Traducido por Den
Editado por Meli
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? —De regreso en su habitación, Marie enterró la cabeza en la almohada y gritó—: ¡¿Por qué yo?!
«A partir de ahora, tú, doncella Marie, me perteneces a mí, Rael.»
¿Por qué la castigaría así?
No sé qué prefiero: que me encarcelen o que me azoten.
Por una razón o por otra, quedarse al lado del príncipe heredero Rael era el peor castigo para ella.
Por supuesto, cualquier otra doncella estaría muy contenta. Es más, no lo consideraría un castigo. Después de todo, serviría a la persona más poderosa del imperio. Sin embargo, para ella no era así. Nada le garantizaba que no descubrieran su identidad si permanecía a su lado.
Si se enteran de que soy la princesa Morina… moriré.
Incluso ahora veía con claridad la figura que blandía una espada con sangre goteando de la máscara de hierro. Su reino, Cloyan, fue destruido por esa espada. Por lo tanto, estaba segura de que el Príncipe Cruel la mataría en el acto si llegara a conocer su verdadera identidad.
Puesto que las cosas han resultado así, me será imposible escapar del Palacio del León antes de que comience la selección de la princesa heredera.
Se mordió los labios como tratando de fortalecer su determinación. Luego apretó tanto los puños que se le pusieron blancas las palmas de las manos.
—No. No sé por qué quiere que le pertenezca, pero tengo que alejarme de él de alguna manera.
Estaba decidida. Era posible, solo debía aprovechar cualquier oportunidad para alejarse de él.
—¿Marie? ¿Marie? ¿Te sientes bien?
—Ah, Jane.
Jane, su compañera de habitación. Se preocupó mucho cuando Marie se acurrucó en la cama y no se levantó.
—¿Voy a la farmacia y te traigo algún medicamento?
—No, está bien. Creo que solo estoy cansada.
Jane estaba muy agradecida porque la había ayudado a salir de prisión y evitar un castigo severo. Le había salvado la vida. Había llorado tanto, que Marie se sintió avergonzada. Jane incluso comenzó a tratarla mucho mejor que antes.
—¿De verdad estás bien?
—Sí, creo que solo necesito descansar.
—Marie, ¿cómo te vas a preparar para mañana?
—¿Para mañana? —Ladeó la cabeza.
Al día siguiente sería el esperado último día del festival: el día del baile de máscaras.
—¿Hay algo en especial que preparar? Puedo servir en el baile del Salón Gloria como de costumbre.
—¿Qué? ¿No participarás en el baile de máscaras? —preguntó Jane con los ojos bien abiertos.
—¿Yo? Por supuesto que no. —Negó con la cabeza.
El baile de máscaras era un evento especial. Los nobles podían enviar una invitación a la doncella que les gustara para que asistiera al baile.
No es asunto mío. Es imposible que me inviten, pensó mientras enterraba la cara en la almohada.
Las sirvientas que habían recibido invitaciones de todas partes del palacio imperial se preparaban con entusiasmo para asistir al baile. Todas eran doncellas de buena cuna o de hermosa apariencia. Marie no tenía ninguna de las dos cosas.
Solo quiero descansar sin preocuparme por nada.
Les habían prometido unas cortas vacaciones después del festival. Cuando la asignaron al Palacio del León y abandonó el Palacio de los Lirios, la doncella Susan le dio vacaciones, diciendo que había trabajado duro.
Supongo que debería salir del palacio por un tiempo y pasear.
Pensar en las vacaciones la hacía sentir un poco mejor. Aunque de alguna manera estaba atrapada en el palacio, le gustaba salir. Incluso cuando se la pasaba encerrada en el ambulatorio del castillo de Cloyan, a menudo salía en secreto.
Esta sería mi primera vez visitando el imperio, ya que nunca he dejado el palacio.
Mientras pensaba en sus vacaciones, Jane volvió a hablar del baile de máscaras.
—Pero Marie, ¿en serio no asistirás al baile de máscaras?
—Sí, ¿cómo podría ir? Ni siquiera he recibido una invitación.
—¿Qué? Pero si te ha llegado una.
—¿Qué?
—Has recibido una invitación.
Marie guardó silencio por un momento.
Jane le entregó un sobre con un elegante patrón bordado. No era solo uno.
—Aquí tienes tu invitación.
—¿De quién…?
—No lo sé. No sé leer.
Muy pocas sirvientas de rango bajo sabían leer.
—En cualquier caso, aquí tienes. Tres invitaciones.
Marie miró estupefacta los sobres. ¿Por qué la habían invitado? Además, ¿por qué había recibido tres invitaciones?
¿No se habrán equivocado?, se preguntó dudando mientras observaba los tres sobres elegantes.
Los sobres, cada uno con borlas de oro y con diferentes patrones grabados con elegancia en la lámina, no solo contenían la tarjeta de invitación, sino que también ostentaban la gracia de las obras de arte.
Cuando vio las palabras «Para la señorita Marie» escritas en una esquina del sobre, se dio cuenta de que no estaba equivocada.
¿Quién demonios…?
Primero abrió el sobre con el escudo y el blasón grabados.
[Marqués Kielhan de Saton]
¡Era de su amigo secreto, Kiel!
Qué considerado de su parte.
Al parecer Kiel le había enviado la invitación porque se preocupaba por ella. Después de todo, asistir a ese baile de máscaras era el sueño de toda doncella.
Se sintió agradecida de todo corazón con él.
Si lo veo en el salón de baile debería darle las gracias.
Abrió la siguiente invitación. Era un sobre negro con un emblema de águila.
¿De quién es?, su rostro se tensó.
[Johannev III]
¡El mismísimo Johannev III, el emperador del Imperio de Occidente, le envió una invitación!
Sus ojos temblaron.
¿Por qué me envió una invitación?
A diferencia de con Kiel, un escalofrío le recorrió la espalda. Recordó que tras esa suave sonrisa se escondían unos ojos fríos. Era un gobernante igual de despiadado que Rael, el Príncipe Cruel.
Sacó confundida la última invitación. Era un sobre blanco que contrastaba con la invitación de Johan. A diferencia de las de Kiel y Johan, no tenía grabado ningún escudo de armas en particular, pero el material también era de alta calidad.
Marie ladeó la cabeza mientras sacaba con cuidado la invitación.
¿De quién es?
No había el nombre del remitente.
Quizás está escrito en otra parte.
La examinó con detenimiento, pero aun así no encontró nada.
¿Por qué está en blanco?
Al enviar una invitación, era natural escribir el nombre del remitente. Así que ¿por qué estaba en blanco?
Cuando llegó el día del baile, su cabeza estaba hecha un lío, plagada de cientos de preguntas.
—¡Bien! Marie, serás la más bonita de todas las damas.
—V-Vale.
—¿Qué? Te transformaremos por completo.
Marie estaba deprimida y, en realidad, no quería arreglarse, pero las sirvientas con las que trabajaba se abalanzaron sobre ella.
—Ju, ju, Marie, no sueles arreglarte mucho, así que he estado esperando este día.
Jane, su compañera de habitación, la miró con un brillo en los ojos. Marie tragó saliva ante su inusual entusiasmo.
—P-Pero voy a usar una máscara después de todo. Así que solo el vestido…
—No seas tonta. La gente puede reconocerte aunque lleves una máscara. No, más bien, ya que apenas expondrás tu rostro por la máscara, ¡hay que resaltar tus rasgos para que cautiven a todos!
—A-Ah. E-Espera. Espera.
Las sirvientas, ignorando sus protestas, usaron todo tipo de trucos para acicalarla. Al cabo de un tiempo…
—¡Tachán! Transformación completa.
—¿Y-Ya está?
—Sí, mírate en el espejo.
Acabado su sufrimiento, Marie se miró en el espejo y se quedó estupefacta.
¿Esa soy yo?
Cabello castaño recogido, piel blanca y brillante, ojos grandes y claros. Una chica linda parpadeaba frente a ella; su cuerpo pequeño y delgado activaba los instintos protectores.
—¿Es una ilusión? Parezco otra persona —murmuró mientras observaba su inesperada transformación.
Jane soltó una risita.
—Pero ¿qué dices? ¿Una ilusión? Solo te hemos arreglado un poco.
—¿Arreglado…?
Marie negó con la cabeza y se miró fijamente en el espejo. No se sentía mal viendo su bonita cara cambiada.
Así que por eso la gente se arregla.
Entendió un poco a las mujeres que siempre se vestían bien. ¿Era autosatisfacción? En lugar de querer mostrárselo a los demás, se sentía mejor con solo ponerse bonita.
—Por cierto, Marie, ¿quién es?
—¿Perdón?
—La persona que te envió la invitación. Escuché que recibiste tres invitaciones.
Las sirvientas a su alrededor no sabían quién la había invitado. Marie sacudió la cabeza, incómoda.
—Solo son personas con las que me he cruzado estos días.
Si se trataran de nobles normales, no le importaría contárselo, pero uno era el emperador del Imperio de Occidente y otro el comandante de la guardia imperial. En el momento en que revelara sus identidades, el palacio estaría patas arriba. Aunque en realidad no compartían ninguna relación especial, no quería crear malentendidos innecesarios.
Pero ¿quién diablos envió la última invitación?
Ladeó la cabeza. Pensó que recibiría otra carta, pero nada.
En cualquier caso, transcurrió el tiempo y llegó la hora del baile. Marie lucía un vestido preparado por sus compañeras doncellas.
—C-Creo que es demasiado.
—Está bien. Todo el mundo se viste así hoy en día. ¿O acaso vas a usar un traje de sirvienta anticuado?
—Marie se ve tan hermosa~
Sus compañeras gritaron como si estuvieran animando a la hermana menor que se iba a casar.
—Encuentra una buena pareja.
—Sí, cásate.
Marie sacudió la cabeza, avergonzada.
—¿Qué estáis diciendo? Regresaré enseguida.
—No, no vuelvas esta noche.
—Sí, pasa la noche fuera. Sal hasta tarde.
Marie se puso roja ante las palabras risueñas de sus compañeras.
Qué pícaras. Pasar la noche fuera…
Todas creían que en el baile de máscaras encontrarían a un príncipe en un caballo blanco, pero Marie tenía demasiadas preocupaciones como para pensar en hombres.
Comamos algo delicioso y descansemos.
Con eso en mente, se puso una máscara y se dirigió al salón de baile. Al llegar a la entrada del salón, vio a los aristócratas vestidos con elegancia.
Aquí se celebra el baile de máscaras.
Sintió curiosidad.
Aunque llevaba mucho tiempo en el palacio imperial, era la primera vez que presenciaba un baile de máscaras.
Todos los presentes usaban bellas máscaras como accesorios. Eran, sobre todo, inusuales aquellas que cubrían todo el rostro; la mayoría cubrían, como mucho, la mitad superior de la cara. Por lo general, solo se cubría el área de los ojos, por lo que cualquiera que la conociera podría adivinar su identidad.
Ah, ¿no es ese…?
Sin embargo, cuando estaba a punto de atravesar la entrada del salón, se sorprendió al ver a una persona inesperada frente a la puerta.
Pelo y ojos negros. Un hombre apuesto de rostro intelectual y suave.
Johannev III.
Johan, el emperador del Imperio de Occidente, estaba de pie frente a la puerta, vestido con un traje negro. Llevaba una máscara negra, pero su apariencia era tan única que lo reconoció de inmediato.
¿Por qué está allí?
Marie vaciló.
Tengo que pasar…
Parecía preocupada. Para ingresar al salón de baile debía pasar por donde él estaba. Era alguien a quien quería evitar todo lo posible, por lo que no sabía qué hacer.
En ese momento, Johan volvió la cabeza y la miró. Cuando sus miradas se encontraron, Marie se sobresaltó.
—Estás aquí —dijo, con una sonrisa.
Marie, que seguía sorprendida, se apresuró a saludarlo.
—Saludos, su majestad el emperador del Imperio de Occidente.
Johan sacudió la cabeza.
—Estamos en el salón del baile de máscaras, así que no tienes que ser tan formal. Se supone que debemos fingir que no nos conocemos. Por lo tanto, olvida el protocolo.
—Aun así…
Tenía razón, pero ¿cómo podía dejar a un lado el protocolo cuando conocía la identidad de la otra persona? Además, no se trataba de un noble común, sino de un emperador.
—En cualquier caso —Johan la miró por un momento con una extraña expresión en los ojos—, valió la pena la espera.
—¿Qué?
—Señorita Marie, estás hermosa.
Marie se puso roja ante sus repentinas palabras.
—N-No se burle de mí, por favor.
—No me estoy burlando de ti. Sabes, aunque no lo parezca, en realidad soy una persona muy seria.
Ya lo sabía. Después de todo era el monarca cruel que logró dominar el Imperio de Occidente, sumergido en el caos, con sangre.
Marie agachó la cabeza, evitando la mirada de esos ojos negros que seguían observándola.
—En cualquier caso, si me disculpa, entraré. Por favor, ocúpese de sus asuntos.
Cuando estaba a punto de pasar junto a él, ocurrió algo inesperado: la agarró de la mano. A pesar de que fue suave y no rudo, el corazón de Marie se encogió.
—¿S-Su Majestad?
—Tengo un asunto pendiente con la señorita Marie —dijo Johan en voz baja.
—¿P-Perdón?
—Te he estado esperando.
La mente de Marie era un caos. Johan seguía sonriendo, pero ella no podía descifrar qué estaba pensando.
—¿Por qué a mí?
—¿Por qué? Te estaba esperando para escoltarte. —Johan se encogió de hombros como si fuera lógico.
Poco a poco fue soltando su mano.
—¿Me permitiría el honor de acompañarla, bella dama? —expresó con cortesía, extendiendo la mano. Tal y como haría un caballero con una dama noble.
La mirada de Marie tembló.
¿Qué está pasando?
Creía que estaba bromeando, pero los ojos negros que la contemplaban tenían una extraña expresión seria. Por muy lenta que pudiera ser, era obvio que no estaba jugando.
¿Por qué yo?
—¿Dama? —Johan volvió a preguntar.
Marie se mordió los labios.
¿Qué hago?
En realidad era decisión suya ser escoltada o no. Sobre todo porque se trataba de un baile de máscaras. Tanto hombres como mujeres podían elegir a quien quisieran como compañero, olvidándose por completo de su posición social.
Siendo sinceros, a ella no le gustaba Johan. Fuera o no románticamente, bastaba con decir que tras esa suave sonrisa olía el peligro, como si se tratara de una flor del infierno [1]. La inquietante sensación de que caería al abismo si bajaba la guardia ante ella. De hecho, innumerables enemigos del Imperio de Occidente encontraron su fin en sus manos.
¿Había algunas segundas intenciones detrás de esta oferta? ¿O debería solo considerarla una petición inocente y amable? Estaba indecisa.
—Por favor, contéstame.
Ante las palabras de Johan, Marie por fin tomó una decisión.
—Yo…
Sin embargo, en ese momento una voz familiar los interrumpió.
—¿Puedo escoltarla yo?
Marie volvió la cabeza sorprendida. Aunque llevaba una máscara, reconoció al hombre de inmediato.
¡Señor Kiel!
Era el marqués Kielhan, el comandante de la guardia imperial. Nadie podía imitar ese cabello plateado brillante y esos rasgos faciales esculturales.
Johan también debió haberlo reconocido, porque frunció los labios.
—Pero si es el famoso marqués Kielhan. ¿Qué lo trae por aquí?
—Tampoco esperaba encontrar a Su Majestad en este lugar.
En cuanto estuvieron cara a cara, el ambiente se volvió helado. A pesar de que no mostraron sus garras, intercambiaron miradas frías.
Es lógico que el emperador del Imperio de Occidente y el marqués encargado de la defensa de la frontera sean enemigos, pensó Marie.
Sin embargo, ambos se mostraban más hostiles de lo habitual.
—En cualquier caso, entre. Tengo un asunto con esta dama.
Ante las palabras de Johan, Kiel negó con la cabeza.
—Lo lamento, pero eso será difícil. También tengo un asunto con la señorita Marie.
—¿Asunto?
Johan frunció un poco el ceño. Kiel asintió y luego miró a Marie. Entonces, como Johan hizo antes, se inclinó y dijo:
—Señorita Marie, ¿me permitiría el honor de acompañarla?
—¿Su Señoría?
Marie estaba perpleja. ¿Antes Johan, el emperador del Imperio de Occidente, y ahora Kiel, el comandante de la guardia imperial? ¿Qué diablos estaba pasando?
N-No es que no me guste el señor Kiel, no, al contrario, me gusta, pero…
Le gustaba Kiel. Por como trataba a Oscar, parecía que era una buena persona por naturaleza. Era amable, cortés y guapo, así que ¿quién lo odiaría? Además, era su amigo. Con él, recibiría con los brazos abiertos el baile de máscaras. No obstante, dudaba en tomar su mano, no por Johan, sino por otra razón.
—¿Señorita Marie?
—No soy digna de ser su compañera, Su Señoría. Aprecio su consideración, pero me temo que no puedo aceptar.
Kiel había intervenido para ayudarla al ver lo incómoda que se encontraba con Johan. El hombre que brillaba más que nadie merecía a una noble dama y no a una mujer humilde como ella.
Sin embargo, Kielhan frunció el ceño ante sus palabras.
—¿Quién lo dice?
—¿Perdón?
—¿Quién dice que la señorita Marie no es digna?
Su voz sonaba disgustada de alguna manera. Era la primera vez que la escuchaba así, por lo que vaciló.
—¿Su Señoría?
—Eres mi querida amiga, así que no digas eso.
La palabra «querida» quedó grabada en su corazón.
Por supuesto, Kiel debió haberlo dicho porque la consideraba así en su buen corazón, pero se sintió un poco conmovida.
—Gracias, Su Señoría.
Al final, tomó su mano. Se creía indigna de aceptarlo, pero no pudo negarse al ver que pensaba así de ella.
Hoy es el baile de máscaras, así que estará bien ser Cenicienta por un día.
Pensando así, Marie entró en el salón de baile con Kielhan escoltándola. En ese instante, el hombre abandonado, Johannev III, sonrió.
—Qué interesante.
Aunque había rechazado la petición de escolta del mismísimo emperador, este no parecía estar muy disgustado. Como el gobernante del Imperio de Occidente, no era del tipo que se preocupaba por cosas tan triviales.
—En cualquier caso —murmuró—, vine a buscar a la princesa Morina, pero no he encontrado ni rastro de ella.
La princesa Morina era vital para su plan. Vino al palacio imperial para encontrarla, pero fracasó por completo.
—Aun así… ha sido beneficioso.
Johan recordó a la chica que acababa de desaparecer de su vista. Una chica corriente, pero muy intrigante.
—Vaya, estoy más interesado en esa doncella que en la princesa Morina. Es una pena, pero no podré verla durante algún tiempo.
Una vez acabado el baile, regresaría al Imperio de Occidente. No se iba para siempre. Por el bien de su plan, Johan volvería a esa órbita en un futuro próximo.
Hasta entonces, me despediré de ella. Es una lástima que no podré verla. ¿Debería secuestrarla y llevarla al Imperio de Occidente?
Se rio y murmuró:
—En cualquier caso, nos vemos pronto, adorable doncella.
♦ ♦ ♦
Vaya, ¿así es un baile de máscaras?
Cuando entró en el salón de baile, Marie abrió los ojos de par en par. Era un ambiente completamente diferente al de los banquetes que se solían celebrar en el Salón Gloria.
Tal vez porque llevaba una máscara, tenía la sensación de que era mucho más informal, libre y divertido. En cierto modo, se sentía licenciosa. La atmósfera era tan distinta del mundo en el que vivía que no podía volver en sí.
Marie tropezó con alguien y perdió el equilibrio. Kiel, que estaba a su lado, la sujetó al instante.
—Ten cuidado.
—Ah, gracias. Estoy un poco abrumada.
—En ese caso, ¿te gustaría ir allí y descansar un rato?
Kiel la condujo a un balcón ubicado en una esquina. Al salir, sintió el aire fresco, lejos del ajetreo y el bullicio del salón.
—Ah, siento que puedo respirar un poco.
—El baile de máscaras es un poco movido, ¿no?
—Sí, creo que estas cosas no son lo mío.
Kiel asintió.
—En realidad, a mí tampoco me gustan los bailes de máscaras.
—Ah, ¿y eso?
Estaba desconcertada. A diferencia del gran banquete del Festival de Aniversario del Imperio en el que participaba la alta nobleza, al baile de máscaras solo asistían quienes querían divertirse.
—Si no te gustan no tienes por qué venir.
—Bueno, tienes razón. Solo quería asistir esta vez.
Marie ladeó la cabeza, pero Kiel se limitó a sonreírle y no le dijo por qué estaba allí.
Ahora que lo pienso, no se está divirtiendo.
A diferencia de los demás que seguían cambiando de pareja y bailando, Kiel se quedó a su lado.
¿No le gusta bailar? Entonces, ¿por qué vino?
—La luna es brillante —dijo él, observando el cielo.
—Ah, sí, es hermosa.
—Señorita Marie, ¿cuál es tu constelación favorita?
—La constelación del Pastor [2]. ¿Y la suya, Su Señoría?
Así, ambos contemplaron el cielo nocturno mientras mantenían una conversación trivial.
Qué lindo, pensó Marie mientras lo escuchaba.
Como siempre, se sentía cómoda hablando con Kiel.
Si no tuviéramos estatus diferentes, podríamos haber sido amigos muy cercanos.
Si no fuera una doncella que ocultaba su identidad, si lo hubiera conocido desde la infancia, creía que podrían haberse convertido en mejores amigos. Se sentía muy cómoda con él y le guardaba cariño.
Sin embargo, en un momento de la conversación, Kiel dijo algo inesperado.
—Gracias.
—¿Perdón?
—Escuché que interviniste en el caso de su alteza Oscar.
Marie negó con la cabeza.
—No, es solo que…
No fue intencional. Solo que no podía soportar que el principito fuera severamente castigado.
—Está bien. No importa.
Kiel le dirigió una mirada penetrante. Lo que hizo Marie no era algo que pudiera tomarse a la ligera. Hablaba como si no fuera gran cosa, pero en realidad en ese momento arriesgó su vida. Gracias a eso, Oscar evitó la ira del príncipe heredero.
—Como amigo de su alteza Oscar y como el marqués de Saton, me gustaría expresarte mi gratitud —dijo, inclinando la cabeza—. Yo, Kielhan, el marqués de Saton, nunca olvidaré la amabilidad de la señorita Marie. Si alguna vez necesitas ayuda, no dudes en pedirla. El marqués de Saton hará todo lo posible para ayudarte —prometió con voz seria.
¡La ayuda de una de las familias más poderosas del imperio, el marqués de Saton! Era una promesa asombrosa.
—V-Vale …
Así, Kiel le expresó su gratitud y ella la aceptó un tanto perpleja. Fue entonces cuando de repente le vino algo a la cabeza.
—¿Está bien el príncipe Oscar?
—Ah, sí. Se asustó mucho, pero está bien —respondió con una sonrisa.
—Ah, ahora que lo pienso, dijo…
—¿Qué…?
—Dijo que se casará con la señorita Marie cuando sea mayor.
Marie se echó a reír. Con eso, ahora sí creía que estaba bien.
Los dos siguieron hablando de esto y aquello en el balcón durante un largo rato. Su conversación fue cómoda y amena.
El baile de máscaras no es lo mío, pero me gusta.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que charló con un amigo sin preocupaciones? Parecía ser la primera vez desde que fue llamada al castillo de Cloyan como princesa.
Pero ¿de quién era la otra invitación?
Pensó en la invitación sin remitente. Miró alrededor del salón de baile, preguntándose quién fue, aun así, no pudo descubrirlo.
No sé.
En ese momento, Kiel la miró y sonrió levemente. Una hermosa sonrisa que agitó un poco su corazón.
—¿Por qué sonríes?
—Señorita Marie.
—¿Sí?
—¿Puedes hacerme un favor?
Marie asintió en respuesta.
—Sí, dime.
Kielhan le tendió la mano enguantada de blanco.
—¿Su Señoría…?
—Ya que estamos en el salón de baile, ¿bailarías conmigo?
Marie se sonrojó cuando le pidieron, por primera vez en su vida, que bailara.
—¿Y-Yo?
Kielhan asintió.
—Sí, ¿no quieres?
—N-No, no es eso… Es que… yo… no soy buena bailando.
Al verla tartamudear, Kielhan se echó a reír.
—Está bien. De todos modos, es un baile fácil, así que no tienes que sentirte presionada. Además…
Sostuvo con cuidado el dorso de la mano de Marie. Pudo sentir una palma suave pero fuerte bajo los guantes blancos.
—Soy bastante bueno bailando, así que no te preocupes.
El corazón le palpitó. ¿Por qué? Marie recordó la historia de Cenicienta, quien se convirtió en la princesa del salón de baile por una noche. ¿Se debía a que Kielhan era amable y elegante, como el príncipe de la historia que, cuando le pidió bailar, se sintió como el personaje de esa historia?
Por supuesto, no soy la Cenicienta del señor Kiel ni nada por el estilo. Aun así, consideró que estaría bien sentirse así al menos por esta noche.
—Sí, Su Señoría…
♦ ♦ ♦
A diferencia de ellos que pasaban una tranquila velada en un lugar apartado, había una persona que estaba recibiendo la atención de todos: el príncipe heredero Rael. Todos lo observaban con asombro.
—¿Por qué vino su alteza el príncipe heredero al baile de máscaras?
—¿No odiaba esta clase de eventos?
—Pero ¿por qué parece estar de mal humor?
Había cubierto la mitad de su rostro con una máscara de cuero negro, pero todos reconocían que era el príncipe heredero. Se debía a que se veía exactamente igual que siempre. Era un efecto secundario inesperado de usar siempre una máscara de hierro.
—¿Por qué vino?
—Es la primera vez que Su Alteza asiste a un baile de máscaras, ¿cierto?
—Es cierto.
Susurraban los presentes, que lo miraban extrañados. ¿El príncipe que ni siquiera disfrutaba de los banquetes participaba en el baile de máscaras? ¿Con qué propósito había ido?
Alguien compartió su conjetura.
—¿Quizás vino a buscar a la princesa heredera?
—¿Su alteza la princesa heredera?
—Sí, Su Alteza debe casarse ahora. No, creo que ya es demasiado tarde.
—Es verdad.
—Incluso si no es el caso, cuando acabe el festival, iniciará oficialmente la selección de la princesa heredera. Antes de eso, quizás vino a ver si había alguna mujer de su agrado.
Era una suposición plausible, por lo que asintieron.
—Entonces, ¿quién conquistará el corazón de Su Alteza?
Pensaron con rostros curiosos, y las jóvenes aristócratas comprobaron una vez más sus adornos, preguntándose si podrían ser las afortunadas.
Mientras tanto, el príncipe heredero Rael bebía jugo sin pronunciar palabra alguna a lo que la gente decía. Entonces frunció el ceño, como si no le gustara algo.
El primer ministro Orn, un viejo amigo, se le acercó sorprendido.
—¿Su Alteza? ¿Qué le trae al salón de baile?
—Nada…
En realidad, fue por una razón especial, pero no la compartió con él.
—¿De verdad? Muchas damas esperaban de corazón que asistiera, y al final vino —expresó con alegría.
Él también creía que el príncipe Rael había asistido para investigar a las damas antes de que comenzara la selección de princesa.
—¿Por qué no tomamos una copa, en lugar de jugo?
—No, el jugo está bien.
Rael negó con la cabeza, en realidad no le gustaba beber alcohol.
Orn pareció perplejo cuando vio el jugo rojo en la mano del príncipe.
—¿De qué es el jugo? ¿Quizás es sangre de una virgen?
—Jugo de fresa…
Esa era la bebida favorita del príncipe.
—¿Hay alguna dama que le guste, Alteza?
Un sinnúmero de damas aristocráticas observaba al príncipe heredero. Querían hablar con él de alguna manera, pero se sentían abrumadas por la presión. Orn decidió que con gusto sería el puente del amor.
—¿La señorita Caitlin, hija del marqués Edmund? ¿O la princesa Catherine del país vecino? ¿O tal vez mi hermanita Agnes?
El príncipe heredero frunció el ceño mientras miraba molesto a su amigo que hablaba en voz alta a su lado.
—Basta…
Todas ellas eran candidatas potenciales para convertirse en la princesa heredera. Aunque no tenía ninguna intención particular de casarse, los ministros siguieron presionándolo para que encontrara esposa y, al final, fijaron la fecha de la selección después del festival.
La selección.
Sacudió la cabeza. A pesar de que no era lo que quería, no pudo resistirse a la terquedad de los ministros. De hecho, era un gran problema que él, el gobernante actual del imperio, estuviera soltero, por lo que los ministros tenían razón.
—¿De verdad está bien que no conozca a ninguna? Su Alteza debería elegir como esposa a la persona que le gusta…
—Ya basta —interrumpió a Orn con frialdad—. Me casaré con la mujer que proporcionará el mayor beneficio político a nuestro imperio. Su apariencia y personalidad no me importan en absoluto.
Eran palabras propias del Príncipe de Sangre de Hierro.
—Entonces, ¿por qué vino al baile de máscaras? —murmuró para sí mismo Orn, que había permanecido en silencio.
A diferencia de otros banquetes, el baile de máscaras era un evento en el que hombres y mujeres se relacionaban con libertad. Pero Rael solo bebía jugo de fresa y no parecía interesado en ninguna mujer. Parecía un príncipe de madera, en lugar de un príncipe de sangre de hierro.
¿Hmm?, Orn notó algo extraño.
—Su Alteza, ¿está buscando a alguien?
—No… —respondió, tras una breve pausa.
Orn ladeó la cabeza. Rael miraba de un lado a otro como si buscara a alguien. De hecho, sí buscaba a alguien: a Marie, la doncella.
¿Por qué no la veo? Le envié una invitación… ¿No vino?
La invitación sin remitente que recibió Marie era de él.
No, en primer lugar, ¿por qué le envié una invitación…?
No se la envió por ningún motivo en particular, sino por impulso. Se dejó llevar por unos sentimientos desconocidos.
¿Por qué estoy aquí buscándola?
Rael suspiró. Ya ni siquiera se conocía a sí mismo. Era gracioso que estuviera allí y aún más que se sintiera vacío porque no podía encontrar a la chica.
Será mejor que regrese.
Siempre estaba muy ocupado. No había tiempo que perder en un lugar como este.
Volvamos.
Justo cuando estaba a punto de darse la vuelta, una chica llamó su atención entre la multitud. Más baja que la mujer promedio, cabello castaño y rostro lindo. Aunque llevaba una máscara que le cubría los ojos, curiosamente la reconoció a primera vista. Era Marie, la mujer a la que estaba buscando.
Rael se detuvo en seco y la contempló, inmóvil. Al verla, el vacío en su corazón se llenó de unas emociones desconocidas, pero cálidas por alguna extraña razón. ¿Por qué?
Se ve hermosa…, pensó.
Era la primera vez que la veía vestida así, y le pareció bella. Creía que se veía mucho mejor que el resto de las señoritas que se habían maquillado en exceso. Sin embargo, en ese momento, el rostro del príncipe, que la había estado observando en silencio, se puso rígido. Vio a Kielhan acercarse a Marie y sujetarla cuando tropezó.
¿Kielhan? ¿Por qué está con ella?, se le heló el corazón.
Kielhan le tendió la mano y le sonrió, y Marie le devolvió la sonrisa. Parecían cercanos. Ante ello, su estado de ánimo se hundió sin razón alguna.
¿Por qué actúa tan amigable con Marie?
Rael frunció el ceño. Ese rostro descarado que le sonreía a Marie y fingía ser cercano a ella, todo le molestaba. No, lo más molesto era que ella le sonreía.
Se mordió los labios. Emociones desconocidas continuaban arremolinándose en su interior. ¿Qué era esa sensación? Era muy molesta.
—¿Su Alteza? —llamó Orn ante la repentina atmosfera fría alrededor del príncipe.
—No, no es nada… —Negó con la cabeza.
Aunque Orn se mostró confundido, Rael no dijo nada más. No, para ser precisos, estaba tan concentrado en Marie y su acompañante que no podía responder.
Entonces sucedió algo que lo disgustó aún más. Los vio saliendo al balcón en silencio.
¿Por qué están en el balcón…? De ninguna manera…
Solo existía una explicación para que un hombre y una mujer salieran al balcón del salón de baile: disfrutar de una cita secreta.
No. No.
Sacudió la cabeza. Esos dos ni siquiera se conocían muy bien, así que ¿qué clase de encuentro era?
No era posible, o eso creía, pero todo tipo de pensamientos seguían invadiendo su mente.
Pero Rael de repente volvió en sí, sorprendido.
¿Qué estás haciendo, Rael? Cualquiera que sea su relación no tiene nada que ver contigo. —Negó con la cabeza—. Sí, no tengo nada que ver con ellos.
—Orn.
—¿Sí, Su Alteza?
—¿Cómo marcha la propuesta de enmienda sobre el impuesto del lujo en discusión?
—¿El impuesto del lujo…?
¿Por qué hablar eso en el salón del baile? Orn puso cara amarga.
—Sí, y la construcción del embalse para prepararse contra la sequía en la región norte avanza sin problemas, ¿verdad?
Al ver al príncipe discutiendo de repente asuntos de estado en el salón de baile, Orn guardó silencio. ¿Qué le pasaba?
—Como usted ordenó, la propuesta de enmienda fue elaborada y presentada al Parlamento…
—En ese caso, deberá ser aprobada según lo planeado. Si aumentamos las tasas de los aristocráticas, podremos aliviar la carga del pueblo, que ya es relativamente alta.
—Sí…
Explicaba aquello con su habitual apariencia inteligente, pero algo era extraño. Parecía estar de muy mal humor y, sobre todo, no parecía él mismo. Estaba distraído con algo.
¿Qué es?
Como supuso Orn, toda la atención del príncipe estaba dirigida al balcón. Rael trató de ignorarlo, pensando que no tenía nada que ver con él, pero seguía molestándole.
¿Deberíamos ir a mirar?, pensó Rael sin darse cuenta, luego sacudió la cabeza, sorprendido. Sería una gran descortesía entrar al balcón donde habría invitados del baile. Porque no sabía lo que podrían estar haciendo ahí. Además, Kielhan ya no era cercano a él. Más bien, era su mayor enemigo. Cuando llegara el momento, lo mataría.
¿Cómo pudo salir al balcón con una pareja así?
—Jaa.
Orn miró extrañado a Rael, que suspiró. El príncipe estaba muy raro.
¿Qué demonios le pasa?
—Alteza, ¿no se siente bien…? —le preguntó.
La expresión de Rael se puso más rígida que antes. Presenció a Kielhan y Marie tomarse de la mano y salir a bailar. Su rostro se volvió frío como el hielo.
Los dos bailaban en silencio en una esquina del salón. Cuando Marie tropezó, no acostumbrada a bailar, el brazo de Kielhan la sujetó con delicadeza. Ella se sonrojó avergonzada y él la miró con una suave sonrisa.
Nadie prestaba atención al baile entre la chica pequeña y el hombre de cabello plateado, salvo Rael que tenía la mirada fija en ellos.
Era como si le hubieran clavado una espina.
—Orn… —lo llamó en voz baja.
—¿Sí, Alteza? —respondió él sorprendido por la repentina voz extremadamente fría de Rael.
—Ya que el festival ha terminado, me iré de viaje.
—¿De viaje? ¿Quiere decir que viajará de incógnito?
—Sí. Tras el festival, quiero conocer la opinión del pueblo, después de todo también es importante.
A diferencia de otros monarcas, a Rael le importaba mucho la opinión pública. Por eso, de vez en cuando se quitaba la máscara, ocultaba su identidad y caminaba entre el pueblo en secreto.
—Entendido. Haré los preparativos.
El príncipe asintió y cerró los ojos en silencio. En realidad no viajaría para conocer la opinión pública como le había dicho a Orn. Por supuesto, eso no quería decir que no tuviera intención de investigar al respecto, pero su verdadero propósito era…
Entraré en razón si tomo un poco de aire fresco, pensó para sí mismo.
Algo debía pasarle a su corazón y por eso era sacudido constantemente por esos sentimientos incomprensibles.
Pronto estaré bien.
Giró la cabeza y miró el rostro de Marie una vez más. Sintió un dolor punzante en el corazón al darse cuenta de que su hermosa sonrisa brillante no iba dirigida a él.
—Regresaré al palacio…
[1] La flor del infierno crece en suelos húmedos y sombríos, donde hay presencia de rocas y cursos de agua, por lo que se la suele ver en acantilados, orillas de ríos y en cementerios. He aquí la razón de que esté asociada principalmente a la muerte y a la tragedia, desde la antigüedad.
[2] Boötes (también conocida como el pastor del cielo) es una constelación en el hemisferio norte que contiene una de las estrellas más brillantes del cielo nocturno, Arcturus (Arturo). Boötes es una palabra griega antigua que se traduce aproximadamente como el conductor de bueyes, o pastor.