Prometida peligrosa – Capítulo 74

Traducido por Maru

Editado por YukiroSaori


—¿Está muy mal? ¿Está muy lacerado? —preguntó con voz cansada.

Ella comenzó a llorar de inmediato por eso.

—¿Qué si está muy lacerado? ¿Cómo puede sonar tan despreocupado? Debería agradecer por no tener ojos en la parte posterior de su cabeza. Si lo mira directamente, dolerá cien veces más que ahora…

Dijo lo que pensaba en un ataque de ira, pero recuperó el sentido tarde y se calló. No estaba bien hacer que el paciente sintiera un miedo excesivo.

—No, no, solo estaba bromeando. Puedo tratar esto. Pronto estará mejor.

Eckart le sonrió de repente. ¿Cuándo fue la última vez que escuchó una obvia pero no tan fea mentira de alguien? Por supuesto, sabía que ella no estaba bromeando.

—No eres buena mintiendo.

—Ober piensa un poco diferente. Pero no soy buena mintiendo frente a usted.

—¿En… frente de mí?

—Sí, ante usted.

Ella respondió avergonzada mientras examinaba sus heridas.

Pensando en sus palabras, reflexionó. Ella dijo que no era buena para mentir frente a él.

Él sintió simpatía por ella.

Ella no podía ocultar el afecto que reflejaban sus ojos, y estaba genuinamente preocupada por su seguridad, expresando su tristeza casualmente sin saber que su franqueza sacudía violentamente su ser.

—Me temo que la herida es tan profunda que le quedarán cicatrices. Qué tengo que hacer…

Tal como se esperaba, tomó la grava apilada con las hierbas machacadas con las manos, mientras que él respondió con expresión molesta.

—No importa. En realidad, no voy a caminar con la espalda descubierta. ¿A quién le importarán las heridas en mi espalda? —dijo casualmente.

Ella quería pensar que lo decía para aliviar su ansiedad. Pero era una sorpresa que dijera que a nadie le importarían las heridas en su espalda.

Agarró un montón de hierbas en la grava, haciendo pucheros como una niña a la que regañan injustamente. Pronto puso su mano sobre la herida.

—Me importa, me importa.

—Espera un momento, Marianne. Ugh…

Gimió mientras respiraba rápidamente. Los músculos de su espalda se tensaron y temblaron como fibras nerviosas.

—¿Me dirá que no es de mi incumbencia y que no debo preocuparme por usted? ¿Cómo puede hablar de sus heridas tan descuidadamente? Esta es una prueba muy valiosa de que hizo cosas estúpidas para salvar a un rehén como yo.

A pesar de que su tono era directo, esparció cuidadosamente las hierbas sobre las heridas. Ella frunció el ceño como quien toca un sapo espeluznante en contra de su voluntad.

Al mismo tiempo, Eckart también frunció el ceño. Aunque el dolor era cada vez mayor, no era ese el motivo de su reacción.

—¡Marianne!

—¿Por qué me está llamando?

Ella respondió con frialdad, enojada, volvió a agarrar algo del suelo y aplicarlo en su espalda. Él sintió un dolor agudo en su columna y dentro de su boca.

—No… estaba tratando de salvarte porque eras un rehén.

—Bueno, déjeme darle el beneficio de la duda. Antes dijo que su motivación fue cumplir con la promesa que me hizo en honor a la familia Frey.

—No es eso…

Ella terminó de cubrir la herida con frescas hierbas medicinales. Luego agarró un trozo de vendaje empapado en sangre, que había retirado de su cuerpo, aún caían gotas de agua roja al suelo, como la tinta roja de un bolígrafo que cae en agua.

—No quería que te lastimaran.

Dobló y desdobló la tela, pero ante sus palabras se detuvo un momento. Ella lo miró con ojos verdes furtivos. Pero tan pronto como inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado, ella bajó los ojos de nuevo.

—Yo… tampoco quiero que lo lastimen.

Escondió las puntas de sus dedos temblorosos debajo de la tela. Y luego, con delicadeza, comenzó a vendar las heridas de nuevo.

Soportando el terrible dolor, apretó los puños vacíos mientras estiraba los brazos una vez más para que ella atara las heridas con la tela una vez más.

—Porque solo usted puede salvarme.

Con sus ojos esquivando su mirada, su suave voz resonó a través de la silenciosa pared de la cueva.

Él frunció el ceño con fuerza a sus espaldas. Ella se mordió los labios por encima de su hombro y sonrió torpemente cuando sus ojos se encontraron con los de él.

—¿Pensó que yo solo era una buena carta para usted? No. Usted es mi carta más importante, como el rey del ajedrez, el as del póquer.

Era formalmente correcto. Solo formalmente. Había una razón por la que ella pensaba muchísimo en él. Él no podía presionar sobre eso. Ni preguntar directamente si la razón detrás de la confianza y la bondad inmerecida que recibía de ella era solo política. Porque tenía miedo.

Era exactamente el mismo tipo de miedo que sintió cuando ella le rogó que no respondiera después de preguntarle por qué era tan amable con ella.

—No se preocupe. No tiene que consolarme. Soy más fuerte de lo que piensa y me olvido fácilmente de las cosas difíciles. También decidí descartar mis deseos…

Mientras balbuceaba sus palabras. Se quedó mirando la solapa anudada, apartó sus dedos rojizos que tocaban levemente su duro cuerpo.

—Marianne… —la llamó en voz baja.

Pero ella rápidamente recogió su ropa y se puso de pie.

—Déjeme colgar esta ropa para que se seque al sol. Por favor, descanse.

♦ ♦ ♦

Cordelli bajó bruscamente la lámpara de aceite sobre la mesa junto a la puerta. Un halo amarillento se movió en el cuarto oscuro. Su sombra se acercó a la cama vacía con pasos agotados.

La cama ancha había sido utilizada por Marianne. Había almohadas y mantas prolijamente extendidas sobre la cama, como si las sirvientas hubiesen dejado todo listo para dejar la residencia oficial. No había ni un solo pelo en el suelo, estaba perfectamente limpio.

Se levantó de nuevo y fue al tocador. En el espejo, solo se reflejaba ella vestida con un atuendo desordenado y los objetos simples dispersos en el tocador. No había ningún plato de frutas preparado para Marianne, ni su perfume favorito o su caja de cosméticos o las joyas favoritas que solía usar en la mansión Lennox.

Era como un sueño, como si lo que sucedió ayer por la mañana fuera solo un sueño fugaz.

—Señorita…

Cordelli llamó tranquilamente a Marianne.

¿Volvería Marianne a abrir la puerta silenciosamente y aparecer con los ojos somnolientos envuelta en su manta, jugando al bebé, colgando de ella, quejándose de su horario difícil?

¿Podría reaparecer, llamándola por su nombre con una voz amistosa como esta?

—¿Señorita?

Aunque había un espejo frente a ella, Cordelli miró hacia atrás con asombro y quiso correr hacia alguien que la llamaba por su nombre en ese momento.

—Oh, debe ser la señorita Cordelli. ¿Por qué estás despierta aún? Te dije que te recostaras y descansaras un rato…

Pero la dueña de la voz no era Marianne.

—Señorita Beatrice.

—Puedes llamarme Biche.

—Sí, señorita Biche…

Ella respondió débilmente, tratando de reponerse, pero se tambaleó. Beatrice rápidamente la ayudó a sentarse en la cama. Como también estaba herida, le resultaba difícil caminar de inmediato, pero no le importó en absoluto.

—Tienes que descansar más. Todavía tienes fiebre.

Beatrice consoló a Cordelli y miró a su alrededor. Notó las bolsas apiladas como bloques al otro lado de la cama. Amontonados allí sin empacar, como si nadie los fuera a reclamar.

A pesar de su movilidad limitada, todavía caminó hasta el lugar donde estaban apiladas las bolsas. Cuando abrió una de ellas buscó entre varias prendas. Hasta que notó una capa que parecía un poco cálida.

Beatrice, cojeando de nuevo, puso tranquilamente la capa sobre los hombros de Cordelli. Ella le dio una palmada en el hombro amablemente.

Cordelli dejó caer la cabeza y se agarró al borde de la capa. Por lo general, habría preguntado primero por la seguridad de Beatrice y su herida, pero estaba perdiendo la cabeza.

—La señorita Marianne debe estar diez veces o incluso cien veces más fría que yo…

—Em… Cordelli…

—Ojalá hubiera compartido el mismo carruaje con ella. Perdí el conocimiento, así que no sabía que le había pasado algo terrible. Se jactó con orgullo de que apoyaría al emperador y lo protegería por todos los medios. Qué puedo hacer…

Al final, Cordelli enterró su rostro con ambas manos y lloró.

Para ella, Marianne era como una hermana. Creció con Marianne, compartiendo la misma leche y siempre estaba con ella cuando estaba triste o feliz. Comieron y durmieron juntas. Se rieron y lloraron juntas. Era natural que la considerara más preciosa que su vida. Su identidad como asistente más cercana era el orgullo de Cordelli. Aunque hacía las tareas más difíciles que solían hacer las sirvientas, nunca se quejaba de ello. A veces, ella era el blanco de las calumnias de los demás de que estaba codiciando riquezas o buscando un buen novio utilizando el favor de Marianne como excusa. Pero a ella no le importaba en absoluto.

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