Traducido por Den
Editado por Meli
Al día siguiente, Marie fue a trabajar al Palacio del León, la guarida del tigre.
—Marie, ya no te veré muy a menudo —dijo triste Jane.
Cuando fue transferida al Palacio del León, le dieron una habitación privada, por lo que ya no compartía la habitación con ella en el área para las doncellas de rango bajo.
—Te envidio. Después de todo, es el Palacio del León. —Jane la miró con ojos anhelantes.
Trabajar en el Palacio del León era la posición más honorable entre las doncellas. Un ascenso como el de Marie era algo inesperado. Cualquiera se sentiría afortunada, pero ella parecía preocupada. Porque era un lugar donde corría riesgo de muerte. Pertenecía al príncipe heredero, el ángel de la muerte. El más mínimo paso en falso significaría su fin.
Está bien, no tiembles. Si estás más nerviosa de lo normal, le parecerá extraño. Tienes que ser lo más natural posible —pensó y recordó su plan—. Lo importante es escapar del Palacio del León, luego de ayudar a una de las candidatas a princesa heredera.
Su «Operación Cupido», aunque poseía un nombre infantil, tenía como objetivo ayudar a una de las candidatas a princesa heredera a entablar una relación con el príncipe heredero. Como Cupido.
A cambio de mi apoyo, le pediré que me deje marchar del Palacio del León. Aunque pertenezco al príncipe heredero, podré lograrlo.
Por supuesto, no creía que ella, una sirvienta, fuera a influir en la selección. Pero al menos sí podría ayudar en los momentos decisivos. Estaba convencida de que la candidata a la que ayudara no se olvidaría de ella.
Hagámoslo bien, sin importar qué.
Marie, que no tenía idea de lo que el príncipe pensaba de ella, pero estaba decidida. Se despidió de Jane y se dirigió a su nuevo lugar de trabajo.
Todas las sirvientas del Palacio del León eran damas de familias aristócratas, por lo que a Marie le preocupaba que no fuera a adaptarse a ellas. No había ni una sola plebeya, o más bien, ninguna prisionera de guerra como ella, por lo que no sabía qué tipo de abuso enfrentaría.
Aunque estoy acostumbrada al maltrato… No, no me dejaré intimidar. Haré lo que pueda para encajar.
Con tal determinación, entró al Palacio del León.
—Hola. Debes ser Marie —dijo una mujer de mediana edad con arrugas en la frente.
—¡Sí, soy Marie! —Hizo una reverencia—. Un placer, condesa Ashlyn.
La condesa Ashlyn era la doncella principal que supervisaba a todas las sirvientas del palacio imperial, no solo a las del Palacio del León, era una figura prominente. El poder que tenía era comparable al del conde Gilbert, el director general del palacio.
¿Por qué está aquí la doncella principal?, pensó, sorprendida por ser recibida por un pez gordo.
—¿Tienes apellido, Marie?
En esa época, muchos plebeyos no tenían apellido.
—No, por favor, llámeme Marie.
—Ya veo. —Se enderezó los anteojos y la examinó de arriba abajo. Luego ladeó la cabeza como si no entendiera algo—. Hmm, me pregunto qué ve Su Alteza en ti.
Marie quedó desconcertada ante sus palabras, pero antes de que pudiera preguntar, la condesa cambió el tema:
—Has sido muy apreciada en los dos últimos lugares en los que has trabajado, así que confío en que lo harás igual de bien aquí. No tendrás tareas laboriosas. Sin embargo… —le advirtió en voz baja—, recuerda que todas las personas que conozcas en el Palacio del León son nobles de estatus alto. Por tanto, debes cuidar tus modales al servirles.
—Sí, entendido.
—También formarás parte de la rotación que atiende a Su Alteza, así que asegúrate de no cometer ningún error.
Como pensé, tendré que atenderlo, su rostro se tensó de preocupación.
—Hmm… ¿Su Alteza no tiene una doncella asignada? —preguntó con cautela.
Por lo general, la familia imperial o la gran nobleza tenían sirvientes personales que siempre los atendían. Era inusual que hubiera una rotación de sirvientes. Dado que asisten de cerca a la familia imperial, eran personas de familias prestigiosas, o como mínimo de un condado.
La señora Ashlyn negó con la cabeza.
—Su Alteza no tiene una doncella asignada.
Marie ladeó la cabeza, confundida, incluso los príncipes del Reino de Cloyan tenían sirvientes personales. ¿Por qué no era así con el príncipe heredero, que poseía mayor poder?
—Le he sugerido muchas veces que tenga sirvientes personales, pero siempre dice que es engorroso y se niega. Quizás porque no hay nadie que le agrade en particular.
—Ah…
—Bueno, quién sabe. —La condesa observó a Marie y en tono de misterio agregó—: Quizás esta vez por fin elija a una doncella personal… En cualquier caso, debo ir a prepararme para recibir a las candidatas de la selección. Lesia te explicará el resto.
—Sí, entendido.
Al cabo de poco, Lesia se acercó a ella. Parecía uno o dos años mayor, pero era una chica hermosa con una elegancia que hacía que fuera difícil hablar con ella.
Qué guapa. Es una noble, ¿cierto?, afirmó Marie para sí misma.
Todas las doncellas del palacio mostraban una belleza y elegancia admirables. Era evidente que habían seleccionado solo a las mejores jóvenes.
Por alguna razón, Marie se sentía como un pato entre cisnes.
—Soy Lesia von Venachel.
«Von» era un apellido aristócrata de la región de Alemania.
—Ah, encantada, señorita Lesia. Soy Marie —respondió con rigidez.
Estoy segura de que no le agradaré.
—¿Está bien si dejo las formalidades y te llamo Marie?
—Sí, por supuesto.
—Como hoy es el primer día, no tendrás que hacer nada en especial. Solo tienes que seguirme y acostumbrarte a desplazarte por el Palacio del León. Pregúntame si tienes alguna duda —dijo con gentileza.
¿Es porque es mi primera vez?, parpadeó, perpleja.
Lesia fue amable desde el principio hasta el final. Marie la siguió por el Palacio del León mientras le explicaba con calma los edificios y las tareas de todos en el lugar.
¿Siempre es tan amable?, se preguntó.
El resto del personal con el que se cruzó también se mostró amable con ella:
—¿Hoy es tu primer día, Marie? Será duro, pero estoy deseando trabajar contigo.
—Como aún no estás acostumbrada, pide ayuda si la necesitas.
Qué extraño. Aunque no lo muestran abiertamente, habrá a quienes no les agrade. Debe haber un motivo para que todos sean amables.
—Mm, señorita Lesia, —Marie dudó un poco antes de preguntar—: ¿Hay alguna razón para que estén siendo tan amables conmigo?
—¿Mm? ¿Una razón?
—Es que… ni siquiera soy una noble… Estaba segura de que a algunas personas no les gustaría el hecho de que estuviera aquí, pero todos han sido muy amables…
Lesia se echó a reír ante sus palabras.
—Ah, ¿eso? Es porque no eres una noble.
—¿Perdón? ¿Qué quiere decir eso?
—Entraste aquí sin ser una noble. Y fuiste seleccionada por el príncipe heredero. —El rostro de Marie se tensó—. Permitió a una plebeya entrar al Palacio del León. Su Alteza debe pensar que eres muy especial para haberte elegido en persona.
—N-No es cierto… —Negó con la cabeza, confundida.
—No sabemos qué tipo de relación tienes con Su Alteza —declaró Lesia en tono serio—. Pero está claro que eres especial para él, así que ¿cómo nos atreveríamos a tratarte mal? —Sacudió la cabeza con miedo—. No queremos molestarte de ninguna manera y desatar la ira del príncipe sobre nosotros. Verás, Su Alteza es una persona muy, muy aterradora.
Marie se sintió tonta cuando se enteró de la razón. Todo era un gran malentendido.
No puedo creer que el príncipe piense que soy especial. Es imposible.
Pero, estrictamente hablando, no estaba del todo equivocada. Era verdad que el príncipe la consideraba especial, aunque era un poco diferente a lo que creían las sirvientas.
Él debe tener curiosidad. Por todas las habilidades que he demostrado tener, —suspiró—. En cualquier caso, me alegra evitar el maltrato. El trabajo tampoco parece difícil, solo debo tener cuidado al servir a las personas de alto estatus.
En comparación con los duros lugares en los que estuvo antes, ¡estaba en el paraíso! Solo había un problema: el príncipe heredero.
A partir de mañana, tengo que atender al príncipe heredero. Si estoy demasiado nerviosa, pareceré sospechosa. Deberé tener cuidado. Como sea, ¡ánimo! Trabajemos duro hasta el día en que escapemos del Palacio del León.
Pero, como siempre, las cosas no iban a salir como Marie quería. Su vida se había torcido bastante últimamente y la noche antes de atender al príncipe, tuvo otro sueño lúcido.
¿Por qué? ¿Qué va a pasar?, se quejó.
El sueño era más como la premonición de un accidente que un sueño que regalaba habilidades.
No… Debería despertarme ahora mismo. Si me despierto antes de soñar, quizás puedo hacer como que nunca pasó.
No sucedió, el sueño invadió su conciencia con total claridad, como si estuviera mirando un cuadro.
♦ ♦ ♦
—Hace buen tiempo, Yeon Ma.
—Sí, hermano.
Se encontraba en Oriente. Un hombre y una mujer jóvenes estaban sentados en un pabellón en el corazón de la montaña, donde soplaba una agradable brisa. Se miraban con afecto como si fueran amantes.
—¿Qué té es este?
—Es té blanco de la provincia de Fujian.
—Es excelente —exclamó el hombre luego de tomar un sorbo—. ¿Cómo lo preparas? Es como si todas las preocupaciones del mundo se desvanecieran en esta taza de té. ¿Tienes algún método especial?
—Preparar té requiere sinceridad por fuera y por dentro —respondió ella con una sonrisa—. Solo vertí mi corazón en el té.
♦ ♦ ♦
Marie parpadeó al despertar.
—Por suerte, no parece que vaya a ocurrir nada serio…
En comparación con los sueños de Mozart, el médico militar y el detective, fue bastante tranquilo.
Pero he estado preparando té desde hace mucho tiempo. ¿Por qué tuve ese sueño?
Marie ladeó la cabeza. Como siempre, no tenía ni idea.
De todos modos, no creo que vaya a ocurrir nada importante. Qué alivio.
Más tranquila, salió de su habitación y se dirigió al Palacio del León. Llegó pronto, pues su habitación estaba justo al lado.
—Hola, Marie —la saludó la doncella con la que se había encontrado antes—. Hoy te toca atender a Su Alteza, ¿verdad?
—Sí.
—No estés tan nerviosa. Aunque se llama el Príncipe Cruel, no trata mal a los sirvientes —le comentó con una mirada curiosa—. Oh, pero ya debes saberlo, ¿no?
Marie agitó las manos. Todos parecían haber malentendido, porque el príncipe la eligió en persona.
—No, no tengo ese tipo de relación con Su Alteza.
—Sí, sí. Ya veo. De todos modos, ánimo trabajando —asintió como si lo supiera todo, pero con la mirada parecía cuestionar por qué una chica flaca y ordinaria como ella había sido seleccionada.
¡¿Qué demonios están pensando todos?!, —gritó enfadada para sus adentros—. Nadie lo entiende.
Suspiró y se detuvo frente a la oficina del príncipe con un sencillo refrigerio en las manos.
—¿Puedo pasar?
Al cabo de poco, la puerta de hierro se abrió con un chirrido y apareció ante sus ojos, una vez más, la oficina del príncipe. Había un piano en la esquina, una mesa y varias sillas para recepción.
Marie tragó saliva al ver la espeluznante máscara de hierro detrás de Almond, el enorme caballero escolta que siempre acompañaba y protegía al príncipe.
El príncipe Rael revisaba con frialdad unos documentos. En ese momento, levantó la cabeza y la observó.
—Marie, ¿cierto?
—Sí, salve a su alteza el príncipe heredero.
Había prometido no ponerse nerviosa, pero el corazón le latía acelerado. Era el miedo instintivo que sentía un conejo cuando se enfrentaba a una bestia.
—Traje refrigerios. Avíseme si necesita algo —dijo, tratando de no mostrar su nerviosismo.
Colocó con cuidado los refrigerios en el escritorio del príncipe y se dirigió hacia la esquina de la oficina. Ahora todo lo que tenía que hacer era esperar en silencio, como una sombra, y atenderlo cuando lo requiriera. No era nada difícil, pero tener que estar en la misma habitación con él todo el día era muy incómodo, deseó que el tiempo pasara rápido.
Pero transcurrió con lentitud y en un silencio incómodo. En el lugar, solo se oía el movimiento de la pluma del príncipe, quien la miraba de soslayo mientras estudiaba los documentos.
¿Qué pasa? —Estaba confundida, creía que era solo una coincidencia, pero no, el príncipe sin duda la estaba observando—. ¿Por qué me mira? ¿Quiere que haga algo?
—¿Necesita algo, Alteza?
Él se detuvo y suspiró.
—No…—respondió algo sorprendido.
Entonces ¿qué quiere?
Al cabo de un rato, ocurrió algo aún más incomprensible.
—¿Te duelen las piernas? —preguntó él mientras leía los documentos. No recibió respuesta, así que presionó—: ¿Marie?
—Ah, ¿perdón? ¿Hablaba conmigo, Alteza?
—Sí, ¿no estás cansada de estar de pie?
—E-Estoy bien —tartamudeó.
—¿De verdad?
—Sí.
De hecho, sí le dolían. Era más duro estar de pie durante mucho tiempo que caminar. Aun así, no podía confesarlo.
—Ya veo… —murmuró.
Marie no entendió lo que dijo y justo cuando estaba a punto de preguntarle al respecto, el príncipe emitió una orden inimaginable:
—Aun así, deberías sentarte.
—¿Perdón? —Estaba perpleja.
—Siéntate.
—N-No debo. —Se sentía contrariada por la orden—. No me atrevería, Alteza.
—¿Hay una razón para que sigas de pie?
—I-Iría contra la etiqueta.
El príncipe permaneció en silencio un momento. Su expresión estaba oculta por la máscara de hierro, pero Marie tenía la sensación de que estaba molesto.
—Almond.
—¿Sí, Alteza?
—¿Hay alguna ley de la corte imperial que establezca que una doncella deba estar de pie en presencia del príncipe heredero mientras lo atiende?
—No estoy seguro.
—No creo que haya nada de eso en el libro que compila las reglas de la corte imperial. Así que siéntate.
Marie se quedó boquiabierta.
Bueno, claro que no. ¿Por qué escribirían una regla tan obvia?
¿Por qué diablos está haciendo esto? ¿Me está poniendo a prueba? ¿Me va a hacer romper las reglas y usarlo como excusa para matarme?
Su pensamiento era absurdo, pero estaba tan desconcertada que llegó a considerarlo posible.
—Mis órdenes priman sobre cualquier norma de etiqueta, así que siéntate —le indicó en voz baja y continuó leyendo los documentos.
Marie cogió una silla pequeña que había a un lado y se sentó con cautela.
¿Por qué hace esto? ¿De verdad estaba preocupado de que me dolieran las piernas?
¿Por qué alguien, de quien se rumorea que bebe sangre de vírgenes, se preocupaba por ella? Marie lo observó, pero no pudo leer sus emociones por la máscara de hierro.
¿Qué demonios pasa?, se tragó un suspiro.
El tiempo siguió fluyendo. El príncipe siguió trabajando sin moverse, como una máquina. No se tomó ni un descanso, excepto para reunirse con unos ministros que fueron a discutir asuntos políticos.
¿Está bien que siga trabajando así, sin descansar? Apenas ha comido un trozo de pan, se cuestionó Marie, el príncipe la miró y ella se levantó de la silla, sorprendida.
—¿Necesita algo, Alteza?
—¿Estás cansada?
—¿Perdón?
Solo había servido a los invitados hace unas horas. Aunque era agotador estar sentada todo el día.
—Estoy bien. —Negó con la cabeza.
—Llevas atendiéndome todo este tiempo, por lo que todavía no has podido comer, ¿cierto? Sal y descansa un rato.
—En ese caso —Inclinó la cabeza—, saldré un momento y volveré pronto. —Cedió, de nada serviría negarse.
Cerró la puerta y el príncipe soltó un largo suspiro.
—Jaa.
Rael se quitó la máscara y se reclinó en la silla con evidente cansancio en el rostro.
—¿Pasa algo, Alteza? —inquirió el caballero escolta, Almond.
—Ah, estoy bien. —Rael negó con la cabeza—. No pasa nada.
El príncipe se estaba comportando de forma extraña. Almond no sabía cómo explicarlo, pero se sentía diferente de lo habitual.
Rael cerró los ojos y se reclinó en la silla un largo rato, como si intentara organizar sus complicados pensamientos. Luego sacudió la cabeza, se puso la máscara de hierro y retomó la lectura de los documentos.
Tras un breve descanso, Marie regresó a la oficina, pero no vio por ninguna parte al caballero escolta Almond.
—Tuvo que ir a ocuparse de unos asuntos de la guardia real. Tardará un poco. —explicó el príncipe ante la evidente inquietud de Marie.
—Ah, entiendo —contestó y se dirigió a su asiento.
Espera un momento. ¿Eso quiere decir que estaremos a solas en esta habitación? ¿Durante mucho tiempo?
Tragó saliva. Según la agenda, que revisó esa mañana, no habría más visitas.
No pasará nada especial, pero…
Tal vez porque le tenía tanto miedo, la tensión en el ambiente aumentó sin razón. Se puso rígida, aunque intentó mantener la calma para no cometer ningún error.
El príncipe leía, revisaba y despachaba en silencio los documentos. Había estado haciendo lo mismo desde la mañana, pero no parecía estar cansado.
Diez, veinte, treinta minutos, una hora, dos horas… ¿Cuánto tiempo había pasado? La somnolencia comenzó a invadirla.
Oh no. ¿Qué hago? —Marie apretó los puños sobre la falda—. ¡Tengo sueño! Despierta, Marie. No puedes quedarte dormida frente al príncipe heredero.
Debido a todo lo que había ocurrido últimamente, estaba agotada. Al principio, había estado nerviosa por estar a solas con el príncipe, pero como no pasaba nada, se relajó y le empezó a dar sueño.
No, no. Piensa en algo que dé miedo.
Trató desesperadamente de evitar quedarse dormida. Imaginó cosas aterradoras, se forzó a mantener los ojos abiertos, se pellizcó los muslos, etc. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, comenzó a sumergirse en el sueño.
No… debo… quedarme dormida…
Involuntariamente, empezó a dar cabezadas.
Rael, que seguía pendiente de ella mientras revisaba los documentos, se percató de inmediato cuando se quedó dormida.
—¿Marie? —le sonrió con amargura cuando no respondió a su llamada.
Debe haber estado muy cansada.
Se levantó y caminó con cuidado hacia ella, que no abrió los ojos a pesar de que estaba justo delante.
—Jaa —soltó un largo suspiro y murmuró—: ¿Qué se supone que deba hacer contigo?
¿Por qué la mantengo a mi lado?
De hecho, ese día, no había trabajado bien. Aunque revisó los documentos, la presencia de la chica en la misma habitación le molestaba.
¿Qué hago con esta frustración? Sería mejor enviarla a un lugar lejano y no tenerla frente a mis ojos.
Sacudió la cabeza. En el momento en que pensó que no podría verla, una extraña sensación de perdida lo invadió. Era como si cayera a un abismo.
¿Sabes que es una tortura tenerte aquí?
La observó fijamente. Su rostro puro e inocente. ¿Era porque se veía completamente diferente al suyo, manchado de sangre?
Marie.
Levantó la mano y la acercó con lentitud a su rostro, como si estuviera hechizado. Tragó saliva cuando le tocó la mejilla. Una sensación suave le recorrió la punta de los dedos.
Marie.
Rael sintió un fuerte anhelo en el corazón. La acarició con cuidado, como si tocara un frágil cristal. Los dedos que le tocaban con delicadeza la mejilla se desplazaron hacia los labios rojos. Cuando los rozaron, Rael volvió en sí.
¡¿Qué estoy haciendo?! ¡Está durmiendo! —Se mordió el labio con fuerza—. Debería salir a caminar un rato…
No sabía qué pasaría si seguía mirándola dormir.
Cuando estaba a punto de salir de la oficina, se dio la vuelta y volvió a verla. Aún estaba profundamente dormida. Tras un momento de vacilación, sacó una manta y la cubrió con ella.
—Jaa —dejó escapar un profundo suspiro de nuevo ante la frustración que no abandonaba su pecho.
♦ ♦ ♦
Marie abrió de repente los ojos. Su cuerpo estaba cubierto por una manta.
¡Ay, Dios! ¿De verdad me quedé dormida? ¡¿Frente al príncipe heredero?!
Se puso pálida. El primer día trabajando junto al príncipe y había cometido un error inimaginable.
¿C-Cuánto tiempo he estado durmiendo?
Miró por la ventana, en pánico. Afuera, la brillante luna blanca flotaba en el oscuro cielo.
Es el fin…, se lamentó. Ni siquiera podía imaginar cuánto tiempo había estado durmiendo. Entonces, la voz seca del vizconde Almond la llamó:
—¿Ya estás despierta?
—¡L-Lo siento muchísimo! —se disculpó, avergonzada.
—Debes haber estado muy cansada.
—De verdad que lo siento mucho. —Se sonrojó, no debió de haberse dormido.
—Está bien. De todos modos, Su Alteza no ha estado aquí.
—¿Y Su Alteza? —Estaba atónita, no se había dado cuenta de que estaban solo ellos dos.
—Salió por unos asuntos.
—Ah…
Marie se sintió afortunada. Si el príncipe la hubiera estado observando mientras dormía, se habría muerto de la vergüenza.
Me comprometí a tener cuidado, luego voy y me quedo dormida frente a él, se compadeció mucho de sí misma.
Si él fuera un miembro de la familia imperial exigente, ella habría pasado un mal rato por cometer semejante error.
—Ve y descansa. Ya es tarde.
Marie negó con la cabeza.
—Se supone que debo quedarme hasta que Su Alteza se retire a sus aposentos…
Por lo general, los sirvientes personales atendían a su maestro hasta que se acostaba. Su trabajo terminaría solo cuando el príncipe volviera a su alcoba.
—Ah, supongo que no lo sabes porque es tu primera vez.
—¿Perdón?
—Su Alteza sufre de insomnio agudo, por lo que apenas puede dormir por las noches.
—Ah…
¿El Príncipe Cruel sufría de insomnio? ¿De verdad era tan grave que apenas dormía?
—Por tanto, no será necesario que lo atiendas hasta que se acueste. La sirvienta del turno de noche se encargará del resto, así que ve a descansar.
—Ya veo… —Marie se levantó y antes de salir de la habitación, inclinó la cabeza—. Ah, gracias por la manta.
—¿La manta? —preguntó Almond desconcertado.
—Sí, antes… me cubriste con esta manta cuando me quedé dormida. Gracias —explicó, avergonzada.
—No te cubrí con la manta.
—¿Qué? Entonces, ¿quién…?
—No lo sé. En cualquier caso, no fui yo.
¿No fue él? Entonces, ¿quién? ¿Quién más estaba en la habitación además de lord Almond? —Abrió los ojos—. Solo había una persona en la habitación además de Almond: el príncipe Rael. De ninguna manera…
Marie negó con la cabeza.
♦ ♦ ♦
Con el tiempo, el Palacio del León se volvió poco a poco más ajetreado. Las candidatas a princesa heredera pronto ingresarían al palacio, por lo que estaban preparándose para recibirlas.
—¿Hay dos candidatas potenciales a princesa heredera esta vez?
—Sí, la princesa Ariel del archiducado Schuleyan y la señorita Rachel, hija del conde Istvan, son las candidatas finales.
Marie estaba conversando con su superior, Lesia, en la sala de descanso de las doncellas. Aunque era la sala de descanso de las sirvientas, era más lujosa y muy diferente a la que utilizaban las doncellas de rango bajo.
—¿No es la familia Schuleyan el mayor aliado del príncipe? En cambio, el conde Istvan…, se opuso al príncipe heredero y apoyó al primer príncipe durante la guerra civil —declaró Marie.
—Sí, ambos son poderosos. —Los ojos de Lesia brillaron—. La familia Schuleyan es una de las más influyentes del imperio y el conde Istavn fue el líder de las fuerzas que apoyaban al primer príncipe.
—¿Cuál de las dos crees que será elegida princesa heredera?