Sin madurar – Capítulo 22: Creciendo (6)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Cuando el sol estaba a punto de ponerse, el mundo entero se volvió naranja. Unas sombras largas se acercaron al banco en el que estábamos sentadas.

—J-Joven maestro. ¡Joven maestro, por favor concéntrese en su espada…! —rogó el instructor de esgrima, secándose el sudor de la frente.

Leandro blandía su espada de madera mientras nos miraba a Lily y a mí. Empuñaba el arma con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.

—Terminemos la lección de hoy aquí.

—¿Qué…?

Era una situación poco común en la que el alumno daba por terminada la clase. Leandro tiró con brusquedad la espada de madera que sostenía con firmeza y comenzó a alejarse.

El instructor parecía abatido mientras recogía la espada. Por desgracia, no podía consolarlo porque Leandro, tras dar unos pasos, se volvió y fulminó a Lily con la mirada. Desconcertada al verlo actuando de esa manera por primera vez, Lily me preguntó:

—¿Qué está haciendo?

—No estoy segura… Pero creo que también debería irme.

—Oh, entonces lavaré su pañuelo y se lo devolveré.

—Puede devolvérmelo ahora. Trabajo en la lavandería.

—No, lo lavaré yo.

—Si insiste.

—Señorita, ¿cómo se llama?

—Evelina.

—¿Dónde puedo verla…?

—¡Date prisa!

El grito de Leandro cortó con violencia las últimas palabras de Lily. El chico me hizo una seña, así que me levanté un poco el dobladillo de la falda, le hice una reverencia al caballero y, luego, seguí a Leandro.

♦ ♦ ♦

—Hace calor.

A pesar de que fue él mismo quien concluyó su clase y se marchó con indiferencia, me pidió de manera descarada que le preparara un baño. El chico quería lavarse porque estaba empapado en sudor, como si lloviera, debido al buen tiempo que hacía fuera. Mientras Leandro subía a su habitación, fui al baño y llené la bañera con agua fría.

Antes solía echar hierbas verdes. Por aquel entonces, él estaba en los huesos, y se negaba a que lo tocara. Ha crecido mucho desde entonces.

Me senté en el borde de la tina y removí el agua. Estaba medio llena y a la temperatura adecuada. Cerré el grifo, y cuando estaba a punto de llamar a Leandro, este abrió la puerta del baño y entró dando zancadas. Se metió en la bañera, con la toalla alrededor de la cintura.

Apoyó los brazos en los laterales e inclinó la cabeza hacia atrás de a poco. Cogí una pastilla de jabón de la esquina, y lo examiné de arriba a abajo.

Siempre lo había considerado un niño enfermizo, pero los ejercicios diarios debían estar funcionando. Porque empezaba a ganar músculo poco a poco y su cuerpo se tonificaba.

—Hace tiempo que no lo baño.

Solté una risita mientras hacía pompas de jabón en mis manos. Luego, me acerqué a él para frotarle la espalda. Cuando mis manos tocaron su piel, su cuerpo se puso rígido como si se hubiera sorprendido.

—¿Me vas a bañar?

—Por supuesto.

—Está bien.

—¿N-No quiere que lo haga?

Mi bebé ha crecido… Ya ni siquiera necesita mi ayuda… 

Aunque estaba un poco triste, Leandro evitó mi mirada y tomó el jabón.

—Ahora puedo hacerlo por mí mismo.

—Vale…

—¿Cuánto tiempo vas a tratarme como un niño?

—¿Toda su vida…?

—No puedo aceptarlo —dijo con frialdad.

Evie está un poco triste, Leandro… Pasé todo este tiempo criándote y ahora no me dejas ni tocarte.

Leandro incluso me quitó las burbujas de jabón de las manos. Después de lavarme las manos en la bañera, me agaché junto a ella. Al verme sentada, me preguntó:

—¿Qué estás haciendo? Tienes que lavarme el pelo.

—¡Sí, señor!

—¿Sabías que a veces te comportas más como un niño que yo?

—¡No!

—Mírate.

Mojé el cabello negro de Leandro. Cuando eché hacia atrás el flequillo que cubría un poco los ojos del chico, sus fríos iris azules quedaron expuestos. Quizás debido a sus oscuras pestañas, el contorno de sus ojos se veía igual de oscuro.

—Evelina, ¿cuántos años tienes?

—Dieciocho.

En realidad tenía veintitantos años, pero ya me estaba acostumbrando a este cuerpo. Disfrutaba de la juventud de una chica de dieciocho años.

—Eres una adulta.

—Así es. ¿Por qué pregunta?

—Por nada en particular. No escuchaste nada de nadie a tu alrededor, ¿verdad?

—¿Sobre qué?

—Oh, nada.

Volví a preguntar, sin embargo, Leandro frunció los labios. Tras eso, no dijo nada más. Luego, miró el techo como si estuviera reflexionando sobre algo.

—¿Irá directo al dormitorio? Le traeré su bata.

Regresé con la bata azul marino que colgaba en la pared. Después de que se secara con una toalla gruesa, metió los brazos en el albornoz mientras lo sujetaba por detrás.

Cuando por fin me di la vuelta, se quitó la toalla de la cintura y se ató la bata. Lo seguí hasta el dormitorio.

—Deja la ropa en mi cama.

—¿La pongo ahí y me voy?

—No cenaré.

—¿Todavía le duele la barriga?

—Sí.

El agua goteaba del cabello aún húmedo de Leandro. Le preparé unas prendas cómodas y las dejé en el borde de la cama. Luego, me despedí de él que estaba sentado en el sofá. Pero cuando estaba girando el pomo de la puerta para salir de la habitación, se acercó y cerró de nuevo la puerta con la mano.

Su aroma fresco inundó mis fosas nasales cuando respiré hondo.

—¿Joven maestro?

Incluso después de llamarle siguió de pie con la mano bloqueando la puerta, así que estaba atrapada entre Leandro y la puerta, sin poder salir.

—¿Joven maestro…?

A medida que se ponía el sol, la habitación se oscurecía porque no había velas encendidas. Sus oscuros ojos azul marino se acercaron a mí con lentitud. Estábamos tan cerca que nuestras narices casi se tocaban. Era como si estuviera en los brazos de Leandro.

¿Cuándo creció tanto? De manera curiosa, el rostro juvenil del chico armonizaba con los músculos firmes de su pecho que quedaban expuestos a través de la abertura de su bata. Era de una extraña belleza que, aunque lo viera todos los días, nunca podría acostumbrarme.

Frunció sus labios rojos y brillantes, y luego enterró su cabeza húmeda en mi hombro. Gotas de agua cayeron sobre mi blusa blanca. Leandro frotó sus mejillas en mi ropa ajustada.

—¿Te gustan los chicos lindos como ese?

—¿Qué?

—Estabas sonriendo toda contenta antes en el campo de entrenamiento. Con ese bastardo de piel clara.

—Oh, en realidad es una mujer.

—¿Qué?

Cuando estaba bajando la cabeza para mirarlo, él de repente levantó la suya y se golpeó con mi barbilla. Me froté la barbilla adolorida. Leandro también se frotó la frente y parpadeó.

—No es de extrañar que… parezca pequeña para ser un caballero.

—Y le gusta mucho. Nos hicimos amigas hablando de usted.

—Entonces deberías haber dicho eso… Pensé que…

—¿Pensó qué?

—Nada.

—Termine su frase.

—He oído que los plebeyos suelen prepararse para el matrimonio en cuanto llegan a la edad adulta —dijo mientras exhalaba un pequeño suspiro y bajaba sus largas pestañas, abatido—. ¿Alguien ya te ha pedido la mano?

—No.

—¿De verdad…? ¿Estás segura?

—No puede ser… Joven maestro, ¿es por eso que de repente se ha quedado tan callado?

—Sí…

—Señorito…

—¿Qué…?

Agachó la cabeza como si se sintiera avergonzado por lo que había dicho. Su piel era tan pálida que noté que su nuca se había puesto roja. Intenté contener la risa, pero no fue fácil.

—Joven maestro, ¿le preocupaba que me casara y lo dejara?

Permaneció en silencio.

—Después de todo, ¿quién más jugaría con usted todo el día como lo hago yo?

—No, no es eso…

Intentó poner excusas, sin embargo, tal vez porque no se le ocurría ninguna, se quedó callado. Al final me reí a carcajadas e intenté hacer contacto visual con el chico. Pero siguió moviendo los ojos de un lado a otro, tratando de evitar mi mirada.

—Míreme.

—No…

—No se preocupe, señor. No lo dejaré. —Dejé de reírme y hablé en tono serio. Pocas veces lo hacía.

¿Por qué crees que terminé en esta novela? Por ti. Porque me sentí tan triste y apenada por ti. Así que ¿cómo podría dejarte y encontrar mi propio camino?

—¿De verdad…?

—Por supuesto.

—Te creo.

—Sí, por favor, hágalo.

Cogí las manos callosas del chico mientras declaraba aquello. Sus ojos azules húmedos me capturaron. Miré atenta a Leandro con expresión seria.

Estaba ansioso. Temía que nos distanciáramos porque no pasábamos tanto tiempo juntos como antes.

El mundo del chico seguía siendo pequeño. Una vez levantada la maldición, el mundo de Leandro se fue ampliando poco a poco. Sin embargo, todavía no quería dejar entrar a nadie más en su corazón.

A pesar de que comía con sus padres una vez a la semana, estudiaba todos los días sin descanso y se reunía con innumerables personas, seguía sin intentar acercarse a nadie.

Yo era la única en su mundo. Solo yo.

Aunque Leandro me rechazó al principio, atravesé su barrera e irrumpí en él. Me costó mucho esfuerzo. Se resistió, pero entré a la fuerza sin vacilar. Los esfuerzos dieron sus frutos.

Leandro ahora dependía mucho de mí y la mayor parte del tiempo escuchaba lo que yo decía. Destruí la fuente de la maldición del chico y lo liberé, y, a cambio, él me abrió su corazón.

Todavía no estaba acostumbrado a compartir sus pensamientos con la gente. Cada vez que me miraba bromeando y riendo con las doncellas, parecía dolido porque pensaba que yo era solo suya. Era peor cuando hacía lo mismo con los hombres. Así que, también esta vez, reaccionó así pensando que Lily era un hombre.

Sacó conclusiones precipitadas.

Pero los días de actuar como un niño pronto terminarían. Leandro estaba creciendo y aunque no quisiera, tenía que ampliar sus relaciones.

A la temprana edad de 17 años, heredaría el ducado. Pronto llegará el momento en que tendrá que dejar de perder el tiempo con una doncella o de visitarla tanto en el trabajo.

Para prepararlo para ese día, le pregunté:

—Joven maestro, ¿no tiene amigos?

Sin tener en cuenta cuánto había crecido, el chico enterró su cara en mi hombro y se apoyó en mí. Negó con la cabeza sin decir nada.

—No puede estar siempre conmigo.

—Acabas de decir que no me dejarías…

—Por supuesto que no lo haré, pero no puede jugar a las casitas conmigo para siempre.

—¿Por qué no? Me gusta.

—Pero no puede.

—Lo quiero. No importa hasta cuándo… mientras esté contigo.

—Lo que dice es problemático.

—No importa.

Era testarudo. Suspiré, y le di palmaditas en la espalda, mientras lo abrazaba por la cintura. Ya era mayor y, aún así, seguía comportándose como un niño.

Lento pero seguro está bien. Todavía no escucha una palabra de lo que digo, pero estoy segura de que algún día lo entenderá. Porque no podemos permanecer en nuestro pequeño mundo para siempre.

Una respuesta en “Sin madurar – Capítulo 22: Creciendo (6)”

  1. Que lindo 🙃, este capituló me gusto. Aunque es chistoso que las protagonistas que son adultas no se den cuenta cuando alguien tiene celos románticos.

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