Traducido por Herijo
Editado por YukiroSaori
—Puedo entender eso, pero me preocupa que les pase algo malo —dijo Colin, parpadeando lentamente con sus ojos rojos.
Considerando lo que les había sucedido unos días atrás, Colin podía expresar esta inquietud.
Jed, sin embargo, lo miró con ojos furiosos y lo presionó sobre los hombros. A primera vista, el toque de Jed pareció reconfortarlo, pero era una especie de amenaza furtiva. Colin frunció el ceño cuando Jed lo agarró con fuerza de los hombros.
—¡Maldita sea! No digas esas cosas horribles A los 19 años eres un adulto según la ley imperial. Así que, como adulto, tienes que aprender a ser paciente y esperar con calma.
—Señor Jed, he oído que uno debe ser coherente con lo que dice para ganarse la confianza de los demás. ¿No recuerda lo que me dijo hoy? Cuando estaba almorzando, me dijo que no estaba creciendo porque picoteaba la comida como un niño, ¿verdad? Me llamó niño. Y lo oí llorar en la habitación la última vez cuando yo…
Incluso antes de que Colin terminara, Jed rápidamente puso su gran mano sobre su boca.
—Ja, ja, ja. Parece que nuestro querido Colin vio elefantes rosas, ya que no durmió bien durante los últimos días. Permíteme rogarle al emperador que te conceda unas vacaciones especiales tan pronto como llegue. Así que, cierra la boca. Cierrala con fuerza. Incluso si inhalas y exhalas por la nariz, no morirás —se burló Jed con una andanada de comentarios amenazantes.
Colin intentó resistir varias veces antes de darse por vencido en poco tiempo. Jed era un funcionario civil que no tenía ningún talento para la lucha, pero era mucho más alto y corpulento que Colin, quien ocupaba el mismo puesto. Sus muchos años de trabajo en estrecha colaboración con Jed le recordaron rápidamente que no podía superar sus desventajas físicas.
Entre los que esperaban ansiosamente el regreso del emperador se encontraban los altos funcionarios, incluidos los cinco principales ministros del gabinete. Aunque no eran favorables al emperador, el duque Hubble y Ober también salieron. Como el tiempo de espera fue más largo de lo esperado, Hubble y Ober trajeron sillas e incluso mesas de té a un rincón de la sala de conferencias, pero no podían abandonar el lugar porque había mucha gente observándolos y no querían mostrar una falta de respeto abiertamente.
Entre aquellos que se mostraban tan despreocupados como serios, el duque Kling era el que esperaba con más nerviosismo el regreso del emperador. Colin suspiró mientras miraba fijamente su espalda, parada a la distancia.
Desde el día en que se supo de la noticia del accidente hasta hoy, casi todos en el palacio esperaban nerviosos el regreso del emperador. En particular, Colin y Jed, considerados los colaboradores más cercanos del emperador, estaban muy ansiosos por verlo más que nadie.
Cuando escuchó la noticia de que afortunadamente salvaron al emperador y a la señorita Marianne y procedieron con su ceremonia de compromiso antes de regresar a la capital, Colin no pudo dormir casi todos los días. No sabía cuántas veces había arruinado informes por no poder concentrarse. Cada vez que escuchaba algo nuevo, corría a ver si era un pájaro mensajero. Cuando pasaba un día, lo borraba del calendario y resentía por el lento paso del tiempo.
Pero ni siquiera su extraordinario nerviosismo podía compararse con la paciencia del duque. Sus funcionarios más cercanos siempre tomaron al emperador como el peso mas valioso de la balanza en cualquier circunstancia. En el peor de los casos, podrían prescindir de Marianne. No podrían poseer la riqueza de Kling y las tropas de Lennox sin ella, pero estaban dispuestos a aceptar esa perdida. Estrictamente hablando, no la tuvieron en cuenta ni a ella ni a su padre Kling en sus cálculos políticos desde el principio. Por supuesto, su pérdida sería dolorosa, pero sería posible movilizar una fuerza que pudiera sustituir a la de Kling si fuera necesario.
Por otra parte, como Colin observó durante las últimas semanas, parecía que el duque Kling tenía dos pesos, no uno: el emperador y su hija Marianne. Su única sangre y el legítimo sucesor del imperio era alguien que pudiera protegerla mejor o posiblemente ser el más peligroso. Su hija más amada y el hijo de su mejor amigo.
Ante las desgracias de los dos, el duque Kling equilibró milagrosamente el peso de la balanza sin perder la compostura. La ansiedad de Colin no era nada comparada con la suya. La paciencia de Kling era como la resistencia a la desesperación fatal en esa situación.
Por supuesto, Colin sabía que si Kling tomaba una decisión, podría abandonar al emperador y unirse a la facción de Ober. Sin embargo, Colin sentía que Kling ponía al emperador y a su hija en su propia balanza casi con el mismo peso. De hecho, su hija era un poco más pesada, pero Kling le dio al emperador más poder de lo que Colin esperaba. La paz de la capital, custodiada con la enorme paciencia de Kling, también era una estrategia del emperador más que de su hija.
—Debe estar bien, ¿verdad?
—¿De qué estás hablando? —preguntó Jed con una mirada perpleja. No terminó las palabras, como si se sintiera relajado. Siguió la mirada de Colin y encontró un personaje, asintiendo con la cabeza suavemente.
—Por supuesto. Mientras Marianne aparezca, él estará en plena forma, como antes.
En ese momento, se oyó el sonido de los cuernos largos desde el puesto de guardia instalado en los pilares de la puerta, señalando el regreso del emperador. Todos los que habían estado esperando ansiosamente se ajustaron la ropa. El duque Hubble y Ober, que fingieron ser indiferentes, regresaron a sus asientos. Jed también soltó a Colin. De puntillas, Colin miró el final de una amplia calle por encima de los hombros de una multitud de funcionarios.
El sonido de sus fuertes pisadas se escuchó débilmente. Pronto, apareció la vanguardia de la larga procesión del emperador. La bandera dorada de la familia Frey ondeaba al viento al frente de las filas, asi como un montón de banderas a su alrededor. Cuando todos se sintieron aliviados por la magnífica procesión del emperador como de costumbre, Ober miró fijamente al duque Hubble.
¡Al final, cosechaste los frutos de tus acciones!
Ya sabía que el emperador iba a volver con vida, pero se sintió mal cuando confirmó la procesión ante sus ojos. Con expresión tranquila, se mordió las muelas.
Pusiste tus cartas sobre la mesa, pero lo que conseguiste fue que solo le lastimaran uno de sus brazos. ¿No perdió el trato? Si querías hacerle daño, deberías haberlo incapacitado para que no pudiera usar su cuerpo. Por ejemplo, dejándolo ciego, cortándole la lengua o incluso mutilándole las dos piernas para que no pudiera volver a usarlas…
Mientras Ober se sumía en sus pensamientos, el carruaje del emperador se detuvo frente a la puerta sur. El emperador, que en su cabeza se imaginaba como una figura terrible, se bajó del carro con una expresión vibrante, como si quisiera burlarse de él.
—¡Que la gloria infinita de Airius, nuestro gran dios, sea derramada sobre Su Majestad! ¡Nos sentimos honrados de verlo!— exclamaron todos ofreciendo saludos educados cuando el duque Lamont comenzó a dirigir el canto.
—Les deseo a todos las bendiciones de nuestro dios. ¡Pónganse todos de pie! —respondió Eckart, con el uniforme dorado, pareciendo un poco demacrado en comparación con cuando salió de la capital, pero no había cambiado mucho. Su brazo roto y los rasguños en la cara no socavaban su dignidad.
Ober estaba disgustado con la actitud del emperador, que era mucho más serena de lo que pensaba. Se mordió el interior de los labios cuando vio que una figura bajaba del carro detrás de él.
—Es un honor para mí ver a la señorita Marianne —saludó cortésmente la condesa Leslie, vice-chambelán de la familia imperial.
Fue Marianne quien siguió a Eckart. Mientras todos la miraban, a ella no le interesaba la hospitalidad. En cambio, miraba hacia algún lado con los ojos húmedos, sosteniendo el dobladillo de su vestido azul.
—Señorita Marianne —la llamó Eckart con calma. Marianne se dio cuenta tardíamente de la situación y se secó rápidamente los ojos húmedos.
—Oh, lo siento. Que nuestra Diosa los bendiga a todos. Por favor, pónganse de pie —respondió Marianne después de saludar.
Después de responder, Marianne se volvió hacia Eckart. Aunque no habían tenido ninguna conversación, él asintió felizmente. Marianne agarró inmediatamente el dobladillo del vestido y caminó rápidamente, casi corriendo. Con su cabello color chocolate ondeando violentamente, pronto llegó a su destino.
—Mari… —dudó un momento el duque Kling y la llamó por su nombre, envolviéndola en sus brazos.
—¡Papá! —exclamó Marianne, frotando sus mejillas contra el cuello de su camisa y abrazando su espalda con fuerza. Él la envolvió con cuidado como si fuera una escultura de arena. Al poco rato, apretó las manos y le dio unas palmaditas en el hombro.
—Lo siento. Debería haberte seguido. Ojalá no te hubiera enviado sola…
—No, no digas eso. Realmente pensé que fue una suerte que te quedaras en la capital. Me alegro mucho de que estés a salvo aquí. En serio —sonrió Marianne alegremente con lágrimas en los ojos. El atardecer que se tornó rojo brilló con fuerza en la herida de sus mejillas blancas.