Sin madurar – Capítulo 20: Creciendo (4)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Dios mío. Los niños de menos de la mitad de tu edad ni siquiera gritarían pidiendo ayuda para algo así como tú. 

Pero, sin decir nada, enderecé el cuello de su camisa y la abotoné con rapidez. Como si fuera incómodo, Liandro ladeó la cabeza hacia aquí y allá.

—Siento que me estoy ahogando.

—No hay nada que podamos hacer al respecto. Todas las camisetas son así hoy en día.

—Todos deben querer pagar dinero para suicidarse.

¿Cómo iba a conocer los gustos de los nobles de alto rango? 

Lo miré y le saqué la lengua. Mientras buscaba una corbata que combinara con la camisa negra, él fingió asfixiarse mientras sonreía con picardía al sirviente que estaba afuera.

—Por favor, dile que me disculpo, sin embargo no lo acompañaré durante el almuerzo porque no puedo encontrar la ropa adecuada para ponerme.

—Pidió que asistiera incluso si tiene que usar un albornoz —respondió el sirviente mientras inclinaba la cabeza.

Este pobre criado se encontraba en una situación incómoda, sin saber qué hacer, entre Liandro y su padre.

El actual duque Bellavitti a menudo se ausentaba de la propiedad para encargarse de los ducados o para atender los asuntos gubernamentales en el palacio imperial. Otras veces, estaba ocupado con su amante o apostando.

No obstante, no hace mucho, había emitido una orden: su hijo debía tomar lecciones para convertirse en el heredero y, al menos una vez a la semana, debía reunirse con él para comer.

El padre distante, que casi nunca había aparecido frente a su hijo, incluso le entregó este mensaje a través de un sirviente.

—De verdad no quiero ir.

Liandro reveló sus más sinceros pensamientos.

¿Cómo puedes decir eso cuando el sirviente está ahí mismo? 

Abriendo los ojos de par en par, le tapé la boca. Se sorprendió ante mi repentina aproximación y también abrió mucho los ojos.

—Huele a jabón…

—Porque trabajo en la lavandería todos los días.

—También puedo olerlo en tu cabello.

Liandro metió la nariz en mi cabello y lo olfateó. En algún momento, el criado entró en el vestidor, y tosió con fuerza. De inmediato, Liandro le dirigió una mirada penetrante.

—¿Hay algo que quieras decirle a tu maestro?

—No… no tenemos mucho tiempo…

—¡Ya lo sé! ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?

Le entregué a Liandro su pantalón gris oscuro y decidí que usara un broche en lugar de una corbata. Fue detrás del biombo y se cambió. Cuando salió, le quité las arrugas, revisé los puños y di un paso atrás para examinarlo por última vez.

—Vaya, joven maestro. Hoy está muy guapo.

Ya pensaba que tenía un buen cuerpo, ya que tenía brazos y piernas largas, pero con esa ropa tan elegante, se veía aún mejor.

Elegir la ropa de Liandro me daba pequeños placeres en mi rutina diaria. Aunque le diera harapos para que se los pusiera, tenía la figura para lucirlos y hacerlos suyos. Siempre que escogía las combinaciones de colores, era como si estuviera jugando a un juego de vestir.

De hecho, a Liandro no le importaba la ropa. Cada vez que le hacía un cumplido, sólo volvía la cabeza, avergonzado.

Apuesto a que no se quejaría si le diera un saco de patatas para que se lo pusiera y le dijera: “¡Está guapo! ¡Increíble!” 

—No quiero ir —murmuró mientras salía a trompicones del vestidor, tomándose su tiempo. El sirviente estaba sin palabras.

—Ya llegamos tarde.

—¿Y qué? ¿Qué quieres que haga al respecto?

Liandro, demasiado molesto, fulminó al sirviente con la mirada. Después de ponerle un poco de gomina en el cabello ondulado y peinarlo, le di un ligero empujón.

¿Por qué miras así a ese pobre hombre? No ha hecho nada malo. Dejé escapar un largo suspiro.

—Vaya a comer mucha comida deliciosa y postres. Sé que no quiere, pero existe algo llamado formalidad. Además, el mismo duque lo llamó.

—Cuando vuelva… —habló con ojos hoscos—. Luego de que regrese, tienes que quedarte a mi lado.

—Joven maestro, tengo mucho trabajo por hacer.

—Entonces no iré.

—¡Vamos! ¿En serio? Deje de ser tan terco y váyase.

Después de peinarle el cabello de la nuca, le di un pequeño empujón por la espalda. Liandro dio un paso adelante de mala gana. El sirviente miró el reloj de la pared y suspiró antes de hablar.

—Llevamos veinte minutos de retraso… Tardaremos al menos otros 10 minutos en llegar al vestíbulo principal.

—¿Y qué?

—Vamos…

—¡Está bien, me voy! Voy.

Luego de que Liandro y el criado se fueran, me apoyé en el alféizar de la ventana del dormitorio. El joven maestro, con el pelo bien peinado, caminaba despacio, sin importarle que el sirviente tuviera prisa.

Yo tampoco querría ir. Simpatizaba con él.

Ya había pasado un año desde que se levantó la maldición. El invierno pasado, la duquesa se presentó en el anexo con su reluciente cabello rubio. Vestida con un abrigo de piel blanco puro, observó el humilde entorno del anexo y luego vio a su hijo.

—Lian, ¿por qué no regresas al edificio principal?

—No tienes que preocuparte por mí.

Liandro estaba sentado en el sofá junto a la chimenea de su habitación. En aquel entonces, había aprendido a tejer, así que me centré en hacerle una bufanda. Él estaba leyendo un libro grueso con mi ovillo en su regazo para que no pudiera ir a ninguna parte.

—Al menos muestra tu cara y mírame cuando hablamos… 

—¿Para qué? ¿Por qué te importa ahora?

La duquesa sonrió incómoda. Al observar que su hijo rechazó con rapidez su invitación, se sonrojó como si estuviera disgustada por la falta de respeto que sintió por su parte. Luego, se fue sin preguntarle nada más.

El joven rechazó con brusquedad la tardía atención que recibía de sus padres, atención que nunca había recibido en su vida.

Unos días más tarde, la duquesa regresó y le pidió que la acompañara a tomar el té, pero la forma en que el chico la miró… Bueno, sus ojos parecían canicas de cristal vacías, sin emoción alguna.

—¿Por qué actuar como una madre de repente? —se burló Liandro mientras murmuraba, justo después de que la duquesa se fuera.

Yo tampoco había visto nunca unos padres tan terribles, así que no había mucho que pudiera decir.

Como si se tratara de una pregunta retórica, se limitó a mirar fijo las llamas de la chimenea.

Después del invierno, el duque regresó y la agenda de Liandro estaba repleta de todas las lecciones que tenía que tomar. Aunque molestaba a sus profesores con su actitud libertina, por fortuna, tal vez debido a su alto nivel de inteligencia, obtenía calificaciones por encima de la media.

Por otra parte, me crucé con Lorenzo algunas veces, pero fuera de la cocina, Liandro aparecía a menudo y nos interrumpía. Al principio, Lorenzo estaba enamorado de mí, y yo también me fui interesando poco a poco por él.

Sin embargo, debido a que estaba tan ocupada cuidando a Liandro, mis sentimientos por él acabaron por desvanecerse.

Solo no es el momento. Tengo que centrarme en cuidar a Liandro. 

Esa fue la decisión que tomé.

♦ ♦ ♦

Pasó el largo invierno en la región norte y el hielo al final se derritió. La primavera había llegado con el aroma de la hierba. Cuando salí del anexo, el sol era cálido y el día era hermoso.

Es un día perfecto para colgar la ropa. Me sorprendí pensando como una sirvienta y me eché a reír. En apenas un año y medio, parecía haberme adaptado por completo a mi papel de mucama.

Mientras me dirigía al área de la lavandería, detrás de la residencia, vi a las otras sirvientas riendo mientras estaban sentadas en círculo, cosiendo los uniformes de entrenamiento de los caballeros. Me senté entre ellas. La doncella que estaba a mi lado me entregó un trozo de tela y una aguja.

—¿Qué es tan gracioso?

—Federica. Creíamos que le gustaba el joven maestro, pero después de visitar una vez el campo de entrenamiento de los caballeros, de lo único que puede hablar es de estos mismos.

—¿Ya está enamorada de nuevo?

—Oh, vamos. ¡Dejen de burlarse!

Sí, Federica era una mujer llena de amor. Le entregaba de buena gana su corazón a cualquiera.

Al principio de verdad pensé que se había enamorado de Liandro porque preguntaba sobre sus preferencias y hábitos alimenticios. A las sirvientas que habían trabajado en la mansión del duque durante mucho tiempo eso les resultaba difícil de manejar.

Las mucamas habían estado haciendo todo lo posible por no tocar la piel de Liandro y le habían rogado a la doncella principal que no las asignara al anexo. Ahora no podían atreverse a mirarlo a la cara, así que lo evitaban.

Pero, por otro lado, llegó Federica, quien llamó a Liandro “monstruo” sin saber que se había levantado la maldición. Ahora bien, después de verlo, exclamó: “Creo que es amor a primera vista”. 

Las criadas pensaron que podría ser problemática de muchas maneras, así que la vigilaban.

Dejó de coser y se retorció el cabello castaño claro recogido en una coleta alta. Luego, nos habló de su noveno amor a primera vista.

—Es un poco vergonzoso, no obstante estoy pensando en bordarle un pañuelo.

—Entonces, ¿quién es? —pregunté mientras mojaba un trozo de hilo en mi boca y lo pasaba por el ojo de la aguja. No era muy buena cosiendo, así que me desafiaba a mí misma con la tarea más sencilla: colocar botones.

—Al parecer es un joven de verdad guapo. Con el pelo gris.

—¿De nuevo?

—Fue directo y callado. Pero cuando me caí, fue el primero en acercarse y ayudarme. Esa sonrisa en su rostro frío… ¡Esa sonrisa…!

—Entonces, estás diciendo que te enamoraste de su sonrisa, ¿verdad?

—Evie lo entiende ahora.

—Por supuesto. No obstante… ¿los caballeros en el campo de entrenamiento son tan guapos?

—Debes haber estado demasiado ocupada con el joven maestro para ir a ver. Son mucho más respetuosos y refinados que los sirvientes. Y, aparte de Lorenzo, los sirvientes no son nada del otro mundo.

Y para agregar un poco de información, Lorenzo fue el tercer amor de Federica.

—Evie, ¿por qué no vas a visitar el campo de entrenamiento con Federica? Hoy ya es demasiado tarde, pero pueden entregarles sus aperitivos mañana.

—¿Deberíamos?

Acepté con gusto. Sentía curiosidad por los caballeros que algún día jurarían lealtad a Liandro. Espero que no acepten sin saber la estúpida rebelión de su amo.

La conversación fluyó con las chicas. Seguía su conversación mientras continuaba cosiendo. Federica ya había dejado de lado su trabajo y comenzó a bordar su pañuelo en serio.

—Eso me recuerda, el joven maestro…

La sirvienta que estaba a mi lado inició una nueva charla cuando estaba a punto de cortar el hilo con las tijeras después de hacer un nudo. Levanté la cabeza cuando les oí mencionar a Liandro.

—Visita demasiado la lavandería.

—La aburrida lavandería donde no hay nada que ver.

—Por supuesto, es genial para nosotras porque podemos admirar su noble rostro… ¿verdad?

—Sí, y viene cada dos días, así que eso es un poco…

—Evelina, ¿sabías que viene aquí incluso cuando no estás?

Eso sí parece serio. Me quedé boquiabierta. Puede que solo sea una humilde sirvienta, aun así debe respetar mi privacidad, joven maestro. Debería decírselo la próxima vez que lo vea.

¿Por qué anda buscándome cuando ya me ve todos los días? 

Ahora tiene sentido. Aparecía como un fantasma cada vez que hablaba con Lorenzo… Debe haber obtenido esa información de las mucamas de la lavandería. Era genial que se llevara bien con las sirvientas, sin embargo…  había un límite.

Sabía que si le decía algo, fingiría no oírme, me miraría con cara triste o daría patadas y se enfadaría. Ahora bien, si le advertía con un rostro severo, sabía que Liandro me escucharía, incluso si él no quería.

—Bueno, estas son las cosas del joven maestro, así que aquí las tienes.

Recogí la ropa que me entregaron.

¿Ya pasó el tiempo? Siempre que me sentaba en la lavandería, el tiempo volaba.

Cuando salí, el sol que había estado flotando en medio del cielo se había desplazado hacia un lado.

Me dirigí al anexo con la ropa seca en mis brazos. Enterré la nariz en la ropa limpia e inhalé. Podía oler la fragancia de la luz del sol.

Fui directo al vestidor. No había mucha ropa, por lo que no tardé en organizarla. Aunque era una sirvienta, no tenía mucho que hacer, así que, apoyada en el armario, disfruté de mi tiempo libre. Luego, miré por la ventana, donde los caballeros estaban entrenando en el campo de entrenamiento.

Me pregunto cuál es el caballero del que se enamoró Federica. Cabello gris… Pero estaban demasiado lejos como para ver el color de su pelo. Entrecerré los ojos e intenté abrirlos más con los dedos, sin embargo, fue inútil.

Los caballeros repetían los mismos movimientos una y otra vez. Como no sabía mucho sobre artes militares, me aburrí con rapidez. De repente, oí que la puerta se abría y se cerraba desde afuera. Liandro había vuelto.

Elegí la ropa con la que podía cambiarse y salí del vestidor. Estaba encorvado en el sofá.

Cuando sintió la presencia de alguien, me miró con aspereza.

—Oh, Evelina.

Luego, al percatarse que era yo, abrió los ojos y sonrió. De alguna manera, el chico había desarrollado unos hoyuelos más profundos, por lo que su rostro era de verdad hermoso. Tal vez porque todavía estaba creciendo, tenía más un encanto de género neutral que un encanto masculino.

—No me siento muy bien.

Liandro me hizo una débil seña para que me acercara. Troté con alegría hacia él. El chico dio un golpecito en el asiento junto a él y me invitó a sentarme.

—Joven maestro, no creo que sea una buena idea que me siente a su lado.

—¿Por qué tan de repente?

—Estoy bien aquí —dije mientras me sentaba junto a sus pies.

Puede que tengamos una gran relación, pero eso no elimina la cuestión de quiénes somos.

Cada vez que me encontraba con Liandro por la mansión, no me gustaban las extrañas miradas que me dirigían el mayordomo y otros sirvientes. Quizás estaban impresionados por la forma en que el chico insensible e inexpresivo sonreía con alegría a mi alrededor. Las compañeras doncellas incluso me emparejaban en su mente con el niño que era cuatro años menor que yo.

—Ven y siéntate aquí mientras todavía te lo estoy pidiendo con amabilidad.

—Me niego con todo el respeto.

Jugueteó con los cordones del delantal alrededor de mis hombros. Volví a negar con la cabeza. Preguntó un par de veces más y torció un poco los labios como si no estuviera contento. Sin embargo, me di cuenta de que se masajeaba el estómago con una mano.

—¿Comió demasiado?

—Bueno, alguien me ordenó que comiera mucha comida deliciosa y postres.

—¿Cómo puede culparme… y convertirme en la villana?

Ante mi respuesta, Liandro se rio a carcajadas y se echó el pelo hacia atrás.

Su cabello ha crecido mucho. Si no se peina el pelo hacia atrás de esa manera, le cubrirá los ojos. Debería pedirle al edificio principal que llame a un barbero mañana. El cabello negro suelto de Liandro se enredaba en sus dedos.

—No te estoy convirtiendo en la villana, yo… —Tenía la costumbre de interrumpirse a sí mismo. Como siempre, exhaló con lentitud y prosiguió: —Solo te estoy informando que he escuchado tus órdenes con obediencia. Por lo que ¿no deberías felicitarme en lugar de regañarme? Y también acaricia mi cabello.

Liandro se agachó e inclinó la cabeza como un niño. Sus ojos azules que asomaban a través de su cabello negro se curvaron en una sonrisa.

Aunque sabía que solo estaba tratando de actuar lindo, me sentí atraída por él. Extendí mi mano y acaricié su suave pelo.

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