Ochenta y Seis – Volumen 2 – Capítulo 05: Grita “Apunta”

Traducido por Lucy

Editado por Lugiia


Surcando las ondas electrónicas, las palabras de una máquina recorrieron las ondas del campo de batalla.

<Sin Rostro, dirígete a la red de la primera área>

<Inicia la operación de barrido>

<Toda la Legión conectada a dicha red debe desactivar el modo de espera>

<Repito, inicia la operación de barrido>

<Objetivos: frente de batalla del este, la República Federal de Giad>

<Frente de batalla norte, el Reino Unido de Roa Gracia>

<Frente de batalla del sur, la Alianza de Wald>

<Frente de batalla occidental, la República de San Magnolia>

<Directiva a toda la Legión en la red mencionada>

<Inicie el exterminio de inmediato>

♦ ♦ ♦

Ese mismo día, a la misma hora… al oeste de la República Federal de Giad… en el cuartel del escuadrón Nordlicht de la 177° División Blindada… un solo oficial saltó de la cama.

♦ ♦ ♦

Raiden soñó que se caía por un acantilado.

—Levántate.

Su cabeza se golpeó contra el colchón justo cuando escuchó esas palabras. Frotándose el cuello, que le dolía un poco, ya que había dormido en una posición incómoda, Raiden se levantó de la dura cama. Su pequeña habitación en el cuartel estaba a oscuras, iluminada solo por la luz de la luna, y Shin se quedó de pie, sujetando con una mano la almohada que había arrancado de la cama.

—Escucha… ¿Te mataría decir algo antes de que…?

—Ahora no es el momento —respondió secamente, con la voz impregnada de tensión. Y a juzgar por cómo iba vestido con el traje de vuelo azul acero de la Federación en plena noche… Los ojos de Raiden se entrecerraron.

—Ya vienen…

—Sí.

Mirando por la ventana, pudieron ver las nubes plateadas de la Eintagsfliege gestándose en el horizonte, apagando incluso la oscuridad de la noche.

—¿Cuántos hostiles?

—No quiero calcularlo. Es como si se hubieran roto los siete sellos del libro del Apocalipsis.

—¿Esperas que entienda esa referencia…?

Que Shin utilizara cualquier tipo de humor era una prueba de lo mal que estaban las cosas. Sus ojos rojos seguían fijos en el otro lado del campo de batalla con un frío escrutinio.

—Predije esto…, pero es prácticamente el peor escenario posible. Parte de las fuerzas que pensé que serían asignadas para atacar a los otros tres países se dirigen, en cambio, a la Federación. Parece que el frente occidental es un punto de máxima importancia para la Legión.

—Vaya, qué honor.

Raiden se puso en pie mientras refunfuñaba sarcásticamente, pero volvió a fruncir el ceño al ver el perfil de Shin iluminado por la luz de la luna.

—¿Estás bien?

—Yo, en tu lugar, no aumentaría la tasa de sincronización del para-RAID por encima del mínimo indispensable hoy…

No intentó fingir que no pasaba nada. Incluso esta Parca con cara de piedra se dio cuenta de que no podía ocultarlo. Sus ojos rojos rieron con amargura. Su rostro estaba pálido, y no solo por la iluminación de la luna, y se contorsionaba como si estuviera soportando un dolor inmenso y constante.

—No resuenes conmigo a menos que sea necesario… Creía que estaba acostumbrado a esto, pero esta noche es realmente demasiado.

La Parca, que ni siquiera había pestañeado ante el estruendoso bramido del fantasma de su hermano, al que tanto tiempo persiguió, se estremeció.

—Entendido.

—Necesito que te encargues de los preparativos para nuestra partida. Ve a despertar a los demás.

—¿Y tú?

Shin dirigió una mirada hacia atrás y golpeó suavemente la pistola en su funda lateral. No era la pequeña pistola que se les daba a los pilotos de Feldreß para que se autodestruyeran. Era una de mayor calibre, la pistola automática que había utilizado en la República.

—Ahora no es el momento de quedarse callado. Iré a despertar al resto del ejército.

♦ ♦ ♦

Aunque las circunstancias anormales eran de esperar en el ejército, los procesadores seguían bastante irritados al ser despertados de su sueño. Y tampoco era una orden oficial, sino una decisión arbitraria de su capitán. Incluso si sus habilidades coincidían con su título de Parca, el hecho de que tomara esta decisión sin que sonaran las alarmas o el radar de la zona diera un aviso les dejó molestos.

—Mierda, si esto es un simulacro… juro por Dios que en la próxima batalla, mi arma podría disparar accidentalmente a esa Parca con cara de piedra…

—No tendrás que hacerlo; le dispararé en el acto si ese es el caso. Una bala perdida, por supuesto.

Después de que el equipo de mantenimiento recibiera la orden de preparar los Juggernauts para el despegue lo antes posible, el hangar se llenó con sus gruesas voces, del rugido del motor de la grúa de pórtico y de la pesada maquinaria que transportaba paquetes de energía y proyectiles. Al pasar cerca de los procesadores descontentos que expresaban sus quejas tras la cortina de ruido, Bernholdt se burló de ellos.

—Pueden intentarlo, pero les dará la vuelta al asunto. ¿Quién de ustedes fue el que se peleó con el capitán y recibió una paliza?

Eso fue antes de que todos supieran que Shin era un Ochenta y Seis. Su aspecto delataba su gruesa y noble sangre imperial, por lo que bastantes de ellos lo tomaron a la ligera como un noble delicado y recibieron una gran paliza cuando intentaron levantarle la mano.

—Pero, sargento…

—Además, ustedes nunca estuvieron bajo su mando directo, así que aún no se dan cuenta, pero cuando se trata de los movimientos de esos malditos trozos de metal, el capitán sabe mejor que el radar.

Una sirena comenzó a sonar. Los gritos y el ruido se apagaron durante un largo momento, y sonó una siniestra alarma que avisaba de la invasión de la Legión.

Bernholdt se encogió de hombros ante las expresiones de asombro de los otros procesadores.

—¿Ven…?

♦ ♦ ♦

En un rincón de la primera línea defensiva, las tropas acorazadas tragaban saliva nerviosa en sus trincheras y pastilleros mientras esperaban la llegada del enemigo. Era un sector que, lamentablemente, no estaba bendecido con los bosques y las ruinas que constituían la mayoría de los campos de batalla del frente occidental. Sin embargo, era una posición bien fortificada para hacer retroceder el avance de la Legión, y se calculaba que estaba al alcance del fuego de artillería de cobertura.

Para amortiguar las mortíferas ondas de choque del bombardeo, las trincheras se excavaron en ángulos rectos y precisos, con un grueso campo de minas antitanque y un cañón antitanque de 88 mm colocado en la retaguardia de la formación. Por fortuna, la alarma que sonó antes de lo debido permitió que una unidad blindada que estaba instalada en las cercanías se apresurara a llegar al lugar, y su presencia alivió parte del miedo que la amenaza de muerte que se cernía sobre los soldados.

—Señor…

Un soldado vestido con un exoesqueleto de armadura reforzada de cuerpo entero señaló hacia adelante. Algo atravesó la noche, una silueta surrealista, inorgánica y feroz del color del acero, apartando incluso la oscuridad a su paso. Y en el momento siguiente, su campo de visión, toda la cordillera que formaba el horizonte, se volvió del color del acero frío.

—¡¿Qué…?!

Era como presenciar el momento en que se levantaba un maremoto. Las innumerables sombras cruzaron las crestas, como el instante en que el mar se abrió y la ola destructiva se precipitó sobre ellos, bañando los oscuros campos con el color del metal. Al igual que una oleada de agua que se precipita hacia abajo, como el fuego que consume un campo, este proverbial mar rugió con el débil y distintivo sonido de ese motor, de huesos que se frotan unos contra otros. E incluso cuando más y más Legión formaban la vanguardia, su número continuaba llegando sin fin, siendo una prueba espeluznante de lo vastas que eran sus fuerzas.

La sombra se extendía a su alrededor, hasta donde alcanzaba la vista, sin un grito de guerra, como si la propia oscuridad amenazara con consumirlos.

Todos ellos eran…

—Legión.

Yo soy Legión, porque somos muchos.

Un rugido atronador. El sonido estridente de un bombardeo silbó desde arriba, señalando el descenso de un golpe de hierro desde los cielos. Probablemente, pocos de los presentes reconocieron que este bombardeo del tipo artillero de largo alcance sirvió como disparo de apertura de esta batalla. Así de increíble era este espectáculo, tan sobrecogedor como casi religioso, como el día del juicio final descrito en las Sagradas Escrituras.

El primer bombardeo no alcanzó la línea defensiva de la Federación y cayó muy por detrás de ella. El segundo aterrizó mucho más cerca, esta vez frente a ellos. No fueron disparos accidentales. La táctica estándar de los Skorpion era permanecer ocultos varios kilómetros, más allá del horizonte, y dispararles desde lejos. Los primeros proyectiles se dispararon para ajustar sus miras, y una vez hecho esto, el siguiente paso obvio fue:

—¡Bombardeo pesado entrando!

Un ruido ensordecedor rugió en sus oídos. Una salva de proyectiles altamente explosivos pintó de negro el cielo plateado y luego llovió sobre las trincheras, estallando al impactar. Impulsados por las ondas de choque de los proyectiles de 155 mm, los fragmentos del bombardeo se convirtieron en balas de alta velocidad con una masa increíble, desgarrando las trincheras y la carne de los soldados blindados que se encontraban en ellas.

Y entonces, llegó otro impacto. Y otro. Y otro más. Los explosivos llovían por docenas —más bien por centenares— hiriendo o matando a la mitad de la gente en un radio de cuarenta y cinco metros. El bombardeo caía sin cesar, como una lluvia, ahogando los gritos y los estertores de los soldados.

Y mientras los soldados permanecían inmovilizados, la oleada de color acero se acercaba cada vez más. De pie, hocico a hocico, de forma ordenada, un enorme ejército de Dinosauria mantuvo una formación de cuña blindada. Sin conocer el miedo, se abalanzaron incluso bajo el fuego de los Skorpion, aplastando todos los obstáculos bajo el peso de sus armaduras de cien toneladas.

Al notar que un grupo de Ameise se desplegaba en la vanguardia, los soldados blindados temblaron de terror al darse cuenta de lo que venía a continuación. El bombardeo estaba destinado a barrer el campo de minas y abrir el camino a la vanguardia de la Legión. Los Ameise cruzaron la tierra calcinada que voló en pedazos junto con las minas. Unas cuantas minas no activadas estallaron, haciendo  volar a varias unidades, pero la Dinosauria avanzó pisando los restos.

Los Ameise, estratégicamente inferiores, se sacrificaron a las minas para defender a las Dinosauria, tácticamente valiosas. Era el tipo de sacrificio despiadadamente lógico que solo una máquina podría hacer y que un humano raramente podría hacer. Y tras cruzar el campo de minas sin sufrir daños, las bestias metálicas habían llegado finalmente a las trincheras donde se escondía la poca infantería blindada que había sobrevivido al bombardeo.

—Maldita sea… ¡Defiendan! ¡Defiendan hasta el último aliento! ¡No les dejen pasar aunque sea lo último que hagaaan!

♦ ♦ ♦

La sirena despertó no solo a los soldados rasos, a los suboficiales y a los oficiales de bajo rango, sino también a los oficiales de campo y a los generales encargados del mando. Todos estaban en sus puestos, al menos vestidos con sus uniformes.

A pesar de que las interferencias electrónicas acabaron con sus radares, una sonda de reconocimiento que, curiosamente, se había alejado de su radio de acción normal, detectó la aproximación de la Legión, pero ninguno de los oficiales tuvo el tiempo necesario para investigar por qué se había alejado tanto. La sonda fue destruida poco después de descubrir al enemigo, pero lanzaron otras unidades en su lugar, y cuando recibieron la transmisión sobre el número de tropas observadas y la suma total calculada y la formación de la fuerza enemiga, todos palidecieron.

—Imposible… ¡¿El frente occidental está bajo un ataque a gran escala…?! —gritó Grethe, mirando la distribución estimada de la Legión proyectada en la pantalla principal del cuartel general de la 1.028° Unidad de Pruebas.

Se mostraba el sector de la 177° División Blindada, y encima la zona del 8° Cuerpo de Ejército, y sobre ellos todo el frente occidental; todos estaban coloreados en rojo. Las unidades enemigas, presentadas en blips rojos, llenaban el monitor con tal número que le hacían flaquear las rodillas, y, por el contrario, los blips azules que significaban las unidades amigas de la primera línea defensiva eran desesperadamente escasos.

Habían previsto que se produciría una ofensiva a gran escala. Se habían preparado para ello. Sin embargo, esta escala y estos números estaban mucho más allá de lo que podrían haber predicho. Teniendo en cuenta el estado actual de la primera línea defensiva, no serían capaces de hacer retroceder a la Legión, por mucho que lo intentaran.

Por supuesto, la unidad de defensa móvil situada en la retaguardia se estaba preparando para una salida, pero era dudoso que las primeras líneas pudieran ganar el tiempo necesario para completar sus preparativos. El hecho de que todos los aspectos de su funcionalidad se vieran perjudicados por su inmenso peso y requirieran el uso de maquinaria especial era el mayor defecto del cuerpo acorazado. ¡Y si no podían mantener el frente, su unidad de respuesta inmediata, que aún estaba en medio de los preparativos, no tendría tiempo de salir…!

Una voz crepitó desde los auriculares de su comandante, informándole de un mensaje del mando militar a todos los comandantes de alto rango. El Reino Unido de Roa Gracia y la Alianza de Wald también estaban siendo afectados por una ofensiva a gran escala. Parecían estar haciendo lo que podían para resistir, pero no se sabía si serían capaces de resistir por mucho tiempo.

¿Podría ser este el día del ajuste de cuentas de la humanidad…?

Teniente Coronel.

—Subteniente Nouzen. ¿Cuál es su situación? ¿Cuándo puede salir?

Listo cuando sea. El escuadrón Nordlicht está preparado y listo para salir.

Grethe miró la inscripción de la holo-pantalla de “solo sonido” con un silencio aturdidor. La tripulación de control estaba igualmente sorprendida.

No recibimos ninguna orden al respecto, pero hicimos los preparativos de todos modos. Aceptaré cualquier forma de reprimenda más adelante.

Llevar a cabo este tipo de acción independiente requería un castigo, no una reprimenda, pero Shin habló con un tono excesivamente sereno. O bien confiaba en que no le castigarían por ello, o bien no le importaba. Los labios rojos de Grethe se curvaron hacia arriba. Nunca se olvidaba de pintarlos con carmín, para que sus subordinados no la vieran sin él. Pero parecía que aún no había llegado el momento.

—Te cubriré por mucho que se quejen esos vejestorios testarudos, subteniente… Haré que las otras unidades se lancen en cuanto estén listas. Mantenga la línea, hasta entonces, a toda costa.

Entendido.

♦ ♦ ♦

Habiendo sido el Imperio un país militante antes de convertirse en la Federación, muchas de las ciudades construidas durante la época del antiguo Imperio fueron diseñadas como fortalezas para detener las invasiones enemigas. Las calles se diseñaban para impedir que un enemigo llegara fácilmente al centro de la ciudad y para permitir solo un cierto grado de amplitud. Las ciudades se construían sobre ríos para dividirlas en zonas. Las casas se construían de tal manera que su mampostería se unía a las viejas y ruinosas murallas para impedir el avance.

Sin embargo, esas eran tácticas pensadas para la guerra contra otros hombres.

—¡Cúbranse, rápido! Vienen los tanques.

Un grupo de infantería blindada se dispersó por las calles, abriéndose paso por las curvas y giros de la carretera asfaltada. Las tropas rezagadas podían distinguir el suave ruido de los motores —como huesos que rechinan unos contra otros— justo detrás de la esquina. Ignorando la existencia del edificio que tenían delante, una Legión disparó su cañón de 120 mm contra ellos.

Ante un proyectil capaz de destrozar una placa de acero de doscientos milímetros de grosor, un muro de piedra era tan eficaz como el cartón piedra en la defensa. Se hizo añicos como un cristal agrietado por el impacto, con la explosión matando a los soldados rezagados, y los restos del muro de piedra rebotando y cortando en pedazos a los soldados de alrededor, con armadura y todo.

—¡Capitaaan!

—¡Detente… no vuelvas! ¡Ya no hay forma de salvarlo!

Una torreta de tanque apareció por detrás del muro de piedra derribado. Cubierto por una neblina de calor, el enorme armazón de color acero del Löwe se desvió en su dirección, sin que sus múltiples patas tuvieran en cuenta la montaña de escombros que llenaba la calle.

Ya no había tiempo para huir. El Löwe giró con confianza su hocico hacia los soldados, a los que solo les quedaba la libertad de mirar al oponente que iba a acabar con sus vidas…

Se oyó el sonido del metal pesado apuñalando el pavimento mientras se precipitaba en su dirección. Y luego se oyó el sonido de las losas al romperse cuando algo saltó en el aire, levantando un vendaval debido a su inmensa velocidad.

Una sombra blanca se elevó sobre las cabezas de la infantería blindada.

Aterrizó en el muro de un edificio de apartamentos situado a la izquierda de la calle y lo utilizó como punto de apoyo, el meca blanco se elevó en el aire, reajustando su dirección en pleno salto. El Löwe no pudo seguir el ritmo de las irregulares maniobras de su oponente, levantando su torreta hacia arriba como un caballo encabritado antes de que la parte superior de su blindaje fuera atravesada.

Penetración. Explosión interna.

Volado por la explosión inducida por su propia munición, el Löwe estalló en llamas mientras su módulo de blindaje salía volando. El Feldreß de blindaje blanco aterrizó ante los ojos de los soldados, protegiéndolos de las ondas de choque y del calor de la explosión.

Esa armadura blanca. Esa silueta de cuatro patas que recordaba a un cadáver esquelético decapitado. Y la marca personal de un esqueleto sin cabeza que portaba una pala dibujada bajo su toldo.

—Un Regin… leif…

El sensor óptico rojo del Reginleif se volvió hacia ellos.

¿Hay algún otro escuadrón por aquí?

El vice-capitán del escuadrón de infantería se fijó en las formas blancas de varias máquinas situadas en los tejados planos de los apartamentos a ambos lados de la calle. Y los ruidosos y estrepitosos pasos procedentes de detrás del edificio no podían ser los de la Legión, que estaban equipados con potentes amortiguadores. Eran más ligeros que los de un Vánagandr, así que probablemente había más Reginleifs como este desplegados a su alrededor.

Al final, al darse cuenta de que era a él a quien se le preguntaba, el vice-capitán contestó de forma atropellada. Dependiendo de cuántos soldados quedaran en el campo de batalla, si es que había alguno, las estrategias que podían adoptar eran diferentes. Incluso si fracasaban en su cometido y se veían obligados a retroceder, lo menos que podían hacer era proporcionar a los aliados que vinieran a salvarlos la información que pudieran.

—No queda nadie, ¡somos los últimos! Los otros escuadrones fueron todos… todos asesinados por esos malditos monstruos de metal.

Cierto.

Esa respuesta llegó con una voz contundente y sencilla, carente de preocupación o dolor. La marca personal del rumoreado Parca era la de un esqueleto sin cabeza, lo que significaba que el que les hablaba ahora era… un Ochenta y Seis.

Retírense y reagrúpense. Les daremos el tiempo que necesiten.

♦ ♦ ♦

—Muy bien, entonces. Comencemos.

El XM2 Reginleif o “Juggernaut”, recientemente desplegado con fines de prueba, era un Feldreß con una movilidad inédita en la historia del desarrollo de la Federación. Para aprovechar su velocidad, permitía cambiar su armamento —como la batería principal y los brazos de agarre— por armas opcionales en función de la estrategia elegida.

Anju, la Bruja de las Nieves, prescindió del tradicional cañón principal de 88 mm y lo cambió por una plataforma de lanzamiento múltiple de cohetes, lo que la convirtió en una unidad destinada a la supresión de áreas. Había escuchado las posiciones de despliegue de la Legión por parte de Shin antes de que se lanzaran a la batalla, y aunque había pasado algún tiempo, y se habían alejado considerablemente de sus posiciones en ese momento, podía imaginar cómo se moverían.

La capacidad de predecir la posición de las fuerzas enemigas y golpear a ese grupo para causar el máximo daño posible con un solo golpe era el arma que Anju había cultivado durante cuatro años de mortífera batalla con la Legión y era la razón por la que había sobrevivido hasta hoy.

Introdujo las coordenadas del enemigo en el ordenador de apoyo y apretó el gatillo. Los misiles dejaron una estela de humo tras de sí, y cada uno de ellos en diferentes trayectorias para minimizar el riesgo de ser interceptado, alcanzando finalmente sus objetivos designados.

Las mechas de los proyectiles se encendieron y los misiles dispersaron sus bombas más pequeñas. La Legión se dispersó como si estuviera en pánico, asaltada por una lluvia de explosivos.

Su tono era dulce, y esbozó una sonrisa. Sin embargo, nadie podía saber lo terriblemente cruel que era la sonrisa de Anju cuando estaba sola en la cabina.

♦ ♦ ♦

—Ahí están. Correteando como hormigas después de que alguien les haya pateado el nido.

Observó los movimientos de la Legión que se movía por las ruinas a través de la pantalla montada en la cabeza que llevaba para apuntar con precisión. Se dispersaron en una amplia formación, precavidos ante las bombas más pequeñas de los misiles.

Kurena se sentó dentro de Tiradora, que estaba escondida en el campanario de una iglesia antigua, y fijó su vista en uno de la Legión. Tiradora, especificada para ser francotiradora, estaba equipada con un cañón de 88 mm de largo calibre, diseñado para optimizar la estabilidad y velocidad balística. Sus sistemas de control de las armas de fuego y de la postura también se adaptaron en consecuencia. Todo ello, unido al propio talento de Kurena para ser francotiradora predictiva, incluso ante los rápidos movimientos de la Legión, hizo que la división de investigación se sintiera admirada por su índice de precisión.

La pantalla montada en la cabeza proyectaba datos como la velocidad del viento y la temperatura, así como una retícula en forma de cruz. Kurena entornó los ojos, escuchando el sonido de los lamentos de la Legión procedentes de la Resonancia Sensorial. Esos gritos de sufrimiento no le parecían aterradores, y mientras no fueran las Black Sheep de sus compañeros muertos, no sentía compasión por ellos como Shin.

Para Kurena, la Legión no era más que un peligroso enemigo que amenazaba a sus preciados camaradas…, que amenazaba a Shin, quien los dirigía en el campo de batalla.

Y todos los enemigos… deben ser eliminados.

Mientras contenía la respiración, los ojos dorados de Kurena se volvieron despiadadamente fríos. Y, naturalmente, casi casualmente, apretó el gatillo, su bala atravesó y aniquilo a un Löwe en la distancia.

—He eliminado su unidad de mando. Cambiando de posición. Cúbreme.

♦ ♦ ♦

—¡Entendido, Kurena! ¡Déjame a estos matorrales a mí!

El Hombre Lobo de Raiden tenía ametralladoras pesadas en sus brazos de agarre y su armamento principal cambiado por un auto cañón. Fuego suspensivo: un papel que utilizaba las andanadas para detener el avance del enemigo y apoyar el avance de sus consortes.

Después de luchar junto a Shin —una vanguardia que destacaba en el combate cuerpo a cuerpo— durante tres años, Raiden se encontró inevitablemente en este papel, que requería adoptar este tipo de equipo y tácticas. Y al mismo tiempo, un papel que consistía en apoyar al resto de su unidad era perfectamente adecuado para un amable entrometido como Raiden, quien siempre estaba pendiente del bienestar de sus compañeros.

No es que lo admitiera nunca.

Cada una de las ametralladoras pesadas y el cañón automático eran capaces de fijar y disparar a diferentes objetivos. La densa descarga de las ametralladoras pesadas redujo a chatarra a los Ameise y Grauwolf que intentaron avanzar hacia él, y la lluvia de balas del auto-cañón inmovilizó a un equipo de dos Löwe.

Dos Juggernauts se precipitaron por los lados de Hombre Lobo. Undertaker derribó a uno de los Löwe cuando pasaba a su lado. Zorro Risueño saltó y bombardeó al otro desde arriba. Undertaker se precipitó entonces y desapareció por una calle cercana, mientras que Zorro Risueño lanzó un ancla de alambre a la parte superior de un edificio y se enrolló, dirigiéndose hacia otra calle.

Kurena proporcionaba fuego de cobertura a Shin. Anju había descendido de la retaguardia y estaba en medio de la recarga de su lanzamisiles. Analizando con rapidez la situación, Raiden decidió cubrir a Zorro Risueño y cambió el rumbo de Hombre Lobo.

El Juggernaut de Theo —Zorro Risueño— quedó tal cual con la configuración estándar. Tenía un cañón de 88 mm de ánima lisa, una ametralladora pesada en un brazo de agarre, cuatro martillos pilones y dos anclas de cable.

Pero su estrategia única era cualquier cosa menos estándar.

—¡Arriba!

Evadiendo un disparo de Löwe, Zorro Risueño utilizó un automóvil abandonado como punto de apoyo para saltar y disparó un ancla contra la pared de un edificio en el aire, haciéndola retroceder para subir aún más alto. Mientras el Grauwolf intentaba escalar la pared para llegar hasta él, disparó con burla un ancla contra el edificio de enfrente mientras soltaba la primera. Al volver a lanzar el ancla, se alejó volando directo por encima y detrás del Löwe, apretando el gatillo. El Löwe explotó con un disparo certero en su punto débil: la parte superior trasera de su blindaje.

Zorro Risueño utilizó anclajes de cable para lograr una maniobra tridimensional. Incluso a pesar de tener que luchar con un escaso cañón de 57 mm en el terreno abandonado de la República, los Ochenta y Seis hicieron de la lucha urbana su especialidad. Y a menudo se enfrentaban a Löwe y Dinosauria, cuyo único punto débil era dispararles desde arriba. Estas condiciones, unidas a la percepción espacial superior de Theo, le llevaron a esta respuesta óptima. Sabía que no tenía las habilidades de agarre de Shin para luchar contra la Legión en un combate cuerpo a cuerpo y sobrevivir.

Una alerta de bloqueo sonó.

Al detectar que un Grauwolf había escalado el edificio hasta el tejado y apuntaba con su lanzacohetes en su dirección por el rabillo del ojo, Theo disparó otra ancla. Se enganchó a otra pared situada a varios edificios de distancia. Utilizando el ancla para atravesar la pared, cambió el rumbo justo cuando sonó la explosión a sus espaldas, disparando su ametralladora contra el Grauwolf y silenciándolo.

Pero en ese momento, la fugaz visión que tuvo de la ciudad que había debajo le borro la sonrisa de la cara.

En las primeras filas del combate del escuadrón Nordlicht, el borrón de un único Juggernaut de color blanco nacarado era acosado por todos lados por la Legión que se dirigía hacia él. Shin de verdad era amado por la Parca. O quizás de verdad era la propia Parca en persona.

—Maldita sea… ¿Cómo puede Shin seguir haciendo estas locuras y seguir manteniéndose con vida…?

♦ ♦ ♦

Mientras los que estaban en el frente arriesgaban la vida y las extremidades, el personal de la retaguardia luchaba su propia guerra.

¡Usa cada proyectil y paquete de energía que tengamos! ¡Saquen todos los camiones que estén listos!

¡Sargento, las unidades de repuesto están listas!

¡Ténganlas listas para lanzarlas cuando recibamos una solicitud! ¡Vamos, muchachos, no se apoyen solo de Fido! ¡Está concentrado en apoyar al capitán y a su equipo! Es nuestro trabajo entregar estas piezas, ¿escucharon?

Tener que preocuparse por quedarse sin munición o energía mientras se luchaba contra la enorme Legión solo haría que los soldados de la primera línea estuvieran mucho más cerca de la muerte. Los que estaban en la retaguardia sabían que un flujo constante de suministros era la mayor forma de refuerzo que podían dar ahora mismo y trabajaban con mayor diligencia para ello.

Al darse cuenta de que se le oiría mejor si no había ruido a su alrededor, Frederica escuchó lo que ocurría en el hangar a través del para-RAID de su habitación en el cuartel. Sentada con el dispositivo RAID encendido, la muchacha contuvo sus emociones, que le pedían que echara a correr. Le gritaban, diciéndole que tenía que haber algo, cualquier cosa que pudiera ayudar. Pero se dio cuenta de que esos pensamientos solo provenían de la autocomplacencia y reprimió sus sentimientos con sentido común.

En el hangar, la maquinaria pesada iba de un lado a otro, transportando pesados paquetes de energía y proyectiles. En la sala de control se encontraban Grethe y su equipo de especialistas en mando, que mantenían la situación bajo control con conocimientos expertos a los que Frederica no tenía acceso.

Lo menos que podía hacer era abrir los ojos y buscar el paradero de su caballero. Shin estaba luchando en el campo de batalla y seguro no tenía tiempo para ocuparse de Kiriya a solas. Pero si él debía conocer su posición, sus acciones, si ella podía siquiera advertirle…

No obstante, cuando sus ojos vieron a su caballero, vieron el campo de batalla en el que estaba, la chica se congeló.

Tanteó su dispositivo RAID, cambiando de forma apresurada los datos de destino. Gritó con urgencia su nombre, medio aturdida.

—Shinei.

No hubo respuesta.

Sin embargo, Shin estaba conectado a la Resonancia. Como prueba, pudo oír los gemidos bulliciosos de los fantasmas que se oían todo el tiempo cuando se resonaba con él. Podía oír su voz dando órdenes con la cabeza fría, incluso en medio de una batalla frenética. A sus compañeros del Ochenta y Seis, a los demás procesadores del escuadrón Nordlicht, a veces incluso utilizando la radio y sus altavoces externos para hablar con soldados de otros escuadrones. Seguro, él mismo estaba corriendo a través de las líneas enemigas, cortando a innumerables enemigos mientras lo hacía.

—Shinei… Kiri está ausente.

No hubo respuesta.

No queriendo creer que él no la oyera, se encontró repitiendo esas palabras.

—Kiri está ausente del campo de batalla.

No hubo respuesta.

Frederica sintió que toda la sangre se le subía a la cabeza. No por ira… sino por un terror desconocido.

—¡¿No puedes oírme, Shinei?! En este momento, Kiri está…

Sin embargo, en un instante, el objetivo de sus ojos cambió a la persona en la que estaba pensando en ese momento, a la que llamaba una y otra vez. Pudo ver una araña de cuatro patas que se precipitaba a través de las ruinas de la ciudad en la oscuridad de la noche. Su blanco fuselaje había perdido su perlado brillo. Ensuciado con trozos desiguales de plata y gris metálico por el humo de la pólvora, el polvo y los chorros de micromáquinas líquidas —la sangre de la Legión que mató—, el color de la máquina estaba corrompido.

Una imagen que ya había visto una vez pasó por su mente. Un Feldreß salpicado del rojo de los soldados masacrados, y junto con él una persona sonriendo de forma agradable, con sus ojos negros congelados.

Princesa.

E incluso mientras le hablaba, esos ojos fríos no la miraron ni una sola vez. Y los dos ojos rojos que pudo ver dentro de esa armadura blanca tenían la misma mirada.

Con fuerza, clavó su espada, que ya había perdido la capacidad de vibrar, en el enemigo, y se apresuró a enfrentarse a su siguiente enemigo sin considerar el hecho de que se había hecho añicos. Su mirada no vaciló ni siquiera cuando la espoleta de un proyectil de corto alcance estalló, enviando escombros a su cabina y destrozando una de sus sub-pantallas. Dirigió toda su conciencia al enemigo que tenía delante y nada más, sus ojos rojos se congelaron con brusquedad.

Frederica comprendió por fin por qué le recordaba tanto a Kiri.

No era cuestión de parecido. Eran iguales. Los dos se parecían tanto porque eran idénticos hasta la médula.

Tonto. Las palabras salieron de su boca sin hacer ruido.

Eres un tonto, Shinei. Ni siquiera tú lo entiendes.

Por favor, detente.

—¡No debes pelear cuando te pones así…!

♦ ♦ ♦

Una luna creciente brillaba tras las delgadas nubes plateadas, proyectando una sombra blanca y gris sobre las tenues ruinas nocturnas. Shin detuvo su pesado andar, conteniendo la respiración en un intento de escuchar y confirmar el estado de distribución de la Legión. Desde entonces, había apagado el radar de su Juggernaut, ya que era inútil para identificar a los amigos de los enemigos bajo los cielos cerrados de Eintagsfliege.

—¡Oye, cuidado, no dispares, Nordlicht! Estoy de tu lado.

Más adelante en el camino había un Vánagandr con la insignia del 56° Regimiento de la 177° División Blindada. El sensor óptico rojo del Vánagandr, puesto en modo de seguimiento, se volvió hacia Undertaker y, a pesar de su peso de cincuenta toneladas, se acercó a él con pasos ligeros. Su sistema de suspensión aún no se había visto afectado por la batalla.

Parecía que las fuerzas acorazadas despertadas por la sirena empezaban por fin a unirse a la lucha…

Esa marca personal del esqueleto sin cabeza. Usted es el capitán, ¿verdad?

—Subteniente Shinei Nouzen, capitán del escuadrón Nordlicht… ¿Cuál es la situación?

Al parecer, el comandante del Vánagandr se rio.

Capitán del escuadrón 56, teniente primero Samuel Ruth. Hemos conseguido rechazar la primera oleada de la Legión, de alguna manera. Lo mismo para los otros sectores. Todo es gracias a que pelearon tan rápido como lo hicieron. Todos ustedes lo hicieron muy bien.

Lo que Shin quería oír era el estado de sus aliados. Ya podía percibir que la primera oleada de la Legión había comenzado a retirarse de todos los frentes, pero no valía la pena mencionarlo. Prefería que el capitán dijera algo que le ayudara a recuperar el aliento tras la batalla.

Todas las demás unidades ya se han retirado… Ahora todo está bien: pueden retirarse, reabastecerse y esperar nuevas órdenes del cuartel general. De aquí en adelante, es la batalla de la Federación.

No se fuercen y retírense ya, Ochenta y Seis.

Todavía tratando de recuperar el aliento, Shin inhaló profundo y habló al exhalar.

—Con el debido respeto, teniente primero…

Confirmando la cantidad de munición que le quedaba a Fido —que estaba en espera cerca—, llamó a una ventaja multipropósito que mostraba el estado de los Juggernauts adyacentes.

No era perfecto…, pero serviría. Todas las unidades eran capaces de continuar el combate.

—Ese batallón de la Legión era solo la fuerza de avance… La segunda oleada es la fuerza principal… Si retrocedemos ahora, este sector caerá.

Todo rastro de risa desapareció de la voz del comandante.

¿Qué acaba de decir…?

—Les dejo la defensa de este sector a ustedes. Interceptaremos la fuerza principal. Si eliminamos las vanguardias, debería frenar un poco su avance.

¡Espere, teniente segundo! ¿Qué…?

—Cambio y fuera… Todas las unidades.

Cortando la comunicación inalámbrica de forma unilateral, Shin llamó a sus compañeros a través de la Resonancia del para-RAID. Dedicándole al congelado Vánagandr una última mirada, Undertaker se orientó hacia la fuerza principal de la Legión, siguiendo los pasos de su fuerza de avance caída. Incluso desde lejos, la vorágine de gemidos y lamentos amenazaba con ensordecerlo.

La respuesta de todos fue inmediata. Calmando su alterada respiración, habló con claridad, con un rastro de su ocasional y salvaje sonrisa.

—Lo han oído todos. Síganme si no quieren morir.

♦ ♦ ♦

La fuerza principal de la Legión invadió, y las fuerzas blindadas de la Federación llegaron, formando una firme línea defensiva. La marea de la Legión chocó contra el sólido muro defensivo de las fuerzas acorazadas, encerrándolas en un estado de estancamiento fluctuante. Y fue cuando amaneció, y los soldados pudieron por fin ver las manos que empuñaban sus armas, que alguien se dio cuenta.

La luz de la mañana era roja.

Los soldados que cubrían en las trincheras, que utilizaban edificios destruidos como barricadas, que se sentaban en las estrechas cabinas de sus Feldreß, miraban al cielo entre disparo y disparo. El cielo se tiñó de carmesí.

La luz del amanecer se reflejaba y se refractaba en el Eintagsfliege que cubría los cielos, cubriendo la mañana con una oscuridad sanguinolenta, dando la imagen de que el mundo estaba sellado por las llamas. Y bajo ese cielo rojo, la lucha continuaba.

La luz carmesí atravesaba los innumerables montones de restos y las montañas de cadáveres que llenaban las ruinas, proyectando sombras horribles e iluminando sus contornos de forma vívida mientras la lucha entre el monstruo mecánico y el hombre se recrudecía. Y a medida que escupían sangre y llamas, más y más de ellos se derrumbaban y creaban nuevas sombras, convirtiéndose en pinceladas de pintura en el horrible lienzo rojo y negro.

Era una visión del propio infierno.

♦ ♦ ♦

Algunas pobres almas atrapadas en el infierno negro-rojo afirmaron haber visto una pesadilla blanca. Una pesadilla blanca perlada que atravesaba el campo de batalla, como una vívida alucinación. Un esqueleto sin cabeza, bendecido con el nombre de una valkiria, que conservaba su visaje de marfil incluso entre innumerables abrasiones y polvo.

Salían en estampida por los puntos clave, cuyo colapso supondría una embestida de la Legión en muchos otros sectores. Se opusieron al avance de la Legión sin permitirles avanzar ni un solo paso, luchando como bestias desgarrándose unas a otras e infligiendo bombardeos precisos, casi predatorios.

Ignoraron cualquier petición de refuerzos o las voces preocupadas de otras escuadras que les animaban a retroceder. No tenían fuerzas de sobra para luchar contra un ejército de Legión tan ilimitado, y probablemente sabían que el ejército de la Federación sería aplastado si se retiraban. O tal vez la idea de retirarse simplemente nunca fue una consideración para ellos, ya que habían pasado años luchando de espaldas al campo de minas de su patria.

Los restos de las unidades destruidas de la Legión se acumulaban cada vez más, y ellos seguían luchando, utilizándolas como cobertura. Pero mientras lucharan, su munición acabaría por agotarse. Sus paquetes de energía se agotarían. El Reginleif, que llevaba la maniobrabilidad al extremo, era ligero y no podía llevar mucha munición. Y cuando los suministros que llevaban desde la base empezaban a agotarse, robaban la munición de las unidades consorte abatidas. El obediente recolector mecánico de cadáveres que les servía de ayudante rebuscaba en los cuerpos de los fallecidos para ellos, amontonando vísceras mecánicas en el camino.

Los vargus que vivían en los antiguos territorios de combate —la Tierra de Lobos— durante el dominio del Imperio y que hacían del campo de batalla su hogar, observaban con asombro el estilo de lucha de los Reginleifs. Sonreían incluso en medio de un combate mortal, llenos de alegría y alivio al ver a sus fiables camaradas.

Pero la mayoría de los soldados de la Federación lo veían de forma muy diferente. En concreto, los que estaban sentados en el tanque de mando, que habían recibido la transmisión óptica por enlace de datos. La infantería blindada. Los oficiales que servían como operadores y sus superiores, todos miraban la batalla con un abyecto shock.

—Los Ochenta y Seis… ¡Están…!

Eran sus jóvenes compañeros, reducidos a cerdos con forma humana por su patria y arrojados al campo de batalla por la República.

Los consideraban niños lamentables. Privados de sus derechos, despojados de su libertad, despojados de sus familias, de sus ciudades natales e incluso de sus nombres. Los enviaron al campo de batalla antes de que tuvieran la oportunidad de madurar y les ordenaron una muerte inútil al final de sus desesperadas luchas.

Por eso, todos deseaban, aunque fuera, que encontraran la felicidad en la Federación. Y estos niños cortaron ese deseo con sus propias manos.

Volvieron al campo de batalla por su propia voluntad y se sumergieron en una batalla aún más letal ahora mismo, ante sus ojos. No deberían haber tenido una razón para luchar, ni una patria o familia que proteger, ni un ideal al que aferrarse. Y en la práctica, no defendían nada. Ignoraban las voces de las tropas aliadas que pedían ayuda y canibalizaban los cadáveres de los compañeros muertos para seguir luchando. Como si no anhelaran más que la guerra, la batalla sin razón ni sentido.

No eran niños inocentes, heridos por la persecución. Los soldados solo podían verlos como monstruos. Máquinas de matar, criadas en el crisol del odio y la violencia de la República. Demonios de la guerra que rechazaban toda salvación y compasión, nacidos como hombres y transformados en bestias sin culpa alguna. Sus corazones deformados estaban más allá de la salvación.

—¡Son monstruos…!

Y a pesar de que los propios Ochenta y Seis podrían haber oído perfectamente ese ronco susurro que se respiraba en la radio, nadie se quedó para condenar a quien lo pronunció.

♦ ♦ ♦

Hace un momento, el gran transporte de la unidad de reacción de reserva aterrizó cerca de la FOB 15, y las unidades blindadas y de infantería mecanizada que iban a bordo se apresuraron hacia el campo de batalla. Aparecieron los blips azules, que simbolizaban que sus unidades aliadas habían aumentado significativamente. Grethe observaba cómo los blips rojos y azules se mezclaban en la pantalla principal, cambiando de posición como un mosaico, cuando de repente se percató de un nuevo movimiento en el campo rojo.

La mezcolanza de rojos y azules se separó.

Como granos de arena en un reloj de arena, el color rojo comenzó a derramarse hacia el oeste, de vuelta a los territorios bajo su control.

—La Legión está…

♦ ♦ ♦

Hacía tiempo que la sensación de tiempo le había abandonado. El entorno reflejado en su pantalla óptica se tiñó de rojo, y había perdido la cuenta de cuántos enemigos había destruido y cuántos quedaban. En la pausa entre una batalla y la siguiente, mordía sólidas raciones de combate y cerraba los ojos para descansar brevemente. La Legión surgió sin esquemas ni tácticas, lo que hizo que no fuera una batalla sino un choque primitivo. Apenas había conseguido distinguir a los amigos de los enemigos, pero si la batalla duraba mucho más, no podía asegurar que fuera capaz de seguir haciendo la distinción.

Levantando los ojos, Shin se dio cuenta de repente de que estaba lloviendo. Los sensores de audio del Juggernaut captaron el ruido blanco y el sonido de la débil lluvia que golpeaba su armadura. Era el sonido de un silencio apacible, algo raro en el tumultuoso campo de batalla. Y su agotada conciencia tardó unos segundos en darse cuenta de por qué lo oía.

La Legión se estaba retirando. Las voces de sufrimiento disminuían y se hacían más débiles, y solo los sonidos del fuego de cobertura de los tipos Skorpion y los combates del grupo de persecución resonaban intermitentemente.

Abriendo su cubierta, que se sentía como si hubiera estado sellado para siempre, Shin expuso su cuerpo a la lúgubre lluvia y respiró profundamente. Las nubes de lluvia se separaron, revelando un tenue atardecer de verano boreal.

—Todas las unidades.

Su voz era un poco ronca. Se había vuelto muy consciente de la sequedad de su garganta. Hubo menos respuestas en comparación con cuando se lanzaron. Algunos probablemente no tenían aliento para alzar la voz, y otros quizá no sentían la necesidad de responder… Y otros probablemente habían perdido la capacidad de responder, para siempre.

—Todas las fuerzas de la Legión han iniciado su retirada. Regresen a la base.

♦ ♦ ♦

Cuando Undertaker aterrizó en la plataforma de estacionamiento de aviones del hangar, Frederica le esperaba allí. Quizá no había dormido, porque el borde de sus ojos estaba rojo. Su larga cabellera, normalmente cuidada y peinada con cariño por alguien; estaba también terriblemente deshecha. Shin se preguntó si ella lo había estado esperando desde que se lanzó.

Cuando sus ojos se encontraron, el rostro de Frederica se contorsionó de tristeza. Sus ojos se llenaron de lágrimas en una mezcla de alivio y devastación a partes iguales.

Lo abrazó como si fuera incapaz de contenerse por más tiempo.

—Shinei, tonto irremediable.

Él no entendió, pero extendió su mano inconscientemente, colocándola sobre su pequeña cabeza. Estaba inusualmente libre de su gorra militar. Cuando le acarició ligeramente el cabello negro deshilachado, sus delicadas manos se aferraron a él con más fuerza.

—Eres igual que Kiri… Eres un completo y total idiota.

♦ ♦ ♦

Con las unidades de reserva permaneciendo vigilantes en caso de que se repitiera el ataque de la Legión, los oficiales al mando del frente occidental aún tenían trabajo por hacer. Tendrían que reponer y preparar las enormes cantidades de equipo y personal perdidos en esta batalla, enviar de vuelta a los heridos y a los fallecidos, reparar las instalaciones defensivas dañadas, analizar la batalla… y conceder honores.

Todos los mandos coincidieron en que el mayor elogio debía recaer en el controlador a cargo de la sonda que había detectado el avance de la Legión mucho antes que nadie y había dado instrucciones a otros sectores para que aumentaran su alcance a valores específicos, salvando así el frente occidental del colapso.

Sin embargo, ese controlador se opuso a los honores, alegando que no había sido él quien había explorado el rango en cuestión. Un oficial había llegado, insistiendo en que aumentara su vigilancia sobre esa zona a toda costa. Había detectado la avanzada de la Legión y enviado a los otros sectores esa instrucción solo por la persuasión de ese oficial.

♦ ♦ ♦

—El controlador lo puso en términos muy razonables, pero en la práctica, usted empleó algunas medidas bastante contundentes, subteniente Shinei Nouzen.

El despacho del general seguía amueblado prácticamente igual que en la época del Imperio. El general de división hablaba sentado tras un digno escritorio de caoba, con las cintas de servicio alineadas en su uniforme, una medalla en forma de cruz en el cuello y un parche negro que cubría el ojo que le faltaba.

—Un soldado de la Federación siempre mantiene su arma apuntando a sus enemigos, pero nunca la utiliza para amenazar y coaccionar a sus aliados. Aunque nunca les apunte con la boca del cañón.

—Pensé que el crédito por detectar al enemigo sería una disculpa adecuada… Seguro que le habrían ascendido si hubiera mantenido la boca cerrada y lo hubiera aceptado.

El general de división entrecerró los ojos en señal de escrutinio ante aquella respuesta indiferente, y Grethe, quien se encontraba al fondo, acunó su frente en la mano. Mientras se situaba entre ellos en una pose de tranquilidad, la expresión de Shin permanecía inmóvil.

Lo natural sería que le juzgaran y castigaran por sus repetidos usos arbitrarios de su autoridad y sus infracciones del reglamento, aunque fueran necesarias. En realidad, estaba seguro de que lo arrestarían, dado lo que le había hecho al controlador, pero por el momento solo lo interrogaban, probablemente porque aún no estaban seguros de cómo tratarlo.

Desviando su silla de cuero para mirar hacia otro lado, el general de división miró un terminal de tableta antes de levantar su único ojo.

—Has dicho cosas muy interesantes en tu audiencia con la policía militar… Algo sobre que eres capaz de oír las voces de la Legión, y que así podías saber dónde estaban.

Grethe interrumpió la conversación, incapaz de seguir callando.

—Comandante general, sé que es difícil de creer, pero es cierto. Las tropas que Resonaron su audiencia con el subteniente Nouzen usando el Dispositivo RAID han dado informes que avalan sus afirmaciones…

—No recuerdo haberle dado permiso para hablar, teniente coronel. Ya sé que existen personas con esas habilidades. También he leído los informes. Pero no sirven como prueba suficientemente sólida en este momento.

Pulsó algunos comandos en el terminal de información que tenía en la mano, y un mapa del campo de batalla apareció sobre el escritorio. Su ojo negro se fijó en Shin desde más allá del mapa holográfico.

—Dime dónde están. Marca los diez puntos más cercanos en el mapa.

Echando un vistazo a un lado, Shin detectó una cámara de vigilancia camuflada en el techo y un intercomunicador oculto entre la tableta y una hoja de papel. Parecía que su idea era cruzar la información en tiempo real con sus transmisiones de radar para confirmar sus palabras.

Sea cual sea el método en sí, es sin duda la forma más directa de comprobar si estoy diciendo la verdad, pensó Shin mientras suspiraba para sí mismo.

—Perdóname…

Buscó la posición de la unidad más cercana que podía percibir y la marcó en el mapa, y luego marcó las diez unidades más cercanas en comparación con ella. Podía captar la distancia y la dirección de la Legión con precisión, pero no de acuerdo con las unidades de distancia estándar. Una cosa era en las zonas conocidas de la República, pero este mapa era de las zonas de la división, que eran mucho más grandes. Era más difícil saber la distancia exacta. Cuando Shin marcó el séptimo punto, el ojo del general de división se entrecerró. Dijo algo a través del intercomunicador: al parecer, Shin había detectado una fuerza de la Legión de la que no eran conscientes.

Cuando terminó de dar su respuesta, el general de división dio un largo y profundo suspiro.

—Hay una cosa que tengo que preguntarte…

Haciendo una pausa para pensar, abrió la boca.

—¿Por qué has elegido este método, muchacho? Aunque haya salvado el frente occidental, tus acciones han puesto en peligro tu posición. Tenías que saberlo. ¿Por qué ponerte en peligro así?

—Llegué a la conclusión de que si hubiera seguido el procedimiento estándar, no habría llegado a tiempo para impedir el ataque… Y además, si se lo hubiera dicho antes, no me habría creído.

—Esa no es una respuesta. Te estoy preguntando por qué no tuviste en cuenta tu propio bienestar… Eres un Ochenta y Seis. Seguramente pensarías que podríamos haberte tratado como un mecanismo de alerta o un conejillo de indias.

Los Ochenta y Seis ya eran tratados como cerdos en forma humana por su tierra natal, después de todo.

—Sí… Pero si no lo hubiera hecho, habríamos perdido ante la Legión, y todo habría sido en vano.

El general de división guardó silencio durante un largo momento.

—Ya veo. Así que te pondrías en cualquier riesgo si eso significara que puedes masacrar a tus enemigos. Esa es tu… la respuesta de los Ochenta y Seis. Verdaderamente, eres como una hoja. Estarías dispuesto a ser cortado, incluso si eso significara que te hicieras añicos en las secuelas.

Silenciando a Grethe, quien estaba a punto de estallar de nuevo en palabras, el general de división dijo:

—Pasaré por alto el asunto, esta vez… ¿Puedo esperar que lo denuncies la próxima vez que percibas una amenaza similar?

—Sí.

—Teniente Coronel, usted debe recibir sus informes en tal ocasión. Infórmeme a través de una línea directa. Lo permito. Se lo haré saber a mi ayudante.

♦ ♦ ♦

En cuanto salieron del despacho del general, Grethe abrió la boca para hablar con un suspiro.

—Por favor, deje de asustarme así, subteniente. El tema en cuestión era una cosa, pero esa no era forma de hablar con un oficial al mando.

—Lo siento.

—Por Dios… Y por el amor de Dios, trate de considerar su propia seguridad. Solo le llevará a mantener a salvo a los que le rodean… Primer Teniente Nouzen.

Grethe se encogió de hombros ante la mirada inquisitiva de Shin.

—Todos los del escuadrón que tenían un rango superior al tuyo murieron. Pasa mucho en el ejército de la Federación.

Sonrió con amargura, recordando cómo ese mismo proceso le otorgó la insignia del rango de teniente coronel que ahora lucía en su cuello, a pesar de tener un poco más de veinte años.

—Y tú eras el capitán del escuadrón, así que es perfectamente apropiado… De hecho, quería ascenderte un rango más, pero esta debacle acabó compensándolo.

Shin permaneció en silencio.

—Podrías parecer un poco más feliz o decepcionado, ya sabes. Si no es así, tu salario va a aumentar. No es que te importe mucho.

Los gastos necesarios se descontaban de su salario tal y como estaba, y nunca lo utilizaba para nada más, así que probablemente no le diera mucha importancia.

—Lo juro… Eso es todo lo que tenía que decir. Retírese, teniente primero.

—Me despido, entonces…

Separándose de Grethe, que volvió a su despacho, Shin caminó por el pasillo alfombrado y suspiró mentalmente, preguntándose qué hacer de ahora en adelante. El frente occidental había sufrido graves daños en la batalla, y no les quedaba mucho por hacer ahora que las reservas se habían encargado de defender la zona mientras el ejército se reorganizaba.

Para empezar, decidió confirmar el estado de sus compañeros, que no habían podido deducir durante sus varios días de interrogatorio, y se volvió para volver al cuartel del escuadrón Nordlicht, que estaba de nuevo en su base. Justo cuando estaba a punto de irse, notó el repiqueteo de unos pasos ligeros que se acercaban a él.

Al levantar la mirada, vio que era Frederica. Las suelas de sus duras botas militares pisaban la alfombra, y se acercaba a él con una actitud desesperada que no encajaba en el actual ambiente de calma después de la tormenta de la base.

Fue entonces cuando sintió la presencia de una mirada fijada en ellos desde lejos. Unos ojos negros congelados por el odio y la aversión.

Los mataré a todos.

Un escalofrío le recorrió la columna vertebral.

¿Cómo, cómo podía haberlo olvidado?

Ya se había encontrado con eso dos veces y sabía que era la carta de triunfo de la Legión. Y a pesar de eso, inconscientemente había dejado de considerarlo una amenaza. Y eso era porque en algún lugar de su corazón creía que aunque destruyera una fortaleza en el campo de batalla, o un país, o incluso la propia humanidad, no le influiría realmente. Eso era cierto para él y para los Ochenta y Seis que hicieron del campo de batalla su patria. Aquellos que solo tenían como destino la muerte del enemigo o su propia muerte…

Pero la verdad era que nunca escaparon del campo de batalla del Sector Ochenta y Seis. Ahora se daba cuenta de ello.

—¡Agáchate! —gritó Frederica—. Kiri está…

Esas palabras se superpusieron con el chirrido de un proyectil de alta velocidad que atravesaba la atmósfera y las ondas de choque que hacían temblar la tierra del impacto de una masa extremadamente pesada. Un destello de luz cegadora brilló fuera de la ventana, pintando el mundo de blanco.

Unas reverberaciones tan potentes que casi parecían el silencio rasgaron el aire como el estruendo de un trueno. Las siguientes ondas de choque sacudieron la fortaleza hasta sus cimientos.

Lucy
Por supuesto que nunca van a tener un momento de paz... ¿Y ahora... cuál será el final de este volumen? T-T

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