Traducido por Herijo
Editado por YukiroSaori
La simple verdad de que un humano no puede vencer a los fenómenos naturales había desaparecido de su mente. Respiró hondo, como un caballero antes de un duelo, y escrutó la tormenta tras la ventana.
La lluvia seguía golpeando, pero los truenos habían cesado. La habitación, amplia y oscura, estaba llena de humedad y frío. Tan tensa estaba, que hasta el sonido de su propia garganta al tragar le pareció estridente. Finalmente, decidió tirar del cordón con sumo cuidado.
Pero antes de que pudiera hacerlo, alguien llamó a la puerta.
—¡Ay! —gritó, como si la hubieran azotado, y se cubrió de golpe con la manta. Aunque escuchó que la puerta se abría, no se atrevió a asomarse.
Marianne se arrebujó la manta hasta el pecho, como si fuera el último escudo que protegiera su vida.
Pero entonces se detuvo y frunció el ceño.
Un momento… Eso fue un golpe a la puerta, no un trueno. ¿Será Cordelli?
—Marianne, ¿estás bien?
Contra todo pronóstico, la voz grave y cálida de Eckart llenó la habitación.
Marianne apartó la manta que había arrastrado sobre su cabeza. Al apartarse el cabello despeinado de la cara, su visión se aclaró de repente.
—¡Su Majestad!
La silueta junto a su cama se movió con lentitud. Tras vacilar, le apartó un mechón que le rozaba la nariz.
—Parece que te asusté.
—¿Qué haces en mi habitación?
—Curtis me dijo que cada vez que oía el retumbar del trueno, también escuchaba varias campanillas tenues. Pensé que no estabas dormida, ya que estabas tocando la campana.
Eckart miró hacia el pasillo lateral de su habitación antes de mirar hacia ella.
—¿Quieres que llame a un guardia? ¿O a una doncella…?
—Oh, no. Estoy bien. Solo déjame dormir. Creo que estoy cansada.
—Pero… ¿no tocaste la campana porque necesitabas algo?
—Bueno…
Justo en ese momento, un relámpago iluminó la habitación oscura antes de desvanecerse.
Marianne se aferró rápidamente a la manga de Eckart. En cuanto él frunció el ceño por su reacción desesperada, un nuevo trueno estremecedor resonó en la noche.
—Parece que no estás acostumbrada a este tipo de clima.
A veces, las personas demasiado perspicaces tienden a exasperar a los demás.
Marianne frunció los labios mientras apartaba sus manos de él.
—No es que tenga miedo… Solo que no puedo dormir.
—Aquí en Milán tenemos lluvias torrenciales todos los años. No pensé que fuera la primera vez que experimentabas algo así.
—Cordelli me advirtió que habría muchas tormentas eléctricas, pero no imaginé que fueran tan intensas. Ojalá me hubiera ido a la cama con más determinación.
Eckart sonrió ante su infantil murmullo.
—Haré que traigan más velas.
—No es necesario… ¿Estabas dormido antes de venir aquí?
—No. Aún tengo algunos documentos por revisar.
Solo después de responder se dio cuenta de su error. Observó cómo sus cejas se fruncían ligeramente en la penumbra.
—Pensaba terminar pronto. No te preocupes. Anoche descansé bien, y el día anterior también… —Se apresuró a justificarse.
Aunque no había cometido ningún crimen, sentía la necesidad de explicarse ante ella. Algo que, de manera casi instintiva, le ocurría desde que la conoció.
—Oh, no. Tengo que comprobar si realmente duermes o no.
Marianne se deslizó rápidamente fuera de la cama. Se puso unas suaves zapatillas y se envolvió en un chal. No le importaba la expresión extraña con la que él la observaba.
Caminó hacia la puerta sin prestar atención a sus excusas. Luego se giró y preguntó:
—¿Qué haces? ¿No vienes conmigo?
Eckart se quedó inmóvil, como una estatua en medio del jardín central.
Ella golpeó el marco de la puerta con los dedos, apresurandolo. Con resignación, él cruzó el umbral. Pero incluso mientras la seguía, no pudo evitar sentir amargura.
Sin prestarle atención, Marianne avanzó con ligereza. Caminaron juntos por el pasillo, uno al lado del otro.
—Oh, espera un momento. —Apenas habían dado unos pasos cuando ella se detuvo abruptamente en un cruce de corredores.
—Un sirviente llamado Castal me dijo que estaba asignado frente a tu habitación…
Recordó el nombre de uno de los informantes de Ober en el palacio, que Annette, la doncella de la señora Chester, le había mencionado.
Eckart apoyó suavemente una mano en su espalda y la guió en otra dirección con naturalidad.
—No te preocupes. No hay sirvientes custodiando este pasillo, y Castal no está de servicio hoy.
—Oh, ya veo. Qué alivio —suspiró con evidente tranquilidad.
—Bueno, ¿a quién le importa? ¿No crees que Ober estaría más satisfecho si aparezco en tu habitación a estas horas? Al fin y al cabo, me dijo que hiciera lo que fuera necesario para engañarte. Pensándolo bien, esta es una oportunidad perfecta para aparentar que sigo sus órdenes. Además, así puedo vigilar si realmente duermes y, al mismo tiempo, charlar contigo con toda tranquilidad.
»Por supuesto, si uso este método repetidamente, tendré que darle cierta información sobre ti. Podrás facilitarme algo, ¿verdad? Ober es un hombre extremadamente desconfiado. Odia lo inútil y tiene la paciencia de un mosquito en verano…
Eckart la miró con una expresión inescrutable.
Marianne era habladora por naturaleza, pero normalmente tenía algo concreto que decir o lo hacía solo para fastidiarlo. Esta vez, sin embargo, le daba la impresión de que intentaba justificarse. Sus palabras sonaban… forzadas.
—Marianne.
—¿Sí?
—Dime la verdad.
—¿Sobre qué?
—¿No es solo una excusa eso de vigilarme?
Ella tosió de inmediato, como si se le hubiera atorado algo en la garganta.
—¿Perdón? No malinterpretes. ¿Crees que te estoy acompañando hasta tu habitación en mitad de la noche para sacarte información y dársela a Ober? Solo quiero asegurarme de que te vayas a dormir.
—Umm, no me refería a eso. —Frunció ligeramente el ceño antes de esbozar una sonrisa de comprensión.
Había estado bajo su influencia demasiadas veces. Ahora lo veía con claridad: el equilibrio de la balanza estaba cambiando.
—¿No necesitas a alguien? Me refiero a alguien que te haga compañía en lugar de tu doncella hasta que pase la tormenta.
— Oh…, ¿ya lo notaste? Supongo que no puedo engañarte.
Marianne se recuperó de inmediato y tomó la delantera. Encogiéndose de hombros, se acomodó el chal con aire despreocupado. Se mostraba orgullosa, como si no tuviera nada que explicar.
Con ese giro inesperado, ahora era Eckart quien se sentía incómodo.
Esbozó una mueca de duda, como alguien que ha caído en su propia trampa, y suspiró resignado.
—Entonces, ¿no es esto más molesto para mí? Será mejor que me quede en esa habitación hasta que te duermas.
—No. Estoy segura de que volverías a tu habitación en cuanto me durmiera para seguir trabajando. Cuando dije que quería vigilar que realmente te acostaras, hablaba en serio.
—Pero cuando yo me acueste, tú regresarás sola a tu habitación, ¿verdad? Y al final no dormirás, porque seguirás asustada. La tormenta en Milán no se disipará tan rápido. Quizás dure hasta el amanecer.
—Bueno… No tengo opción. Dormiré contigo.
—¿Qué?
Él se detuvo en seco, visiblemente desconcertado. Ella, que había avanzado unos pasos más, se giró para mirarlo.
—¿Por qué? ¿No puedo dormir contigo?
—No, no es eso…
—¿Te da vergüenza? Está bien. No es la primera vez que duermes junto a mí. En Roshan dormiste plácidamente después de abrazarme… desnudo. Claro, estabas inconsciente en ese momento.
Eckart abrió la boca, pero ninguna palabra salió de ella. Finalmente, exhaló un profundo suspiro, pasó una mano por su rostro y se recompuso. Para su desgracia, ya estaba demasiado acostumbrado a cómo ella lo manejaba. Ni siquiera sabía cómo responderle.
—Tranquilo. Respetaré tu castidad hasta que estés listo.
Para empeorar las cosas, ella le sonrió y le tiró del brazo. Eckart la siguió, derrotado, como un cordero llevado al matadero.
Ni siquiera estaba seguro de haber entendido del todo lo que acababa de decir.
—Por cierto, ¿hay algo que Curtis no pueda hacer? ¿Cómo pudo oír la campana con semejante tormenta? Cordelli, que estaba en la habitación, ni siquiera se despertó… En fin, gracias a eso, no tengo que dormir sola. Tendré que recompensarlo. Me pregunto qué le gusta… aparte de los pájaros.
Ella siguió parloteando animadamente mientras ambos llegaban a su habitación.
