Prometida peligrosa – Capítulo 174

Traducido por Herijo

Editado por YukiroSaori


—¿Y qué? ¿Acaso pensaste que esta cicatriz sería «evidencia invaluable» y por eso dejaste que se marcara así a propósito? —gruñó Marianne, tomando un vendaje de la mesa—. ¡Dios mío! ¿Cómo pudiste lastimarte deliberadamente solo porque se te ocurrió esa idea?

Eckart guardó silencio, evitando su mirada. No se atrevió a admitir que realmente había considerado la cicatriz como prueba útil. En lugar de responder, el rubor se extendió por su nuca mientras aguantaba el regaño. Marianne comenzó a vendarle la herida con cuidado, envolviendo su torso con la tela suave una y otra vez.

Cuando estaba por terminar, se inclinó hacia adelante para mirarlo a los ojos:

—¿Volverás a hacerlo?

—Marianne, puede que suene a excusa, pero en esa situación era la mejor opción…

—No hablo de esa situación —interrumpió, sonriendo de un modo aterrador mientras ajustaba el vendaje con las yemas de los dedos—. Hablo de ahora. Toma la mejor decisión en este momento.

Aunque no apretó lo suficiente para lastimarlo, Eckart se retractó al instante:

—No. Fue un error. No lo repetiré.

—Excelente. Esa es una buena decisión.

Solo entonces aflojó el vendaje. Sus yemas de los dedos habían palidecido por la presión. Anudó los cabos con gesto despreocupado y tomó la camisa que él se había quitado para el tratamiento.

Eckart intentó tomarla, pero desistió ante su mirada admonitoria.

Igual que en Roshan, pensó que no había manera de ganarle cuando decidía tratarlo como paciente. La mejor estrategia era someterse a sus órdenes. Así que pasó los brazos por las mangas, se inclinó hacia ella y maldijo mentalmente los incontables botones de la maldita camisa.

—Pero creo que me he vuelto demasiado atrevida.

—¿En serio? ¿Por qué?

—Estoy… algo contenta de haber sido yo quien te hizo actuar con esa estupidez sin vacilar.

Ella rió, una sonrisa tímida y encantadora.

—Así que, no lo hagas por otros.

Eckart bajó la mirada en silencio hacia esos ojos brillantes que centelleaban bajo su mentón. En el instante en que ella retiraba el brazo habiendo terminado de ajustar su cuello, su mano fuerte atrapó con delicadeza la muñeca esbelta de Marianne.

Un silencio íntimo los envolvió. Afuera, la lluvia arreciaba, marcando una frontera clara entre el calor de la habitación y el caos exterior. Hasta la luz de las velas parecía flotar, creando un límite mágico.

Eckart recordó de pronto otra noche aislada del mundo: la de Anthea, cuando veló en el santuario de Serafina, con el agua bendita de Ran frente a él. Aquella oscuridad donde sintió que podía ser perdonado por hacer lo que deseaba.

Aquella noche, Marianne cayó en un sueño profundo, pero extrañamente se sumergió en una atmósfera similar a la que él había recordado. Los ojos azules que amaba se acercaban a ella con lentitud exasperante, centímetro a centímetro. En cuestión de segundos, su corazón comenzó a galopar. Aunque ninguna palabra cruzó entre ellos, lo supo instintivamente: si se acercaba un milímetro más… probablemente ella…

Estaba a punto de cerrar los ojos cuando:

—¡Su Majestad, es Kloud!

La voz alegre del ayudante irrumpió, seguida de unos golpes animados.

Marianne retrocedió, abriendo los ojos. Eckhart soltó su muñeca con un suspiro profundo. El tiempo, que parecía detenido, volvió a su ritmo habitual.

—¿Qué ocurre? —preguntó Eckart con un dejo de irritación en la voz.

Kloud, gracias a sus años de servicio al emperador, respondió casi por reflejo:

—Cómo la señorita Marianne debe regresar pronto a la mansión, preparaba su partida, pero la lluvia arrecia. Creo que pronto comenzará la tormenta. Aún hay nubarrones y el viento es fuerte; parece que tendrá que posponer su regreso unas horas.

Al unísono, ambos miraron por la ventana. El jardín era un abismo de oscuridad. Como él dijo, hasta el borde de la ventana temblaba levemente bajo el vendaval.

—Permítame sugerir —continuó Kloud, buscando el momento oportuno—: la señorita Marianne mencionó que su visita al palacio era su último compromiso hoy.

Hizo una pausa estratégica antes de plantear:

—¿Qué le parecería pasar la noche en el Palacio Imperial, si no le molesta?

—¿Quedarme en palacio?

—Así es. Si no tiene otros planes, no hay necesidad de apresurarse. Insistir en partir con este temporal solo preocuparía a Su Majestad. Con su permiso, contactaré al servicio del palacio para preparar sus aposentos. Las habitaciones están siempre impecables, y afortunadamente su doncella ya se encuentra aquí, así que no tendrá inconvenientes.

Marianne bajó la mirada, reflexionando. Sus ojos verdes volvieron a la ventana, donde los cristales vibraban con estrépito, urgidos por vientos más feroces que al llegar.

—Es un cambio de planes repentino. ¿No será una molestia?

—Por supuesto que no. Precisamente para estas contingencias existe el servicio del palacio.

—Ya veo, pero…

—La decisión es tuya, Marianne —intervino Eckart—. Elije lo que te resulte más cómodo. Si te quedas, el sub chambelán te brindará toda asistencia.

—Mmm… —Tras un instante de duda, se volvió hacia Kloud—. En ese caso, acepto su hospitalidad. Pasaré la noche aquí.

—¡El honor es nuestro! De hecho, le agradezco su consideración. Con el empeoramiento del clima, iré a notificar a la mansión Elior de su estadía.

Kloud salió casi exaltado de la sala. Tras cerrar la puerta, llamó a un sirviente y dio instrucciones detalladas.

Al quedarse solos, Marianne encontró la mirada de Eckart. Un silencio incómodo flotó entre ellos hasta que, de pronto, cerró los ojos, giró sobre sus talones y le tomó del brazo derecho. Contrario al cielo nublado, su rostro era pura luminosidad juguetona:

—Bueno, ya que estás aquí conmigo así… ¿por qué no hacemos los ejercicios de rehabilitación juntos? ¿Empezamos con los juegos numéricos?

♦♦♦

Un relámpago cruzó el cielo, seguido por un trueno que rugió como toro embravecido.

Marianne se estremeció y se cubrió con la manta hasta la cabeza. El esponjoso tejido se arrugó como oruga al moverse, mientras sus dedos nerviosos se aferraban a la funda de la almohada.

Había estado de excelente humor después de burlarse de él bajo el pretexto de la rehabilitación y cenar juntos en el salón.

Pero fue al sumergirse en el baño de pétalos y reposar sobre la cama de plumas que sintió como si alcanzara el paraíso. La habitación contigua a la del emperador superaba en lujo a la de su mansión, y el camisón que le prepararon se ajustaba a su figura a la perfección. La infusión nocturna endulzó su paladar, mientras el aroma del aceite de flores en el quemador de esencias perfumaba el aire con su fragancia delicada.

¡Pero nadie me advirtió que llovería así!

El problema era que el clima empeoraba por minutos.

Lennox, su tierra natal, tenía un clima mucho más benigno que Milán. Allí la lluvia era fresca y pasajera; jamás se convertía en estos monstruosos diluvios. Acostumbrada al sol cálido y brisas suaves, esta tormenta le parecía un cataclismo.

Otro estruendo sacudió los cimientos.

Marianne se encogió bajo las cobijas, se encogió de hombros y sacó un brazo con cautela. En el preciso instante en que tiró del cordón de la cama, un relámpago iluminó el exterior con furia. Retiró la mano al instante, como si hubiera tocado una rana. El estruendo del trueno pareció ahogar el sonido de la campanilla, pues no hubo señal de movimiento de Cordelli en la habitación contigua quien quizá estuviera sumida en un sueño profundo.

Tras dudar un momento, volvió a tirar del cordón. Y como si el cielo se burlara de ella, otro trueno retumbó con fuerza.

Pasado un rato, lo intentó una tercera vez. Esta vez, la tormenta y los truenos parecieron conjurarse contra ella en perfecta sincronía.

¿Qué diablos?¿Por qué retumba cada vez que llamo?

Finalmente, la irritación venció al miedo. Saltó de la cama de un brinco y pateó las cobijas con rabia.

Muy bien, veremos quién gana esta batalla.

Era terca por naturaleza. Podría haberse rendido y dormirse, o llamar a Cordelli a gritos, pero eso habría sido admitir derrota ante la tormenta…

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