Prometida peligrosa – Capítulo 84

Traducido por Herijo

Editado por YukiroSaori


En ese momento, Eckart dejó escapar un suspiro sin notarlo. No solo eran coherentes sus palabras, sino que también se sorprendió al percatarse de que ella gradualmente lo estaba convenciendo. Incluso interpretó de manera distinta sus palabras irritantes. La mención de la palabra “esposa” le frustró más que la de “tirano”.

Como era su costumbre, Marianne sonrió con radiante inocencia.

—Así que, por favor, descansa hoy —le pidió.

Él inhaló hondo. Sin previo aviso, los delicados brazos de ella rodearon su cintura y hombros. A pesar de su fragilidad, Eckart se dejó recostar en la cama. Sus manos, que al principio parecían querer alejarla, se posaron suavemente en los hombros de Marianne.

Observándolos, Curtis y Kloud fruncieron el ceño simultáneamente.

—¿No dijiste que evitarías ser obstinado? ¿Quieres que tu traje de boda tenga manchas de sangre en la ceremonia de compromiso? Me afecta ver sangre. Si veo la tuya, gritaré y me desmayaré en el acto.

Marianne, mirando a Eckart a los ojos, lanzó una amenaza que no intimidaba en absoluto.

—Está bien…. Aplacemos la ceremonia hasta pasado mañana.

Al final, Eckart accedió. Mientras exhalaba resignadamente, ella lo cubrió con una manta.

A sus espaldas, Curtis y Kloud observaban con perplejidad.

—Duerme pronto. No te preocupes por nada. Al despertar mañana, espero poder compartir un desayuno juntos —dijo alegremente antes de abandonar la estancia.

Tras cerrar la puerta, reinó el silencio por un momento.

—Bien, Su Excelencia, quisiera hacerle una pregunta… —Kloud se armó de valor para hablar.

—No, hablemos luego —interrumpió Eckart, como si ya supiera lo que intentaría decir.

—Entendido. Estoy aquí para ayudar cuando lo requiera —Kloud asintió, con una sonrisa amable adornando su rostro. Casi empujó a Curtis hacia la salida, quien lucía más serio.

Pronto, un pesado silencio se apoderó del ambiente. Eckart suspiró hondamente, llevándose las manos al rostro.

♦ ♦ ♦

El majestuoso salón del templo de Roshan era el santuario más sagrado del imperio. Las noventa y nueve columnas, esculpidas en puro mármol blanco, conmemoraban las fechas en que su dios Airius habitó la tierra. Bajo los inmensos murales de los nueve dioses, ardía una llama eterna. A sus lados, había placas que contenían el agua bendita de las Cascadas Benoit, situadas entre ventanas que reflejaban el día y la noche.

Marianne avanzó por el amplio corredor. Este era el único rincón ostentoso del templo que abogaba por una austeridad extrema. Las leyendas de los nueve dioses grabadas en las columnas captaron su atención.

Dioses que partían del dios de la luz, Airius, hasta la diosa de la tierra, Anthea; el dios del agua, Ran; la diosa del fuego, Serapina; el dios del viento, Zephyrus; el dios del tiempo, Urd; el dios de la noche, Tanatos; el dios de la ilusión, Astrid; y la diosa del destino, Kader.

Además de los siete colores del arcoíris, así como el negro y blanco representando luz y oscuridad, nueve gemas de colores alusivas a los dioses centelleaban en todos lados. De ser de día, el sol habría bañado espléndidamente todo el templo.

Marianne se detuvo. Alzó la mirada hacia las pinturas al óleo que decoraban el techo, una discreta puerta en el extremo más interno del salón se abrió abruptamente. Dicha puerta conducía a la sala de oración de la cardenala.

—¡Oh, estrella… No, señorita Marianne!

La quietud del templo se vio interrumpida.

Al girar la mirada, Marianne observó el altar. Allí estaba una joven a quien había visto brevemente al entrar al templo esa tarde. Había asumido que la chica se había ido con Helena tras guiarla a su aposento, pero al parecer, había permanecido allí todo el tiempo en oración.

Su cabello corto y oscuro danzaba con su movimiento mientras se dirigía hacia Marianne. Al acercarse, levantó sutilmente el borde de su túnica de sacerdotisa y la saludó con una reverencia algo torpe.

—Es un honor verla, señorita Marianne.

Marianne sonrió al apreciar la dulzura de la joven, pero un fuerte sentimiento de déjà vu la invadió. Esa voz… la había escuchado anteriormente.

—¿Uh?… ¿Phebe?

Recordó a Phebe, quien había imitado en una ocasión: “Pero él estará bien. No te angusties demasiado”.

Ese recuerdo sobre Eckart y ella pasó velozmente por su mente. Era exactamente el mismo tono.

—¿Disculpa? No, mi nombre es Hilde. Hilde.

Hilde, aparentemente confundida, miró a Marianne con un gesto de molestia

—Oh, lo siento. Sacerdotisa Hilde, ¿podrías disculpar mi error?

Marianne se inclinó un poco, buscando coincidir con la altura de Hilde, haciendo que el borde de su vestido rozara ligeramente la rodilla de la joven.

La expresión de Hilde cambió a una de júbilo, como si no estuviese molesta en absoluto. Su eminencia Helena y el sacerdote principal Arsenio siempre le decían que debía esforzarse más en sus estudios, pero nunca la habían tratado formalmente como sacerdotisa.

¡Pero Marianne sí!

—¡Hmm, hmm! Sin duda alguna. Una sacerdotisa de Dios siempre tiene misericordia y está dispuesta a perdonar. Está escrito en las sagradas escrituras.

Hilde imitó el tono de Helena, posando las manos en su cintura. Al inflar su pecho con orgullo, parecía un pequeño cachorro esperando ser elogiado.

—La sacerdotisa Hilde es realmente bondadosa.

—Por supuesto. Soy amable, inteligente, tengo buenos hábitos alimenticios y escribo cartas de arrepentimiento. Aunque a veces me quedo dormida durante las oraciones matutinas, soy la mejor entre los sacerdotes aquí, ya que interpreto las estrellas mejor que nadie.

Hilde sonrió con entusiasmo ante el reconocimiento de Marianne. Sus ojos dorados brillaban bajo la luz de las antorchas.

—¡Oh! Entonces, ¿sabes interpretar constelaciones? ¡Es asombroso!

—Sí, Hilde puede descifrar las constelaciones celestiales y determinar la estrella bajo la cual nacen las personas.

Hilde respondió con confianza.

Marianne acarició con ternura sus hombros. Se espera que la mayoría de los aristócratas reciban formación básica en teología. Marianne había leído mitos populares y versiones resumidas de la Biblia, por lo que tenía una idea aproximada de lo que Hilde quería transmitir. Sin embargo, verla tan orgullosa y alegre con su comentario la hizo reprimir cualquier corrección.

—¿Así que cada persona nace con una estrella? —inquirió Marianne.

—Por supuesto. Su eminencia, la cardenal Helena, dijo que las reglas del universo siguen la providencia de Dios. Me lo repite todos los días: “Todo lo que nace en el mundo será habitado por la luz de Airius. Los humanos, animales y árboles habitan en la tierra bajo la protección divina”.

—Creo que puedes ver esa luz.

Marianne la elogió con un tono intencionadamente exagerado. Alentada aún más, Hilde alzó con orgullo su barbilla, revelando profundos hoyuelos en sus mejillas regordetas.

—Sí. Lo veo todo. Helena me comentó que es porque nací con la bendición de la Diosa Anthea. Recibí la misma protección que la Cardenal. Por eso mis ojos brillan de esta manera. Dice que los ojos dorados son el espejo que refleja la previsión de la diosa y el poder para mantener la abundancia de la tierra. ¿No es adorable y bello?

Marianne asintió con seriedad. Hilde, que había presumido todo lo que pudo, se inclinó hacia Marianne con una expresión satisfecha. Señaló cerca de la oreja de Marianne con su pequeño dedo y susurró como si compartiera un secreto.

—De todos modos, también puedo ver tu estrella. Todavía está brillando aquí.

—¿De verdad? ¿Puedes verla a pesar de toda la luz que nos rodea?

—Sí. Tu estrella es muy brillante, así que es visible incluso durante el día. Por eso, antes de que llegaras aquí, estuve observando tu estrella. Estabas sosteniendo la estrella del emperador…

Su parloteo fue menguando lentamente. Marianne parpadeó con curiosidad, y Hilde tomó rápidamente su mano.

—Permíteme contarte una historia divertida.

Marianne se levantó de su asiento guiada por Hilde. Ambas caminaron de la mano por el pasillo, con los bordes de la túnica blanca de Hilde y el vestido azul de Marianne rozando el frío suelo de mármol.

Hilde la llevó frente al impresionante mural de los nueve dioses. A pesar de que el verano estaba próximo, un majestuoso cuadro se extendía hasta el alto techo, por encima de la chimenea encendida.

—Todo nace con su propia estrella, pero solo las estrellas humanas brillan día y noche. Las estrellas de perros, gatos, plantas florecientes en el patio trasero y ratones que detesto son tenues y pequeñas. A veces incluso me confundo. Su Eminencia dice que es injusto, pero es inevitable, dada la multitud de nacimientos en el mundo.

—Entiendo.

Marianne respondió en silencio, sosteniendo las manos de Hilde. Sus ojos verdes reflejaban una leve melancolía. Durante el último mes, había sido testigo y víctima de muchas injusticias. Había quienes, inevitablemente, resultaron heridos o incluso fallecieron. Era la crudeza de la vida que solo había llegado a comprender al final de su vida anterior. Aún no había asimilado por completo esa dura realidad, pero la gente ya estaba sufriendo y pereciendo, incluida ella misma.

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