Sin madurar – Capítulo 21: Creciendo (5)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Supongo que Leandro no estaba mintiendo cuando se quejaba de que no se sentía bien. Estaba sentado a mi lado, rogando que le cogiera la mano o le diera una palmadita en la espalda. Cuando le pellizqué entre el pulgar y el índice, soltó un gemido bajo.

—¿Qué estás haciendo?

—Escuché que, si presiono aquí, le aliviará la indigestión.

—¿Dónde oíste eso?

Pensé que era algo que todos sabían, pero supongo que no era así en este mundo. Incapaz de responder a su pregunta, le di una palmadita en la espalda con la otra mano. Aceptó mi toque en silencio con la espalda encorvada.

Cuando aparté mi mano después de un tiempo, me atrajo hacia él diciendo:

—¿Ya?

—¿No es un poco mayor para comportarse como un bebé…? ¿Por qué parece que cuanto más mayor se hace, se vuelve más infantil?

Leandro me miró con una expresión de insatisfacción y, luego, agachó despacio su cuerpo para acercarse a mí. Sus cálidos dedos tocaron mi nuca. Luego, tiró de mi largo cabello trenzado.

—Qué gruñona —se burló.

—Hmph.

Mientras retorcía mi cuerpo para liberarme de él, puso una cara de mal humor y frunció los labios, haciendo un puchero. Lo miré.

—Eso… eso duele.

—Mentir es malo.

—Estoy siendo honesta.

Mientras fingía gemir de dolor, Leandro retrocedió poco a poco. Entrecerró sus profundos ojos azules cubiertos por su flequillo, como si estuviera intentando leer mi mente.

¿Qué pasa con este chico? ¿Dónde aprendió un comportamiento tan errático?

—Joven maestro, ¿no tienes más lecciones hoy?

—Sí. Manejo de la espada a las 3.

—Ya son más de las 3… ¿Por qué es tan negligente?

—¿También tienes mucho trabajo por la tarde?

—Si quiere cambiar de tema, tiene que ser más natural…

—Entonces, ¿estás ocupada? —preguntó, ladeando la cabeza.

Me tomé un momento para elegir bien mis palabras. Para ser sincera, rara vez estoy ocupada.

A medida que mi tiempo con Leandro disminuía, me dedicaba a buscar cosas que hacer y a ayudar a los demás. Pero de verdad… no había nada de lo que pudiera encargarme y hacer.

—No hay nada particular que deba hacer. Hoy ya he estado en la lavandería.

—Genial. Entonces ven conmigo a la lección de esgrima.

—¿Qué…?

—¿Qué?

—¿Por qué iba a hacer eso?

—¿No dijiste que estarías a mi lado cuando volviera de comer?

¿Cuándo he…?

Esa fue una condición que incluyó usted, pero yo nunca estuve de acuerdo con eso. Como heredero de una familia noble, era su deber asistir a clases, sin embargo, ¿cómo podía ser tan laxo[1] con el cumplimiento de las reglas? Al recordar la vez que tuvo una mala actitud en una de sus lecciones, me abstuve de soltar un suspiro.

—Quizás debería posponer la lección de hoy. De todos modos, me duele el estómago.

Ya eran más de las 3, y, aun así, Leandro se mostraba demasiado despreocupado. El chico se hundió aún más en el sofá. Apoyó sus largas piernas en el mueble y se preparó para echarse una siesta. Me hizo un gesto con la mano para que le trajera unas almohadas.

—Joven maestro, escuché que le regañaron por su mala actitud durante una de sus clases.

—¿Dónde oíste eso…?

—En la lavandería

—Deja de pasar tanto tiempo con ellas.

—¿Por qué? ¿Tiene algún problema con mis relaciones?

—Sonriendo a la gente que te llama E…vie o con algún ridículo nombre inventado y tal.

—¿Qué le pasa a Evie? Es lindo.

—¿Quién dijo que no lo fuera?

—Así que usted también cree que es lindo, ¿no? Si le molesta tanto, ¿por qué no me llama de esa manera también?

Agarrando sus labios bien formados con el pulgar y el dedo índice, Leandro los estiró.

—Olvida lo que acabo de decir —murmuró, pero empecé a bailar y rechacé sus palabras.

—No quiero.

—No voy a clase…

—Si sigue faltando a sus clases, se meterá en problemas.

—¿Qué pasa con tus extraños movimientos corporales?

—Es un baile popular entre los sirvientes en estos días.

—En serio, deberías dejar de ir a la lavandería…

—¿Qué tal si va a su lección, joven maestro?

—Solo si vienes conmigo.

—¡Por Dios!

—¡¿Qué?!

—¡Está bien! ¡Al menos haga su parte y póngase el atuendo de entrenamiento!

—Está bien.

El chico entró en el vestidor y se cambió.

¿Vas a agravar tu ya tensa relación con tu padre? Al imaginar al frío duque llamando a Leandro a su oficina y gritándole, de repente sentí la necesidad de acceder a su petición.

Así, se produjo una situación extraña en la que una sirvienta asistió a la lección del joven maestro. Aunque ya había faltado a más de la mitad de su clase, el chico entró con osadía en el campo de entrenamiento.

El instructor de esgrima saludó a Leandro sin decir una palabra, como si ya estuviera acostumbrado.

—Por favor, compórtese —le susurré.

—¿A quién le importa?

Leandro levantó las comisuras de la boca, como si estuviera contento. El chico rara vez mostraba emociones en su rostro, por lo que, al ver su amplia sonrisa, el instructor de esgrima y los caballeros que nos rodeaban dejaron de hacer lo que estaban haciendo y se quedaron mirando perplejos al joven.

¿Qué eres…? ¿El líder o algo así?

Los hombres que miraban a Leandro apartaron la mirada cuando su sonrisa desapareció y sus fríos y hoscos ojos azules les devolvieron la mirada.

Los caballeros voltearon rápido la cabeza y retomaron su entrenamiento. El instructor de esgrima recogió la espada de madera que tenía al lado y se la entregó a Leandro, quien la aceptó de manera brusca.

—Hoy practicaremos la técnica del tajo horizontal.

—Ya lo hicimos la semana pasada.

—Joven maestro, la esgrima consiste en practicar la técnica una y otra vez…

—Lo que sea.

No obstante, al contrario de su actitud, el joven escuchó con atención al instructor. Copiando sus movimientos, se estiró y movió los brazos y las piernas.

No me sentí muy bien viéndolo tomar sus lecciones de esgrima porque no dejaba de pensar en que Leandro conduciría a estos caballeros al palacio imperial. Era imposible saber si la historia seguiría su rumbo original, sin embargo, todavía sentía un poco de ansiedad.

Observé nerviosa al chico desde la esquina del campo de entrenamiento.

♦ ♦ ♦

En la historia original, Leandro comenzó a entrenarse con la espada como pasatiempo para ayudar a desarrollar su fuerza física. Luego, debido a un incidente en un festival celebrado por el cumpleaños del emperador, se dedicó a ello en serio.

Como la mayoría de las mujeres de la familia real, Eleonora sentía curiosidad por el mundo fuera del palacio imperial. Así que, evadiendo a sus sirvientas, se escabulló del castillo vestida con ropa de plebeya y se topó con Leandro.

—No me pueden atrapar.

—Lo mantendré en secreto si puedo ir contigo.

—Oh, Lean —Eleonora sacudió la cabeza con incredulidad y le dijo que hiciera lo que quisiera.

Leandro la siguió diciendo como excusa: —Siento que vas a causar problemas.

Y así, entraron en un callejón oscuro. Eleonora se chocó con unos maleantes y se enzarzó en una discusión. Aunque solo era el protagonista masculino secundario, por supuesto, Leandro los derrotó con facilidad con sus propias manos.

Eleonora le dio un beso en la mejilla como agradecimiento. Es entonces cuando Leandro comienza a aprender a manejar la espada con seriedad.

♦ ♦ ♦

Para permanecer al lado de Eleonora, se ofreció a ser su guardaespaldas. Además, ganó la competición de caza que se celebra cada otoño para darle gloria a ella.

—¿Podrías pasarme la toalla…?

Traté de recordar los acontecimientos de la novela mientras estaba sentada en un banco cerca de la fuente de agua y con la barbilla apoyada en mi mano haciendo una mueca.

Fue entonces cuando oí una voz grave cerca de mí.

—Disculpe, señorita con cabello castaño.

—¿Yo…?

Entonces levanté la cabeza y miré a mi alrededor. Había una toalla cubierta de arena a mis pies.

Estaba sentada con el vestido arremangado, así que, si un caballero se hubiera arrodillado frente a mí para recoger la toalla, habría sido una escena extraña. Este caballero debió preverlo, ya que me pidió con cuidado que recogiera la toalla por él.

Tras recogerla y quitarle el polvo, se la entregué.

—La arena no sale del todo. No debería usar esto para limpiarse la cara.

—Da igual…

El caballero de cabello gris corto estaba empapado de sudor. Sin dudarlo, se secó la cara con la toalla que recibió.

A diferencia de un caballero que entrenaba bajo el sol todos los días, su piel era tan pálida que parecía translúcida y hermosa. Su rostro cubierto de arena era terso, por lo que no se veía tan masculino…

—¿Eh?

Espera. ¡Espera! ¡Ya sé quién es!

—¿Qué pasa? —me preguntó en voz baja.

La primera persona en la que pensé fue Federica. Entonces… Federica, tú… ¿quieres darle a este caballero el pañuelo bordado?

—Oh, no. Nada… —negué con la cabeza y agarré con fuerza el dobladillo de mi delantal.

Bajo el corto cabello gris que le cubría un poco la nuca, sus ojos grises oscuros me miraron con sospecha. Aun así, no dijo nada más.

El caballero franco regresó a la fuente, mojó la toalla, se la puso sobre la cabeza y se dejó caer a mi lado.

Cuando me aparté un poco para darle más espacio, levantó la mano para detenerme. Se quedó en silencio. Miré de un lado a otro, nerviosa, y, luego, entablé una conversación con él.

—Hoy hace calor…

Se limitó a mirarme sin decir nada. Oh, qué incómodo. Me rasqué la mejilla. Federica, tal vez deberías olvidarte de él. 

Su apariencia era de lejos estupenda. El único caballero de piel clara entre sus compañeros bronceados por el sol, con un cuerpo delgado y habilidades extraordinarias.

Sin embargo, estaba segura de que este caballero de pelo gris, Liliana, no estaría interesado en una chica…

Seguía sudando demasiado porque sabía que, aunque aún no era el momento, se convertiría en uno de los personajes secundarios más importantes.

Después de que Leandro fuera abandonado por Eleonora y se encontrara en un callejón sin salida, ella masacró a los soldados en la sala del trono junto con varios nobles. La escena fue tan impactante que el protagonista masculino, Diego, la llamó “máquina de matar” luego a que luchara hasta la muerte y fuera apuñalada en la garganta por una lanza.

Así que Lily es uno de los caballeros que se entrena en la residencia del duque. Parecía ser demasiado leal a Leandro para un personaje que aparecía en medio de la trama.

Cuando vi que su mirada seguía a Leandro, que empuñaba la espada de madera, creo que me di cuenta de por qué. Cuando Leandro perdió la concentración y cometió un error, Lily suspiró con pesar.

—Es una persona increíble.

—¿Perdón?

—Vi al joven maestro una vez de lejos cuando era niño. Incluso cuando se lo llevaban después de sus convulsiones, intentaba calmar a los adultos diciendo que estaba bien, todo para aliviar sus preocupaciones.

¿En serio? ¿Leandro hacía eso? Todo lo que le he visto hacer es lanzar candelabros y ataques. ¿Cuándo fue eso?

Aunque no pregunté, Lily continuó contándome la razón por la que decidió ofrecer su espada a Leandro. Y yo escuché en silencio.

Federica, creí que habías dicho que el caballero de cabello gris era callado…, pensé.

—¿Estoy hablando demasiado? —preguntó, como si pudiera leer mi mente.

—No, no.

—Señorita, sé quién es. Ha estado cuidando al joven maestro desde que estaba enfermo. La vi a usted y al joven maestro hablando cuando pasaba por la propiedad.

—Intento no hablar con él afuera, pero el señorito no dejaba de hablarme, así que no tuve más remedio que…

—No estoy diciendo que haya hecho algo malo.

Ante sus palabras, levanté la cabeza.

Este último tiempo lo había estado pasando mal porque Leandro mostraba un interés excesivo por mí, una humilde doncella. Sé que compartimos algo especial, porque fui la persona que rompió la maldición, sin embargo, los demás sirvientes que no lo sabían nos miraban con desconfianza cuando hablábamos como si el muro de clases sociales no existiera entre nosotros. Así que creía que Lily también pensaba en mí de esa manera. Pero en realidad me agradeció con una expresión tranquila.

—Considero que fue gracias a usted que el joven maestro pudo levantarse de su cama, ya que se recuperó tan rápido solo después de tenerla a su lado.

Oh, no. Eso es un secreto.

—Oh, Dios mío. No hice mucho. El joven maestro ya estaba mejorando poco a poco. Por fortuna, se recuperó por completo.

—Lo dudo.

Miré la nariz afilada y el fino perfil de Lily. Exudaba una belleza natural y de género neutral gracias a su cabello corto. Como es alta y usa un traje de entrenamiento holgado, no es de extrañar que la confundieran con un hombre.

Por otro lado, podía ver por qué Federica se enamoró de ella. Los caballeros musculosos que daban vueltas por el campo de entrenamiento tenían sus encantos, pero esta mujer, con su piel translúcida que dejaba entrever un poco sus venas, era singular.

—¿Por qué me mira así?

—Oh, porque es muy guapa.

—¿Guapa…?

—Sí.

Frunció el ceño.

—¿Sabía que era una mujer?

—Me di cuenta enseguida.

—No trataba de ocultarlo, pero las sirvientas a veces me muestran afecto.

Ante sus palabras, me eché a reír. ¿Y si Lily hubiera nacido hombre? Si no lo hubiera sabido, también me habría enamorado de ella.

Me miró de forma hosca y, luego, esbozó también una leve sonrisa.

—No sé por qué se ríe.

—Entonces, ¿por qué sonríe?

—Porque se está riendo.

Saqué mi pañuelo y se lo entregué. No podía soportar ver la arena seca por toda su cara.

—Esta no es una confesión de amor.

—Lo sé.

Tomó mi pañuelo y se limpió la cara. Apoyé la barbilla en mi mano y seguí sonriendo mientras la observaba.

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