Traducido por Shiro
Editado por Meli
Zhou Yunsheng buscó a tientas una silla donde sentarse.
¿En qué rayos está pensando?, pensaron los presentes.
Una computadora requería de varios minutos para calcular un gen y al cerebro humano probablemente le tomaría varios días. Además, esas tres computadoras verificaban cientos de millones de fórmulas moleculares, una persona no poseía una capacidad de cálculo tan poderosa.
Todos pensaban que el doctor Bai había perdido la cabeza, y una investigadora, que se había olvidado de seguir llorando, le aconsejó:
—Doctor, ¿sabe en qué punto del cálculo iba la computadora antes del corte de energía? Si no ¿cómo podrá continuar el cálculo? Se le ve cada vez más agotado, debería aprovechar este tiempo para descansar.
—Sí sé. Estaba mirando la computadora antes de que sucediera el apagón. Ustedes regresen y descansen. Yo me encargaré de hacer los cálculos, y no se preocupen por mí, conozco los límites de mi propio cuerpo. —Zhou Yunsheng los despidió con un ademán y tomó la vela, el papel y el bolígrafo que le entregó el jefe del equipo de seguridad.
La tenue luz de las velas iluminaba su expresión resuelta, y los presentes no pudieron hacer nada salvo irse uno tras otro.
Lei Chuan se irguió y, mirando la cabeza oscura del joven hombre, se burló:
—¿Conoces tus límites? ¡Qué absurdo!
—Doctor Bai, lleva dos días sin dormir. Debería descansar. Quizás cuando despierte, la electricidad haya regresado —le aconsejó el jefe del equipo de seguridad que regresó, preocupado.
—Este mundo no puede permitirse un descanso. Los humanos que aún viven no pueden permitirse el lujo de esperar. —Zhou Yunsheng respondió sin levantar la cabeza mientras escribía una serie de fórmulas en el papel.
El jefe del equipo de seguridad, impotente, se quedó parado a un lado observándolo. Después de tres horas, sin poder aguantar más, se alejó tambaleándose.
Lei Chuan cruzó los brazos y clavó la mirada en el hombre que escribía y dibujaba en el papel inexpresivo. Él era un espíritu y no sabía lo que era el cansancio, pero el hombre frente a él tampoco parecía saber lo que era el agotamiento.
Zhou Yunsheng hizo cálculos sin pausa durante tres días y tres noches, y cuando la electricidad volvió, levantó la cabeza y miró hacia arriba. A continuación, se estiró durante unos minutos y luego se levantó lentamente para encender la computadora; sus movimientos parecían los de un robot.
Los investigadores acudieron tan pronto escucharon la noticia y, conteniendo la respiración, observaron cómo las pantallas se reiniciaban gradualmente.
Zhou Yunsheng abrió el programa de cálculo y descubrió que la barra de progreso de verdad había vuelto a cero. Esa barra vacía fue tan descorazonadora que los ojos de todos los presentes se enrojecieron; algunos incluso emitieron gemidos de frustración como bestias heridas.
Sin embargo, Zhou Yunsheng sin siquiera fruncir el ceño, introdujo los resultados de sus cálculos en el programa. La computadora de inmediato comenzó a calcular según las fórmulas preestablecidas. Verificar la precisión de los resultados era un proceso mucho más rápido.
En ese momento, todos se quedaron atónitos al ver cómo la barra de progreso, que en principio había estado vacía, subía a una velocidad perceptible. Luego de diez minutos, se detuvo en el 83 %, tras lo que las tres computadoras comenzaron a calcular a la velocidad normal, la pantalla mostrando diversas fórmulas de compuestos.
Recordaban que antes del corte de energía, la barra de progreso mostraba el 80 %.
¿El doctor Bai calculó de manera correcta el 3 % de la fórmula? ¿Qué clase de habilidad es esa? ¿Sigue siendo humano?
Entonces recordaron que el doctor Bai era un usuario con habilidades psíquicas de nivel Emperador, y que su capacidad de cálculo fuera equiparable al de una computadora no parecía algo tan difícil de aceptar.
Los investigadores miraron al joven hombre con admiración y fervor, y todo lo que antes habían considerado como opresivo y desesperanzador, en ese momento, se desvaneció.
Nuestro líder es tan poderoso que con toda seguridad hará realidad el futuro que soñamos. Solo tenemos que seguir de cerca sus pasos.
El jefe del equipo de seguridad, volviendo en sí del asombro, le dijo en voz baja:
—Doctor Bai, ha trabajado duro. Permite que ellos se encarguen aquí. Regrese y descanse.
Zhou Yunsheng asintió, su expresión imperturbable, y se dirigió a su sala de descanso. Tras cerrar con llave la puerta, se quitó la bata blanca y los anteojos y luego se inclinó sobre el lavabo, donde respiraba agitadamente. De repente, escupió una bocanada de sangre, tiñendo todo de rojo, incluso el espejo.
Lei Chuan, a su lado, se sorprendió y rugió:
—¿Qué te sucede? ¡Necesitas ir de inmediato a la enfermería a que te revisen! ¡Si continúas así, morirás!
Esta persona es tan despiadada. Es cruel con los demás y lo es aún más con él mismo. ¿El precio a pagar, de verdad, incluye su propia vida?
Lei Chuan intentó abrazarlo, cargarlo, agarrarlo del cuello, pero en cada intento terminaba atravesándolo. Al final, tiró de su propio cabello y observó impotente cómo esa persona, con una expresión serena, limpiaba la sangre que había derramado y luego caía desmayada en el frío suelo de baldosas.
—¡Que alguien venga rápido! ¡Bai Mohan se desmayó! —Corrió hacia el pasillo exterior, gritando a cada persona que pasaba, pero nadie le hacía caso; de hecho, todos se alejaban temiendo perturbar el descanso del doctor Bai.
»¡Su jefe va a morir! ¡Que alguien lo salve! ¿Me escuchan? ¡Va a morir! —Recorrió todos los rincones del instituto de investigación, gritando hasta quedarse ronco, esperando que alguien pudiera verlo u oírlo.
Aunque era un espíritu y no podía sentir cansancio ni hambre, al regresar a la sala de descanso del doctor Bai y encontrarlo aún inconsciente en el suelo, sin saber si estaba vivo o muerto, de repente sintió una fatiga extrema.
Extendió la mano, tratando de sentir la respiración del hombre, pero había perdido también el sentido del tacto. Entonces se quedó mirando el pecho sin pestañear con los ojos enrojecidos, esperando ver algún movimiento.
Pero el hombre estaba tan débil que era difícil saber si respiraba. Lei Chuan sintió en su corazón una dolorosa presión. Percibió que su fuerza lo abandonaba, retrocedió hasta la pared y se deslizó por ella hasta quedar sentado en el suelo, y enterró la cabeza entre las rodillas.
Un hombre y un espíritu enfrentaron silenciosamente el amanecer.
Zhou Yunsheng tosió un par de veces, despertando con un intenso dolor de cabeza, secuela de haber sobreexigido su cerebro. Si se hubiese encontrado en sus mejores condiciones, le habría llevado mucho menos de un día calcular la fórmula.
¡Maldito mundo de clase B!, maldijo interiormente a la conciencia del mundo que lo rechazaba sin cesar, y se levantó tambaleándose para limpiar el baño con el resto de agua en el balde.
Al descubrir que su ropa también estaba manchada de sangre, la hizo una bola y la metió debajo de la cama, tras lo que se puso un conjunto de ropa limpia. Se miró en el espejo para asegurarse que no lucía demasiado enfermo y se dirigió al laboratorio.
—¿Hubo alguna anomalía mientras no estaba? —preguntó a los investigadores, sentados frente a las computadoras.
El investigador se levantó de inmediato e hizo una reverencia respetuosa y luego dijo con admiración:
—Doctor, no hay ninguna anomalía. La barra de progreso actual ha alcanzado 83.5 %.
—Excelente. Continúa observando. —Zhou Yunsheng le dio una palmada en el hombro y se acercó a la incubadora para inspeccionar el estado del sujeto experimental número uno.
Extrajo diez mililitros de sangre de la arteria carótida, la mezcló con el virus zombi y la colocó bajo el microscopio. Se sumergió en su trabajo y se olvidó de todo lo que le rodeaba.
—¡Eres un humano, no un dios! ¡Necesitas comer y dormir! —le gritó Lei Chuan enfurecido al oído—. ¿Recuerdas que no has dormido en los últimos tres días? ¿Crees que pasar una noche desmayado en el suelo cuenta como dormir? ¡Vas a terminar perdiendo la vida tarde o temprano!
Pero el hombre no podía escuchar nada. Se quedó sentado, inmóvil, frente al microscopio, la espalda ligeramente encorvada, con las protuberancias de sus vértebras y clavícula visibles a través de la tela. Se veía tan frágil, como si en cualquier momento pudiera romperse.
Si se quitara la ropa, Lei Chuan podía apostar a que tenía menos carne en su cuerpo que un zombi promedio. Recordaba que la última vez que se bañó fue un mes atrás, algo común en el mundo post-apocalíptico con escasez de agua. En ese entonces, sus visibles costillas lo sorprendieron.
Ahora, un mes después, cuando consume su propia vida sin restricción alguna, el estado de su cuerpo debe ser mucho más aterrador, pensó Lei Chuan.
Lei Chuan merodeaba alrededor del hombre, como una bestia acorralada, ocasionalmente dirigiendo golpes a su nuca, pero sin percatarse de que esos puños ya no estaban llenos de rencor, solo impotencia y preocupación.
En el transcurso de tantos días juntos, Lei Chuan paulatinamente comprendió por qué el hombre estaba dispuesto a dar su propia vida por ese futuro en el que creía. En su cajón guardaba una fotografía: una niña en un prado de lavanda en plena floración, vestía un vestido de princesa color púrpura claro, sonriendo radiante bajo el resplandeciente sol dorado; con un cielo azul intenso sobre su cabeza y un frondoso bosque de fondo.
Cada día, él sacaba la foto y la contemplaba, mostrando una sonrisa radiante y hermosa que nunca antes había visto en su rostro. En esos momentos tranquilos y tiernos, Lei Chuan no podía evitar sonreír también.
Agotado a causa de su conflicto interno, Lei Chuan se acercó al hombre y, aturdido, clavó su mirada en su cabeza oscura.
Justo en ese momento, un investigador se acercó para informar al doctor Bai que debía asistir a una conferencia.
Zhou Yunsheng mostró una expresión de impaciencia, pero aún así condujo al jefe del equipo de seguridad hacia la sala de conferencias. Cada mes, los altos mandos solían realizar una reunión para comprobar el progreso del trabajo o ajustar el presupuesto del proyecto. Si no se asistía, podría obstaculizar la labor de otros equipos. Además, él podía percibir que los altos mandos habían comenzado a dudar de su investigación.
En efecto, el presupuesto de ese mes se redujo en un 20 % en comparación al mes anterior; un golpe devastador para Zhou Yunsheng en una etapa crítica de su experimento.
—Mi investigación es el proyecto más importante. Mis gastos no pueden recortarse. En dos meses podré desarrollar una vacuna. Este es un momento crucial. No pueden retrasarme.
—Siempre dice «en dos meses más», «en dos meses más». Pero, doctor Bai, ¿dónde están los resultados? —cuestionó otro médico, Wu Hanyuan, que ocupaba un puesto similar al de Bai Mohan. Le lanzó un montón y con una sonrisa triunfal, dijo—: Doctor Bai, eche un vistazo a esto. Esta es la verdadera salvación de la humanidad: un zombi que se alimenta exclusivamente de otros zombis.
Wu Hanyuan era el médico genuinamente inhumano. Antes del apocalipsis, llevaba a cabo experimentos de hibridación humana en secreto, creando criaturas monstruosas y disfrutando de ello. Con la llegada del apocalipsis, sintió que había llegado al paraíso, y comenzó actuar cada vez con menos escrúpulos.
Zhou Yunsheng examinó velozmente los documentos, y su mirada se tornó gélida.
—La Tierra se encuentra en una situación desesperada debido a los zombis. En lugar de pensar en exterminarlos y salvar a los supervivientes, en lo que piensan es en cómo crear monstruos más abominables. Su comportamiento es equivalente a beber veneno para saciar la sed. ¡Tarde o temprano nos matará a todos! —dijo solemnemente.
—Doctor Bai, sus preocupaciones son infundadas. Con el chip que he desarrollado e implantado en los cerebros de los zombis, estos obedecen mis órdenes. Si les digo que vayan al este, van hacia el este; y si les digo que vayan al oeste, van al oeste. No representan ninguna amenaza para los humanos. Bajo la supervisión de los superiores, he realizado varios experimentos con éxito. Si tiene alguna inquietud, puede venir a observar —respondió el otro.
Zhou Yunsheng contuvo su ira y asintió con la cabeza.
Cualquier cosa que diga caerá en oídos sordos. Solo si se les enseña una dolorosa lección a estos tontos es que entenderán las consecuencias de sus acciones.
Para cumplir el deseo de Bai Mohan y obtener la energía de ese mundo, Zhou Yunsheng debía hacer fallar el experimento.