Traducido por Herijo
Editado por YukiroSaori
—¿Crees en el mito? —Eckart preguntó de forma ambigua ambigua:
—Mira, este es un secreto que no debes contarle al cardenal ni a los sacerdotes —respondió Marianne, mirando a su alrededor como si estuviera a punto de revelar un secreto de estado.
—Prácticamente nunca creí en ello. Fui una creyente infiel, por decir lo menos.
Una ligera sonrisa se dibujó en su rostro, como si estuviera confesando un pecado.
—Pero voy a creer en ello tanto como sienta que es beneficioso para mí.
Comenzó a condicionar su fe en los beneficios, lo que él no esperaba en absoluto.
Desvió la mirada de ella con el corazón pesado.
En realidad, no podía pensar con claridad en ese momento.
Mientras tanto, Marianne miraba la oscuridad silenciosa fuera de la ventana, por sobre la mesa del frente.
Al igual que Eckart un poco antes, su hermoso rostro pálido también estaba ensombrecido por la luz. Sobre él se superponía su clara y firme resolución.
Se mordió el labio inferior con fuerza. Había visto una cara así hace mucho tiempo en la habitación más profunda del Palacio Imperial Lucio, en el dormitorio de su madre y a veces en sus largas y terribles pesadillas.
—Muchas personas resultaron heridas o muertas debido a ese bastardo de Ober —dijo Marianne de repente.
Al decir esto, extendió la mano hacia la manta y puso sus delgados dedos sobre su brazo herido. Incluso en sus manos, que acariciaban sus heridas, había arañazos que aún estaban rojos.
La condesa Renault, que había sido dejada atrás en la capital, una vez estuvo inconsciente después de ser mordida por una serpiente, y todos los que estaban de camino al templo resultaron con heridas, tanto grandes como pequeñas. El cochero que conducía el carruaje del emperador cayó al vació y murió.
Todos estos malos sucesos ocurrieron en menos de diez días. ¿Cuántas vidas se perdieron silenciosamente, y cuántas más nuevas muertes o heridas habría en el futuro? Marianne ni siquiera se atrevía a estimarlo. Aunque no sabía exactamente quién estaba detrás del terrible esquema, ya no podía aferrarse a la esperanza de que podría haber sido un accidente.
—No perdonaré al criminal que causó este accidente. Nunca.
Ante su decisiva e intensa ira, Eckart se sintió vergonzosamente aliviado.
—Si necesito la ayuda de Dios, la pediré. Si necesito la ayuda de otros, la solicitaré. Si algo puede ser útil como arma, lo utilizaré todo. Así que, sin duda, haré que ese malvado pague el precio por el crimen que cometió… —Marianne terminó sus palabras de manera vaga.
Recordó la dura muerte en su vida anterior y otras cosas terribles: su llanto, sosteniendo el ataúd de su padre en ese día nevado, aferrarse desesperadamente a Eckart mientras perdía la conciencia en el frío y el dolor, y los mensajes de felicitación no merecidos de Hess y Barton.
—Quiero vivir felizmente esta vez —dijo.
Era simple, pero parecía casi imposible de lograr para los dos.
Marianne se giró lentamente para mirar a Eckart. Sus ojos azules, que estaban un poco cálidos debido a la luz de la lámpara, la miraban como lo hacían cuando probaba a Iric, y como la vez que apareció en su sueño y la asustó.
—Ah, por supuesto que será con Su Majestad. ¿No me vas a abandonar después de derrotar a Ober, verdad?
—Marianne, ¿crees que te considero un perro de caza? —Eckart frunció el ceño ante su pregunta.
—No. Aunque me faltan muchas cualidades, creo que puedo ser tu compañera en quien puedas apoyarte. ¿No lo crees tú también?
Se encogió de hombros sin vergüenza.
—De cualquier manera, quiero ser una buena persona para ti. Alguien en quien puedas confiar, alguien cuya traición no necesites temer.
Eckart era precisamente la persona que le aconsejó no confiar fácilmente en la gente. Marianne entendía su habitual desconfianza hacia las personas. Sentía que su ciega confianza podría ser una de las razones por las que arruinó su vida anterior.
Pero se suponía que la naturaleza de uno no podía cambiar fácilmente.
Tenía la intención de usar incluso su desconfianza como arma en el futuro, pero se sentía más cómoda cuando confiaba en las personas. Esperaba que Eckart pudiera hacer lo mismo si era posible.
—Así que deseo que seas feliz como yo.
Su optimismo siempre se encontraba en el lado opuesto al suyo.
Su voz suave arañaba profundamente su corazón. Sentía algo como una sed que le estrangulaba por dentro. En el pasado, se habría reído de sus palabras, pero ya no las ignoraba. De hecho, quería ser feliz como ella decía.
—Bueno, um… Puede que sea demasiado presuntuosa…
Marianne dudó un momento.
¿Podría la felicidad de alguien ser creada a la fuerza por otros solo porque lo deseaban? Quizás no.
Pero Marianne quería que él fuera feliz.
Quería que él fuera feliz de nuevo para que pudiera disfrutar de un amor desbordante que nunca conocería la traición, para que ya no creyera que había sido traicionado. Quería que no hiciera esa expresión solitaria en la encrucijada entre la muerte y la vida. Ella esperaba que él no soportara estar enfermo, que pudiera reír si estaba feliz y que no luchara con todas sus fuerzas para no confiar en alguien.
—Haré todo lo que pueda para hacerte feliz. Lo prometo.
Eckart no pudo responder a sus palabras.
Marianne se recostó sobre su hombro. Como no esperaba su respuesta, cerró los ojos lentamente, mirando a través de la ventana tenue. De repente, los varios días de arduo viaje y ceremonias la hicieron sentir cansada. El silencio entre ellos empapaba sus tobillos como el agua de un arroyo tranquilo.
Mientras tanto, sus latidos, que habían estado sonando desafinados, comenzaron a asimilarse lentamente. El ritmo de los latidos del corazón se convirtió en uno antes de que lo supieran.
Thump, thump, thump…
Y así, convirtiéndose en una excelente canción de cuna. Marianne pronto comenzó a dormirse y respiró suavemente. Era una respiración relajada y cómoda que solo las personas que se duermen podían tener.
Eckart miró la lámpara de vidrio brillante mientras ella dormía.
La antorcha que nunca se había apagado desde que Serafina se la dio al primer rey de Aslan estaba ardiendo roja y amarillenta. Las llamas sagradas rompían la oscuridad alrededor de ellos. Como si no estuvieran contentas con eso, las llamas mostraban los sentimientos crudos que Eckart había escondido desesperadamente hasta entonces.
Ella era un pantano para él.
Llevado por una tentación irresistible, puso un pie en ese pantano. Un pantano fangoso que lo arrastraba poco a poco. Lo arrastraba un poco más abajo, más profundo en el fondo, hacia la oscura noche negra, para que no pudiera esconder nada.
Estaba silencioso en todas partes, como si nadie supiera si algo sucedía, o como si se pudiera perdonar incluso si se hiciera cualquier cosa impía e irresponsable.
Todavía envolvía su mano blanca que asomaba ligeramente de la manta. Debería haberla despertado para observar la ceremonia nocturna, pero no lo hizo.
En su lugar, sintiendo dolor en su espalda, Eckart besó su frente mientras ella dormía.
Su beso era tan sagrado como lujurioso. Reflejaba el deseo que trataba de ocultar. Sus labios se separaron poco a poco, llenos de remordimiento. Su rostro dormido seguía calmado como el de un niño que no sabía nada. Su inocencia era afortunada y, al mismo tiempo, desafortunada para él.
Quería que su deseo por ella desapareciera por un lado, pero quería un deseo más profundo por ella por el otro.
Qué deseo astuto ¿Cómo terminé tan cercano a ella? Ella podría apuntar un cuchillo a mi cuello eventualmente. No debería haber ningún afecto inofensivo en este mundo. ¿Cómo terminé con una relación cercana con ella?
Todavía estaba quieto afuera. Soltó un largo suspiro con una terrible expresión.
No podía estar seguro de determinar quién estaba detrás del accidente, qué hacer al regresar a la capital, cómo manejar los secretos de los anteriores emperadores y cómo prevenir futuras rebeliones.
Solo había una cosa que era cierta, y era que se estaba volviendo loco por esta mujer.
♦♦♦
A primera hora de la mañana siguiente, la unidad de apoyo de Milán llegó al gran templo de Roshan.
El séquito del emperador, que ya se había preparado para el viaje, cargó sus equipajes y llevó a los heridos en las carretas. Cuando el resto de los caballos y carros estuvieron finalmente listos para partir, el patio delantero del templo así como su puerta principal estaban densamente llenos de ellos.
—Su Majestad, le deseo un viaje seguro a Milán — dijo la cardenal Helena con cortesía.
—Si necesitan ayuda en cualquier momento, háganoslo saber. Roshan es un santuario de Dios así como un santuario para el rey que es una encarnación y agente de nuestro Dios.
Fue una declaración de la cardenal, pero hubo un extraño giro en sus palabras.