Traducido por Herijo
Editado por YukiroSaori
Marianne miró a Kloud tal como hacía Eckart.
—Por cierto, ¿no crees que te estás esforzando demasiado? ¿Hay alguien más aparte de ti que pueda servir al emperador? Sé que tú también te lastimaste mucho en Roshan. No quiero creer que el emperador te haya ordenado cancelar tus vacaciones o te haya obligado a aguantar cuando estabas enfermo.
—No, en absoluto. Gracias a las cálidas consideraciones del emperador después de mi regreso a la capital, ahora estoy mucho mejor. De hecho, Su Excelencia me dijo que descansara más, pero como fui terco, seguí trabajando hasta ahora.
—Oh, deberías seguir la orden del emperador. Lo siento por la señora Charlotte, tu esposa, de varias maneras. ¿Cómo puedo verte a ti y a tu esposa si tus heridas se infectan?
—Está bien. Haré todo lo posible para que no se preocupen por mí —dijo Kloud con una suave sonrisa, inclinándose en una reverencia.
Ella sintió pena por él, ya que no dejó de trabajar para salir de la habitación, pero se levantó lentamente en lugar de responder.
—Majestad, tengo que irme ya que tengo que pasar a ver a la condesa Renault por la tarde.
—¿Vas a ver a la condesa?
—Sí. No me he disculpado con ella desde que la vi en el último baile. Me gustaría verla antes de que sea demasiado tarde. Tengo algo que decirle…
Eckart asintió casualmente, sintiendo cierto arrepentimiento de verla irse.
Se puso los guantes que se había quitado, tomó su abanico plegable y lo miró a la altura de los ojos.
—¿Tiene algo más que decir, Su Majestad?
—Umm…
Parecía estar pensando en algo
—En cuanto a la apuesta de la que hablé recientemente, hoy tiré mi primera carta.
—Oh, sí. Ober vino a verte hoy. No tenía muy buena pinta. Supongo que tu primera jugada fue bastante exitosa.
Aunque utilizó una expresión figurativa, ella pudo entenderlo fácilmente. Eckart dejó la taza de té bruscamente, como si le molestaran sus comentarios.
—¿Te encontraste con él? ¿Cuándo?
—Oh, me lo encontré cuando venía hacia aquí. Dudó de mí, como era de esperar… Así que puse excusas plausibles —intentó responder con la mayor calma posible.
Pero la voz de Ober, que ella intentaba olvidar deliberadamente, volvió a su mente sin poder hacer nada.
¿Fue por eso? No pudo evitar responder a su pregunta con seguridad.
—¿Se dejó engañar voluntariamente por ti?
Eckart ya intuía que la habían engañado de nuevo, pero preguntó, fingiendo no saberlo.
—Su Majestad —llamó al emperador como si estuviera aferrándose desesperadamente a algo.
Lo que oyó en ese momento no fue su propia voz cuando llamó al emperador, si no el susurro de Ober el que sonó más fuerte y claro en sus oídos.
—Marie, el duque Kling tal vez ya sabía que el emperador quiere que tú, tu padre y tu familia sean infelices para siempre
Recordó las palabras de Ober una vez más antes de borrarlas de su mente.
Obviamente Ober mintió, pensó.
Si quería saber la razón exacta del estilo de vida aislado de su padre, podría obtener la respuesta si se lo preguntaba. El resto de lo que Ober dijo fue una astuta artimaña suya. Dudar de su padre era una trampa que Ober le había tendido. Pensó que no debía creer nada que no hubiera comprobado directamente.
—No te preocupes… Soy mejor de lo que crees para disimular mis verdaderos sentimientos.
Habiendo dicho eso, se rió alegremente como siempre. Cuando llamó a Phebe, el pájaro, que estaba picoteando algo cerca de la ventana, volvió volando.
Ahora, con el loro sobre su hombro, se despidió de él cortésmente.
—Por favor, toma tu medicina como te dije antes. Volveré pronto.
—Está bien. Déjame contactarte nuevamente —respondió Eckart con una mirada casual.
Ella poco a poco se desvaneció de su vista, arrastrando lentamente su colorido vestido. La puerta de su estudio se abrió y se cerró.
—Curtis —llamó inmediatamente con voz muy baja.
—Sí —apareció Curtis silenciosamente desde las estanterías detrás de él.
Se quedó mirando fijamente la puerta de su estudio, que estaba un poco alejada de él. Permaneció en silencio por un momento y luego miró el asiento donde ella había estado sentada hace un momento. Después de observar por un rato, abrió la boca.
—Quiero que investigues algo.
♦♦♦
Al salir del palacio imperial, Marianne regresó a la mansión Elior. Como tenía tiempo libre antes de su visita programada a la condesa, pensó en descansar un rato antes de cambiarse de vestido. Sin embargo, tan pronto como entró al vestíbulo principal de la mansión, decidió reprogramar.
—¡Papá!
Cuando llamó alegremente, el duque Kling miró hacia atrás.
—Marie.
—¿Qué negocio has traído aquí? Ojalá hubiera venido antes si lo hubiera sabido. ¿Comiste algo? ¿Dormiste bien?
La apartó de Cordelli, que lo sostenía, y se abrazó a sus brazos sin vacilar pretendiendo ser una niña pequeña. Él sonrió amablemente y la acarició.
—Pasé por aquí porque tenía que recoger algo. Almorcé hace un minuto y dormí bien.
—No mientas, papá. Me enteré de que ayer también fuiste a palacio en secreto. Me enteré de todo sobre ti por Codelli. Dijo que después de cenar conmigo, volviste a trabajar por la noche. ¿Cómo puedes dormir bien en esa pequeña habitación de conserje?
—Estoy más preocupado por ti. Entiendo que te costó mucho viajar hasta aquí. ¿Cómo es que ya te estás moviendo? ¿Estás bien? Descansa unos días más.
—¿No sabes lo en forma que estoy ahora? Duermo muy bien y como muy bien. ¿No me viste anoche? Me comí dos trozos de filete enormes.
Mientras ella balbuceaba alegremente, él se limitó a reír, lanzándole una encantadora mirada.
Sintió que se le pasaba el cansancio enseguida al verla actuar de forma tan tierna.
—Por cierto, ¿vuelves al palacio ahora?
—Debería. Tengo más trabajo que hacer.
—¿Qué es? ¿Es urgente? ¿Tienes que terminarlo ahora mismo?
—Bueno, no es tan urgente, pero…
—Si ese es el caso, ¿no puedes quedarte un poco más? De todos modos, debería visitar a la condesa Renault pronto porque prometí verla cuando regresara de Roshan. ¿Por qué no caminamos juntos hasta entonces? ¡Vamos! Treinta minutos o quince minutos está bien. ¿De acuerdo? —suplicó Marianne, mirándolo a los ojos. Sus ojos verdes brillaban con grandes expectativas. Era su encantadora manera de derretir el corazón del oponente.
—Está bien. Vámonos. —Accedió el duque Kling, que siempre se dejaba vencer por ella, asintiendo con agrado. Le dijo a su sirviente que esperara un poco más y la acompañó fuera de la casa.
Con los brazos cruzados, uno al lado del otro, los dos se dirigieron al jardín trasero. El sol del mediodía hacía que el exuberante jardín brillara aún más. De hecho, los dos no habían tenido tiempo privado en mucho tiempo, por lo que el personal de la mansión dio un paso atrás y los siguió en silencio desde la distancia.
El duque Kling le puso personalmente un paraguas. Ella apoyó la cabeza en sus brazos, apreciando plenamente sus consideraciones.
—Acabo de tener pensamientos malvados.
—¿Pensamientos malvados?
—Sí. Sólo desearía que fueras mi sirviente o un caballero.
Lo que dijo fue muy irrespetuoso, por supuesto. Pero el duque Kling respondió con una buena sonrisa.
—Ja, ja, ja. ¿Es porque quieres que te ponga un paraguas así? Bueno, siempre puedo hacerlo por ti, incluso si no fuera tu sirviente o tu caballero.
—No, lo que quiero decir es que… si fueras mi subordinado, no desobedecerías mis órdenes, ¿verdad? Así que te daré una orden ahora mismo. Come bien y duerme bien durante tres días a partir de hoy. Trabajarás solo seis horas al día, caminarás conmigo todos los días y desayunarás y cenarás junto a mí.
El duque Kling miró a su hija con ternura. La sombrilla de su paraguas se inclinó aún más hacia ella.
—Por supuesto, sé que mi subordinado no obedecería todas mis órdenes. ¿Sabes lo difícil que fue para mí hacer que Iric descansara hoy? Solo se rindió después de que lo persuadí durante treinta minutos. Si no hubiera amenazado con despedirlo, no habría obedecido mi orden.
—Es un hombre leal por naturaleza, es muy difícil que siga tu voluntad. Es difícil cambiarlo.
—Bueno, me escucha muy bien cuando le doy otras tareas, pero no cede ni un ápice, incluso cuando es muy evidente que lo va a pasar mal físicamente. No sabe lo preocupada que estoy por él —dijo Marianne, caminando por el jardín y balbuceando como un pajarito.
El duque Kling le respondía con una respuesta amable o una risa. Disfrutaron de un tranquilo y relajado paseo durante un rato.
Mientras caminaban, charlando alegremente, pasaron por varios lugares. Cuando pasaron por el jardín de flores, donde las flores raquíticas crecían en abundancia, ella tiró de sus brazos como si se le hubiera ocurrido una idea.