Sin madurar – Capítulo 62: El destino cambiado (12)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Cuando terminamos el plato principal, los sirvientes trajeron una bandeja con varios trozos de pastel. Sonreí sin darme cuenta al ver los exquisitos postres.

Entonces Leandro, a quien no le gustaban los dulces, me miró y también sonrió.

—No puede seducirme así. Es injusto.

—¿Qué?

—Casi me enamoro de usted.

—Por favor, eso espero —sonrió con alegría.

Cogí una cucharilla. No sabía qué probar primero. Era un problema alegre.

Dudé un momento con la cuchara en la boca y luego me metí un trozo de panna cotta[1] cubierta de arándanos. Él se quedó mirándome con la mano en la barbilla.

Después de comer todo el pastel que quise, me acompañó de regreso a la habitación. Luego se fue directo a la oficina. Podría haberse tomado un día libre tras el largo viaje, pero como cabeza de una familia aristocrática, no podía permitirse ese lujo.

—Madre mía. Podría vivir años si solo vendiera esto —murmuré mientras jugueteaba con la joya que adornaba la columna de la cama.

La enorme cama no se comparaba con las de las habitaciones de las doncellas, que compartían varias personas a la vez.

Gracias a los trucos de Leandro con el dinero, elevó mi estatus al de un noble. Pero todavía no lo procesaba del todo, a juzgar por cómo seguía admirando el toldo de tela de alta calidad mientras me preguntaba cuánto valdría cada joya. Como él había dicho, me había convertido en una sirvienta hasta la médula.

No sé cómo acabará mi relación con él, pero no puedo seguir así si voy a estar a su lado… ¿Me acostumbraré con el tiempo?

Me tumbé en la cama y suspiré. Luego me quité el vestido. En ropa interior, me metí bajo la sábana blanca y cerré los ojos.

♦ ♦ ♦

Apenas vi a Leandro durante los cuatro días que pasé en la residencia. Me senté en el balcón y tomé té mientras disfrutaba de la fresca brisa veraniega. La mucama que estaba a mi lado me hizo una sugerencia, creyendo que estaba aburrida.

—Creo que Su Excelencia se está tomando un descanso del trabajo en este momento. ¿Le gustaría ir a verle?

—Ah, no. Seguro que sigue ocupado.

Negué con la cabeza.

Echaba de menos su atractivo rostro, pero no podía interrumpirlo durante el trabajo. Después de todo, yo era la razón por la que se le acumulaba.

—He oído que mañana irán a la ciudad imperial.

—Solo dije que quería ver el festival, pero Su Excelencia dijo que mejor fuéramos a la ciudad imperial para eso.

La doncella asintió y sonrió.

—Suena estupendo.

Terminé el té mientras charlaba con ella. Luego me levanté de la silla y me acerqué a la barandilla del patio. Algo me llamó la atención. El enorme jardín solía estar lleno de rosas rojas, pero ahora parecía diferente. Había diferentes tipos de flores. Y, en el centro, había un invernadero en forma de cúpula opaca.

Eso es nuevo.

—¿Qué es eso?

Señalé el invernadero.

—Tampoco estoy segura —respondió, ladeando la cabeza—. Estaba en construcción cuando me contrataron. He oído que Su Excelencia lo construyó para albergar flores del sur.

—Ya veo.

Como no me importaban mucho las flores, perdí el interés. Me acerqué a la mesa y cogí una galleta. Mientras le daba un mordisco, levanté la cabeza.

—Por cierto… ¿cómo te llamas?

—Serena, señorita. Es un honor.

Incómoda por ser tratada como una noble, agité las manos.

—Dios, no tienes que…

Cuando estaba mirando por el balcón, vi a un sirviente alto que pasaba.

—¿Eh…?

Recordaba el rizado cabello castaño rojizo y la piel bronceada para ser norteño.

—¡Lorenzo! —lo llamé, antes de perderlo de vista.

Él, que llevaba una camisa blanca y un traje negro, se detuvo y volvió la cabeza. Sus ojos color ámbar se abrieron de par en par.

—¿E-Evie…? —dijo estupefacto.

—¡Lorenzo! Lorenzo, ¿eres tú? Vaya, ¡nunca imaginé que volvería a verte!

—Yo tampoco… Me enteré de que Su Excelencia había traído a un invitado distinguido, pero no sabía que serías tú…

No podía oírle muy bien porque estaba lejos. Me incliné todo lo que pude para oírle. Él me hizo una seña para que me detuviera.

—Quédate ahí. Ya voy.

Se precipitó escaleras arriba. El dobladillo de su camisa se agitaba y sus mejillas se levantaron cuando sonrió.

—Me costó reconocerte porque estás vestida así.

Emocionada, le hice señas para que se acercara.

—Ya sabes lo que dicen, la ropa es como las alas.

—Te queda muy bien.

Sintiéndome tímida, me agarré el dobladillo del vestido mientras se sacudía con el viento. Seguro que le resultaba extraño después de verme siempre con uniforme de sirvienta.

—Te ves increíble. Envidio a Su Excelencia.

—¿Por qué dices eso? Ahora me siento tan avergonzada que quiero esconderme.

Cuando giré la cara sonrojada, se echó a reír. Luego, por un momento, nos miramos el uno al otro. Aquellos ojos color ámbar no habían cambiado nada y me observaban con calidez.

—Sabía que algún día regresarías, Evie… Toda la finca se puso patas arribas después de tu partida.

Recordó el pasado.

Me encogí de hombros, sintiéndome un poco culpable.

—Lo siento.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Sé qué ha pasado mucho tiempo… pero lo siento… por irme sin ti.

Lorenzo me miró con dulzura. No dijo nada, así que me toqué el vestido nerviosa.

—Mentiría si dijera que no me importó —dijo, tras una breve pausa—. Pero ha pasado mucho tiempo desde entonces… Hmm, y era unilateral. No te guardo rencor por ello —sonrió, curvando los ojos.

¿Por qué dejé atrás a un hombre tan bueno?, me cuestioné.

—Gracias por comprenderlo —respondí.

—Y no te disculpes. Ya estoy bien.

—Vale… No lo haré.

Entonces y ahora mi elección seguía siendo Leandro. Si me hubiera ido con Lorenzo, podría haber empezado de nuevo, pero lo había rechazado. Lo llamé porque era genial volver a verlo. Pero hablar de lo que había ocurrido en el pasado era tan incómodo que se me secó la boca.

—Dije que está bien. Puedes dejar de parecer como si quisieras llorar —me pellizcó la nariz.

—Ay.

Fingí que dolió.

Él retrocedió y prosiguió:

—Si te arrepientes de lo que hiciste, al menos un poco, con eso me basta. Ah, y, por supuesto, sigo yendo de un lado para otro, soltero, gracias a ti. Si alguna vez Su Excelencia te molesta, siempre estaré aquí esperándote.

—Lorenzo… Ese es el lado tuyo que…

—¿Qué pasa con ese lado de él? —preguntó la fría voz de Leandro tras abrirse la puerta de un portazo.

Pensé que estaba ocupado, encerrado en su oficina. ¿Cuándo llegó?

Milord —lo saludó Lorenzo.

Ni siquiera fingió oírle.

—Dilo —me exigió con el ceño fruncido. Hizo un gesto con la cabeza mientras se apoyaba en la pared con los brazos cruzados.

Pero por su mirada sabía que en realidad no quería que continuara. Los ojos de Leandro parecían rabiosos. Guardé silencio, jugueteé con mi pelo y fingí no darme cuenta. Entonces clavó su mirada penetrante en Lorenzo.

—Creo que debería irme —se rió incómodo—. Tengo mucho trabajo que hacer.

—Pareces bastante relajado para estar tan ocupado.

—Ja, ja. No, milord.

—Si te vuelvo a ver cerca de aquí, estás despedido.

—Siempre dice eso y, aun así, sigo por aquí.

—Cállate y vete.

—Evie, te veo luego.

—¿Quién te dijo que te despidieras?

—Ja, ja.

Tras la partida de Lorenzo, me quedé sola recibiendo toda la ira de Leandro. A trompicones, me senté en la silla y miré alrededor, incómoda. Se acercó a mí y suspiró.

—No puedo bajar la guardia ni en mi propia casa.

—No entiendo…

—Dejar de fingir ignorancia. Qué ridículo —resopló. Acercó una silla y se sentó a mi lado, pero se levantó de un salto y murmuró—: No tengo tiempo para esto. Aún tengo que revisar muchos documentos.

Miré las manos manchadas de tinta y sus ojos inyectados en sangre. Solo tenía diecinueve años, pero estaba hasta arriba de trabajo. En la historia original, se entretenía persiguiendo a Eleonora. Sin embargo, ahora mismo, no parecía tener tiempo para nada de eso.

—Pero supongo que haría daño tomarse un descanso… Escuché que me estabas buscando.

—La verdad es que no —lo interrumpí. Luego miré a Serena, que permanecía en silencio detrás de mí.

Me guiñó un ojo y me levantó el pulgar. No tenía ni idea de por qué parecía tan orgullosa. Sonreí ante la absurda escena y giré la cabeza.

Leandro siguió frunciendo el ceño mientras se quejaba.

—¿Te haría daño al menos decir que sí?

—Ah, Dios. Estaba deseando verlo como una loca.

—Olvídalo.

No sabía que las arrugas en su frente podían suavizarse. Como antes, era difícil seguir el ritmo a los cambios de humor de Leandro.

Acabo de darte la respuesta que querías oír, pero ¿por qué no estás contento?

Me preguntaba cómo podía apaciguar su enfado.

Leandro cogió una galleta de la cesta y la desmigajó, gruñón. Estaba a punto de agarrarle del dobladillo de la camisa y decirle algo, pero llamaron a la puerta.

—Alteza, ¿está usted dentro? —preguntó una voz.

Cuando Leandro respondió, la puerta se abrió. Apareció un sirviente con un sobre en la mano e hizo una reverencia ante Leandro.

—Estaba a punto de volver a la oficina. No tenías que venir hasta aquí.

—Le pido disculpas, Alteza.

—Adelántate primero. Estaré contigo enseguida.

—En realidad, la carta es para la señorita Evelina. Por eso estoy aquí.

Abrí los ojos como platos.

—¿Para mí?

El sirviente, agotado por el reproche de Leandro, rebuscó entre el fardo de cartas.

—Hmm… aquí está. La encontré.

Recibí la carta. Estaba sellada con un águila de ojos amarillos. Me resultaba familiar.

¿Quién más sabe que estoy aquí?, me pregunté.

—Es del palacio imperial…


[1] La panna cottaes un postre típico de la región italiana del Piamonte, que se suele adornar con mermeladas de frutas rojas. Recuerda al flan, pero su sabor es más lácteo con una textura más suave que el flan.

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