Sin madurar – Capítulo 17: Creciendo (1)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Salí corriendo al pasillo y reuní a la gente. Las doncellas se dirigieron con rapidez al vestíbulo principal. Sorprendidos por la noticia de la recuperación de Liandro, la gente que descansaba en el salón se precipitó en el anexo.

Liandro enarcó las cejas y frunció los labios; no estaba familiarizado con la repentina atención.

—¿Qué hay que ver? —comentó con sarcasmo, expresando sin tapujos su disgusto.

En cualquier caso, la verdadera apariencia del niño, una vez rota la maldición, era tan hermosa como un cuadro. Tenía el pelo negro azabache tan oscuro como el cielo nocturno y espesas cejas que se arqueaban sobre esos iris que brillaban como estrellas radiantes. También, incluso si mostraban molestia, tenía los labios rojos y carnosos. Todos los rasgos combinaban con su piel pálida y blanca, sin un solo rastro de las cicatrices, lo que le hacía parecer un príncipe salido de un cuento de hadas.

Un paciente inconsciente se curó por completo de la noche a la mañana. Era un milagro que nadie podía creer incluso después de verlo con sus propios ojos. Incluso yo seguía negándolo, preguntándome una y otra vez si era un sueño.

El sacerdote dijo que era una bendición del cielo y siguió agradeciendo a su inútil dios.

«Si su dios existe, ¿por qué permitió esta maldición?» Esta que debería haber recaído en el príncipe heredero, alcanzó con injusticia a Liandro, que no había hecho nada. Había mucho de qué discutir con el sacerdote, pero mantuve la boca cerrada.

—Es un milagro. No hay otra forma de explicarlo —dijo el médico, haciendo rodar su monóculo[1] entre los dedos.

A diferencia del sacerdote que estaba siendo dramático en exceso, el médico le tomó la temperatura a Liandro y, al igual que yo, le levantó la camisa para revisar su piel. Por último, sacó la lengua del joven y la examinó con el dedo. Con claridad, Liandro pareció incómodo, por lo que frunció el ceño.

—Salado.

—Estás curado por completo… Todo es normal.

—Se nota con solo mirarme, ¿no?

—Bueno, es mejor volver a comprobarlo.

Incluso las supuestas hierbas legendarias que crecían en los acantilados cada 20 años no habían tenido ningún efecto.

Una y otra vez, el médico le rogó a Liandro que le contara lo que había sucedido, pero este se limitó a encogerse de hombros. Porque yo se lo había pedido.

“Por favor, no se lo digas a nadie.”

Para ser honesta, no había ninguna razón en particular para pedirle eso. Solo nadie creería que una luz salió de repente de la palma de mi mano y venció la maldición. Pensé que si llegaba a oídos del emperador la noticia de que una humilde doncella había roto la maldición que ni el mismísimo Sumo Sacerdote pudo, me vería involucrada en algo.

El origen de la maldición era el Reino Ambrosetti, y las circunstancias se habrían alineado a la perfección si la gente supiera que Eleonora, un miembro de su familia real, tenía el poder para levantarla.

Pero, entonces, ¿con qué tipo de poder misterioso yo, la doncella número uno, una extra, destruí la maldición? No sabía cómo explicar eso.

Si el líder del país más fuerte del continente me convocara y me preguntara, no sabría qué decir. Seguro solo movería los ojos de izquierda a derecha y sudaría sin parar.

No quería fingir ser una especie de heroína debido a este milagro aleatorio. La felicidad estaba al alcance de la mano. Me bastaba con vivir una vida normal junto al apuesto Liandro, admirando su rostro.

Le había dicho que, por favor, mantuviera esto en secreto entre los dos. Quizás le gustó cómo sonaba eso o había otra razón desconocida, pero siguió repitiéndose como un loro: “un secreto entre los dos, un secreto entre los dos…”. Luego, esbozó una amplia sonrisa, como si estuviera satisfecho con el plan.

—Me desperté sintiéndome mejor.

—¿Crees que me creería eso?

—Sí.

—Esta maldición te ha estado torturando durante más de diez años, y la he estado estudiando todo este tiempo. Así que ¿cómo podría creerte cuando dices que solo te despertaste sintiéndote mejor?

—Porque lo harás.

La expresión seria del niño no cambió. Tras unas horas más de la misma conversación, el médico lo dejó ir.

Tal vez porque el niño no se había comunicado mucho con los demás, no era un bocazas.

Cuando el médico salió de la habitación, bajó los hombros y murmuró para sí mismo:

—La vida hasta ahora no tenía sentido.

El chico me vio observando desde la distancia y me guiñó un ojo.

Debo confesar que después de que la maldición de Liandro desapareciera, él se volvió muy extraño.

Cuando la maldición carcomía su cuerpo, apenas tenía días en los que se sintiera feliz… Siempre fue tan sensible e inquieto como un ciervo.

Sin embargo, parecía haber cambiado por completo. «Ahora que su cuerpo cambió, ¿su mente lo hizo junto con él?» La curiosidad se apoderó de mí. Era evidente que Liandro, en la novela, era popular por su personalidad reservada y directa. No tenía muchas líneas de diálogo, así que solía buscarlas de forma activa.

Tan pronto como todos se fueron, se quedó a mi lado y repitió todo con entusiasmo como un loro. Antes no era así.

—Joven maestro.

—¿Lo hice bien?

—Sí, lo hizo… pero tal vez aún debería descansar su cuerpo.

—¿Para qué? Me siento bien. Pero ¿eso es todo? ¿No me vas a felicitar más?

—Lo hizo genial…

—Vaya, no eres sincera.

Aun así, cuando tomé su mano y lo llevé a la cama, me siguió con obediencia. Se sentó en el borde de la cama y limpié la habitación, que estaba desordenada porque no pude limpiar cuando Liandro estaba enfermo de gravedad.

Los ojos centelleantes del chico me siguieron por la habitación, como si estuviera viendo algo interesante. Recogí los paños que estaban esparcidos por el suelo. Entonces, sentí su mirada penetrante que hacía arder la parte trasera de mi cabeza, y me di la vuelta con torpeza para mirarlo.

—Me ha visto hacer esto todos los días. ¿Por qué me mira así?

—No estaba mirando.

—Sí lo estaba haciendo.

—Dije que no estaba mirando.

Era una discusión inútil. Seguí limpiando.

Liandro se acercó a la ventana, abrió las cortinas opacas y se llevó la mano a los ojos como si la luz del sol que caía sobre él fuera demasiado brillante. Se sentó, apoyado en el alféizar de la ventana, y siguió observándome.

Enderecé mi espalda encorvada y me di unas palmaditas.

—Pronto habrá que ponerse las pilas —dijo, mientras jugueteaba con los adornos de la cortina.

—¿Quiere decir que usted tendrá que hacerlo?

—Por supuesto. ¿Pensaste que me refería a ti?

—Vaya, sus palabras son tan dulces… Estoy bastante ocupada, ¿sabe?

—No quise decir eso… Recibí un mensaje de mi padre cuando saliste antes. Dijo que después de descansar, debería comenzar a prepararme para tomar las lecciones como sucesor.

—¿Ya? Ni siquiera se ha pasado a verlo todavía…

Manifesté una mirada de enfado. Pero Liandro agitó la mano con rapidez como diciendo que está bien.

—Dijo que tenía asuntos que atender en el ducado. ¿Qué puede hacer él?

—¿Está lejos de aquí…?

—Bueno, hay varias tierras aquí y allá, así que no estoy muy seguro.

—Vaya.

Estaba impresionada. Me sentí un poco distante de él mientras hablaba sin preocupación sobre los diferentes ducados y tierras que poseían. Aunque había estado viviendo solo en el anexo, en realidad era el heredero de la segunda familia más rica del país después de la familia imperial.

—Seguro recibiré lecciones en el salón del vestíbulo principal a partir de la semana que viene.

Liandro miró hacia el vestíbulo principal fuera de su ventana. Se mudó por voluntad propia al anexo porque su madre y los sirvientes lo evitaban. Estaba segura de que no tenía buenos recuerdos de su estancia allí. Sus ojos eran fríos mientras observaba el vestíbulo principal.

♦ ♦ ♦

La semana pasó con rapidez. En un abrir y cerrar de ojos, la noticia de que el único heredero del duque ya no estaba en su lecho de muerte se extendió por todo el imperio. Para exagerar un poco, los ramos de flores enviados al chico bastaron para que pudieran llegar a formar una pequeña colina.

—¿Ahora envían esto? —decía Liandro al mismo tiempo que me ordenaba que las tirara. Pero las flores de colores no habían hecho nada malo, así que las puse en jarrones y decoré su habitación. Aunque chasqueaba la lengua, no parecía odiarlo.

Ya no estaba confinado en su dormitorio. En realidad, sería justo decir que ya no podía estar confinado en su dormitorio.

Estaba curado por completo y viviendo por fin una vida normal, Liandro ya no podía posponer sus lecciones como heredero. Los sucesores de otras familias habrán empezado sus clases a una edad mucho más temprana y estarán mucho más adelantados, por lo que no podía permitirse retrasarlas más.

Además, yo ya no tenía motivos para quedarme con él y atenderlo todo el día. Seguía siendo la doncella encargada de asistirle, así que lo despertaba por las mañanas y le servía la comida.

—Has trabajado duro. Ahora deberías tomártelo con calma por un momento —decían Liandro y las sirvientas que me rodeaban. Sin embargo, solo me aburría viviendo en un lugar donde no podía leer libros y no existía la televisión.

Por otro lado, aunque la casa era una mansión enorme, no había muchas áreas por las que una sirvienta como yo pudiera vagar con libertad.

Así que decidí utilizar de manera eficiente mi ahora abundante tiempo libre. Me pasaba ayudando a la amiga sirvienta que hice en el comedor yendo a la lavandería en la parte trasera de la mansión.

Como de costumbre, la estaba ayudando a colgar la ropa en las cuerdas atadas entre árboles. La compañera sirvienta había ido a la cocina a sacar algunos aperitivos a escondidas. Mientras inhalaba el aroma de los árboles, me sacudí las manos.

—Joven maestro…

Vi a Liandro de pie, orgulloso, a mi lado y negué con la cabeza. A menudo se saltaba sus clases para venir a verme porque estaba decepcionado de que el tiempo que podía pasar con su “pertenencia”, refiriéndose a mí, se hubiera reducido.

Hoy era lo mismo. Dejó atrás a su profesor, que viajaba durante horas en un carro solo para venir a enseñarle, y jugaba con mis pies a mi lado.

—Joven maestro.

Lo llamé de nuevo. Pero Liandro volvió la cabeza y se hizo el sordo. Era como el hijo del vecino de al lado. Su cuerpo crecía, no obstante, tal vez su mente rejuvenecía. Al verlo, no pude evitar suspirar.

—¿No tiene más lecciones? Ni siquiera es mediodía.

—Solo me estoy tomando un descanso.

«Sí claro.» Mintió sin dudarlo. Era una situación muy incómoda.

Cuando comencé a venir a la lavandería, las sirvientas se alegraron porque les venía bien un par de manos extra. Sin embargo, también me sentía incómoda porque mi presencia traía al joven maestro a un lugar donde no debería estar. Intenté evitar que Liandro viniera por las chicas.

—No es mi hora de descanso.

—Debes haberlo olvidado. Soy tu jefe.

—¡El duque sigue siendo mi jefe!

—Hmph.


[1] Un monóculo es un lente para un solo ojo.

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