Traducido por Den
Editado por Lucy
Liandro se cruzó de brazos y refunfuñó, haciendo un puchero con sus brillantes labios rojos. Cuando volvió la cabeza, su fino cabello negro brilló a la luz del sol.
—Quiero decir que seré tu jefe.
—Estoy segura de que lo será.
—¿Siquiera estás escuchando?
No. Sus palabras entraban por un oído y salían por el otro. Hace poco habían regresado los caballeros del duque, por lo que la lavandería era un caos. Los sudorosos uniformes de entrenamiento de los caballeros, sus abrigos manchados de barro… Había montones y montones de ellos para lavar.
—Joven maestro… ¿También le están enseñando a manejar la espada? —le pregunté, mirándolo a los ojos.
—Sí.
Asintió con la cabeza, desinteresado, pero mi corazón se encogió tras oír su respuesta. Porque una escena pasó ante mis ojos. Aquella en la que Liandro, un hábil espadachín, desenvainaba su espada y la sostenía en alto durante la rebelión.
Ahora bien, ya se había roto la maldición, cada vez era menos probable que la trama siguiera el mismo camino. Sin embargo, por alguna razón, todavía me preocupaba que él, el personaje masculino secundario, se enamorara de Eleonora, fuera rechazado, se enterara de que el emperador le había provocado la maldición y, al final, suscitara una rebelión de todos modos.
—¿En qué estás pensando? Pareces preocupada.
Sin saber cómo me siento por dentro, se acercó a mí de manera casual.
«Ahora que lo pienso, tal vez liberarse de la maldición no sea la solución a todo. Quizás sería mejor que Eleonora se enamorara de Liandro y los dos tuvieran un final feliz…»
—Respóndeme.
Poco después, estaba de pie detrás de mí, arqueando las cejas. Quería decir que no era nada, pero mantuve la boca cerrada. Se debió a que escuché desde lejos que alguien lo llamaba:
—¡Joven maestro! ¡Joven maestro!
—¡Maldita sea! ¿Ya me atrapó?
—¿Atrapó? Mintió acerca de estar descansando, ¿no es así?
—Sí.
Levantó las comisuras de los labios y sonrió. Luego, me levantó con suavidad por la cintura y me bajó frente a él.
«Ni siquiera ha pasado tanto tiempo desde que se rompió la maldición. ¿Cómo se hizo tan fuerte ya?»
Pero no había tiempo para sorprenderse. El profesor de baile de Liandro, que corría hacia nosotros desde lejos, gritaba. Corría con su cabello ondeando de forma salvaje, olvidándose de conservar su elegante y noble dignidad.
Parecía estar bastante decidido a no perder de vista a Liandro.
—¡Lo encontré! ¡Lo encontré, joven maestro! ¡Dijo que iba al baño!
—Escóndeme.
Liandro vio acercarse al profesor de baile y se escondió con rapidez detrás de mí. Se ocultó entre las sábanas que colgaban para secarse, pero sus largas piernas asomaban por debajo de ellas.
Mientras el profesor de baile jadeaba tratando de recuperar el aliento, se apoyó en un árbol y buscó a su alrededor.
—Estoy seguro de haber visto al joven maestro por aquí en alguna parte…
El ingenuo profesor sollozó mientras murmuraba.
«¿Quizás es un poco tonto?» Ladeé la cabeza mientras pensaba cosas irrespetuosas.
Miré hacia atrás y enseguida quedó claro por qué no podía encontrarlo. Las piernas de Liandro estaban escondidas detrás del dobladillo de mi amplio vestido.
—Hay un paso de baile que necesito enseñarle para el final del día de hoy… Ugh.
Me sentí mal por él, que suspiraba y se quitaba las gafas. Y no fue porque tuviera un aspecto aceptable cuando se quitó las gafas.
Me agaché, agarré los pantalones de Liandro y le susurré:
—Joven maestro, salga. Creo que ya es hora de que se vaya.
Sin embargo, no hubo respuesta.
—Ejem —llamé a Liandro con una voz un poco más fuerte—. Vamos, joven maestro.
—¿Está… el joven maestro Liandro por ahí? —me preguntó con cautela el profesor de baile.
Asentí con la cabeza. El maestro se limpió las gafas, se las volvió a poner y se acercó a mí. Pero entonces saqué un pañuelo y se lo entregué.
—Todavía tiene algunas manchas en sus lentes.
—Eres muy amable…
Parecía una persona muy sensible. El profesor de baile juntó con entusiasmo ambas manos y expresó su gratitud. Luego, extendió la mano para aceptar mi pañuelo.
Entonces, Liandro abrió con rapidez las sábanas y apareció.
—¿Me estabas buscando? Volvamos a la lección.
Sonreía con alegría, pero sus ojos no. Por alguna razón, volvía a estar de mal humor.
Agarró con brusquedad la mano del profesor de baile que se extendía hacia mí. Calmando su corazón sobresaltado, el maestro se tocó el pecho y reprendió con severidad a Liandro.
—¡Joven maestro! Si agarra las manos de las personas con tanta fuerza, ¡espantará a las mujeres en el futuro! ¿Y por qué demonios estaba aquí?
—Me perdí tratando de encontrar el baño.
—¿Espera que crea eso…?
—Sí.
—Joven maestro… Eso es un poco duro.
—Por favor, lléveselo… Y, joven maestro, por favor deje de venir aquí durante sus clases.
—Haré lo que quiera.
—¡Joven maestro!
—¿Cómo pudiste? Te pedí que me escondieras, ¿y me traicionas?
—Usted es el que se salta las clases.
—¿Saltarse…? ¿Qué significa eso?
—Ay, eso duele. Por favor. ¡Me está aplastando la mano!
El profesor de baile saltó y gritó entre nosotros. Liandro siguió ignorándolo y me miró fijo. Le di una palmadita en el hombro al chico.
—¿Por qué estás molesto?
—No tienes lealtad.
—Señor, por favor, llévese al joven maestro con usted… Rápido.
—¡Evelina!
Sin dudarlo, me di la vuelta y recogí una pieza de ropa. El profesor de baile me agradeció mientras tomaba mi mano y me besaba el dorso. Resoplando enfadado, Liandro se llevó a rastras al maestro. No olvidó detenerse un momento para fulminarme con la mirada..
No pude evitar reírme en voz alta.
Después de colgar toda la ropa para que se secara, recogí la canasta y volví con las otras sirvientas. Ya estaban sentadas en grupos de dos y tres comiendo aperitivos. Una de ellas me vio y me hizo señas para que me acercara.
—Evie, ¿no es este tu favorito? Saqué un poco a escondidas para ti.
—Gracias. Pero se han vuelto un poco demasiado salados estos días.
Tomé mi porción de salami [1]. Mientras lo ponía en un trozo de pan seco y le daba un mordisco, las doncellas preguntaron:
—Entonces, ¿quién es?
—¿Quién es qué?
—¿El joven maestro o Lorenzo?
—Uh…
Nerviosa, me rasqué la mejilla. Después de que se levantara la maldición, Liandro parecía un apuesto príncipe. Lo suficiente para hacer sonrojar a las jóvenes sirvientas. No obstante, él era cuatro años más joven que yo, así que nunca lo miré como un hombre.
—Debes haberlo olvidado: el joven maestro cumple 13 años este año —respondí con firmeza.
—¡Oh, vamos! ¿Y Lorenzo? Parece que ustedes dos se están viendo mucho estos días.
—Bueno…
—Lorenzo es mayor que Evie.
—Eso es cierto. Y si lo piensas, es una pareja más realista que el joven Maestro…
Mientras asentía, me vino a la mente el joven larguirucho de ojos ambarinos. Después de que Liandro se desmayara, ni siquiera tuve tiempo de comer porque estaba muy ocupada cuidándolo.
Solo había visto a Lorenzo un par de veces, pero vino al anexo y me trajo algo de comida, como sándwiches, que pude comer rápido.
«Una persona que me da comida es una buena persona.» Así que Lorenzo me dejó una buena impresión.
—Eres muy popular. Después de todo, eres bonita.
—Tú también eres bonita. Todas aquí son hermosas.
—Entonces, ¿puedes hacerle un favor a esta hermosa hermana? ¿Puedes llevar estos platos a la cocina?
—¿Cómo te atreves a mandar a una superior?
Fingiendo golpear con los nudillos la cabeza de la joven sirvienta, sonreí y me puse de pie. Tenía que ir a la cocina de todos modos, ya que pronto sería la hora de ir a buscar el almuerzo de Liandro.
—¡Gracias!
—¡No me agradezcas!
Aparté un poco a la empalagosa doncella.
♦ ♦ ♦
En el salón del vestíbulo principal, Liandro estaba reclinado en su silla durante su lección. «¿Qué clase de actitud es esa? Debería sentarse erguido durante las clases.»
Como era de esperar, el profesor estaba a su lado, juntando las manos y rogándole por algo. Solo entonces el chico corrigió poco a poco su postura.
Mientras pasaba sujetando la colada con las sirvientas a las que me volví cercana, sonreí al ver su cabello negro brillar a través de la ventana.
—¡Evie, Evie! ¿Al joven maestro le gustan las cosas dulces?
—¿Y a quién no?
—¿Qué sabes del joven maestro después de servirle día y noche?
—Um. ¿Perdón?
La sirvienta menor, con cabello castaño claro parecido al mío y trenzado a ambos lados, infló sus mejillas. Era una nueva mucama contratada hace poco para la lavandería.
En su primer día de trabajo, soltó en voz alta un comentario nuclear: «Escuché que hay un monstruo en esta mansión». La doncella principal, la señora Irene, la reprendió con severidad.
Antes, a la señora Irene no le habría importado. Pero Liandro ya estaba libre de la maldición, así que no se toleraba ninguna otra falta de respeto.
Habiendo derramado lágrimas en su primer día, por fin posó sus ojos en este supuesto monstruo y no pudo evitar declarar: «Nunca había visto a una persona tan hermosa en mi vida.»
—Federica, ¿por qué quieres conocer los hábitos alimenticios del joven maestro?
—¿No puedo tener curiosidad? —respondió con osadía.
Las compañeras sirvientas y yo sonreímos incómodas. Todas tuvimos que ir por caminos diferentes, así que recogí la ropa de Liandro y regresé al anexo. Las otras mucamas se dirigieron primero al comedor.
—¿Qué es Evie?
Cuando terminé de organizar la ropa en el vestidor y salí, Liandro ya había vuelto al dormitorio. En cuanto me vio, me preguntó aquello. Ahora que iba de un lado a otro, a menudo me veía pasando el rato con las otras sirvientas. Parecía haber oído cómo me llamaban.
—Es mi apodo.
—¿Apodo…? ¿Eres cercana a ellas?
—Por supuesto.
—Mmm.
—Todavía es mediodía. ¿Por qué ha vuelto ya? ¿No tiene más clases hoy?
—Deja de molestar. No eres mi niñera.
Frunció el ceño. No era algo que pudiera decir si fuera consciente de su propia actitud durante la clase. Me limité a encogerme de hombros. «Además, para ser honesta, lo cuido como una niñera, ¿no?»
—El profesor de historia avisó que llegaría tarde.
—Podría haber empezado con eso.
—Olvídalo. Ven aquí.
Liandro estaba sentado en el alféizar de la ventana. Me acerqué a él. Cuando me detuve frente a él, saltó con rapidez y aterrizó en el suelo. Siempre me había mirado desde arriba, pero de repente, sus ojos estaban a la misma altura que los míos.
—Joven maestro, estoy muy feliz.
—¿Por qué?
—Porque está creciendo muy rápido.
—Pero los dolores de crecimiento me están matando.
—¿Cómo puede decir eso? Ha luchado contra la muerte.
—Seguro eres la única persona que podría salirse con la suya al decirme algo así.
Me di la vuelta con timidez cuando dijo eso. Liandro entrecerró los ojos mientras tiraba de mi delantal. Le dije que podría rasgarlo y lo empujé un poco. Entonces, me miró con una cara llena de descontento.
—Por supuesto, no era un cumplido.
—Lo sé. Si no hay nada más que pueda hacer por usted, me iré ahora. La lavandería es un caos estos días.
—Aunque no haya nada más, ¿no puedes quedarte y pasar tiempo conmigo…?
—¿Perdón? Habló demasiado bajo, no pude oírlo.
—Olvídalo.
Hice una reverencia y salí de la habitación. Liandro se cruzó de brazos y miró por la ventana; no aceptó mi reverencia.
«¡Qué temperamento!» Arrugué la nariz mientras sonreía y salía del anexo.
[1] El salami es un embutido de carne vacuna y de cerdo, similar al salchichón pero de mayor tamaño. Se come crudo.