Traducido por Den
Editado por Lucy
Después de un tiempo, me dejó de parecer divertido que ese día Leandro armara un alboroto e ignorara a la doncella porque no era yo. Tras ese incidente, hacía que las demás me trajeran mi parte de la comida. Ni siquiera me permitía ir al comedor.
Como dejé de salir de su habitación, la señora Irene venía a visitarme mientras Leandro dormía.
—¿Te duele alguna parte? ¿El joven maestro te molesta mucho? —preguntó con genuina preocupación.
Como Leandro trataba de aferrarse a mí como una cría de canguro, las doncellas comenzaron a preocuparse por mí y no por él.
Debido a que todavía persistían los rumores de que te enfermarás si tocabas al joven maestro, examinaban minuciosamente mi rostro y mis muñecas expuestas.
Afortunadamente, su condición empezó a mejorar paulatinamente a medida que transcurrían los días. Mi rutina consistía en pasar todo el día a su lado, cuidándolo, limpiando su cuerpo con una toalla húmeda y haciendo que tomara a tiempo su medicina.
Además, como vivíamos prácticamente en la misma habitación y yo no mostraba ningún indicio de enfermedad, entre los empleados se comenzó a rumorear que el joven maestro no podía contagiar la maldición.
¿Finalmente…? ¿Todos al fin se dieron cuenta? Qué personas más irritantes, pensé chasqueando la lengua para mis adentros.
Pero después de dos días sucedió algo.
♦ ♦ ♦
Como Leandro tiritaba del frío incluso en este calor sofocante de pleno verano, lo cubrí con varias capas de mantas y le sostuve la mano para calmarlo. Así, finalmente él y yo nos quedamos dormidos.
Cuando estaba a punto de cambiar de postura porque me terminé durmiendo sentada y sentía la nuca extremadamente acalambrada… Noté que alguien me estaba acariciando la cabeza.
Eran unas caricias cuidadosas, como si no quisieran perturbar mi sueño. En esa gentileza, me hundí en la sedosa colcha soltando un suave suspiro.
Pero luego de preguntarme dónde estaba, levanté súbitamente la parte superior de mi cuerpo. Frente a mí, unos ojos azules como el cielo me miraban sonrientes; la neblina se había disipado en ellos.
—¡Ah…!
Envolví sus mejillas con las palmas de mis manos y luego me toqué la mejilla. Sus mofletes eran suaves; ni siquiera sentía un poco de fiebre.
—Le bajó la fiebre.
—Sí.
—¿De verdad? Gracias a Dios… Estaba preocupada porque estuvo enfermo demasiado tiempo esta vez.
No me importó en ese momento quién era el subordinado y quién el superior. Dejé de lado mi orgullo como persona adulta y lo abracé sollozando.
Atraje hacia mí con fuerza el cuerpo escuálido. Como él no conocía ni estaba familiarizado con el concepto de abrazar, tensó todo su cuerpo como un animal salvaje atrapado en una trampa.
Expresó abiertamente su incomodidad, pero no intentó apartarse. Lo abracé con fuerza, pero luego caí en cuenta de lo que había hecho y me alejé.
—Lo siento… No debería haberlo hecho, yo…
Solo soy una sirvienta, pero abracé sin pensarlo al joven noble que sucedería al duque en el futuro. No tenía más remedio que tocarlo cuando necesitaba mi ayuda para moverse, pero no debería haber hecho algo tan egoísta como abrazarlo.
En cierto modo, era un acto que podría considerarse irrespetuoso y por el cual podrían regañarme. Me irritaba haber sido tan atrevida de nuevo.
Me encogí de hombros y abrí los ojos para mirar a Leandro. Cuando nuestros ojos se encontraron en el aire, volví la cabeza.
Pero él tiró débilmente de mi delantal y sobrepasó su propio límite. Me abrazó a voluntad.
Guardó silencio por un momento.
Oh, vaya… No debe haberle gustado lo que hice antes.
Parecía un poco molesto, por lo que decidí disculparme apropiadamente.
Le di un golpecito en el hombro y dije:
—Joven maestro, lo siento…
—¿De qué te disculpas? —preguntó sin rodeos. De repente sus ojos azules se acercaron lentamente mientras me miraba fijamente.
—Por abrazarte deliberadamente…
Pero no respondió de nuevo.
No tenía que seguir los protocolos y ser cortés, a excepción de Leandro, porque no me encontraba con otras personas de importancia de la novela, sino que solo con mis compañeras doncellas. Solo tenía que trabajar bien. Pero… no debería mostrarme íntima ni alardear de mi relación con él.
En este mundo existía estrictamente el concepto de clase social entre las personas. Sin embargo, yo, una sirvienta, abracé repentinamente a un gran aristócrata como él.
Ugh, debió sorprenderle mucho.
Una vez más decidí disculparme con él.
—Actué mal… No volveré a hacerlo, así que no se enfade, joven maestro.
—Deja la costumbre de disculparte innecesariamente por todo.
Fue una reacción diferente a la esperada. No pude evitar sorprenderme por sus acciones posteriores.
Sonrió, revelando su gran hoyuelos, y tiró de mi falda. Aquello hizo que me tambaleara y terminara cayendo de bruces sobre la cama.
—¿Cuándo me enojé?
Cuando me incorporé, Leandro levantó mi brazo y lo puso sobre su hombro. Hizo lo mismo con el otro. Era una postura extraña, pero parecía como si hubiera atrapado su pequeño cuerpo entre mis extremidades.
Se hundió en ellos con un movimiento torpe y rodeó mi cintura con sus delgados brazos. Luego, enterrando su rostro en mi delantal, soltó una risita.
♦ ♦ ♦
Por la tarde, Leandro se despertó recuperado y con ganas de salir afuera. Comió un poco de las gachas que le había preparado y se bañó en agua fría.
Yo tampoco había podido lavarme debidamente, así que le pedí permiso y me bañé antes de ponerme un traje limpio y hecho a medida de sirvienta.
Por primera vez, decidimos dar un paseo juntos fuera del anexo.
Como ninguno de los dos había podido salir de la habitación durante mucho tiempo, me dejé llevar por la emoción y le puse una camisa y un chaleco de calle.
Debido a que Leandro se había recuperado, bajaba las escaleras a grandes pasos ligeros, como si volara. Sobre su piel pálida y pura, vestía una camisa blanca que contrastaba con su cabello negro y le hacía parecer una pintura inmaculada.
Me hacía muy feliz ver que había recobrado la vista y caminaba sin ayuda. No obstante, lo seguía desde detrás, preocupada de que se sintiera mareado y colapsara.
—¿Esto era así?
Miraba constantemente a su alrededor como si hubiera llegado a un destino desconocido.
Supongo que es normal.
El número de veces que Leandro ha salido de su habitación era tan reducido que se podía contar con una mano.
El joven siguió actuando repetidamente como un muñeco de juguete al que habían dado cuerda. Daba un paso hacia adelante y miraba a su alrededor; daba otro e inhalaba el aire del exterior. Al tercer paso, se daba la vuelta para asegurarse de que lo seguía. Y así sucesivamente hasta que entramos al jardín.
Debido a que estábamos en pleno verano, pude sentir el fresco aroma de las flores.
Originalmente, los empleados no podían acceder al jardín del duque a menos que sirvieran a sus parientes consanguíneos. Esto se debía a que era un lugar que guardaba su propia tradición.
El primer duque, que amaba las flores y conocía la alegría que brindaba la jardinería, creó un jardín sólo para su amante. Las flores que le gustaban a su esposa florecieron tan hermosamente, que pronto se extendieron rumores al respecto y ese jardín rápidamente se volvió muy famoso.
La primera duquesa le contó a su hijo cuán romántica fue la propuesta de matrimonio de su esposo, lo que resultó en la creación de una tradición a la hora de que el duque Velveeta propusiera matrimonio. Esta costumbre consistía en crear un jardín con las flores favoritas de su amante y confesarle su amor por ella.
Esta formalidad de proposición la realizaron el bisabuelo y el abuelo de Leandro. Y aunque era un matrimonio político sin amor, el duque actual, el padre de Leandro, también siguió la tradición.
Por eso, el interior del jardín ahora estaba lleno de rosas carmesíes en plena floración. Éstas eran rojas como la sangre y su tallo estaba envuelto en hojas de color verde oscuro.
Reflejaban claramente el gusto de la duquesa.
—¿No hay girasoles?
—Sí. Como dijo que era un jardín, pensé que habrían plantado otras flores aquí y allá.
—¿Estás decepcionada?
—¿Hay algo de lo que estar decepcionada? Ni siquiera es mi jardín. Además, estoy satisfecha con solo entrar y mirar. Aunque el olor a rosas es muy fuerte, es bonito.
—Hmm…
Leandro miró las rosas meditabundo. El jardín estaba lleno de rosas carmesíes frescas. Y, aunque no me atrevía a acercarme, los alrededores estaban impregnados de su aroma.
Me detuve detrás de Leandro por un momento, luego me acerqué y toqué las flores.
—Te pincharás con las espinas.
—¿Está preocupado?
—Realmente no…
Se quedó de pie con las manos detrás de la espalda y observó lo que hacía. Varias mariposas de colores volaban a nuestro alrededor y las abejas de color jalde [1] zumbaban y se posaban en las flores. Retrocedí un poco para que no me picaran.
En unos años, en este jardín estarán floreciendo rosas blancas.
¿Qué le dijo Leandro a Eleonora mientras le mostraba el jardín de rosas blancas? Pero, ¿eso fue antes o después de que ella se comprometa con Diego?
A medida que pasaba más tiempo viviendo dentro de la novela, comencé a olvidar poco a poco la historia. Recordaba el desarrollo principal, pero cuando trataba de profundizar en los detalles, mis recuerdos se volvían confusos.
Pero, sinceramente, ¿qué harías si supieras ese futuro lejano?
—Joven maestro, si va a estar afuera por más tiempo, entonces cúbrase con esta manta.
Me alegro de haber traído una manta por si acaso. Leandro había salido a última hora de la tarde, por lo que el sol ya se estaba poniendo.
En poco tiempo el jardín comenzó a ensombrecer y el ambiente refrescó gradualmente.
Leandro se frotó los hombros. Al verlo, me acerqué rápidamente a él y lo cubrí con la manta.
Caminamos por el amplio jardín durante un tiempo. Luego descansamos por un momento en un lugar donde había unas sillas y una mesa.
—Bebamos té la próxima vez que vengamos.
Hizo esa clase de promesas.
—No debería hacer eso con una sirvienta.
Cuando le dije eso, fingió no escucharlo aunque claramente lo había oído.
—¿Hace frío? —me preguntó de repente.
—Un poco.
El cielo era violeta, pero pasado un tiempo se tiñó de negro, como el color de cabello de Leandro. Las estrellas en el cielo nocturno eran muy hermosas.
Mientras sumergía mis dedos en una elegante fuente de donde manaba agua, Leandro, que estaba sentado al otro lado, se me acercó por detrás y me cubrió con la manta que le había dado antes.
—No importa cuánto frío tenga, no puedo tomar la manta de un enf…
—No digas tonterías y cógela.
—¿Eh? No, no, no.
Extendí la manta y envolví el cuerpo de Leandro con ella por completo. Él simplemente me fulminó con la mirada, ya que no pudo resistirse.
Se cubrió la cabeza con la manta como si fuera una capucha. El sudor se deslizaba por su frente mientras seguía haciendo pucheros.
De repente se dio la vuelta sin decir una palabra y comenzó a alejarse.
—¿Joven maestro? ¿A dónde va?
Lo seguí. Atravesamos el oscuro camino en la noche de regreso al anexo.
—¿Cómo conoce el camino mejor que yo?
—Es el lugar en el que nací y me crié, ¿cómo podría no saberlo?
—Rara vez ha salido.
—Todavía lo recuerdo.
—Oh, qué inteligente.
—No necesito tus elogios.
Lo he dicho un par de veces antes, pero no es fácil lidiar con sus cambios emocionales.
A pesar de tener una hermosa voz, su respuesta cortante a lo que no le gustaba sonó malhumorada.
—Se pondrá el pijama, ¿verdad? —pregunté, quitándole la manta de la cabeza una vez entramos en la habitación.
Leandro simplemente resopló y no respondió.
Pero ya era bastante tarde en la noche, así que saqué su pijama sin dudarlo. Mientras tanto, él se tumbó boca abajo en la cama con los zapatos puestos.
—Las sábanas se van a ensuciar. Joven maestro, al menos quítese los zapatos y vaya a dormir.
—No me importa si se ensucia o no.
—¡Esto es exagerado! Iba a pasar un día más con el joven maestro, pero ahora tendré que volver al trabajo mañana inmediatamente.
Agarré a Leandro por los tobillos y le quité los zapatos. Sacudió los pies diciendo que él lo haría, pero se esforzó en vano.
Sin embargo, de repente comenzó a respirar pesado.
—Tiene que contármelo.
—¿Qué?
—¿Por qué está de mal humor de nuevo?
—¿Qué?
—¿Por qué está de mal humor?
—Yo… ¿Estoy de mal humor?
—Sí.
Leandro parecía desconcertado. Fue una reacción inesperada.
¿Qué? Se está calmando…
Me miró fijamente y sin comprender, pestañeando con sus ojos azules.
—¿Por qué me sentiría mal? Apenas y salí después de mucho tiempo.
—¿Por qué me pregunta eso?
—Porque tienes razón. Estoy de mal humor. Pero ¿por qué…?
—No lo sé… El joven maestro es muy enojadizo.
[1] El color jalde es el color amarillo intenso.