Traducido por Shiro
Editado por YukiroSaori
Lei Chuan dio unas palmaditas suaves en la espalda del doctor mientras transfería una pequeña dosis de su habilidad curativa para aliviar el asma que lo afectaba. Acto seguido, comenzó a retirar la ropa húmeda de Zhou Yunsheng.
El doctor, sorprendido, se aferró a su camisa empapada y lo miró con los ojos desorbitados mientras preguntaba:
—¿Qué estás haciendo?
Antes de que pudiera recibir una respuesta, Zhao Lingfeng apareció al instante. En un movimiento ágil, sacó un cuchillo y se colocó al lado del doctor en una postura protectora, listo para defenderlo.
—Tu ropa está completamente empapada. Deberías quitártela y ponerte algo seco o te enfermarás —contestó Lei Chuan con naturalidad mientras sacaba un juego de ropa limpia de su mochila—. Ahora mismo tu cuerpo se encuentra muy débil, así que debemos cuidar hasta el más mínimo detalle.
Con total tranquilidad, Lei Chuan arrastró al doctor hacia él para ayudarle a quitarse la ropa mojada, sus movimientos más parecidos a los de una niñera diligente que a los de un curtido comandante militar.
Zhou Yunsheng, consciente de la fragilidad de su cuerpo, no estaba en posición de arriesgarse a un resfriado o algo peor por orgullo. Entonces, con un suspiro de resignación, dejó de resistirse y permitió que Lei Chuan lo desnudara y lo ayudara a cambiarse.
Los soldados, que ya habían presenciado suficientes comportamientos maternales por parte de su jefe durante los últimos días, apenas arquearon una ceja. Estaban acostumbrados a que Lei Chuan demostrara ese tipo de atención hacia el doctor. Pero, aun así, uno o dos de ellos lanzaron miradas dolidas hacia Guo Zerui.
Has pasado por incontables situaciones donde has estado al borde de la muerte junto al jefe, ¿cómo es posible que un extraño que apenas lleva unos días con nosotros te lo haya quitado?, pensaban con incredulidad.
¿Un extraño? No, Zhou Yunsheng no es un desconocido. Es la vida de Lei Chuan y, más importante aún, la esperanza de toda la humanidad, pensó para sí Guo Zerui mientras sonreía con amargura y desviaba la mirada para evitar el contacto visual con sus hermanos de armas, tras lo que, en silencio, tomó unos paquetes de fideos instantáneos de las mochilas y comenzó a distribuirlos.
Los usuarios con habilidades de agua llenaron un cubo, mientras que el del fuego —encargado de hervir el agua— puso manos a la obra. No pasó mucho tiempo antes de que el delicioso aroma a comida invadiera la bóveda entera, trayendo un inesperado consuelo al ambiente tenso.
Esa noche, todos cenaron con voracidad, envueltos en abrigos militares. Una vez terminaron los soldados, se acomodaban para dormir y descansaron con la tranquilidad de saber que ningún zombi podría atravesar una puerta de acero tan gruesa.
Aquella noche en la bóveda fue diferente. No se parecía en nada al sueño inquieto al que estaban sometidos cuando dormían al aire libre. Allí, envueltos por el calor, la paz y, sorprendentemente, con la fragancia persistente del oro que los rodeaba, los soldados descansaron como no lo habían hecho en mucho tiempo. Muchos de ellos durmieron hasta el mediodía del día siguiente.
Cuando fueron despertando, se dirigieron a revisar la puerta de seguridad. Los zombis que los habían seguido el día anterior seguramente seguían fuera. Después de todo, al haber percibido un festín de «carne fresca», ¿por qué habrían de irse?
En ese momento, un leve sonido de rasguños captó su atención, alertando a todos los soldados. De inmediato rodearon la puerta, tensos y listos para actuar. A través del pequeño canal de ventilación que habían dejado la noche anterior, vieron una garra negra, con uñas afiladas como cuchillas de acero, intentando forzar la abertura de la puerta.
Sin embargo, después de unos momentos, la garra se detuvo abruptamente, como si algo la hubiera distraído. Luego, sin previo aviso, se retiró con pasos torpes.
A continuación, los soldados también escucharon un estruendo proveniente del exterior, como si varios vehículos se hubieran estrellado al costado de la carretera o como si un edificio estuviera siendo demolido. El ruido duró más de diez minutos.
Después de esperar otros diez minutos, asegurándose de que no hubiera más movimientos afuera, Lei Chuan se puso de pie y dijo:
—Salgamos a echar un vistazo.
Varios soldados lo siguieron afuera. Unos minutos más tarde, regresaron corriendo con expresiones de alivio mezcladas con miedo.
—¡Maldita sea! —Uno de ellos exclamó—. De verdad hubo una lluvia de meteoritos. Las calles están llenas de cráteres, algunos son pequeños, aunque otros son enormes, de siete u ocho metros. Muchos edificios se han derrumbado. Por suerte, el doctor accedió al satélite astronómico y los detectó a tiempo. Si no, ahora mismo habríamos quedado aplastados en medio de la carretera.
Cuando terminó de hablar, el soldado miró al doctor con reverencia, como si estuviera frente a un Buda.
Zhou Yunsheng se apartó, incómodo, queriendo evitar la atención, pero su expresión permaneció apática. Él sabía que aunque no hubiese dicho nada Lei Chuan y los otros dos, como renacidos que eran, habrían encontrado la manera de alertar a todos de cualquier forma.
Lei Chuan se aproximó, envolvió al doctor con un abrigo y, sin ceremonias, lo cargó sobre su hombro.
—Los meteoritos aplastaron a los zombis que quedaron fuera de la bóveda, y los pocos que sobrevivieron están escondidos —dijo con calma mientras lo acomodaba—. Aprovecharemos este momento para salir.
El estómago de Zhou Yunsheng descansaba contra el duro hombro del hombre, una posición tremendamente incómoda, pero no había otra alternativa. En su estado actual, no podía correr más de dos pasos sin quedarse sin aliento. Si no quería ser una carga para el equipo, tenía que sacrificar algo de dignidad.
Zhou Yunsheng intentó soportarlo, pero no pudo. Al final, comenzó a golpear la espalda de Lei Chuan con el puño cerrado.
Lejos de molestarse, Lei Chuan soltó una carcajada repentina. Durante todo el camino, una sonrisa divertida adornó su rostro. Sus compañeros lanzaron miradas extrañas en su dirección. Parecía que la locura de Zhao Lingfeng era contagiosa, porque desde que Lei Chuan había conocido al doctor, su comportamiento se volvía cada vez más peculiar.
El grupo corrió hasta el estacionamiento subterráneo donde habían dejado los vehículos. Como temían, la entrada había colapsado. Enormes losas de concreto bloqueaban por completo el camino de entrada y salida. Por fortuna, en el equipo había algunos usuario con habilidades de fuerza, los cuales se arremangaron y comenzaron a mover los escombros con esfuerzo, mientras el resto del equipo se encargaba de eliminar a los zombis que rondaban cerca.
Mientras los usuarios con habilidades de fuerza trabajaban, empapados de sudor, Zhou Yunsheng, con su típica expresión indiferente, comentó con tono monótono:
—¿No tienen usuarios con habilidades de tierra en su equipo? Solo levanten las manos y transformen las rocas en arena con su habilidad. No debería tomarles más de unos segundos.
—¿Qué carajos? ¿Eso es posible? —dijo alguien en voz alta, sorprendido.
Todos se detuvieron un momento, especialmente los usuarios con habilidades de tierra, que de repente parecían haber recibido una revelación divina. Hasta ese momento, sus habilidades solo las habían usado para crear picos de tierra, escudos, cegar con polvo o arrojar pequeñas rocas como proyectiles letales. Nunca se les había pasado por la mente utilizar su habilidad de esa manera.
—Cuando lleguen a un nivel más alto, podrán convertir un terreno completo en arenas movedizas y enterrar zombis. Eso debería ser bastante efectivo para enfrentar grandes hordas de zombis —continuó Zhou Yunsheng en el mismo tono apático, ajeno a las consecuencias de sus palabras.
Sin saberlo, esta simple observación revolucionaría el modo en el que los usuarios con habilidades de tierra usarían sus poderes en el futuro. Su capacidad para transformar el terreno los convertiría en leyendas vivientes.
Unos años más tarde, agruparían sus fuerzas y colaborarían para enterrar a más de cien mil zombis en fosas colosales, eliminándolos de manera rápida y eficiente, algo inconcebible hasta ese momento. Pero, claro, esa es una historia para otro día.
El doctor esperó hasta que todos terminaron para decir estas palabras. Es obvio que lo hizo intencionalmente. Resulta que no es solo un ratón de biblioteca; también es bastante travieso.
Lei Chuan sonrió al pensar en esto y le dio una palmada juguetona en el trasero elástico del doctor.
Zhou Yunsheng rechinó los dientes, claramente molesto.
El equipo logró recuperar los vehículos y los condujo hasta la entrada del banco para cargar las armas. Mientras observaban los meteoritos esparcidos por todas partes, Guo Zerui frunció el ceño de forma inconsciente. Estos meteoritos contenían pequeñas trazas de material radiactivo. Aunque solo habían pasado seis meses desde el inicio del apocalipsis, el tormento constante del virus zombie había incrementado la resistencia humana a la radiación. Estas sustancias no los afectarían de manera inmediata, pero la contaminación del suelo y el agua era inevitable.
Esos dos elementos —la tierra y el agua— eran fundamentales para la supervivencia de la humanidad. Un desastre inminente se estaba gestando.
Guo Zerui se inclinó para recoger un meteorito del tamaño de un huevo y lo sostuvo frente al doctor.
—Doctor, mire esto —dijo con cautela—. Un núcleo de zombi fue destrozado por este meteorito. A menos que haya una colisión de energías entre núcleos o uno de ellos se autodestruya, el núcleo de un zombi no puede romperse tan fácilmente. Debe saber muy bien que la dureza de un núcleo es mayor que la de los diamantes. Si estos meteoritos son aún más duros, ¿no valdría la pena estudiarlos?
»Además, es posible que contengan sustancias radiactivas que contaminarán la tierra y el agua. Si no hay agua, ¿cómo sobreviviremos? Si no hay tierra, ¿cómo comeremos? Doctor, ¿por qué no analiza esta roca y ve si puede crear algo para combatir la contaminación de la tierra y el agua?
Sus palabras insinuaban tres elementos clave para la supervivencia de la humanidad en el futuro. El primero era el vidrio de meteorito y los materiales de construcción hechos a partir de meteoritos, los cuales harían que las bases fortificadas fueran prácticamente impenetrables, repeliendo de modo eficaz las oleadas de zombis. El segundo era un agente de purificación de agua, y el tercero, un agente de purificación de suelo.
Aunque existían usuarios con habilidades de agua, tierra y vegetal, ellos solos no eran capaces de garantizar la supervivencia de la humanidad.
La cantidad de agua que podían producir los usuarios de este elemento era limitada, y lo mismo se aplicaba a los otros. Por su parte, los usuarios con habilidades vegetales podían cultivar plantas con rapidez, pero los cultivos obtenidos a menudo tenían sabores extraños o texturas desagradables; algunos eran extremadamente amargos, difíciles de cocinar o incluso secretaban toxinas, lo que los hacía poco confiables.
Por lo tanto, para alimentarse, la humanidad tendría que seguir dependiendo de la agricultura convencional.
En el futuro, lloverían más meteoritos, además de otros desastres naturales. La humanidad enfrentaría un problema tras otro. Ya no podrían beber agua corriente, ya que los infectaría con una enfermedad similar a la peste; ni siquiera los usuarios con habilidades eran inmunes. No conforme con eso, la tierra se volvería infértil, incapaz de hacer germinar semillas para producir alimentos.
Sin comida ni agua potable, y con zombis amenazando las bases, la gente vivía en un ambiente donde podían estar vivos hoy y muertos mañana. Ese estilo de vida llevó a muchos al borde de la locura. Cuando las malas noticias se volvieron rutinarias, muchos optaron por el suicidio como salida.
Sin embargo, cuando las cosas parecían demasiado desesperanzadoras, la Base B trajo buenas noticias, devolviendo a los sobrevivientes en todo el país el coraje de vivir. Los científicos de la Base B habían encontrado una forma de extraer elementos de los meteoritos que no se podían encontrar en la Tierra. Luego, los mezclaron con vidrio, acero, cemento y otros materiales para construir viviendas resistentes.
Este logro no solo proporcionó refugio seguro para los humanos, sino que también marcó un punto de inflexión en la dura batalla por la supervivencia en el apocalipsis.
Estas viviendas eran tan resistentes que un zombi de nivel once o doce no podía hacerles ni un rasguño. Desde entonces, los sobrevivientes en la base podían dormir con sensación de seguridad. Siempre y cuando cerraran las puertas y ventanas con llave, ya no temían que los zombis irrumpieran en mitad de la noche.
Luego, la Base B sintetizó un agente purificador de tierra y otro de agua, permitiendo a los humanos consumir alimentos y sobrevivir de manera segura durante la catástrofe.
Sin embargo, si alguien quería obtener estas tres cosas —las viviendas hechas con materiales avanzado y los purificadores de tierra y agua—, debía intercambiar una gran cantidad de alimentos y núcleos de cristal. Esto hizo que no mucho tiempo después la Base B se convirtiera en la base más grande de China.
Pese a la magnitud de estas tres invenciones, las identidades de los creadores de estas herramientas permanecieron en la sombra, un enigma que Guo Zerui no pudo resolver en su vida pasada.
Fue por eso que, al presenciar el asombroso intelecto del doctor, no pudo evitar preguntarse: ¿Habrá sido el Dr. Bai el inventor de estas innovaciones? Si es así, ¡encontramos un tesoro invaluable!
Desafortunadamente, esas tres invenciones no eran obra de Bai Mohan. Él se especializaba en ciencias biomédicas, mientras que la investigación química y física no era su punto fuerte. Zhou Yunsheng entendía lo que Guo Zerui insinuaba y, al buscar en los recuerdos de Bai Mohan, descubrió que el genio químico estaba ahora en la Base B, y si mal no recordaba, debía en ese momento estar sosteniendo un meteorito como si de un tesoro se tratara mientras reía con frenetismo.
Zhou Yunsheng tomó el meteorito y lo observó detenidamente, luego negó con la cabeza.
—Tienes razón en mucho de lo que dices, pero esta área no es mi fuerte. Deberías buscar expertos en el área de química y compartir con ellos esas ideas.
Guo Zerui se desinfló como un globo al escuchar esto, y lanzó una mirada dudosa a Zhao Lingfeng quien, a su vez, agitó la mano para confirmar que el doctor realmente no había inventado esos tres artefactos.
El hombre había seguido al Dr. Bai durante cinco o seis años, así que, naturalmente, era quien más sabía sobre su vida. Ante esto, Guo Zerui tuvo que abandonar toda esperanza. Frustrado, pateó el meteorito y subió al camión.
Mientras los usuarios con habilidades espaciales cargaban las armas, Lei Chuan los cubría. Luego, abrazó al doctor y lo acomodó en el asiento del copiloto. Mirando hacia atrás, se aseguró de que todos estuvieran dentro del vehículo. Se percató de que la expresión de Guo Zerui era sombría, como si estuviera en un funeral, y preguntó:
—¿Qué ocurre?
—Jefe, acaban de llover meteoritos. Ahora el agua y la tierra… —Guo Zerui se detuvo, incapaz de terminar la frase, temiendo causar pánico entre todos.
—Está bien, encontraré una manera de resolverlo —respondió Lei Chuan con un gesto tranquilizador.
Quizá deberíamos infiltrarnos en la Base B y secuestrar a algunos científicos. ¿No tienen ya a alguien adecuado para el trabajo ahí mismo?
