Traducido por Lucy
Editado por Lugiia
Las palabras en la boca de todos era “¿Por qué?”.
Sin embargo, no podían saber que, para ellos, preguntar por qué es un insulto.
Porque ellos son… los Ochenta y Seis.
—Frederica Rosenfort, Recuerdos del Campo de Batalla.
♦ ♦ ♦
—¿Otra vez usted, teniente Vladilena Milizé?
Al ver a Lena entrar en el despacho, el oficial al mando sentado tras el escritorio hizo una mueca. Su uniforme estaba desgastado y su barbilla estaba cubierta de barba. Este oficial, que casi parecía fuera de lugar en estos tiempos de paz, bajó la mirada de Lena, quien se encontraba a gusto ante él.
Llevaba un uniforme negro inmaculado y almidonado, y su cabello plateado fluía como la seda, a excepción de una parte, que había teñido de rojo. Había adoptado este aspecto hacía seis meses, cuando el escuadro Spearhead—un escuadrón de Ochenta y Seis—había sido enviado al campo de batalla en una misión suicida. Como no se les permitía regresar, su única opción era avanzar en territorio enemigo hasta morir en acción.
Desde entonces, comenzó a vestir de negro en señal de duelo y se tiñó de rojo una parte de su cabello para indicar su sangre derramada. Aunque había sido una clara violación de sus órdenes, había lanzado fuego de cobertura para ellos y había sido degradada un solo rango como castigo. Seguro nunca podría ascender más allá del rango de teniente.
—Disparo no autorizado de un cañón de interceptación. Suministrar a sus tropas un misil no registrado y otros suministros, así como dar órdenes directas a otros escuadrones. Por favor, absténgase de crear más problemas y papeleos innecesarios por un puñado de Ochenta y Seis, teniente. ¿Tiene idea de cuántas quejas he recibido sobre usted de transportes y suministros?
—No recibiría ninguna queja si mis peticiones hubieran sido aprobadas, teniente coronel. Si esos reclamos le molestan tanto, entonces siéntase libre de quejarse de ellos todo lo que quiera, pero siendo sincera no podría importarme menos.
Una arruga se formó bajo uno de los ojos del teniente coronel; sus párpados se habían vuelto pesados debido a su grave caso de alcoholismo.
—Cuide su boca, señorita. Una teniente como usted debería conocer su lugar.
Lena esbozó una fina y fría sonrisa. Él intentó presionarla con su rango y nada más, lo que demostró que no tenía el valor de castigarla de ninguna manera. El escuadrón de Lena presumía de tener el mayor índice de exterminio de la Legión en el frente oriental. Y los logros de sus subordinados se traducían de primera mano en los logros de su oficial al mano.
Desde que las fuerzas terrestres habían sido diezmadas en las primeras fases de la guerra, este hombre, que había conseguido ascender hasta el rango de teniente coronel, deseaba subir cada vez más alto. Para él, Lena y sus logros eran como una gallina que pone huevos de oro.
Mientras sus bromas no fueran demasiado lejos, la defendería a toda costa.
—Me despido, teniente coronel —respondió Lena e hizo un elegante saludo.
Mientras caminaba por un pasillo del palacio que servía de cuartel general del ejército—un edificio lujoso, incluso para el primer distrito, que contaba con una arquitectura hermosa y anticuada—podía oír los susurros de desdén y ver las miradas despectivas a su alrededor.
—Ahí está, la tonta que tiró por la borda el rango de comandante y cualquier esperanza de ascenso a los escalafones superiores, todo por un puñado de Ochenta y Seis. Una princesa que ni siquiera puede distinguir a las personas del ganado. Un idiota que, a pesar de que la Legión dejará de funcionar en un año, bailó al son de las mentiras de los cerdos cuando dijeron que tenían que prepararse para que la guerra durara más. Todo el mundo sabe que va a terminar pronto.
—La cruel, despiadada e inhumana Reina Sangrienta, que obliga a las asquerosas manchas a luchar hasta la muerte, aunque ya están al borde de la extinción.
—Ridícula.
El dispositivo RAID en el cuello de Lena se activó, y se detuvo en seco. Haciendo sonar los tacones de sus botas, continuó caminando por el hermoso pasillo de madera con un paso más rápido.
—¿Puede oírme, Controlador Uno?
—Cíclope. ¿Más Legión? ¿Cuál es la situación?
La áspera voz que le hablaba a través del para-RAID pertenecía a la capitana Shiden Iida; nombre personal: Cíclope. El escuadrón que Cíclope dirigía bajo el mando de Lena llegó a ser conocido como los Caballeros de la Reina.
Desde el incidente con el escuadrón Spearhead, Lena había tomado la costumbre de preguntar a los procesadores por sus nombres el primer día que asumía un nuevo puesto. Sin embargo, nunca se refería a ellos más que por sus nombres personales. No podía, porque una vez había llamado a sus procesadores por sus nombres con la intención de tratarlos como iguales, pero al final, no pudo salvarlos del destino de morir como zánganos, con sus tumbas sin marcar y sus nombres olvidados.
—Llegaron hasta el punto ciento doce en la antigua terminal de tránsito de alta velocidad. Es nuestra culpa; el radar nos falló, y nos dimos cuenta de ellos demasiado tarde… Este combate va a ser duro para los novatos.
Lena chasqueó la lengua con amargura. Sí, iba a ser difícil. Un solo error en el campo de batalla con cero bajas podría llevar a innumerables vidas perdidas.
—Diríjanse al punto cero sesenta y dos y atráiganlos con una fuerza individual. Ese punto debería estar al alcance de los otros cañones de interceptación. La carretera debería estar repleta de residencias privadas, por lo que el fuselaje más pequeño del Juggernaut debería estar en ventaja.
Cíclope se rio con fuerza.
—¿Disparar tan cerca de la base? Si fallamos, dejando de lado este sector… podemos acabar dándole al campo de minas de su República.
—Pero si queremos sobrevivir a esto, este es el sitio óptimo de bombardeo.
Al escuchar esa afirmación rotunda y decidida, Cíclope volvió a reírse.
Sobrevivir. Ellos, los Ochenta y Seis, y Lena, en la República, acosados por todos lados por la Legión.
Sobrevivir, había dicho ella.
Por el bien de los que creían que ella lucharía y seguiría viviendo.
—Entendido, Su Majestad… Me pondré en contacto con usted de nuevo una vez que estemos en posición. Hágame saber si se entera de algo nuevo.
El para-RAID se cortó, y Lena aceleró su paso, dirigiéndose a la sala de control, solo para detenerse un momento después cuando algo fuera de la ventana llamó su atención. Las calles pavimentadas de la República de San Magnolia, pobladas solo por Albas de cabello y ojos plateados. La bandera de cinco colores de la República, que representaba la libertad, la igualdad, la hermandad, la justicia y la nobleza—y que llevaba la imagen de Santa Magnolia, la santa de la revolución—ondeaba bajo un cielo azul tenue de primavera.
Pronto llegaría de nuevo la temporada en la que había establecido el primer contacto con el escuadrón Spearhead, quienes veían la llegada a su destino final como su visión de la libertad, quienes veían la lucha hasta el amargo final como su orgullo, quienes se marchaban riendo con alegría. Ellos, quienes nunca volverían.
¿Dónde estaban ahora? ¿En un campo de flores primaverales, quizás?
Rezó para que, al menos, se les permitiera descansar en paz.