Traducido por Den
Editado por Lucy
Aunque lo miré fijo, Leandro se encogió de hombros y sonrió. Pero no dije nada porque tampoco quería quedarme sola en aquel lugar desconocido.
El sirviente del palacio pareció sorprendido por un momento, pero como trabajador del palacio imperial, inclinó con cortesía la cabeza.
—Ya hemos llegado. Esta es su habitación, signorina, y la de Su Excelencia es la de enfrente.
Y así, nos alojamos en una de las villas reales impregnadas del aroma de las rosas. Tras retirarse el sirviente del palacio, los criados que nos acompañaban con nuestro equipaje empezaron a deshacer las maletas y a ordenar nuestras cosas. Seguí a Leandro hasta el salón.
Él se sentó en el sofá.
—Descansemos aquí mientras desempacan nuestras cosas.
Lo imité y me senté frente a él.
—¿Quiere té? —preguntó una mucama.
No le respondió, seguro la estaba ignorando. En cambio, agarró un periódico de la mesa y lo abrió.
Ahora que lo pienso, siempre fue un poco imbécil.
Asentí a la doncella en su lugar.
—Que no sea muy amargo, por favor.
La sirvienta retrocedió y se retiró.
—Tengo hambre —dijo Leandro.
—Es hora de comer.
—¿No tienes hambre?
—Comí un montón de galletas en el carruaje, así que…
—Así que ¿no quieres comer?
—¿Cuándo he dicho que no quiero comer?
Se echó a reír. Luego hizo sonar la campana dorada que había junto a la pila de periódicos. Al cabo de poco, la sirvienta reapareció con una tetera y algunos refrigerios. Le dijo que nos preparara el almuerzo, y pronto nos dirigimos al comedor.
Ya era bastante tarde cuando terminamos el banquete del almuerzo. Mientras descansaba en mi habitación con el estómago lleno, empecé a dormitar. Estaba tumbada en la cama con los brazos y las piernas estiradas cuando él entró vestido con una camisa blanca que parecía cómoda.
—¿Quieres dar un paseo? Pareces aburrida.
—¡Vale! Deje que me cambie.
Serena, que estaba cerca, me oyó y sacó del vestidor un vestido suave que me llegaba por encima de los tobillos. Era mucho más cómodo que el que llevaba ahora.
Mientras me cambiaba, me esperaba en el sofá del dormitorio. Luego salimos.
—¡Hace un tiempo estupendo!
—Porque es verano.
—Hoy no trabaja, ¿verdad?
—Sí.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer mañana?
—Dijeron que el baile es mañana en la noche.
En un momento dado, se me acercó y me cogió de la mano. Cuando me quedé mirando la mano grande y cálida que envolvía la mía, tosió y giró la cabeza hacia otro lado.
¿Por qué siempre intenta cosas así sabiendo que se va a sentir avergonzado?, pensé. Entonces lo observé.
—¿Excelencia?
—¿Qué?
—¿Le da vergüenza?
Leandro desvió la vista.
—Tiene las orejas rojas —me reí.
—Deja de burlarte de mí.
—Pero es muy divertido…
Chasqueé la lengua con lamento.
Frunció el ceño y me miró.
—¿No deberías guardarte esos pensamientos para ti?
—Ah, supongo que revelé mis verdaderas intenciones otra vez. Por favor, olvide lo que dije.
—Dejar de decir cosas que no sientes.
—Okey.
Solté una risita.
Suspiró pero me dedicó una sonrisa. El rostro que me sonreía aunque me burlara de él no encajaba con el título de «el malvado segundo protagonista masculino» de la historia original.
Mientras charlabamos y caminábamos por los jardines de flores que conectaban con las distintas villas del palacio, oímos a lo lejos unas voces agudas de mujer. Leandro dejó de reír y enarcó una ceja ante el sonido.
—Parece que mi aviso no le llegó a la princesa. Le pido mis más sinceras disculpas.
—Está… bien. Por favor, avíseme un poco antes la próxima vez.
—Ah, ¿desea tomar el té con nosotras otra vez?
Más allá de un árbol gigante, a través de la puerta abierta de un invernadero, divisé a cinco o seis mujeres perdiendo el tiempo. Todas llevaban vestidos amarillos. Delante de ellas, había una mujer rubia con un vestido verde oscuro de espalda abierta.
—¿Princesa…? —sorprendida, miré a Leandro. Pero se dio la vuelta, como si no le interesara.
Por lo general lo habría seguido, pero me detuve en seco al oír el nombre de «princesa Eleonora». Me escondí detrás de un árbol grande y eché un vistazo dentro del invernadero.
—Princesa, si la hemos ofendido…
—No, no. Es solo que es la primera vez que esto sucede…
—También es la primera vez que establecemos un código de vestimenta. Así que destaca, princesa. Pero ¿no le gusta destacar?
Aunque no conocía la situación, enseguida me di cuenta de que la estaban excluyendo.
La mujer del vestido verde colocó las manos sobre el regazo y miró al suelo. Aun así, reconocí quién era por su pelo color miel, las pestañas largas y los labios rosa pálido.
¿Cómo no iba a reconocerla? Es la protagonista de la historia, «Eleonora».
Asomé el cuello por detrás del árbol para escuchar la conversación. Leandro regresó y me preguntó agachado:
—¿Qué haces? Vámonos.
Me examinó de arriba a abajo mientras las espiaba, luego soltó una risita.
—Vale, está bien. Vámonos.
—No tenía idea de que te interesara la alta sociedad.
—¿Y por qué me interesaría? Estaría cansadísima de todos esos juegos mentales.
—Las personas de alto estatus siempre están muy ocupadas tratando de humillar a los demás.
—Supongo que no tienen nada mejor que hacer.
—Podrían encerrarte por blasfemia por decir algo así.
—Estoy segura de que estaré bien porque estoy con usted.
Leandro me cogió la mano de nuevo.
—Sí, estarás bien. Puedes ir por ahí diciendo lo que quieras.
Mientras nos alejábamos, giré la cabeza y miré a Eleonora, por cuya mejilla se deslizaba una lágrima. La lágrima de la protagonista. No me sentí bien al verla.
Como la protagonista de una novela romántica, debería estar caminando entre rosas y siendo cuidada por el protagonista. ¿Qué estaba haciendo Diego en un momento así?
Sabía por qué Eleonora era objeto de ese acoso tan sutil. Debido a los recientes alborotos causados por los ambrosettianos, los nobles afectados descargaban su frustración contra la inocente Eleonora. En la historia original Leandro habría protegido a Eleonora, pero como el futuro había cambiado, de seguro nunca lo haría.
Mira lo desinteresado que se muestra Leandro. Es evidente que vio lo que le pasaba a Eleonora.
Leandro no sentía nada por ella. En la historia original, estaba destinado a enfrentar un destino trágico y solitario, así que era mejor de esta manera. Pero al verla soportando sola las adversidades, no pude evitar compadecerme.
Al darse cuenta de que había dejado de prestarle atención, Leandro frunció el ceño.
—¿En qué piensas? Tu expresión no deja de cambiar —se quejó.
En momentos así, me acordaba de cuando era un niño, cuando mascullaba y se quejaba con la mitad de su rostro deformado por la maldición. Y cuando recordé su rostro, antaño seco y lleno de cicatrices, recuperé la compostura.
El sufrimiento de Eleonora solo sería momentáneo. Pronto se desarrollaría la historia original. Diego se enamoraría de Eleonora y él estaría allí para cuidarla. Con eso en mente, ya no me sentía culpable al pensar que el sufrimiento de Eleonora era culpa mía. Lo único que quería era romper las cadenas del destino trágico de Leandro, y lo había conseguido.
—¿Por qué no respondes? —me preguntó mientras me apretaba la mano.
—¿Qué…?
Se detuvo frente a mí y me miró. Parecía un poco preocupado, pero al mismo tiempo molesto.
—Estoy justo delante de ti, pero tienes la cabeza en otra parte.
Su expresión y su voz eran serias.
—Usted es todo en lo que pienso, Excelencia.
—Mentirosa.
Es la verdad. ¿Por qué no me crees?
Cuando lo miré llena de confianza, Leandro desvió la mirada hacia un lado. Luego se hizo el silencio.
—¿Es verdad…?
Estaba ocupada mirando las flores del jardín así que respondí distraída.
—¿El qué?
—Dijiste que siempre piensas en mí. ¿Lo dices en serio? —preguntó Leandro sin rodeos.
—Ah, sí.
—¿Mm?
—¿Qué?
—Eso sonó muy poco sincero. Debe ser mentira.
—Vamos, Excelencia. Tenga algo de fe. De verdad no confía en mí en absoluto, ¿eh?
—Mira quién habla.
Era cierto que le había dicho a Leandro que siempre estaría a su lado y luego lo había dejado, así que me quedé callada un momento. Creía que ya lo habíamos superado, pero al parecer ese no era el caso. Me quedé en blanco, observando una rosa detrás de él.
El vacío entre nosotros duró tres años. Supongo que no recuperaré la confianza de Leandro con tanta facilidad. Solía estar tan orgullosa de ser la más cercana a él en el pasado, pero como la persona más cercana, le dejé la cicatriz más profunda en su corazón. ¿De verdad fui yo quien lo hizo temblar de ansiedad?
Leandro frunció los labios mientras observaba cada uno de mis movimientos.
—¿Deberíamos volver…?
—Vale…
Sintiéndonos incómodos, regresamos a la villa en silencio. De camino, Leandro no dejaba de mirarme mientras yo me limitaba a tener la vista fija en el suelo.
Dejó escapar un largo suspiro.
—Descansa un poco.
—Sí.
Hice una reverencia ante él en el pasillo enmoquetado de rojo. Leandro parecía disgustado, pero no dijo nada y solo me observó entrar a la habitación.
Dentro, la luz del sol teñida por el atardecer entraba a través de la enorme ventana de cristal. Cerré las cortinas y me tiré en la cama en camisola.
Era entrada la tarde, pero por alguna razón me sentía cansada. Quizás por el viaje en carruaje. Me quedé dormida mientras me decía que me levantaría para la hora de cenar.