Traducido por Den
Editado por Meli
—¡Su Majestad!
—¿Se siente bien?
Cuando Johannev III abrió los ojos, oyó una voz desesperada. Aunque al principio se sintió desorientado, pronto comprendió lo que sucedía. Examinó su cuerpo.
—Por suerte… estoy vivo —murmuró.
—Su Majestad, ¡cuántas veces le he dicho que es peligroso salir del palacio! —gritó el conde Shöber como si estuviera a punto de llorar.
—Esta vez fue muy peligroso. —El barón Galt, el médico que lo acompañaba en secreto, exhaló un largo suspiro.
Johan asintió. A diferencia de los anteriores, ese ataque fue bastante serio. Cuando estaba perdiendo el conocimiento, sintió que iba a morir.
—Fue peligroso. No he tenido un ataque en seis meses, por lo que pensé que sería seguro dejar el palacio imperial.
Había sido irresponsable. Su viaje de incógnito tenía el propósito de encontrar a la princesa Morina, pero como una ocasión así era toda una rareza, creyó que incluso podría disfrutar un poco. Sin embargo, salir solo del palacio había sido insensato.
—Tal vez tuvo un ataque tan grave porque hemos reducido la dosis del medicamento. —Dedujo el barón Galt.
—Era de esperar. Tendrás que aumentar la dosis de nuevo.
—Sí, así ya no tendrá una recaída.
—Aunque no me guste, no hay más remedio.
Johan frunció el ceño. El medicamento que controlaba los ataques era demasiado fuerte. Por eso se redujo la dosis, pero al parecer no podía evitarse.
—Aparte de eso, estoy bien, ¿no?
—Sí, el reconocimiento no mostró ningún efecto secundario en su cuerpo. Gracias a que tomó a tiempo la pastilla azul que restaura la función cardíaca.
Johan de repente guardó silencio ante las palabras del médico.
—¿La pastilla azul? ¿Me la tomé?
—Sí, tomó dos pastillas, la dosis correcta.
Johan negó con la cabeza.
—No me tomé la pastilla.
Lo recordaba con claridad. Perdió el conocimiento cuando trataba de sacar la pastilla azul.
El médico le mostró el frasco de la medicina.
—No, sí la tomó. Siendo más precisos, tomó dos pastillas.
El frasco, con diez pastillas, solo contenía ocho.
—No puede ser… Estoy seguro de que… —comenzó a murmurar y, de pronto, recordó algo.
«Puedo salvarlo. Tengo que hacerlo.»
Una voz que escuchó débilmente cuando perdía el conocimiento. No solo eso. Alguien le hizo comprensiones torácicas y el boca a boca. A pesar de que todo era borroso, recordaba el toque de unos labios contra los suyos. Se sorprendió mucho porque eran tan suaves como los de una mujer.
—Entonces, ¿no fue un sueño?
—¿Qué quiere decir, Su Majestad?
Le explicó al médico que colapsó antes de que pudiera tomar la pastilla azul y que al parecer alguien le había dado primeros auxilios. Cuando escuchó aquello, el médico dejó escapar un suspiro profundo.
—Ah, ya veo. Dios lo ayudó.
—¿Qué quieres decir?
—Para serle franco, es muy probable que no hubiera sobrevivido si no fuera por esa persona.
—¿Es así?
—Sí, su condición era crítica. ¿Recuerda qué tipo de primeros auxilios le dio?
Johan explicó el contenido de su vago recuerdo.
—Es asombroso. Sin duda fueron unos primeros auxilios perfectos. —El barón Galt quedó admirado ante sus palabras—. Parece que por eso ha podido recuperarse sin ningún problema.
Johan guardó silencio mientras escuchaba lo que decía.
—No sé quién lo salvó, pero sus habilidades médicas están casi al mismo nivel que las de este humilde vasallo.
Johan asintió.
Entonces, ¿esos labios no eran de una mujer? El tacto que sentí en ese momento fue tan suave.
Era imposible que un médico con tales cualidades fuera mujer.
—Es un verdadero milagro. Fue una suerte que cuando colapsé hubiera un médico tan hábil cerca.
—Sí, Dios lo ayudó.
—Me gustaría darle las gracias. ¿Quién es este gran médico que me salvó? ¿Alguien del Imperio de Oriente? —preguntó Johan, pensativo.
Debía ser un médico de renombre si lo había salvado en una emergencia de este tipo.
—No estoy seguro. —El barón Galt ladeó la cabeza.
—¿Qué?
—La única persona presente en ese momento fue una sirvienta.
—¿Solo había una sirvienta? —Johan ladeó la cabeza—. No lo entiendo. Llámala.
♦ ♦ ♦
Marie palideció cuando fue requerida en la habitación de Johan.
—¿Qué? ¿Ese era el emperador del Imperio de Occidente, Johannev III?
La identidad del hombre ya se había extendido por todo el palacio. Aunque ya muchos sospechaban de él, era natural que haya sembrado tal conmoción.
¿Por qué otra vez?
Marie se mostró ausente. Estaba feliz de evitar al príncipe heredero, así que ¿qué rayos era etso? Esquivó a un león para toparse con un tigre.
Johannev III era un monarca absoluto que se convirtió en emperador a la corta edad de quince años; logró estabilizar el Imperio de Occidente, que se hallaba sumergido en el caos, en diez años. No obstante, eso no significaba que fuera un rey sabio de buen corazón. La sangre derramada no fue inferior a la del príncipe heredero Rael. No, es más, era posible que fuera incluso más sanguinario.
De hecho, en su primer día como emperador, decapitó a un duque insolente y quemó su territorio. Fue una historia famosa en todo el continente.
Johan también era un monarca despiadado y sin escrúpulos que haría lo que fuera para alcanzar sus objetivos.
¿Por qué me pasa esto?, se lamentó.
Hiciera lo que hiciera, terminaba relacionada con un despiadado monarca.
Tenía muchas ganas de llorar.
—Salve a su majestad el emperador del Imperio de Occidente. Soy Marie, una sirvienta.
Johan, que estaba sentado en la cama, la miró y sonrió.
—Eres la doncella que conocí esa noche. ¿Te encargaste de mi chaqueta?
—Ah.
Marie se sintió confundida ante su comentario con esa sonrisa disimulada.
Estaba muy nerviosa porque el emperador del Imperio de Occidente la había convocado, pero su tono fue más amigable de lo que esperaba. Además, ¿era cortés con una sirvienta como ella?
—No necesita ser tan formal, Su Majestad. Solo soy una humilde criada.
—Ah, no te preocupes. Es una costumbre. Suelo ser formal con todos, a menos que pertenezca a mi círculo íntimo.
¿A su círculo íntimo? Sus palabras fueron significativas.
—Su chaqueta fue lavada y está al cuidado del palacio —dijo Marie, inclinando la cabeza.
—Ah, gracias. La razón por la que te llamé es para preguntarte algo.
Marie tragó saliva.
Mantén la calma. Él es el emperador del Imperio de Occidente.
Aunque sonreía y hablaba con formalidad, estaba alerta. De hecho, le asustaba más su tono, porque sabía qué clase de emperador era.
El príncipe heredero Rael dominaba a su rival a través de un miedo abrumador, mientras que el emperador Johannev mataba a su enemigo con una sonrisa en su rostro.
Si el príncipe Rael era una bestia salvaje, Johannev tenía la astucia de un lobo. Bajo esa gentil mirada oscura se escondía una frialdad semejante a la del Príncipe Cruel. ¡La podría descubrir!
—Escuché que la señorita Marie me encontró después de que colapsara. ¿Viste a alguien más en ese momento?
—¿A alguien más?
—Sí.
—No, Su Majestad era la única persona que había en el balcón —respondió Marie, intentando sonar lo más tranquila posible.
¿No había nadie más allí? ¿Eso es posible?, se preguntó Johan, ladeando la cabeza.
Si no había nadie más, significaba que quien lo salvó se fue tras socorrerlo y lo dejó desatendido, lo cual era difícil de entender. Incluso si los primeros auxilios funcionaron, era natural que primero llamara a alguien y luego se marchara para que el enfermo pudiera recibir atención médica adicional. Era difícil de creer que alguien con unas habilidades médicas tan excepcionales fuera tan irresponsable.
No era tan complicado llamar a alguien más. —Johan miró a Marie a los ojos—. ¿Es posible que esté mintiendo? ¿Qué razón tendría para hacerlo?
Johan estaba intrigado. Su sexto sentido, desarrollado durante años en el trono y con el que se había abierto paso entre sus enemigos, le decía que había algo extraño. Así que reflexionó sobre lo que había sucedido, siendo lo más meticuloso posible, sin pasar nada por alto.
«Puedo salvarlo. Tengo que hacerlo.»
Recordó la voz que escuchó en ese momento. Recordó las dos manos que presionaban su pecho y los labios que lo oxigenaban. En especial, recordaba con claridad el roce suave de esos labios parecidos a los de una mujer.
Ahora que lo pienso, creo que sus manos también eran pequeñas. Como las de una mujer.
Cuanto más pensaba en ello, más extraño se volvía. ¿Lo recordaba correctamente?
Fue entonces que… la cortés figura de Marie apareció frente a sus ojos. Para ser precisos, sus labios y sus manos.
Espera un momento.
Esa doncella llamada Marie era pequeña. Sus manos también. Justo como en su vago recuerdo. Sus delicados labios, en su lindo y dulce rostro, parecían rojos y húmedos.
Imposible.
De repente tuvo una sospecha. Pero pronto la rechazó, porque ni siquiera tenía sentido.
Es imposible que una chica pequeña como ella pudiera haberme salvado. Debe ser una secuela del desmayo. ¿Cómo pude pensar en semejante tontería?
Volvió a rememorar la escena.
Estoy seguro de que lo recuerdo correctamente.
Aunque todo era confuso en ese momento, tenía claro en su mente la mano que presionaba su pecho y el roce de los labios que lo oxigenaban. Se sentía diferente y ajeno a esa emergencia.
Pero no tiene sentido.
Johan observó a Marie. Testificó que no vio a nadie. Sin embargo, tenía unas manos y unos labios similares a los de la persona que lo socorrió.
A pesar de que su razón le decía que no podía ser, cuanto más lo pensaba, más crecían sus sospechas.
¿Es posible?
Por otro lado, mientras él la miraba sin decir nada, Marie tragó saliva. Sentía como si la observara una bestia.
¿Por qué nada me sale bien estos días?, pensó, lamentándose.
Pese a que había obtenido esas habilidades milagrosas, las cosas parecían estar torciéndose cada vez más.
—Señorita Marie —la llamó Johan.
—¿Sí, Su Majestad? —respondió con calma, ocultando su nerviosismo.
Por favor, dime que me vaya.
Pero sus palabras fueron todo lo contrario a su deseo.
—¿Puedes acercarte?
Marie abrió mucho los ojos, no entendía lo que quería decir.
—Por favor, acércate un momento —repitió Johan en voz baja—. Debo comprobar algo por mí mismo.
—¿Eh…?
Marie se sentía angustiada sin razón alguna.
—No tomará mucho tiempo —le aseguró con una leve sonrisa.
Vaciló, pero siguió adelante. Era como si caminara hacia la boca del lobo. En su corazón quería abrir la puerta y salir corriendo, pero ¿a quién se enfrentaba? Ese hombre de aspecto gentil era el emperador del Imperio de Occidente. Ella no era más que una humilde sirvienta. Aunque fuera el emperador de otro país, si le decía que muriera, debía hacerlo.
—¿A-Aquí está bien?
Johan negó con la cabeza.
—Un poco más cerca.
—¿Más?
Ya se sentía incómoda estando así de cerca.
—Sí, acércate más.
Dio unos pasos más y llegó a la cama donde estaba sentado.
—¿A-Aquí?
Marie tragó saliva, tensa. En ese momento, Johan hizo algo inesperado: agarró su mano.
—Por favor, disculpa, será un momento.
—¿S-Su Majestad? —El corazón se le encogió—. ¿P-Por qué hace esto?
—Espera un momento. Solo un momento.
Marie entró en pánico y trató de apartar su mano, pero él no la soltó. Johan tomó su mano y la observó fijamente en silencio. Su mirada contenía una luz misteriosa.
—S-Su Majestad, por favor, suélteme —suplicó Marie, roja tal vez por su mirada o por el pánico.
—Lo siento. —La soltó—. Realmente quería comprobar algo —dijo arrepentido.
—¿El qué…? —preguntó, tranquilizando a su corazón asustado.
Johan sonrió.
—Tus manos son pequeñas y bonitas, así que quería verlas y tocarlas para comprobarlo por mí mismo —prosiguió y añadió—: Y realmente lo son.
Marie guardó silencio. Las dulces palabras de ese hombre apuesto hicieron que su corazón se estremeciera, pero pronto se calmó. Porque se dio cuenta de que ese no era su objetivo.
¿Por qué de repente mi mano?
Entonces Johan volvió a mirarla a la cara. Al igual que antes, sus ojos contenían una luz misteriosa.
—Señorita Marie.
En el instante en que su corazón iba a volver a ser sacudido por esa mirada dulce pero peligrosa y Johan estaba a punto de decir algo, de repente la puerta se abrió con violencia. Se oyó una voz baja.
—¿Qué… estás haciendo?
Marie se alejó de la cama asustada. El emperador de Occidente también se sorprendió.
—Te pregunté qué estás haciendo. —Su tono reflejaba molestia.
Era Rael, el príncipe heredero de ese imperio. Observó a Johan mientras llevaba su escalofriante máscara de hierro.
—Responde, Johan.
Johan y Rael, gobernantes de los imperios de Oriente y Occidente. Hubo un momento de pesado silencio entre los dos.
Marie, que estaba rígida por el pánico, de repente recobró el sentido y presentó sus respetos.
—Salve a su alteza el príncipe heredero del Imperio.
—Ven aquí.
—¿Perdón?
—No te quedes ahí y ven aquí.
Marie se quedó desconcertada ante su voz llena de disgusto.
¿Por qué está tan enfadado?
Era la primera vez que lo veía tan disgustado. No sabía por qué, pero, de todos modos, se apresuró a ponerse detrás de él. Aunque era una figura que infundía miedo, agradecía que estuviera ahí. Quería huir del emperador Johan.
—También me alegro de verlo, príncipe heredero.
El príncipe comprobó de soslayo si ella estaba detrás de él y, dirigiéndose a Johan, dijo:
—Escuché que no te sentías bien, pero supongo que solo era un rumor. —Como ambos imperios no reconocían oficialmente a la familia imperial del otro, no le habló con formalidades.
El emperador Johan aceptó sus palabras con una sonrisa.
—Me alegro de verte, Ran. Pero ¿por qué estás tan enfadado? Ha pasado mucho tiempo desde que nos vimos, por lo que eso me entristece un poco.
—Un invitado no deseado está tocando lo que es mío. ¿Cómo podría estar contento?
Johan ladeó la cabeza.
—¿Qué quieres decir?
—Hablo de esta sirvienta. Esta sirvienta es mía, así que ¿por qué la estás tocando?
Todos en la sala quedaron atónitos ante las palabras del príncipe. Johan también estaba sorprendido y Marie, la parte interesada, lo estaba aún más.
¿Qué acaba de decir? ¿«Mío»?
Claro, el príncipe no estaba equivocado. Porque ella era una doncella del palacio imperial y él, el dueño. Así que tenía razón.
S-Se refiere a eso, ¿no?
Era una palabra que podía malinterpretarse, pero era imposible que el príncipe de sangre de hierro la haya dicho con otro sentido. Ni siquiera eran cercanos.
Debe haberle molestado que el emperador de una nación enemiga tocara la propiedad del palacio imperial.
—Aunque quiera, la única razón por la que me contengo de expulsarte ahora mismo es por tu condición actual. Si quieres quedarte más tiempo en este palacio, tendrás que cuidar tus acciones.
—Lo tendré en cuenta —respondió Johan encogiéndose de hombros.
—En cuanto recuperes fuerzas, vuelve a tu imperio.
Habiendo dicho eso, el príncipe se giró y abandonó la habitación. Marie, que observó todo desde el principio, también lo siguió con cautela.
Tras su retirada, el emperador Johan suspiró.
—Puf, sigue teniendo el mismo temperamento —murmuró y sonrió en silencio—. En cualquier caso, es interesante.
Johan recordó la escena de hace un momento. El príncipe se paró como para proteger a la doncella de él. Teniendo en cuenta su personalidad, fue algo sorprendente.
Y… ¿mío? ¿Ran tiene un lado así?
Eso no fue lo único interesante.
Había algo sospechoso en esa criada también.
Recordó el toque de su mano. Era casi del mismo tamaño que la mano de la persona que le dio los primeros auxilios anoche. ¿Era solo una coincidencia?
—No lo creo —murmuró Johan.
No tenía pruebas, era solo un presentimiento. Sin embargo, ese presentimiento a menudo era más preciso que cualquier juicio racional. Con él, había logrado abrirse camino entre el caos.
—Lo habría podido saber con seguridad si hubiera podido comprobar la sensación de sus labios. Es una pena. ¿Debería haberla besado? —Su sonrisa se ensanchó.
Intentaba cerciorarse. Además, la forma en que temblaba por los nervios cuando sostenía su mano fue inesperadamente linda. Justo cuando iba a dejarse llevar por el impulso y a comprobar sus labios, irrumpió el príncipe heredero.
—A decir verdad, si la hubiera besado, no habría podido conservar mi cuello —sonrió.
La razón por la cual el príncipe heredero se enfadó era evidente. Debía haber visto a través de la ventana que sostenía la mano de la doncella. Si actuó así solo por su mano, ¿cómo habría reaccionado si hubiera tomado sus labios? Johan tenía mucha curiosidad al respecto.
—Sea como sea, es interesante. En principio, iba a irme en cuanto recuperara fuerzas… —dijo en voz baja—, pero tendré que quedarme un poco más.
♦ ♦ ♦
Marie siguió al príncipe heredero. Ahora que ya no estaban en la habitación de Johan, creía que cada uno debía ir por su propio camino, sin embargo, no sabía qué hacer, puesto que no había dicho nada desde entonces.
¿Por qué está tan molesto?
Ladeó la cabeza. Pensó que era porque habló con el emperador de una nación enemiga, pero no parecía ser el caso.
El ambiente seguía siendo malo.
Creo que debería volver al trabajo ahora.
Ya había perdido demasiado tiempo en la habitación de Johan. Se sentía muy incómoda estando a solas con el príncipe. Agradecía que la hubiera ayudado en ese momento, pero él era a quien más temía.
—S-Su Alteza, lo lamento, pero debo volver al Salón Gloria.
El príncipe se detuvo abruptamente.
Había algo extraño. Pensó que era natural que le hiciera saber que debía irse, sin embargo, no hubo respuesta de su parte.
El príncipe giró la cabeza y la observó en silencio, con la máscara de hierro cubriendo su rostro.
—¿Su Alteza…?
Marie estaba confundida.
Rael la miró por un buen rato y luego suspiró.
—No es nada…
—¿Eh…?
—Puedes retirarte.
Marie hizo una torpe reverencia. Había algo extraño en él, pero se sintió aliviada al verlo partir.
Espero que ahora no pase nada. Y que ninguno, ni el príncipe heredero, ni el emperador Johan, esté involucrado, pensó.
Justo cuando se estaba yendo… oyó una voz baja a su espalda.
—Ten cuidado en el futuro…
Marie volvió la cabeza.
¿Qué acaba de decir?
Su tono fue más bajo de lo habitual, por lo que no pudo escuchar correctamente lo que dijo. Iba a preguntarle de nuevo, sin embargo, el príncipe ya le había dado la espalda y se había alejado.
Ladeó la cabeza.
Espero cada mes para leer y releer mil gracias.
Solo no pusieron cuando saldrá el próximo capítulo.
Feliz de leer.
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