Traducido por Den
Editado por Lucy
Pasó el otoño y llegó el invierno. En la región del norte, los veranos y otoños eran cortos, por lo que los largos inviernos empezaban pronto.
Desde el día de Año Nuevo pude sentir el frío en los huesos. La punta de mi nariz se congelaba. Tenía que llevar al menos tres capas de medias bajo la gruesa falda de lana. Era una suerte que pudiera trabajar en la residencia de este duque rico. Porque se aseguraba de que todos sus sirvientes estuviéramos bien atendidos.
Mientras tanto, Leandro siguió creciendo y pronto alcanzó la estatura media de los hombres del imperio. Yo ya era adulta y no podía crecer más, así que seguía mirándolo desde la misma altura, mientras que él comenzó a hacerlo desde una posición más alta.
Tenía quince años. Su apariencia de niño estaba cambiando: la línea de su mandíbula se volvió más definida y sus hombros se ensancharon. Continuaba entrenando con la espada incluso en invierno, por lo que sus largos dedos ganaron músculo y las palmas de sus manos se llenaron de callos. Su voz grave se hizo aún más grave. Había llegado a la pubertad.
Y sus grandes ojos se curvaban más a menudo. Reía y sonreía más que antes.
Sin embargo, todavía estaba resentido con sus padres, se negaba a leer las cartas de sus compañeros y vivía casi sin relacionarse con otras personas. Aun así, su sonrisa era cada vez más bella. A veces enterraba su rostro en mi cuello, frotaba sus mejillas como un animal salvaje, y balbuceaba:
—Solo te necesito a ti.
«Todavía le queda un largo camino por recorrer…»
Empezaba a verse como un adulto por fuera, pero no lo era tanto por dentro. También ya casi nunca hacía berrinches, no obstante, cuando pasaba demasiado tiempo con mis compañeras, aparecía y expresaba sin reservas su disgusto.
Esos días pacíficos continuaron… hasta que llegó el día.
Estaba ordenando la ropa nueva que Leandro había recibido de la boutique. Las tiendas más populares dentro de los muros de la ciudad ya comenzaban a enviar su nueva colección de primavera a las familias nobles.
«Nunca había recibido un regalo como este…»
Circulaban muchos rumores sobre el heredero del duque Bellavitti, que era uno de los nobles de rango más alto del imperio. Los rumores se avivaban más porque Leandro nunca salía de la propiedad. Rumores como: «He oído que parece un ángel… No, dicen que su verdadero ser es espantoso…, que sigue teniendo un temperamento horrible y que echa a innumerables sirvientes…»
—Y esa son la clase de rumores que circulan. ¿No le preocupa?
—Me trae sin cuidado. Que digan lo que quieran.
—¿Y si visita la ciudad imperial?
«Y tal vez también conoce a Eleonora, para comprobar si hay química».
Le pregunté a Leandro, que apoyaba la barbilla en una mano. Arrugaba las cartas bordadas de forma espléndida en tinta dorada y las arrojaba a la chimenea sin abrirlas, mientras comentaba que eran la leña perfecta.
—¿Para qué?
Ante su respuesta, guardé silencio y me centré en doblar sus camisas. El emperador ya debe haber oído de Leandro y debe haberlo invitado al palacio. Sin embargo, Leandro nunca lo ha mencionado.
«¿Por qué demonios se queda en casa todo el día y toda la noche si no le pasa nada?»
—¿Han rociado el papel con perfume o algo por el estilo? El olor es muy fuerte.
—Ah, también lo huelo. Es muy fuerte.
Con el brazo lleno de cartas, que quemaba con cuidado, cogió una con el pulgar y el índice, como si utilizara unas pinzas. Luego, arrugó sus cejas arqueadas y pobladas, y la echó al fuego.
Terminé de organizar el resto de la ropa y abrí la ventana. El viento invernal aspiró el fuerte aroma del perfume que impregnaba la habitación.
Me sorbí la nariz ante el viento helado que soplaba. Leandro tiritaba sentado cerca de la chimenea, por lo que me dijo que cerrara rápido la ventana.
«Para una persona con una temperatura corporal tan alta, ¿ni siquiera puede soportar este frío?»
Castañeé los dientes y me metí las manos heladas en el vestido. En breve iba a cerrar la ventana, por lo que me quedé de pie junto al alféizar.
Pero, entonces, Leandro cogió una manta gruesa del sofá y se acercó por detrás. La desdobló y me cubrió los hombros.
—No debería hacer esas cosas por una sirvienta.
—A quién le importa. ¿Las mucamas no sienten frío? ¿Están hechas de acero?
—No me refiero a eso. Debería usarla usted. ¿Y si se resfría?
—Creo que es más probable que te refieres tú que yo.
Tiró de la cuerda que colgaba de la manta. Como resultado, parecía un saco bien envuelto.
Contemplamos absortos el hermoso paisaje creado por la nieve blanca que se acumulaba poco a poco.
Entonces, me entregó una taza de chocolate caliente. A Leandro no le gustaban las cosas dulces, pero a veces traía dulces a su habitación y me los daba. Cuando los rechazaba diciendo que no quería engordar ponía una cara triste. Era como si supiera que mi punto débil eran sus miradas.
—¿Quién es?
Fuera del anexo, un sirviente se dirigía a toda prisa hacia el edificio, dejando huellas en la nieve.
—¿Cuál es la urgencia para que se esté tropezando de esa forma en la nieve?
—No soy telepático.
—Dios, qué de… Lo sé.
Lo miré de reojo mientras decía tonterías y, luego, cerré la ventana. Me quité la manta, la puse en el sofá y abrí la puerta del dormitorio. El criado, que respiraba con dificultad, gritó en cuanto vio a Leandro:
—¡El duque…!
Eso fue todo lo que necesité oír para saber lo que iba a decir.
♦ ♦ ♦
«Obituario [1]».
La noticia que trajo el sirviente, que sudaba demasiado en pleno invierno, era ni más ni menos acerca del fallecimiento del padre de Leandro.
Sí, ocurría por estas fechas. No conocía con exactitud cuándo, pero sí que sucedería pronto.
Todos sabían que el duque se había ido de viaje con su amante bajo el pretexto de visitar el ducado. Usaba esa excusa a menudo.
Fue entonces cuando se produjo el accidente.
En una carretera con hielo, el carruaje de cuatro ruedas del duque volcó y cayó por un precipicio. Todos los que iban a bordo murieron en el acto. Nadie sobrevivió.
Los caballeros que escoltaban el carruaje dijeron que no pudieron hacer nada. Así que galoparon de inmediato hacia el pueblo más cercano para comunicar la noticia.
«Incluso para alguien como yo, que no estoy relacionada de manera directa con el duque, es una noticia inquietante. Me pregunto cuán impactante es para Leandro».
Lo miré de reojo y mantuve los labios cerrados. No podía atreverme a decir nada, así que guardé silencio. Sabía que el duque moriría en un accidente de carruaje, sin embargo, me dejó en shock escuchar el mensaje de manera tan vívida.
Esto podría ser demasiado difícil de soportar para un chico de quince años. Observé ausente a Leandro, que tenía la mirada fija en el sirviente.
«Me pregunto qué estará pasando detrás de esos ojos claros como el mármol».
♦ ♦ ♦
El cuerpo estaba tan herido que era casi imposible identificar su rostro. El duque fue incinerado de inmediato en la escena del accidente, y sus cenizas regresaron a la finca.
El hecho indignante de que el duque con una posición alta muriera mientras disfrutaba de una cita secreta con su amante debería haber rebajado su prestigio. Por supuesto, los nobles que acudieron al funeral no lo señalaron sin reservas, sino que cotillearon entre ellos.
La duquesa se presentó con su brillante cabello dorado oculto bajo un pequeño sombrero funerario con velo. Al ver que no derramaba ni una sola lágrima, las otras damas que amaban en secreto al alguna vez apuesto duque se estremecieron indignadas.
«Acaba de perder a un marido que nunca la anheló y que murió durante un viaje con su amante. Estoy segura de que preferiría sonreír a llorar», pensé mientras escuchaba a las aristócratas chismosas.
Aunque se les preparó de manera exclusiva una sala, seguían estando en la residencia del duque. «¿Cómo se atreven a insultar de manera tan abierta a la señora de la casa frente a sus sirvientes?». No sentía ninguna lealtad por la pareja ducal, no obstante, esto no estaba bien.
Cuando miré hacia otro lado, vi que las sirvientas que cambiaban los jarrones conmigo rechinaban los dientes. No podían atreverse a mirar a los ojos a estas personas de alto rango, así que mantenían la mirada agachada mientras temblaban furiosas.
—De verdad que ya no… ya no puedo seguir escuchándolas —me susurró una de las mucamas mientras se retiraba con una taza vacía en una bandeja. Asentí con la cabeza.
Algunas sirvientas sollozaban con lágrimas en los ojos. Lloraban con lamento mientras llamaban al padre de Leandro, que ya no estaba aquí.
No podía sentirme de la misma manera que ellas, dado que en verdad nunca había pasado mucho tiempo en el edificio principal. Se quedaba en la residencia como mucho dos meses al año. «¿Cómo pueden estar tan tristes por la pérdida de alguien que rara vez aparecía por aquí?»
—¿Por qué no vas a tu habitación a descansar un poco? Pareces estar a punto de colapsar —le sugerí a una de las doncellas que estaba a mi lado, y seguí a otras que dijeron que necesitaban ayuda extra. Estaban organizando las pertenencias del duque.
Las ayudé a retirar el retrato de la persona que parecía una réplica exacta de Leandro. Tal vez por influencia de la melancolía de las chicas, también trasladaba las posesiones con una actitud solemne.
Estaba más preocupada por Leandro que por este personaje secundario que abandonó la historia incluso antes que en la trama principal. Leandro no tenía un vínculo fuerte con él, pero el duque seguía siendo de su sangre. «¿Leandro llora su muerte?»
El repentino funeral volvió activa la residencia, y yo también estaba ocupada yendo de un lado para otro ante las instrucciones de mis superiores. No tuve la oportunidad de verlo. Había demasiada gente que buscaba una audiencia con el último descendiente de la familia, por lo que parecía estar ocupado recibiendo a los dolientes.
Cuando mis superiores me liberaron, me retiré de la habitación del duque. Me agarré de la barandilla y bajé despacio las escaleras. En ese momento oí la voz grave de Leandro resonar en el pasillo al final de la escalera. Una pared me impedía ver con quién hablaba.
—Mi más sentido pésame. Lamento mucho su pérdida.
—Gracias por venir…
—En absoluto —respondió con voz ronca la persona que se encontraba frente a Leandro. Por lo que pude oír, supe que no era muy mayor.
Cuando llegué al final de la escalera hice contacto visual con Leandro, que de repente había volteado la cabeza. «¿Hice mucho ruido al bajar por las escaleras?». Hice una torpe reverencia ante el chico.
Leandro me miró y curvó los labios. Pero antes de que pudiera decir nada, sacudí la cabeza. Ahora se encontraba entre las diez figuras con el rango más alto del imperio. Además, estaba utilizando honoríficos con esta persona. Nunca podría interrumpir o interferir en su conversación con semejante individuo.
—Sin embargo…
Una mano con un guante blanco apareció de la nada. Luego, la persona oculta tras la pared se mostró. Era un joven de cabello castaño rojizo.
Jadeé, sorprendida por el aura brillante del hombre.
Pero fue solo por un momento. Tan pronto como me di cuenta de quién era el sujeto de ojos dorados brillante que agarraba la muñeca de Leandro, casi grité.
Me tapé la boca con las manos y me escondí en el hueco detrás de la escalera. Decidí observar lo que sucedía a continuación.
El primer encuentro entre el protagonista masculino y el protagonista secundario de la historia original estaba en marcha. No podía perderme este raro y preciado momento.
[1] Un obituario es una noticia comentada acerca de una persona muerta hace poco tiempo.