Prometida peligrosa – Capítulo 117

Traducido por Herijo

Editado por YukiroSaori


—Bueno, hace aproximadamente un mes. Por eso vine a Milán; quería ayudar al emperador.

—¿La razón por la que decidió ayudar al emperador fue porque se dió cuenta de que el marqués Chester la consideraba una muñeca cara, como dijo? Por cierto, lamento usar esa expresión.

—Sí. Tiene la intención de matarme a mí y a mi padre después de haber utilizado nuestros recursos.

—Entiendo el peso de las promesas políticas. A veces son más poderosas que cualquier juramento o mandato. Esa es la naturaleza del poder. Por supuesto, creo que el emperador ha decidido aceptarla como su esposa porque confía en usted, pero no puedo descartar la posibilidad de que haya tenido en cuenta el honor y la influencia de su padre al tomar la decisión de casarse. Tal vez, el realismo político sea la fuerza que haya consolidado más firmemente la unión entre ambos.

Marianne asintió con suavidad. En su vida anterior, habría considerado los comentarios de la señora Renault demasiado duros, pero ahora podía tomarlos con naturalidad, como si no fueran gran cosa.

—Pero cada promesa es un compromiso mutuo. No importa cuán fuerte sea la promesa; al final, es hecha por humanos. En otras palabras, puedes cambiar de opinión fácilmente en un abrir y cerrar de ojos, dependiendo de los intereses y el estado de ánimo.

—Lo mismo ocurre con el emperador.

—Puede apostar. Sin embargo, he observado al emperador durante mucho tiempo desde que serví a la difunta emperatriz. Hasta donde sé, no es del tipo que rompa promesas fácilmente, incluso por intereses políticos. Pero, por lo que he visto y hablado hoy, siento que es una persona notablemente flexible.

—Tiene miedo de que traicione al emperador, ¿verdad? —dijo Marianne, sonriendo levemente.

—¡Señorita Marianne! —La voz de la señora Renault se volvió más seria.

—También escuché lo que sucedió en Roshan. El día que regresó al palacio, vi cómo la trató. Cuando pienso en ello ahora, creo que el accidente fue un complot concertado…

Marianne recordó vívidamente el comportamiento de Eckart el día que regresó al palacio, especialmente cómo su mirada se suavizaba y su paso se aceleraba al mirar a alguien, así como su hostilidad sin precedentes. También había escuchado que, como alguien que siempre se apegaba a la formalidad y al procedimiento, incluso intentó decapitar al jinete en persona.

—¿No sabe ya que el emperador no depende solo de tácticas políticas?

Marianne parpadeó lentamente. Si lo hubiera oído el día anterior, o incluso esa misma mañana, se habría sentido complacida.

—Espero que el emperador no vuelva a hacer daño a nadie bajo el pretexto de conspiraciones políticas. Por supuesto, tiene una mentalidad fuerte, pero no soportará que le golpeen dos veces. Y yo misma no estoy segura de poder verlo resistir eso.

—¿Otra vez? ¿Dos veces?

La señora Renault se calló rápidamente ante la pregunta de Marianne. Ella deseaba preguntar de inmediato a qué se refería, pero se contuvo. Dado el carácter de la condesa, era evidente que cuanto más preguntara Marianne, más intentaría ocultar su respuesta. Si la presionaban más, tal vez no pudiera decirle toda la verdad.

¿Por qué hay tanta gente a mi alrededor que tiene secretos? Creo que soy la única que no sabe nada.

se lamentó en lo más profundo de sí misma, cambiando su expresión y encogiéndose de hombros.

—De todos modos, no tiene que preocuparse por eso.

—Parece que habla de cosas serias y difíciles con indiferencia.

—Bueno, hablo en serio. Aparte de la razón política…

Marianne dudó un momento, no porque tuviera que mentir, sino porque quería demostrarle a la señora Renault su sinceridad.

—Amo demasiado al emperador para eso…

La condesa mostró una expresión muy extraña ante esa afirmación. Intentó abrir la boca como si fuera a decir algo, pero luego volvió a apretar los labios lentamente, como si una sombra más oscura que la que la protegía del sol cubriera su rostro la. Miró a Marianne con una mirada muy triste.

—Déjeme tener estas vasijas como regalo. Si piensa en confiar en mí, no dude en contactarme. Espero que pueda actuar lo más rápido posible. No es solo por mí, sino por el emperador. Demasiados pensamientos a veces le hacen perder el momento adecuado.

A Marianne le entregaron una maceta de verbena, que sostuvo con cariño. Mientras acariciaba sus frágiles pétalos, sintió que quería preguntar más, pero se contuvo.

—Gracias por su consejo —respondió la señora Renault, mirando sus ojos verdes. Sentimientos complicados comenzaron a devorar su mente a un ritmo aterrador.

♦♦♦

Esa noche, un invitado inesperado llegó a la mansión del duque Hubble. Era un intruso que apareció sin cita previa. Sin embargo, el mayordomo del duque envió inmediatamente un aviso a su amo. El sirviente que corrió al estudio del duque regresó al cabo de un rato.

—Me pidió que le acompañara hasta el salón. Yo le guiaré hasta allí.

El invitado, que estaba sentado en el vestíbulo bebiendo té de manera casual, no se levantó de inmediato. Después de terminar otra taza, se levantó de su asiento y le pidió a su sirviente que caminara delante. Incluso el sonido de sus pasos en el pasillo no reflejaba impaciencia.

—Es un honor para mí verle, duque Hubble —saludó el invitado con gracia.

—¿Quién es? ¡Bienvenida, señora Chester! Como es una mujer muy educada, normalmente viene a mi casa después de concertar una cita. Al haber llegado sin ella, parece que hoy trae una misión urgente —respondió el duque Hubble con una sonrisa cínica, sin siquiera mirarla al entrar. El sonido que hizo al voltear el libro que estaba leyendo rompió el silencio de la habitación.

—Por supuesto. El asunto es tan urgente que me apresuré a acudir a su casa de esta manera tan grosera.

Sin dejarse intimidar por el reproche de Hubble, se sentó en el sofá frente a él, ajustándose el largo dobladillo con indiferencia.

—¿Quiere un poco de té?

—No, gracias. Ya bebí suficiente té por culpa de su estúpido sirviente —respondió, molesta y disgustada por su cínica pregunta.

—Creo que sería mejor que despidieran a ese sirviente. Si lo mantiene, sus amigos pueden malinterpretar su ojo perspicaz. Así que, por favor, tome una decisión sabia. ¿Tiene sentido que un simple sirviente deshonre el honor del duque?

La señora Chester sonrió alegremente. Aunque ahora estaba aconsejando a Hubble, que tenía aproximadamente la misma edad que su padre, no mostró ninguna vacilación ni reticencia. Solo entonces Hubble levantó finalmente la mirada del libro. Tal vez por su concentración en la lectura o por la incomodidad que sentía, frunció el ceño sobre sus pequeñas gafas.

—¿Dejó a la criada atrás?

—Todas las criadas de mi mansión son inteligentes. No son tan estúpidas como las criadas de aquí.

—Oh, en eso estoy de acuerdo. Todos sabemos que la señora Chester es la mujer más estricta de la capital. Bueno, se conformarían con que las echaran de mi casa si fuera necesario. El problema es que no pueden conseguir trabajo, y también lo sabe. No creo que quiera verlos morir, maldiciendo hasta el final.

—Oh, ¿qué cosas tan terribles puede decirme así? —La señora Chester se cubrió la boca con un pañuelo, estremeciéndose ante su respuesta.

—Bueno, en cuanto a rigor, es más estricto que yo. Sé que mandó al matadero a su perro, con el que estuvo viviendo durante 20 años, ¿no? Ah, y su hijo, al que ha criado durante más de cuarenta años, todavía no cumple sus expectativas. Eso demuestra lo estricto que es.

Cuando dejó el pañuelo que le cubría la boca, mostró descaradamente su sonrisa cínica. El duque Hubble cerró de golpe el libro que había estado sosteniendo hasta ese momento.

—Déjeme decir esto: uno debe saber cuál es su lugar.

—Por supuesto. Tiene razón. —Asintió la señora Chester, gustosamente—. Entonces, ¿por eso puso la trampa en mi camino a Roshan? ¿Fue porque mi hijo Ober y yo no conocíamos nuestros lugares?

Hubble se quitó las diminutas gafas y mantuvo la boca cerrada. En ese momento, una fuerte línea muscular apareció en su mandíbula, como si representara su carácter. Era una señal que no podía aparecer sin que apretara algo fuerte.

—Señora.

La señora Chester no evitó su mirada.

—Cuantas más carta tengas en cualquier juego, más divertido será.

Tocó el anillo sellado en su mano derecha al oír su respuesta, que le produjo una sensación de intensa presión. Chiara, el símbolo de la oscuridad y el veneno, inscrito en su anillo, le hizo cosquillas en los dedos.

—Las cartas iban cambiando de manos y finalmente llegó mi turno, pero a veces la carta que tenía en la mano no parecía buena. La última vez no pensé que fuera mala, pero una vez que la carta cambió de manos, ya no era tan buena como esperaba.

—¿Qué debo hacer entonces, señora Chester? —preguntó amablemente el duque Hubble. Sus ojos color oliva reprimían su creciente ira.

—En ese caso, hay que sacar una nueva carta y descartar con valentía aquella que pueda arruinar la buena.

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