Traducido por Den
Editado por Lucy
Se trataba de un día estupendo. Como si se acercara el otoño, la brisa que rozaba mis mejillas era fresca. El cielo despejado parecía muy amplio sin una sola nube. Me detuve un momento para oler la fresca brisa antes de seguir caminando.
Justo cuando estaba a punto de pasar por el gran árbol viejo en medio del camino hacia la mansión, vi a Lorenzo tumbado bajo la sombra del gran árbol con los ojos cerrados, disfrutando con tranquilidad de una siesta.
—¿Cómo puedes dormir tan bien afuera?
Estaba asombrada por completo. No tenía problemas para dormir en cualquier parte, pero no era como si pudiera dormir al aire libre. Observé a Lorenzo respirar con suavidad mientras apoyaba la cabeza en sus brazos. Me senté a su lado.
Transcurrió el tiempo y no se despertó, así que me estiré y arreglé el dobladillo de mi vestido. Era hora de ponerme en marcha.
—¿Por qué no me despertaste…?
Al final, Lorenzo me habló en voz baja y entristecida. Parecía haberse despertado ante el sonido de un crujido. Se frotó la cara con las manos. Había briznas enterradas en su cabello rizado.
—Debes haber estado muy cansado.
—Supongo que sí. El día era tan hermoso, y solo quería descansar un momento, pero…
Se revolvió el pelo, tratando de quitarse la hierba. Sin embargo, sin un espejo, no era fácil removerlas todas. Le hice señas para que acercara su cabeza a mí.
—¿Eh?
—Deja que te ayude.
—Oh… Te lo agradecería.
Bajó la cabeza. Me agaché mientras quitaba las briznas que se aferraban a su cuello. No podía verle la cara, pero sus orejas estaban de un rojo brillante. Lorenzo se estremeció cuando arranqué las hojas enredadas cerca de sus orejas. Incómodo con el silencio, dijo:
—¿Estás comiendo bien estos días? En ese entonces parecías estar en los huesos. Casi no podía distinguir quién era el enfermo.
—Vamos. No estaba tan mal.
—Lo estabas. Pensé que ibas a morir de desnutrición, Evie.
—Bueno, ahora estoy comiendo tres comidas completas al día, a veces más.
—Qué alivio.
—Me llamaste Evie.
—Escuché que las sirvientas te llamaban así, por lo que… Si no te gusta, no lo haré.
—No hace falta. No me importa.
—Entonces seguiré llamándote así. Evie… suena muy lindo.
—¿Es así? Está bien. Hecho.
Lorenzo levantó la cabeza. Las pecas esparcidas por su nariz combinaban bien con su aspecto juvenil. Sin darme cuenta, estaba tocando sus pecas con los dedos. Como si se tratara de una escena de una película animada, su rostro se puso rojo intenso.
—M-Me da vergüenza…
—Lo siento… Es que nunca había visto a nadie con tantas pecas.
—No necesitas disculparte. Después de todo, la piel del joven maestro es de un blanco pálido como la porcelana después de recuperarse de su enfermedad.
—Eso es porque ha estado adentro toda su vida. En cambio, tú trabajas bajo el sol, Lorenzo.
—¿Estoy demasiado bronceado? ¿Para un norteño? Tú también eres pálida, Evie.
Era tan tímido, que también desvié la mirada nerviosa, disfrutando del momento. Se frotó la oreja y, exclamando para sí mismo, sacó del bolsillo algo envuelto en un pañuelo y me lo entregó.
—La chef me dio otro de sus errores.
—¿Por qué me das eso?
—Porque las cosas deliciosas saben mejor cuando se comparten.
—Admitido.
—¿Perdón?
Si quieres un lugar en mi corazón, te admitiré, Lorenzo. Como dije antes, una persona que me da comida deliciosa es una buena persona.
Desenvolví el tosco pañuelo y descubrí varios caramelos pequeños. Quizás eran errores porque estaban deformados. Me metí uno en la boca y olí su dulce fragancia azucarada subiendo por mi nariz.
—Mmm. Está muy bueno.
—Puedes tenerlos todos.
—De ninguna manera. Compartamos.
—Oh…
Sonreí con alegría mientras le ofrecía el caramelo. Negó con la cabeza, pero luego, sonriendo de forma tímida, extendió la mano.
Cogí el caramelo con los dedos y se lo acerqué a la boca con torpeza. Los ojos ambarinos del joven se abrieron de par en par. Agitó las manos para decir que no.
—E-Evie… no tienes que…
—¿Evie? ¿E… vie? Tienes que estar bromeando.
No oí sus pasos, pero, en algún momento, Liandro se había acercado y nos miraba fijo con los brazos cruzados.
Lorenzo se puso un poco rígido por la sorpresa, luego se levantó e inclinó la cabeza hacia Liandro. Este concentró toda su energía en clavar los tacones de sus botas en el suelo e ignoró a Lorenzo.
—Joven maestro, ¿qué está haciendo? Va a arruinar sus botas.
—Negligencia en el cumplimiento del deber.
—Mis disculpas, señor. Pero estaba de descanso.
—No estaba hablando contigo.
Liandro, con una demostración de su descomunal inmadurez, replicó sin siquiera mirar a Lorenzo.
Cuando intenté levantarme, Lorenzo me ofreció la mano. Cuando acepté y sonreí para agradecerle, Liandro gritó mientras se agarraba del cuello:
—¡Te dije que no sonrieras así!
—Pensé que había dicho que estaba bien hacerlo delante de usted.
—Solo delante de mí. No cuando hay otros.
Apretó los dientes mientras hablaba.
Lorenzo se limitó a rascarse la cabeza; no esperaba que Liandro se enfureciera tanto.
El chico siguió haciendo pucheros y no dijo nada más. Solté la mano de Lorenzo y me acerqué a él:
—¿Va de camino a su clase de historia?
—Sí.
—¿Está haciendo esperar al profesor otra vez?
—¿Me veo como alguien inmoral?
—Sí.
—De verdad no tienes ningún filtro…
Agarré de forma casual la manga de Liandro y tiré de él. Se resistió, pero lo arrastré sin que pudiera hacer nada. Levanté la cabeza y me despedí de Lorenzo con la mirada. Este también respondió con una silenciosa sonrisa. Al ver aquello, el niño se mostró malhumorado una vez más.
—¿Eres… eres amigable con eso también?
—Um… ¿algo así…? Quiero decir, no. Nos saludamos cuando nos vemos aquí y allá.
Cuando vi que su rostro se ponía rígido poco a poco, dije una simple mentira. Liandro se detuvo un momento y estudió mi cara. Parpadeé y no aparté la mirada. Cuando entrecerré los ojos y esbocé una pequeña sonrisa, giró la cabeza y declaró:
—Si tú lo dices… te creeré. Aún así, no seas amigable con él.
—¿Por qué dice eso? Lorenzo es una persona dulce.
—¿Por qué me importaría saber cómo es su personalidad?
—Sería bueno saberlo. Lorenzo fue una de las pocas personas que se preocupó de verdad por usted cuando estaba enfermo.
—¿Lo… fue?
Liandro se quedó anonadado ante esas palabras. Pero como si se hubiera decidido de nuevo, sacudió la cabeza y apretó la pechera[1] de su camisa.
—En cualquier caso, uno de mis profesores dijo que todos los hombres son oscuros por dentro.
—Pero usted también es un hombre.
—Sí…
Sin poder demostrar que tenía razón, guardó silencio. Seguí tirando de su manga y lo conduje al frente del vestíbulo principal. Se estaba mordiendo los labios, por lo que agarré con suavidad su barbilla afilada.
—Grosera —murmuró para sí mismo, no obstante, no se resistió.
—Si sigue mordiéndose los labios, perderán todo su color.
—Los hombres no necesitan labios rojos brillantes. Así que está bien. De todos modos, no me gustaba que fueran rojos.
—Pero son muy bonitos.
—Bonitos… Eso no me parece un cumplido.
—Está bien. Son apuestos.
No dijo nada.
—Prométame que no se los morderá más. Aquí.
Extendí mi dedo meñique y mi pulgar. Él lo miró sin comprender, como si no entendiera lo que estaba pasando.
—¿Qué es eso?
—Así es como se hacen las promesas.
—Es la primera vez que veo eso.
Sí, bueno, eso es porque no has tenido mucha interacción con la gente. Aun así, me sorprendió que no supiera cómo hacer promesas de meñiques.
Le di forma a los largos dedos del chico como los míos. Luego, hice que nuestros dedos meñiques se engancharan entre sí y presioné con lentitud nuestros pulgares juntos.
—Si cumplo la promesa, ¿qué harás por mí?
¿Eh?
—¿Qué vas a hacer?
—¿Hay algo que quiera?
—Sí.
—¿Qué es?
—Ni siquiera saludes a Lorenzo.
—No puedo hacer eso.
—Respondiste sin siquiera pensarlo.
—Me está pidiendo que haga algo demasiado absurdo.
Le dije que lo pensara con detenimiento y que me dijera si de verdad quería algo de mí. Luego, lo envié a la mansión.
El mayordomo de mediana edad miraba cómo el joven maestro, conocido por su actitud quisquillosa, mantenía una larga conversación con una sirvienta e incluso le permitía tocarlo sin dudarlo. Debe haber sido bastante sorprendente, porque ladeó la cabeza mientras nos observaba.
Su mirada me hizo sentir incómoda, así que me levanté un poco el vestido, hice una reverencia al mayordomo y me dirigí con rapidez hacia la parte trasera de la mansión.
Por muy cercanos que fuéramos, seguro no era una buena idea tocar a Liandro de esa manera frente a los demás.
Aunque a él no le importaba, los de nuestro alrededor no se lo tomarían a la ligera y apartarían la mirada… La próxima vez, debería tener cuidado.
♦ ♦ ♦
—Es demasiado pequeño.
—¿Y esto?
—Es demasiado corto…
—Hm.
Era una situación difícil. Rebusqué en el vestidor, pero apenas pude encontrar ropa que le quedara a Liandro. Esto se debía a que estaba creciendo a un ritmo increíble.
El tiempo pasó y ya había cumplido catorce años, e incluso era un poco más alto que yo.
Cada estación, una conocida tienda de moda enviaba a alguien a medir su cuerpo, sin embargo, este sobrepasaba las medidas incluso antes de que la ropa estuviera terminada. Como una presa que al final se rompe, crecía con rapidez.
—Joven maestro, es como un tallo de frijol.
—¿Qué…?
—Es genial verlo crecer.
Elegí la última esperanza, una camisa formal negra, y la puse contra su cuerpo para ver la talla. Quizás un poco corta, pero esto servirá. Al menos no parecería tan corta como las otras camisetas que dejaban sus muñecas desnudas.
Teníamos poco tiempo, por lo que el sirviente del vestíbulo principal llamó a la puerta pidiéndonos que nos apresuráramos. Yo tenía prisa, pero él entró con lentitud en el vestidor, sin siquiera responder al criado que estaba afuera de la puerta.
De pie, con las manos detrás de la espalda, inclinó la cabeza hacia atrás. Había metido los brazos por las mangas y me estaba pidiendo que se la abrochara.
—Tiene manos, ¿no…? Tengo que elegir el pañuelo cravat [2].
—Sí, pero no puedo usarlas en este momento.
[1] La pechera es la parte de la camisa y otras prendas de vestir que cubre el pecho.
[2]
Evie realmente le tiene paciencia a Liandro. 😅
¡Gracias por la actualización!