Traducido por Herijo
Editado por YukiroSaori
—Considera mi propuesta —dijo Marianne, con una sonrisa que hacía brillar sus ojos verdes—. Es una oportunidad única.
Su expresión era de una dulzura calculada, casi convincente.
—Déjame retirarme. Me alegra verte bien.
Con una elegancia que Roxanne interpretó como arrogancia, la intrusa y su sirvienta abandonaron la habitación. Sus pasos se perdieron en el pasillo, mientras una criada curiosa asomaba la cabeza solo para cerrar la puerta de golpe al cruzarse con la mirada furiosa de Roxanne.
—¡No sabes nada de mí!
Roxanne miró la puerta cerrada y dio una patada en el suelo antes de regresar a la cama.
Después de quedarse un rato mirando la silla vacía, finalmente gritó y arrojó la manta al suelo.
—¡Ahhh! ¡Qué molesta! ¡Qué despreciable! ¡Ahhhh!
♦ ♦ ♦
Al salir de la mansión Lonstat, el carruaje de Marianne se dirigió a una residencia no muy lejana.
Aunque Marianne no podía distinguir las casas nobles a ambos lados del camino, había una que reconocía de inmediato: la villa del Marqués de Chester.
—¡Que la Diosa le bendiga! Soy Annette de Levedev, y es un honor verla.
Era Annette, la sirvienta de la señora Chester, quien la recibió en la entrada.
Era la primera vez que Marianne intercambiaba saludos con ella, pero su cabello negro, como si hubiera sido sumergido en tinta, le resultaba familiar. Con el pelo peinado con esmero y un vestido oscuro, siempre estaba donde la señora Chester pudiera encontrarla fácilmente.
—Que la Diosa te bendiga también.
—La señora Chester aún está en su sala privada del edificio principal, ocupada con algunos asuntos.
Annette retrocedió con una respuesta formal. Marianne la siguió junto a Cordelli, mientras observaba a su alrededor.
Como había estado allí varias veces, ya estaba familiarizada con algunos objetos de la casa. Pero eso no era suficiente. Pensó que necesitaría observar con más atención a las personas que entraban y salían de la casa, así como a los sirvientes en turno.
Los tres se detuvieron frente a una habitación mientras Marianne examinaba su entorno con un sentido de deber. Solo con mirar la estructura de la puerta cerrada y las paredes a ambos lados, podía apreciar el gusto exquisito de la señora Chester. Encontrar algo que no brillara parecía más difícil que hallar una gema especial.
—Señora, la señorita Marianne ha llegado.
—Por favor, deja que pase —respondió la señora Chester con alegría.
Mientras Annette abría la puerta, Marianne tomó una respiración profunda, sosteniendo un abanico plegable.
—¡Bienvenida! ¡Que la Diosa te bendiga!
La señora Chester se acercó con una expresión amable. Su amplio vestido rosado, que se extendía sobre la alfombra, ondeaba con cada paso.
—¡Que la bendición de Anthea también te acompañe!
Marianne sonrió con brillo, deseando la bendición de la diosa a la mujer que había matado a su madre.
En la amplia habitación detrás de ella, había una gran cantidad de tesoros lujosos: desde aretes de perlas y perfumes en frascos de cristal hasta maniquíes con vestidos y vitrinas más altas que Marianne. Sin embargo, esta escena espectacular no la conmovió en lo más mínimo.
Había una razón por la que la señora Chester la había llevado a esta habitación, sabiendo perfectamente que Marianne llegaría a la hora acordada.
—Hay muchos tesoros aquí. ¿Qué estabas haciendo?
—Ah, estaba eligiendo un regalo. Lo enviaré a Su Majestad Alesa, la Emperatriz de Faisal. Todos son buenos, pero quiero enviarle lo mejor, así que los estoy revisando uno por uno… Oh, olvidé que ya era la hora de nuestra cita. Espero no haber herido tus sentimientos.
La señora Chester agitó lentamente un abanico de encaje negro. Un fuerte aroma a flores de jazmín flotó alrededor del cuello de Marianne. Sintió como si una serpiente invisible estuviera apretando su garganta.
Pero sabía que no debía huir. La serpiente era un animal que aplastaba y devoraba a su presa si intentaba escapar. Algunas serpientes, se decía, medían el tamaño de su presa para ver si podían tragarla. En cuanto la presa flaqueaba, la serpiente la mordía con sus afilados colmillos venenosos y la envolvía con su largo cuerpo.
Marianne agarró amablemente sus brazos, tratando de evitar que sus uñas se clavaran en sus palmas.
—En absoluto, señora. ¿Puedo ayudarte si no te importa? Tal vez tenga mejor ojo para elegir lo que buscas.
—¿En serio? Bueno, fuiste famosa como la Primavera del Norte en los círculos sociales… Sería extraño que no tuvieras buen gusto. Me alegra recibir tu ayuda. No sé si será útil, pero enviaré tus saludos a la Emperatriz Alesa en mi carta.
—¡Oh, qué considerada eres! Sería un honor si lo haces. Gracias.
Los intercambios nobles de cortesías entre ellas habían terminado. Después de las formalidades de rigor, las dos comenzaron a evaluar los tesoros dispuestos por toda la habitación. Annette y Cordelli caminaban detrás de ellas, ayudando en lo que podían.
—Creo que este vestido está un poco pasado de moda. Los volantes son demasiado simples. ¿No sería mejor añadir un encaje en el pecho?
—Buen punto. Hagámoslo así. A la Emperatriz Alesa le ha encantado el color limón desde que era princesa…
—Oh, esta espinela es de muy alta calidad. Tanto que me gustaría tenerla yo también. ¿Qué artesano trabajó en esto? Hace poco compré un topacio nuevo, y me gustaría encargarle que haga unos aretes.
—Creo que tienes un ojo excelente. Anne, ve y escribe una carta de presentación para Diane antes de que esta dama regrese a casa.
—Sí, señora.— Annette hizo una reverencia educada y retrocedió sin perderse ni una palabra de su conversación.
Marianne endureció su rostro cuando estaba a punto de ver el siguiente objeto. Pretendiendo ser lo más casual posible, miró hacia atrás, observando la espalda de Annette mientras se alejaba.
¿Anne? La señora Chester claramente dijo que se llama Anne…
Ella era la dueña de la carta que la sirvienta Eve intentó entregar. Era la secuaz de Ober, cuya identidad exacta no se conocía, pero a quien simplemente llamaban Anne.
¿Estaba tan cerca de mí?
Marianne quedó atónita.
Intentó mantenerse calmada tragando saliva. Pensó que quizás era una mera coincidencia, ya que era un nombre común, y que no había posibilidad de que Ober hubiera colocado a alguien así en un lugar como este.
Pero antes de que Marianne pudiera reflexionar más sobre Anne, la señora Chester la llamó.
—¿Marianne?
—Sí, señora Chester. ¿Qué ocurre?
—Oh, solo me preguntaba si te estaba dando demasiada carga con esta selección de regalos…
—En absoluto. No es tan difícil.
Los ojos grises de la señora Chester miraron a Marianne con una sonrisa.
Cuando sintió que la señora Chester estaba leyendo su mente, Marianne cambió rápidamente de tema.
—Gracias por tu consideración. Por cierto, ¿por qué le envías regalos a la Emperatriz Alesa?
—Oh, su cumpleaños está cerca. El Duque Hubble le envió un regalo recientemente para celebrar su aniversario de bodas, pero no me avisó, así que no pude enviar el mío a tiempo.
La señora Chester sonrió todo el tiempo mientras hablaba con Marianne, y su tono no era agudo ni sombrío. Sin embargo, Marianne sintió que estaba muy disgustada.
—Parece que tienes una relación especial con la Emperatriz Alesa. Por lo que sé, han pasado más de veinte años desde que dejó Aslan…
—Así es. No sé cómo se siente ella pero a mí me cae muy bien. La quise tanto como a Estelle, tu madre.
La señora Chester respondió con una sonrisa. Marianne no tuvo más remedio que sonreír también, viendo de frente a quien no mostraba el más mínimo remordimiento al hablar de su madre.
Eso era todo lo que Marianne podía hacer por ahora. Incluso esperaba que su sonrisa fingida no pareciera incómoda para la señora Chester.
—Esto me trae viejos recuerdos. Parece que ya ha superado su pérdida, así que creo que puedo contarle algo a la amable dama que tengo frente a mí.
Lo que la señora Chester tenía que decir a continuación era algo que no permitiría que Marianne rechazara. No era una solicitud, sino una declaración unilateral de que diría lo que quisiera.
Marianne apenas logró contener la ira que surgía en su interior. Luego, inclinó la cabeza con una mirada inocente, tratando de ganarse su favor.
—Dijiste que ya lo ha superado. ¿Estuvo muy afligido en el pasado?
La señora Chester soltó una risa sofocada tras su abanico, como si adivinara sus pensamientos o se mofara de ella.
—¿Has oído ese curioso rumor sobre la emperatriz de Faisal y su… peculiar aversión a los cubiertos? —La señora Chester susurró con una voz fascinante, como si estuviera contando un secreto.
—No estoy segura… Quizá lo escuché en alguna parte, pero no lo recuerdo bien —respondió Marianne, distraída.
—Es un detalle que casi nadie conoce en Aslan —continuó la señora Chester, jugueteando con su abanico—, pero en Faisal es un acuerdo tácito entre círculos selectos: ni siquiera cubiertos tan inofensivos como estos pueden ingresar a palacio.
Marianne miró hacia la caja que estaba acariciando.
Un cuchillo tallado con esmero y adornado con joyas en su extremo produjo un sonido aterrador al rozar la uña roja de la señora Chester.
—¿Tuvo alguna mala experiencia con algo afilado, como un cuchillo, cuando era joven?
—¡Exactamente! ¡Qué inteligente eres!
Era una respuesta obvia, pero la elogió con una voz exagerada.
