los ojos brillantes.

—Oh, ¿así que lo sabes? Este tipo siempre es silencioso y contundente, y nunca puedes saber lo que está pensando.

—Efectivamente, dices la verdad. Nunca levanta los ojos de sus libros cuando la gente intenta conversar con él, y si pierde el interés en lo que la otra persona está diciendo, simplemente asiente en lugar de una respuesta verbal. No deja de ignorar a alguien cuando le conviene.

—Suele ser tan distante que se diría que es una criatura de sangre fría, pero luego va y hace una locura antes de que tengas tiempo de reaccionar. ¿Conoces el legendario fallo de punto cero de Shin?

—¿Oh-ho? Cuéntalo.

—Intentó hacer saltar a un Vánagandr en un simulacro de batalla durante las prácticas de maniobras de combate. Fue descalificado inmediatamente por pilotaje arriesgado.

Eso fue hace cuatro meses, al final de su entrenamiento básico de tres meses en la academia de oficiales especiales. Por sí sola, era una hazaña de pilotaje impresionante,  pero forzar a un Vánagandr—que pesaba la friolera de cincuenta toneladas cuando estaba preparado para la batalla—a saltar no era algo para lo que la unidad estuviera preparada, por no mencionar el riesgo de lesiones para los pilotos que iban dentro. Eugene, que había servido como artillero de Shin en este momento, se había golpeado fuertemente la cabeza contra el reposacabezas, aprendiendo de primera mano que ver las estrellas era algo más que una frase hecha.

Shin era intrínsecamente incompatible con el pilotaje de Vánagandrs. Parecía extraño oponerse a la seguridad del sólido blindaje compuesto y a la potencia de la torreta de 120 milímetros porque eran “demasiado pesados”, pero este incidente fue lo que había llevado a Shin a trasladarse a la Unidad de Pruebas 1.028… Lo que había dejado a Eugene sintiéndose bastante solo en ese momento.

Pero incluso cuando su buen nombre estaba siendo calumniado delante de él, Shin parecía por completo ajeno a la conversación y se limitaba a dar un sorbo a su café. Nada de diversión. Intercambiando expresiones de malestar, Frederica y Eugene estallaron en carcajadas un momento después.

—Subteniente Eugene Rantz, de la 18° Compañía. Encantado de conocerle.

—Frederica Rosenfort. Un placer conocerle… Ahora, entonces. —Terminando su propia taza de café, cargada de crema y azúcar (aunque Shin le había arrebatado el azucarero después de haberle echado cuatro cucharadas), Frederica se levantó de su asiento—. No tengo intención de ser el chaperón de un par de viejos amigos en medio de su reunión. Me voy a despedir.

Levantando su bandeja, destinada a los adultos y todavía demasiado grande para su pequeña estatura, se abrió paso con agilidad entre el mar de gente y se alejó trotando con pasos rápidos. Al verla marchar, Eugene tuvo que abordar el elefante en la habitación. Después de todo, una chica tan joven parecía estar fuera de lugar en una base militar.

—¿Así que esa es la mascota de tu escuadrón…?

—Sí.

Era una tradición que se remontaba al dominio del Imperio y que algunos escuadrones mantenían hasta hoy, instalada como precaución para evitar que los soldados reclutados desertaran. Introducían en el escuadrón a una joven—de una edad apropiada para hacer de hermana pequeña o hija de los soldados—dándole cobijo y comida, mientras intentaban que formaran una familia improvisada. La esperanza era que los soldados se animaran a seguir luchando, incluso hasta la muerte, todo para proteger a su querida “hija”.

—Somos como un grupo de mercenarios, después de todo. Supongo que se podría decir que ella es una rehén, como dice la historia de origen.

No eran como un grupo de mercenarios, en realidad era justo lo que eran. Por ejemplo, Shin era el único militar registrado en la fuerza de rescate que se había desplegado ayer. Los demás eran todos Vargus, un tipo de mercenario, y la mayoría de los otros oficiales, el oficial al mando del escuadrón incluido, habían sido asesinados por la Legión.

—Eso es terrible… No puedo creer que todavía usen mascotas en estos tiempos, y enviándola a ella a una unidad de Vargus, también…

—Ella eligió tomar este camino.

Eugene hizo una mueca ante la afirmación de Shin.

—Dices eso, pero una chica así no tiene motivos para luchar.

Cuando los ojos rojos de Shin le devolvieron la mirada de repente, Eugene sintió que algo le empujaba el corazón. Como si de repente hubiera una distancia entre ellos… No, esa mirada le hizo darse cuenta de que la distancia había estado ahí todo el tiempo. Le hizo sentir como si no estuvieran en el mismo lugar. Como si algo se interpusiera entre ellos, segregándolos.

Sacudiéndose esa sensación, dijo:

—Una chica tan pequeña no debería tener ninguna razón para luchar. No debería tener nada que defender. No tiene familia ni país, no tiene justicia ni forma de vida. Y aun así… ¿Por qué tendría que luchar? Eso es un desastre, ¿no?

Cerró los ojos un momento, como para ocultar su expresión. Cuando Shin los abrió de nuevo, de alguna manera todavía se sentían cerrados con serenidad, y Eugene ya no podía sentir el muro entre ellos.

—Sí, supongo que sí…

♦ ♦ ♦

Habiendo ido a preparar una segunda taza de café, Shin también trajo una para Eugene, que aceptó el vaso de papel con un gesto de agradecimiento. Lo llamaban café, pero era un sustituto hecho de cebada y achicoria. Como la esfera de la influencia de la Federación estaba rodeada por la Legión y las interferencias de la Eintagsfliege bloqueaban todas las comunicaciones, era imposible cualquier relación diplomática o comercial con otros países, por no decir que ni siquiera se podía confirmar la existencia de unos y otros. Así, los granos de café, que crecían en el sur y el sureste del continente, eran inalcanzables.

—Por cierto, tienes una hermana pequeña, ¿verdad?

—Ah, sí. Aunque es un poco más joven que Frederica. —Su mano tocó un medallón que colgaba de su cuello por debajo de la corbata del uniforme junto a su placa de identificación—. Nuestros padres se han ido… Y tengo que ganar dinero si quiero enviarla a una buena escuela.

Había sucedido hace seis años. La guerra con la Legión se había intensificado, y habían tenido que evacuar su pueblo. El tren de evacuación a la capital iba demasiado lleno para los cuatro, y sus padres habían metido a Eugene y a su hermana en el compartimiento, con la esperanza de salvar al menos a sus hijos.

Esa fue la última vez que los vio.

Como no habían tenido tiempo de llevarse ninguna foto familiar, su hermana, que entonces era un bebé, no recordaba las caras de sus padres.

—Ahora mismo está de vacaciones de verano en la escuela primaria, y estoy pensando que podría llevarla a algún sitio la próxima vez que tenga permiso. Un viaje podría ser difícil de manejar, pero el zoológico debería ser bastante fácil. Podría llevarla a los grandes almacenes de Sankt Jeder. A las chicas les gusta comprar ropa y zapatos nuevos, ¿no? Ah, ahora que lo reflexiono, han abierto una nueva cafetería en los grandes almacenes de la capital.

Shin mostró una fina sonrisa, viendo a Eugene disparar sus opciones a una milla por minuto.

—Ser hermano mayor parece difícil.

—¿Quieres cubrir mi próximo turno de “hermano mayor”? No me importa en absoluto.

—Siento decepcionar, pero ya tengo una pequeña alborotadora con la que lidiar.

Y después de darle a Eugene una sonrisa irónica, la expresión de Shin se endureció.

—Pero si ese es el caso, ¿estás seguro de que deberías ser un soldado? La guerra no va bien ahora, y no veo que mejore pronto.

Si tienes que cuidar a tu familia solo…

La expresión de Eugene cambió ante esas palabras no dichas.

—¿Dices eso basándote en la experiencia de tu antiguo campo de batalla?

—Sí…

Cuando estaban en la academia de oficiales especiales, Shin se lo contó. Parte del programa de entrenamiento consistía en enviar a los cadetes al combate real. En la práctica, los enviaban a patrullar con uniformes de campaña y con rifles de asalto, equipados con material anticuado. Se trataba solo de una tarea para acostumbrarlos al campo de batalla y para que se pusieran nerviosos, pero la suerte quiso que fueran asaltados por la Legión. Eugene logró regresar solo porque fue emparejado con Shin.

Fue entonces cuando preguntó. ¿Cómo era capaz Shin de saber cómo se iba a mover la Legión…? ¿Cómo estaba tan acostumbrado al campo de batalla? En ese momento, Shin se quedó pensativo durante un rato antes de acabar respondiendo. En ese mismo tono distante e indiferente, le habló… de su pasado.

La historia de cómo sobrevivió a la muerte a la que le había condenado su patria.

Sin embargo, Eugene nunca se atrevió a preguntar por la marca en su cuello, una cicatriz tan espantosa que parecía que había sido decapitado. Una cicatriz de un acto de crueldad, infligido a él por pura malicia.

Eugene se dio cuenta de que Shin estaba preocupado por él solo porque estaba familiarizado con los horrores del campo de batalla y la intensidad que se produce al luchar contra la Legión. Eso lo hacía feliz. Shin nunca hablaba mucho, rara vez se preocupaba por los demás, y podía ser extremadamente testarudo, pero no era una mala persona. Incluso con ese terrible pasado a sus espaldas, se hizo amigo de un Alba… Un sangre pura como Eugene.

—Pero… Bueno, sí… supongo. —Tomó un sorbo de su café e hizo una mueca al encontrarlo amargo; se había olvidado de ponerle azúcar—. Ayer murieron diez chicos de nuestro escuadrón. Conseguimos ampliar nuestro territorio poco a poco en estos diez años, e incluso este lugar se estableció la primavera pasada en un terreno que recuperamos. Pero la gente sigue muriendo todo el tiempo.

Cuando la Federación era todavía el Imperio, su territorio abarcaba desde el noroeste del continente hasta su región centro-norte, expandiéndose hacia el oeste y el este. Era una superpotencia que presumía de tener la mayor masa terrestre y población del continente, y además era una nación militante.

Poco después de que se estableciera la Federación, la Legión inició una invasión inversa de sus tierras, y los Vargus que protegían las tierras del país cumplieron su papel con lealtad. Aunque la Federación se vio reducida a menos de la mitad de sus territorios de combate, esto le permitió mantener los territorios centrados en la producción y la capital—que servía de núcleo de la nación—indemne.

Conservó la mayor parte de su poder nacional y pudo obtener datos sobre la actuación de la Legión, examinando los pocos especímenes que aún quedaban en los laboratorios financiados por el Imperio, además de los conocimientos de combate que había acumulado durante diez años de lucha contra ellos.

Respaldada por estos factores, se movilizó contra la Legión y pudo igualarla a duras penas, incluso avanzando poco a poco y recuperando el territorio perdido. La seguridad pública de la nación y la expansión de su territorio se ganaron consumiendo enormemente el poder nacional de la Federación y las vidas de sus soldados. La Legión, que operaba sin componentes frágiles y traicioneros como los pilotos, superaba a las armas de la Federación en muchos aspectos.

Además, la Legión, que fue creada con una vida útil inmutable fijada en sus procesadores centrales, fue capaz de superar esta única limitación asimilando las redes neuronales de los soldados muertos—Shin llamaba a estos especímenes Black Sheep—lo que les permitió perpetuar una guerra y una matanza interminables sin nada que las contuviera. También se confirmó que la Legión realizaba cacerías activas, en las que buscaba humanos vivos para asimilar sus redes neuronales antes de que entraran en estado de degradación. Lo que significaba que era la Federación, y no la Legión, la que tenía un temporizador.

—Por lo que vi ayer, otros escuadrones no son muy diferentes. Casi me sorprende que la Legión no haya pasado la segunda línea defensiva.

—Los oficiales al mando decían que era de esperar esta cantidad de bajas cuando las cosas se ponen feas. El frente occidental es el más grande y feroz de la Federación. El sector de la 177° División Blindada es una de las zonas más disputadas del frente occidental, también.

Las fronteras norte, sur y este de la Federación tenían sus primeros y cuartos frentes bendecidos con un terreno montañoso de gran elevación y un gran río. Eran fortalezas naturales, por lo que era fácil mantener una línea de defensa en esas zonas. El único frente que era difícil de defender era el occidental, que estaba cubierto de vastas llanuras, lo que hacía difícil rechazar a grandes números. El frente se extendía a lo largo de cuatrocientos kilómetros, y las fuerzas estacionadas allí eran cuatro veces mayores que las desplegadas en cada uno de los otros frentes.

—Era de esperar, ¿eh? Solo tengo un mes de experiencia en el campo de batalla de este país, pero no creo que ese número de bajas sea algo que se pueda despreciar así como así. Las pérdidas de la Legión no se corresponden con las nuestras. Teniendo en cuenta que aún mantenemos la línea, estamos perdiendo demasiadas tropas.

—Estoy de acuerdo. De verdad no parece que estemos ganando aquí. Puede que los comandantes estén acostumbrados a esto, pero los altos mandos militares son todos antiguos nobles. Para ellos, el número de plebeyos que mueren en el campo de batalla es solo una estadística fluctuante. Para ellos, no es diferente enviar ganado al matadero.

Al darse cuenta de lo que acababa de decir, frunció los labios. La persona que tenía ante sus ojos fue tratado como ganado por la República y ni siquiera habría sido contada como una baja para empezar.

—Lo siento…

—¿Hmm? ¿Por qué?

Shin puso una cara dudosa, y Eugene solo agitó la mano, descartando el tema. Si no lo entendía, estaba bien. No tenía sentido remover recuerdos doloroso.

Pero…

Fue entonces cuando Eugene se preguntó. Si eso fue de verdad lo que le ocurrió, ¿por qué Shin volvió al campo de batalla?

Shin no tenía familia. Todos le fueron robados por la República, que debería haber sido su patria, y solo él quedó vivo. No era nativo de la Federación y no tenía a nadie a quien proteger en este país, ningún ideal que mantener defendiendo a su patria o a sus camaradas. Y con el gobierno concediéndole ayuda y apoyo, ni siquiera necesitaba trabajar aquí para conseguir comida o refugio.

Así que… ¿por qué?

—Umm… Shin.

—¿Qué?

—Bueno… podría preguntarte lo mismo que me preguntaste antes.

¿Debería de verdad preguntar? Eugene se sumió en un silencio vacilante. Los ojos rojos de Shin se apartaron de repente de él, su mirada se dirigió a otra dirección. Miró a lo lejos, más allá de los gruesos muros defensivos de la base, como si viera algo mucho más allá. El ambiente a su alrededor se enfrió de inmediato, haciendo que Eugene se mordiera la lengua.

—¿Qué es…?

Y justo cuando estaba a punto de preguntar “¿Qué pasa?”, el estruendo de una sirena de advertencia silenció sus palabras.

Esta alarma significaba que las sondas de reconocimiento autopropulsadas y no tripuladas que estaban desplegadas en las zonas disputadas habían detectado la presencia de la Legión. La Legión había sido desarrollada por el Imperio, pero su sucesora, la Federación, solo empleaba estas sondas de reconocimiento como sus únicas máquinas no tripuladas. La educación superior estaba monopolizada por los aristócratas, que constituían el núcleo de la dictadura, y la baja nobleza.

Sin embargo, la Federación se centró en las clases medias y no pudo igualar los abrumadores avances tecnológicos del Imperio. El principal investigador que había inventado la avanzada inteligencia artificial de la Legión había fallecido antes de que estallara la guerra, y la Federación no consiguió desarrollar una IA por completo independiente capaz de igualar a la Legión.

E incluso si no lo hicieran, el gobierno y los civiles estaban de acuerdo en que no emplearían tal táctica. Luchar para defender al país y a sus hermanos era tanto el deber como el derecho del pueblo, y no dejarían que las máquinas se lo arrebataran. Muchas personas también estaban profundamente traumatizadas por las capacidades letales de las máquinas autónomas, una horrible realidad a la que se veían obligadas a enfrentarse todos los días de su vida.

Tras un largo momento de tenso silencio, los dos se levantaron mientras la cafetería se llenaba de suspenso y confusión.

—Esos estúpidos trozos de chatarra no cesan. Es un día tras otro. Esto no les va a hacer ganar puntos con las damas, maldita sea.

—Las máquinas de tipo reproducción automática se llaman Weisel [2], que significa abeja reina. Eso hace que el resto de la Legión sean abejas obreras, así que siendo técnicos son todas hembras.

—Así que han venido a cortejarnos a los soldados de la Federación, ¿eh? Son tan pegajosas que me dan ganas de llorar.

Mientras se deleitaban con su humor negro, salieron de la cafetería solo para separarse en el pasillo. La división blindada de Eugene y la división de investigación a la que Shin pertenecía de forma provisoria como parte de la unidad de prueba tenían diferentes cadenas de mano y diferentes hangares.

—Nos vemos luego.

—Sí.

♦ ♦ ♦

No sería exagerado llamar al frente occidental de la Federación una carrera de obstáculos, con sus estrechas zonas boscosas y las ruinas de las ciudades que podrían establecerse como zonas de batalla. Estas zonas serían los puntos centrales en las estrategias para derrotar a los Löwe de tipo tanque, que servían como fuerza principal de la Legión, y a los Dinosauria de tipo tanque pesado, que eran enviados para romper las líneas defensivas.

Pero esta decisión no siempre benefició a la Federación. Para el Vánagandr, cuya enorme estructura era tan grande como la del Löwe, este terreno era muy difícil de maniobrar. Y si se quedaba sin coordinación con sus unidades consorte, este tipo de terreno podía resultar fatal si se veía acorralado por un grupo de tipo Grauwolf.

Se encontraban en un bosque lleno de coníferas y árboles de hoja ancha nativos del frente occidental. Perseguido por los tipos de Grauwolf que intentaban cortar a sus unidades desde las cuatro direcciones, Eugene espoleó a su Vánagandr hacia adelante. El silencioso bosque tembló ante la fuerza de los pasos de la unidad de cincuenta toneladas mientras su sistema de propulsión gemía en agonía.

La Legión bañaba la Federación como un maremoto, sin importar si era de noche o de día. Sus incursiones eran irregulares e intermitentes, pero implacables. Repetían estos ataques, agotando constantemente la resistencia y la moral de la Federación, y una vez iniciadas las hostilidades, las batallas se prolongaban durante medio mes. La Legión podía emplear esta estrategia porque, a diferencia de los humanos, que tardaban aproximadamente un año en reproducirse, los Weisel de tipo auto-reproducción, que se encontraban en lo más profundo del territorio de la Legión, podían producir nuevas unidades con la misma velocidad y fluidez que el humo negro que salía de sus tubos de escape.

El cielo del campo de batalla estaba cubierto por el filamento plateado de nubes de Eintagsfliege, que bloqueaba el radar y el enlace de datos, y el bombardeo de los Skorpion de largo alcance llovía esporádicamente sobre los soldados atrincherados. En términos de capacidades individuales, la infantería acorazada no era rival para el Grauwolf, y el Vánagandr no estaba a la altura del Löwe, lo que significaba que la Federación tendría que utilizar estrategias coordinadas para superarlos. Pero la Legión—haciendo siempre honor a su ominoso nombre—tenía la abrumadora ventaja numérica, lo que les permitía superar la debilidad de su falta de tácticas sofisticadas.

A veces, Eugene había pensado: ¿Vamos a perder? Nosotros, la Federación. O quizás toda la humanidad.

¿Iban a perder ante estas máquinas asesinas de que no tenían ninguna razón para hacerles la guerra? ¿Sería que finalmente perderían la fuerza para luchar, y un día perderían…?

—¡Subteniente Rantz! ¡Deje de soñar despierto! ¡¿Quiere morir?!

Esas palabras fueron acompañadas por una patada desde el asiento del artillero, sacando a Eugene de sus pensamientos. La pantalla del radar estaba cubierta con los puntos rojos de la Legión. El sistema de información apenas se mantenía en línea, proyectando información sobre el estado de combate de las otras unidades en la pantalla holográfica.

La batalla no iba bien. La unidad acorazada, encargada de la defensa móvil y que debía situarse en la retaguardia de la segunda línea defensiva, estaba casi en primera línea. El escuadrón Nordlicht de Shin se desplegó cerca. Atacó los flancos de los Löwe que cargaban, repeliendo su avance en un combate cuerpo a cuerpo que no distinguía entre amigos y enemigos. Mientras esto ocurría, las unidades acorazadas, que habían estado a la cabeza de la ofensiva hasta ahora, aprovecharon para reorganizarse y comenzar un contraataque en coordinación con el escuadrón Nordlicht.

El escuadrón de Shin siempre aparecía en los campos de batalla que más lo necesitaban, que también resultaban ser los más peligrosos. Mientras los restos de la Legión destruida se esparcían por el campo de batalla, las tropas amigas también morían como moscas, y sus cadáveres se amontonaban hasta crear una montaña de cuerpos.

El escuadrón Nordlicht siempre se adentraba en los más terribles infiernos de los que cualquier persona en su sano juicio retrocedería, y lo hacía sin miedo. Eugene era consciente de que había gente en el frente que los llamaba burlonamente demonios con forma humana y decía que bebían la sangre de los caídos para alimentarse. Los esqueletos sin cabeza, que llevaban el nombre de Valkyrie, la que decidía la vida y la muerte en el campo de batalla, cargaron de nuevo al combate, atraídos por el olor de sus compañeros muertos.

De repente, un ruido blanco recorrió todas sus pantallas ópticas y holográficas multifuncionales. El valor de la pantalla que indicaba la densidad del Eintagsfliege cambió. La interferencia electrónica se había intensificado.

Y justo antes de que el ruido ahogara por completo todas las comunicaciones, los blips del escuadrón Nordlicht comenzaron a retirarse a toda velocidad, y una voz que gritaba algo en la línea abierta apenas se registró en la conciencia de Eugene.

Algo llovió desde arriba y estalló, haciendo que las ondas de choque rasgaran en el aire. En esta época, en la que incluso los lentos rifles sin retroceso disparaban balas que viajaban más rápido que la velocidad del sonido, el estruendo de las explosiones siempre llegaba en último lugar.

Y así, una lluvia de acero los bañó.

♦ ♦ ♦

La resonancia sensorial, que viaja a través del inconsciente colectivo, no se vio afectada por la interferencia electrónica que silenció todo tipo de comunicaciones inalámbricas.

¿Estás ileso, Shinei?

—Sí.

Menos mal…

Pero al decir eso, la voz de Frederica tembló.

—Sin embargo… me temo que tengo malas noticias…

♦ ♦ ♦

Mirando los restos humeantes de color acero que habían sido destrozados por la lluvia de fragmentos autoforjados, Shin abrió la boca para hablar.

—Frederica… cierra los “ojos”.

♦ ♦ ♦

Cuando Eugene abrió los ojos, se encontró con el verdor que colgaba sobre él. Hojas verdes de roble y haya se agitaban con suavidad sobre su cabeza. Los abetos y los pinos proyectaban una sombra verde oscura sobre él. El color esmeralda del follaje se mezclaba con las finas nubes de Eintagsfliege, captando trazos de luz solar y haciendo que la niebla fuera un poco transparente. El verde se pintaba sobre la propia niebla, los brumosos tonos iridiscentes del verano de un bosque del norte.

Sentir la hierba, húmeda por el rocío, contra sus mejillas, le indicó que estaba tumbado en el suelo. Pudo distinguir la enorme silueta gris de una carcasa mecánica que parecía una bestia gigante—su Vánagandr destrozado—agazapado a poca distancia de él.

Una sombra delgada se arrodillaba a su lado. Eugene forzó la vista para distinguir quién era.

—Shin.

La mirada sangrienta de Shin lo observó. Su mirada fría y serena nunca vaciló, ni siquiera ahora. Si la Parca existiera, sus ojos seguramente serían así.

—¿El comandante…?

—Está muerto.

—¿Y… yo…?

Sabía con vaguedad que no tenía salvación. Si hubiera alguna posibilidad de ayudarlo, Shin no se limitaría a mirarlo así.

—No quieres saberlo.

—Dímelo.

Shin dio un largo y decidido suspiro.

—Todo lo que hay debajo de tu estómago ha desaparecido.

Podía decir que no solo estaba cortado e imaginar lo malo que era por la sangre en el traje de vuelo azul acero de Shin. Parecía como si hubiera atravesado un río de sangre.

De verdad… Él no era un mal tipo. Tan inapropiado como era, Eugene se encontró sonriendo. Aunque sabía que era inútil, Shin lo había sacado de los escombros. Y a juzgar por cómo no sentía ni una pizca de dolor, también debía haberle administrado morfina.

Había desperdiciado preciosos analgésicos en un soldado moribundo.

Pero Eugene todavía estaba agradecido de que lo hubiera sacado del Vánagandr. No quería morir atrapado en esa cabina sellada, ahogándose en el hedor de su propia sangre y entrañas.

—Shin… tengo que pedirte un último favor.

—¿Qué es?

—Quiero que tomes mi relicario. Lo llevo justo debajo de mi equipo…

Los ojos de Shin vacilaron un poco cuando Eugene se dio cuenta de que ya no tenía las manos para completar la tarea. Quitándose los guantes, tal vez por no querer ensuciarlos, Shin alargó la mano para tomar el medallón. Tras un momento de vacilación, metió la mano en el cuello del traje de vuelo, y sus dedos sujetaron el frío objeto metálico. Se calentó poco a poco, absorbiendo el calor del cuerpo de Shin.

Mientras se ponía en pie, sobresaliendo por encima de Eugene como un gran cuervo negro. Shin sacó una pistola de la funda de su muslo derecho. Tiró de la corredera y puso una bala en la recámara. Era una pistola automática de 99 milímetros, más grande que las que la Federación proporcionaba a sus pilotos. Era un arma completamente ineficaz contra el blindaje de la Legión.

Las manos de Eugene seguro habrían temblado demasiado para completar la tarea si se hubiera puesto en la posición de Shin, y sin embargo, ni la boca del cañón ni la mirada dirigida a él vacilaron en lo más mínimo. Pero ya sabía que no era por frialdad.

Así que lo menos que podía hacer para corresponderle era reunir las últimas fuerzas y forzar una sonrisa.

—Lo siento… Gracias.

Un disparo resonó en el campo de batalla.

♦ ♦ ♦

Frederica había dicho que seguía vivo, pero no le había dicho a Shin que lo salvara. Eso había dejado la situación perfectamente clara.

—Fido…

Llamó a su fiel Scavenger, solo para recordar que lo había dejado atrás en los territorios de la Legión, ya que no había podido llevarlo de vuelta, y cerró la boca. Una vez que esta batalla terminara, el cadáver de Eugene sería recuperado, enviado a su familia, y se le daría un entierro apropiado y digno. Seguro, antes de que su alma—o algo parecido, si es que existía—volviera a la oscuridad en los confines del mundo.

Pero su nombre, su última expresión, sus sonrisas y las historias de la familia de la que hablaba a menudo quedaron grabadas en el corazón de Shin. Junto con las de los incontables cientos de personas a las que había acompañado hasta el final hasta ahora.

Eso fue siempre lo único que de verdad pudo hacer.

Mientras rompía una de las dos placas de identificación de Eugene para su informe de muerte, Shin oyó los fuertes pasos de una máquina pesada que se acercaba a él. No era la Legión. Sus sistemas de propulsión y amortiguación altamente eficientes hacían que incluso los tipos tanque no hicieran ruido al caminar, y además, él sabría si la Legión se acercaba a él.

Al poco tiempo, vio que un Vánagandr dañado con la insignia de la 18° Compañía de un puercoespín se acercaba a él a través de la niebla esmeralda.

Al notar el Vánagandr destrozado y el cadáver de su camarada, junto con el joven soldado que servía a otra unidad, el operador del último Vánagandr que quedaba de la 18° Compañía detuvo su máquina.

Se encontraba en un rincón abandonado de un peligroso campo de batalla en el que no se sabía cuándo podría atacar la Legión. Ni siquiera llevaba encima un fusil de asalto para defenderse, pero curiosamente y a pesar de lo temerario de todo ello, la postura silenciosa del chico no parecía dar ninguna señal de crisis.

Tumbado y escondido cerca del Vánagandr roto, estaba la propia unidad del chico, un Feldreß blanco de cuatro patas, esperando en espera. El operador tragó saliva con nerviosismo.

Un Reginleif. El esqueleto sin cabeza que solo aparecía en los campos de batalla de innumerables bajas.

El chico no llevaba los auriculares puestos, así que no pudieron hablar por vía inalámbrica. El comandante de la unidad abrió con cautela la capota del asiento trasero del artillero. El joven soldado enarcó una ceja, mirándole. El operador emitió un pequeño gemido.

—¡Nouzen…!

Habían estado en la misma clase en la academia de oficiales especiales. Era uno de los reclutas más dotados en un programa que consistía principalmente en niños que habían sido enviados por sus familias para reducir el número de bocas que tenían que alimentar. Sus calificaciones en los ejercicios de combate eran muy superiores a las de todos los demás, pero fue enviado a una unidad de prueba por repetidas infracciones disciplinarias e incumplimiento de órdenes.

Se rumoreaba que había sido enviado a alguna unidad disciplinaria llena de mercenarios de los territorios de combate para probar un arma suicida.

Shin también había sido compañero de habitación y de equipo de Eugene Rantz, otro de sus compañeros… Y el operador volvió a tragar saliva nervioso cuando se dio cuenta de que el medio cadáver que yacía cerca era ese mismo Eugene.

—Qué oportuno. ¿Podría informar de su muerte por mí?

Tomando la placa de identificación que Shin le lanzó casualmente, el artillero preguntó:

—¿Le has practicado la eutanasia?

Se lo imaginó por la pistola en la mano de Shin y el charco de sangre que se extendía por la maleza. Por lo general, era tarea de los médicos militares decidir cómo tratar a los heridos, pero siendo las heridas de guerra lo que eran, a menudo se daban situaciones en las que era obvio que algunas lesiones estaban más allá del tratamiento médico. En los casos en los que los heridos probablemente habrían sucumbido a sus heridas en el viaje de vuelta, ponerles fin a su miseria en el acto se consideraba un acto de piedad.

Shin asintió. El artillero, con una mezcla de emociones encontradas, separó los labios para darle las gracias cuando el otro soldado, el operador, gritó:

—¿Por qué no lo salvaste?

Shin no respondió. Se limitó a mirarle con ojos fríos y tranquilos como la sangre.

—Sabías que era Eugene, ¿verdad? Dijo que se había reunido contigo esta mañana antes de salir. Así que sabías que era él, ¿verdad? ¿Por qué no viniste a salvarlo? No te importó entrometerte en las peleas de otras unidades y destrozar todo lo que había a la vista, ¿verdad?

Dentro de todas las unidades encargadas de la defensa móvil, el escuadrón Nordlicht era el que más muertes había provocado, lo cual era natural, ya que cargaban en zonas disputadas de las que otras unidades se alejaban.

Eran así de fuertes, pero…

Habían sido rescatados y acogidos por la Federación. No tenían ninguna razón para seguir luchando, ¡y aun así!

—Probablemente, priorizaste matar a esos pedazos de chatarra antes que salvarlo, ¿no es así? ¡Solo eres un Ochenta y Seis obsesionado con la guerra!

♦ ♦ ♦

Ochenta y Seis.

Ese era el nombre que su tierra natal, la República de San Magnolia, les dio cuando los definió como cerdos con forma humana, antes de que la Federación los rescatara. El nombre de aquellos cinco jóvenes soldados que llegaron al límite del territorio de la Federación después de haber sido condenados a muerte en el campo de batalla.

♦ ♦ ♦

Shin guardó silencio.

El artillero agarró el hombro del operador, impidiéndole decir nada más.

—Ya basta, subteniente Marcel. ¿Intentas ser tan horrible como esos idiotas de la República?

Marcel se calló ante la advertencia del artillero. Sabía que las atrocidades que la República había cometido contra sus ciudadanos, los Ochenta y Seis, habían sido ampliamente difundidas en la televisión nacional hacía seis meses, cuando Shin y su grupo habían sido encontrados.

Él no quería ser nada parecido a la República, pero…

El artillero bajó la cabeza, su mano seguía agarrando el hombro de Marcel.

—Me disculpo por las descorteses palabras del subteniente Marcel. Y permítame que también le agradezca la piedad que ha tenido con el subteniente Rantz. Gracias. Y lo siento.

—Está bien…

Mirando a Shin, quien se limitó a negar con la cabeza, el artillero continuó:

—Tal vez te ofreciste como voluntario en el ejército de la Federación para devolvernos el favor por haberte salvado, pero no tienes por qué hacerlo.

Shin aguardó en silencio.

—Nosotros, la Federación, nunca nos rendiremos ante la Legión. Estaremos a la altura de la tarea en el campo de batalla y mantendremos nuestro sentido de la justicia. Luchamos por nuestra propia voluntad para defender a nuestras familias, nuestra patria, nuestros camaradas y los ideales de este país. No les obligaremos a ustedes, pobres niños, a luchar por nosotros… No es demasiado tarde. Retírense del ejército y vivan una vida de felicidad esta vez.

La única respuesta de Shin fue una fría mirada.

Pero al momento siguiente, apartó la vista. El darle la espalda a un oficial superior—e incluso de otra unidad—era algo grosero. Sin embargo, con una mirada fría, Shin solo respondió:

—La Legión está llegando. Reagrúpense con el resto de la fuerza, de inmediato.

♦ ♦ ♦

Sentado en la cabina de su Juggernaut, Undertaker, Shin escudriñó por encima de las ventanas polivalentes, tratando de discernir el estado de la batalla. A estas alturas, ya había dejado de lado la muerte de Eugene. Cinco años en el campo de batalla habían convertido su comportamiento maquinal en algo natural para él.

Al recordar de repente que lo tenía apagado, Shin encendió el para-RAID, activando su resonancia sensorial. No le habría importado que fueran los otros soldados, que habían hecho de la guerra su medio de vida desde que la Federación era aún el Imperio, pero al menos quería evitar que Frederica tuviera que presenciar la muerte de alguien que conocía. Lo había dejado claro y esperaba que ella no mirara de todos modos.

En el momento en que Shin volvió a encender el para-RAID, Frederica empezó a hablar. Seguro había estado esperando a que él se reconectara.

Shinei.

—¿Cuál es nuestra situación?

El enlace de datos del sistema de información seguía cortado. Podía percibir las posiciones de la Legión hasta cierto punto, pero estaba ciego cuando se trataba de saber dónde estaban las unidades amigas supervivientes. Tendría que deducirlo de los movimientos del enemigo, pero no conocía el terreno de la Federación lo suficientemente bien como para hacerlo, y había demasiadas unidades amigas desplegadas como para hacer conjeturas. Preguntar a alguien que estuviera en el campo de batalla sería más rápido.

—Desfavorable. Nuestra fuerza principal ha retrocedido a la línea secundaria para reagruparse. El bombardeo de antes nos ha perjudicado mucho.

—¿Tienes información detallada de los daños?

—Todavía puedo ver a varios líderes de escuadrón, pero… estamos doblando el vehículo de mando y los enlaces de datos están desconectados en su mayor parte…

Los Eintagsfliege se habían desplegado en varias capas, matando en efecto sus enlaces de datos. Los cañones antiaéreos que desplegaron para dispersarlos vieron bloqueado su avance por el fuego de los Skorpion.

Esto es duro, pensó Shin, con una expresión inquebrantable.

El potencial bélico de la Federación era con significancia mayor que el de la República. Todos los sistemas de armas que desplegaban en el campo de batalla estaban bien fabricados. También contaban con artillería y apoyo de enlaces de datos, pero… aun así, la Legión era mucho más fuerte. La única razón por la que la República había sobrevivido durante nueve años era porque la mayoría de las fuerzas de la Legión fueron enviadas a luchar contra la Federación. O tal vez la Legión solo trató a la República como nada más que un sitio de prueba.

—Hemos recibido una actualización del Cuartel General de la División. Una vez que comencemos nuestro contraataque, el escuadrón Nordlicht atacará a la Legión por el flanco. Reagrúpense en las coordenadas 27-39 y permanezcan a la espera hasta nuevo aviso… Tuvieron que hacer correr a un mensajero para entregar este mensaje. Qué triste estado de cosas…

—Entendido.

Giró el rumbo de Undertaker y se puso en marcha. Al poco tiempo, Bernholdt se reagrupó con él, y poco después se les unieron los dos pelotones restantes. Las unidades supervivientes del escuadrón convergieron a su alrededor desde todo el campo de batalla, los puntos azules que los marcaban en la pantalla del radar se movían poco a poco hacia ellos. Y justo cuando un blip con un nombre personal conocido se acercó a él, se oyó una voz que hacía tiempo que no oía en el campo de batalla.

—No reúnen a toda el escuadrón así todos los días. ¿Qué, ya se han acabado con todos los Vánagandrs?

Hombre Lobo.

En cuanto a al código del escuadrón y el número de la máquina que aparecían en la pantalla, Shin respondió a la voz que se conectaba con él a través de la Resonancia.

—Raiden… ¿Cómo han ido los refuerzos de tu lado?

—Es triste decirlo, pero la unidad blindada estándar está casi aniquilada… Los chicos de ahí arriba esperan que montemos un contraataque, pero no esperaría mucha ayuda de la fuerza principal, tal y como están las cosas.

—No es que contáramos con su ayuda de todos modos…

—Quiero decir, aquí estamos de nuevo, con la contraofensiva fallando y nuestro ejército aislado. Nos dicen que los asaltemos, pero es más bien que quieren que cortemos las líneas del frente y actuemos como cebo.

—Supongo que cuando te dicen que luches para salir de una mala situación, es lo mismo sin importar dónde estés.

Sus compañeros de Ochenta y Seis hablaron uno tras otro, apareciendo desde sus puestos en todo el campo de batalla. Los nombres conocidos aparecieron en la pantalla del radar mientras crepitaba por la potente interferencia electrónica. Mirando esos nombres, Shin suspiró. Incluso después de llegar a este país, la guerra seguía siendo la misma.

Cuando se aventuraron más allá del campo de batalla que se había cobrado innumerables almas, no sabían que lo que les esperaba era más de la misma guerra. No esperaban volver a pisar el mismo infierno.

En aquel entonces, cuando emprendieron la marcha de la muerte conocida como la misión de Reconocimiento Especial…


[1] Cabina en tándem: Tándem, como término usado para vehículos, es la disposición de ciertos elementos del vehículo, normalmente los asientos en sucesión, es decir, ubicados uno detrás del otro en una fila, por lo que no abarca la distribución de asientos en un vehículo de turismo o un autobús.

[2] Weisel: Máquinas de tipo reproducción. Una enorme Legión del tamaño de una manzana destinada a la producción de vehículos de la Legión.

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