Sin madurar – Capítulo 66: En la tormenta (4)

Traducido por Den

Editado por Lucy


—¿P-Por qué iba a odiarlo? —le pregunté.

—¿Te gusto o me odias? Decídete.

—Repito: ¿por qué lo odiaría?

—Esa no es una respuesta.

—Ya sabe la respuesta. No sé por qué pregunta.

—Esa tampoco es una respuesta.

—Vale, está bien… Me gusta. ¿Contento?

—¿Tú lo estarías? ¿De conseguir una respuesta forzada como esa?

—Entonces, ¿por qué demonios me lo pregunta?

Leandro dejó de hablar y se desabrochó algunos botones de la camisa. Me estremecí y retrocedí, pensando que me iba a atacar. Al mismo tiempo, admiré su pecho firme y blanco.

Pero se limitó a abanicarse con la mano en un intento de refrescarse. Entonces me encontró agazapada en un rincón y frunció el ceño con exasperación.

—¿Qué? ¿Creías que iba a atacarte?

—Era posible, ¿no?

—Si pudiera, lo habría hecho hace mucho tiempo.

—¿Cuándo?

—¿En serio tienes que preguntar por cada cosa?

—No puedo evitarlo. Tengo curiosidad.

—¿De verdad quieres saberlo…?

—No.

—Eso pensaba.

Leandro parecía decepcionado. Luego refunfuñó para sí.

—Solías abrazarme todo el tiempo cuando era niño, pero ahora actúas como si me tuvieras miedo o algo así…

No te tengo miedo, en sí… no sé cómo reaccionar cuando te me acercas como hombre adulto, respondí para mis adentros.

En ese momento, llamaron a la puerta.

—Señorita, ¿está dentro?

¡Mi salvadora!

Antes de que él pudiera atraparme, salté por encima y bajé de la cama.

—¡Sí!

Ignoré la evidente expresión de molestia de Leandro y abrí la puerta.

Serena tiró de mí enseguida.

—¡Señorita! La he estado buscando por todas partes. ¡Tiene que prepararse para el baile!

—No es… culpa mía, ¿vale? Es culpa del duque.

—Sí, sí. Todo es culpa mía —dijo Leandro de boquilla [1] mientras se sentaba con una rodilla levantada.

Le saqué la lengua y seguí a Serena de regreso al dormitorio de enfrente. Lo oí resoplar, pero lo ignoré.

En cuanto entré en la habitación, había varias sirvientas esperándome con vestidos, accesorios y herramientas de maquillaje en las manos.

Se me acercaron todas a la vez. Me bañaron con agua tibia con pétalos de flores y me aplicaron aceites de flores en el pelo y el cuerpo. Me sentaron frente al tocador, me peinaron y me acicalaron con entusiasmo.

Las doncellas por fin me liberaron entrada la noche. Cuando me miré al espejo, vi que mi pelo castaño claro estaba recogido y trenzado. Llevaba pendientes con joyas azules que parecían gotas de agua. Estaba preciosa.

—¿Le gustaría llevar tacones blancos?

—Sí.

—¿Le gustaría usar el vestido rojo o el azul?

—Sí.

—No me está escuchando, ¿verdad?

—Sí.

—¡Señorita! —me gritó Serena e hizo un mohín.

—Ah, ¡cielos! —Le sonreí con torpeza y elegí el vestido pomposo del color del agua.

Dejaba al descubierto mis hombros y mi pecho y tenía detalles de seda blanca por todas partes.

—Está muy guapa —comentó Serena.

—Sí, parece un elfo que vive en el bosque —agregó otra sirvienta.

Los elfos del bosque no llevarían un vestido tan pomposo con tantas joyas, pensé. En cualquier caso, lo acepté con alegría, pues era un cumplido.

—Su Alteza la espera afuera.

—Podría haber esperado en el salón —dije.

—Le dije eso, pero no es como si alguna vez me hiciera caso —respondió Serena como si no tuviera importancia.

Me sentía rara con los tacones, así que agarré su mano mientras me levantaba de la silla. Cuando salí de la habitación despacio y con cuidado, Leandro estaba allí con un pañuelo azul con joyas azules que hacían juego con el color de mi vestido.

Me miró embobado y luego giró un poco la cabeza para evitar mi mirada. Pero a juzgar por su reacción, podía suponer que… hoy debo verme hermosa.

Detrás de Leandro estaba Lily. Usaba un traje beige con el pelo corto echado hacia atrás con gomina. A su lado estaba Emmanuel y vestía un traje similar.

—¡Vaya! ¡Vaya!

No paraba de exclamar.

—¿Se nos unirán los dos? —pregunté.

—Necesitamos protección a dondequiera que vayamos —respondió Leandro.

Aunque sean caballeros de escolta, no podrán entrar con espadas al baile del palacio imperial.

Emmanuel sonrió, mostrando los dientes.

—No se preocupe por eso, señorita. ¡Somos igual de hábiles con los puños!

—No es propio de un caballero alardear de sus habilidades de combate —le regañó Lily como si sonara ridículo. Antes de que Emmanuel pudiera decir más tonterías, le pellizcó la mejilla bronceada, luego me miró—. Te ves preciosa, Evie. Nos adelantaremos al baile. Nos vemos allí.

Los ojos grises de Lily se curvaron un poco.

Observé el traje de Lily, que era mil veces mejor que el de Emmanuel, y, volviendo a mis sentidos, asentí con la cabeza.

Parece que esta noche también romperá los corazones de muchas damas.

—¿Cómo vamos a ir al salón de baile? Por favor, no me diga que caminando. No creo que pueda dar más de diez pasos —dije.

Serena soltó una risita detrás de mí.

—Señorita, es una quejica.

—El palacio enviará un carruaje —respondió Leandro—. Después de todo, soy un miembro de la familia imperial y tú eres una invitada distinguida del emperador.

Y así, tomé de su brazo y salimos de la villa. Un carruaje con adornos dorados en cada esquina ya nos estaba esperando.

♦ ♦ ♦

—Creía que llegábamos pronto, pero ya hay una gran multitud.

—Como el festival dura una semana, han venido personas de todo el mundo.

Al llegar al salón de baile, bajamos del carruaje. A pesar del calor de pleno verano, innumerables nobles se mezclaban con personas de todas las edades y géneros.

Miré alrededor y vi a Lily y Emmanuel, que habían llegado primero. Ya estaban bebiendo champán con nobles de su edad. Ella permanecía en silencio y lo golpeaba en la nuca cada vez que decía una estupidez.

Sonreí al ver como él la miraba como si fuera la víctima. Luego, de repente, varios nobles se nos acercaron.

—¿Duque Bellavitti? —preguntó la noble más mayor con los ojos bien abiertos.

Signora Quindici.

—Nunca imaginé que lo vería aquí… He oído que no le gusta esta clase de entretenimientos, Alteza.

—Bueno, aquí estoy.

No tenía ni idea de lo que quería decir, pero esta anciana llamada signora Quindici asintió como si lo hubiera entendido.

Así que llaman a todas las nobles solteras signorina y a las casadas signora, reflexioné.

La signora Quindici fijó la mirada en mí.

—¿Y usted es…?

—Es un placer conocerla, signora Quindici. Por favor, llámeme Evelina.

—El placer es mío también, signorina Evelina. Que el duque Bellavitti haya traído una pareja al baile… Parece que está noche muchas mujeres morderán sus pañuelos.

—¿Porque me envidian?

—Algo así… —respondió, sorprendida por mi pregunta directa.

Leandro se echó a reír por alguna razón.

Los miembros de la familia imperial aún no habían llegado, así que, por el momento, él era el noble de rango más alto de la sala. Por eso, cuando se rió, todos los aristócratas que nos rodeaban sonrieron incómodos.

—Alteza, el ambiente de la sala se ha vuelto un poco tenso. Es culpa mía, ¿cierto…? —le susurré mientras tiraba del dobladillo de su camisa.

Dobló un poco las rodillas para escucharme y se encogió de hombros.

—La verdad es que no lo sé.

Una hermosa mujer de cabello castaño oscuro y ondulado se presentó como la hija mayor de la signora Quindici.

—¿De qué hablan? ¿Algo interesante? —preguntó.

—No soy aficionado a compartir mis conversaciones privadas con los demás —respondió irritado Leandro, como si nunca se hubiera reído.

El ambiente por fin se estaba recuperando, pero de repente se volvió frío de nuevo con las palabras de Leandro.

—Leila, tengo sed. Vayamos a tomar algo.

La signora Quindici agitó el abanico y ayudó con sutileza a su hija a evitar la vergüenza.

Tras la retirada de las dos damas, un joven noble con un atractivo bigote intentó acercarse a nosotros.

Leandro arqueó las cejas, lanzándole una mirada que insinuaba que estaba molesto. Me apresuré a alejar a Leandro de la multitud antes de que pudiera bombardear al pobre chico con comentarios groseros.

—Ya me duelen los tobillos. ¿Hay algún sitio donde pueda sentarme un rato? —pregunté mientras entrelazaba los dedos con la mano enguantada de blanco de Leandro.

Me miró sin comprender y luego esbozó una amplia sonrisa.

—Me gusta que me tomes de la mano.

—¿De qué habla? Nos hemos cogido de la mano todos estos días.

—Pero nunca me la has cogido primero.

—Ah, ya veo.

—Te pido que lo hagas más.

—Sí, lo sé.

No es el momento apropiado para tener esta conversación, tonto.

—Quieres sentarte, ¿cierto? Hay una terraza al otro lado. Vayamos allí.

—Por cierto, no parece que nadie esté bailando.

—Eso es porque por lo general la familia imperial es quien da inicio al baile.

—Entonces, ¿usted también puede hacerlo, Alteza?

—Podría, pero ¿por qué? ¿Quieres bailar conmigo?

—No, en verdad no.

—No tenías que ser tan directa.

Después de llevarme a la terraza, se fue un rato para traerme algo de beber. También cerró las cortinas para que nadie más saliera a la terraza mientras no estaba.

A ver, entiendo que me está protegiendo, pero existe algo llamado sobreprotección.

Si alguien nos viera, pensaría que mi vida corre peligro o algo así. Suspiré mientras me sentaba en la silla de la terraza y me quitaba los zapatos. Me escocían los pies porque no estaba acostumbrada a usar tacones de punta.

De repente, la puerta de la terraza contigua a la mía se abrió. No podía saber quiénes eran porque las cortinas estaban corridas a ambos lados, pero distinguí que eran tres o cuatro mujeres por sus siluetas.

Una de ellas cerró el abanico con un giro de la muñeca y exclamó sarcástica:

—¡Qué insolente! Incluso después de todas las señales que le mandamos, ¡entra en el salón de baile como si no pasara nada!

—Es tan obstinada, sobre todo cuando él ni siquiera le presta atención. ¿La viste entrar sin pareja? Si yo fuera ella, me habría inventado una excusa para no venir y ahorrarme la vergüenza.

—He oído que el príncipe heredero no llegará hasta dentro de un rato. Pero ¿has visto lo que lleva puesto? ¡Nunca había visto esa tiara! Supongo que sigue siendo una «princesa», ¡una princesa de un reino derrotado!

—¡Shh! Tenga cuidado con lo que dice, signorina Juventi.

¿La llamas por su nombre cuando le aconsejas que tenga cuidado…?, resoplé para mis adentros.

—¡Signora Ottaviana…!

Y ella también dijo su nombre en alto… ¿De verdad creéis que nadie puede oíros en la terraza si las cortinas están cerradas?

—¡Cómo se atreve una princesa exiliada de un país arruinado a hablar de casarse con el príncipe heredero! ¡Nunca podré perdonarla!

—Y eso no es todo. Ayer recibimos otro mensaje. Parece que había más ambrosettianos escondidos en nuestras tierras. Han estado atacando a nuestros súbditos.

—¡Madre mía! ¡Qué ridículo!

—Estoy segura de que esa mujer ignora todas estas noticias. Los periódicos hablan de cómo el rey ambrosettiano

—Shh. Dejémoslo así. En cualquier caso… debemos tener cuidado con lo que decimos sobre el estado actual de las cosas.

Incluso una persona como yo, que no sabía nada de la situación actual, podía darse cuenta de que estas mujeres estaban cotilleando sobre Eleonora. Era sorprendente que ahora se estuvieran aconsejando las unas a las otras tener cuidado con lo que decían. Esto de verdad era un mundo de fantasía dentro de una novela.

Después de todo, eso era lo único que los villanos sin nombre podían hacer en esas historias. Le anunciaban al mundo que eran las villanas y que el personaje principal muy pronto las vencería.

Estuve a punto de chasquear la lengua pero me contuve por miedo a se centraran en mí.

Es una m****a ser un ciudadano normal. Aunque sienta pena por Eleonora, no puedo hacer nada. En la trama original, Diego o Leandro habrían hecho algo al respecto. Pero por ahora Diego aún no se ha enamorado de Eleonora y Leandro es diferente, así que…

Me quedé sentada ahí sola, pensando en las maneras en las que podría darles su merecido a esas villanas malvadas. Pero en ese momento…


[1] De boquilla significa fingir veracidad, sinceridad.

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