Una Verdadera Estrella – Volumen 3 – Capítulo 59: Satisfacción

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


El calvo cayó al instante, atravesado en la frente por un disparo del hombre de negro. Sus subordinados, conmocionados, levantaron sus armas para apuntar a Albert, pero los hombres de éste los sometieron rápidamente antes de que pudieran actuar.

El contraste entre un grupo desorganizado y un equipo entrenado se hizo patente de inmediato.

—La noche es fría; si no tienes cuidado, te resfriaras —comentó Albert, quitándose el abrigo de cachemira y cubriendo con eso a Tang Feng. Apretó la mano fría del asiatico, sonriendo ligeramente—. Pareces el peluche grande de mi hija.

—¿Se supone que eso es un cumplido? —Tang Feng mostró una sonrisa amarga, tirando suavemente del abrigo. Al menos por ahora, Albert parecía bastante normal.

Un coche se acercó, y el rubio lo guió hasta este. Justo cuando la puerta se cerró, se oyeron disparos en el bosque detrás de ellos, sobresaltando a Tang Feng.

—Volvamos —Albert se acercó, ajustó el cuello del otro y le rodeó la cintura con un brazo. El coche arrancó, alejándolos poco a poco del bosque que había resonado con los disparos.

No había lugar para la compasión ni los sentimientos. Tang Feng suspiró ligeramente, esperando que Iván y los demás ya hubieran escapado.

Tal y como esperaba, cuando regresaron a la villa del calvo, los dos helicópteros del terreno llano habían desaparecido. Además, un helicóptero parecía haberse estrellado en el bosque cercano, y gente armada corría a inspeccionar.

Un espeso humo negro salía del bosque, lo que indicaba que el accidente se había producido recientemente.

Un subordinado informó a Albert de que los rehenes de la cueva y los dos helicópteros habían desaparecido, mientras que el helicóptero en el que había llegado Albert se había estrellado cerca. Si querían salir, tendrían que conducir o esperar a que trajeran otro helicóptero.

Albert no tenía prisa por irse. Ordenó brevemente a sus hombres que trajeran otro helicóptero y luego condujo a Tang Feng al interior.

El pequeño demonio sólo se había llevado a Xiao Yu y a la maquilladora, dejando atrás a todos los demás. Cuando llegaron, todos estaban arrodillados con las manos en la cabeza, con los hombres de Albert apuntándoles con armas, incluida la mujer rubia que le había traído carne asada a Tang Feng.

—Son inocentes, déjalos ir —pidió el actor, agarrando el brazo de Albert. Recordando cómo este había matado a todos en el bosque, creía que era capaz de mandar a todos los de la casa al infierno. No había nada que el hombre no hiciera.

Albert lo continuó guiando escaleras arriba, hablando lentamente mientras caminaban.

—Puede que algunos acaben de llegar, mientras que otros llevan aquí años. Una vez que se vayan, puede que no se adapten al mundo exterior y no sabrán adónde ir.

—Esa será su elección, no es asunto nuestro —repitió Tang Feng—. Déjalos ir, Albert.

—¿Es esta tu petición? —El hombre se detuvo en seco.

—Te lo suplico.

—Sabes, no puedo rechazar una súplica tan sincera de tu parte, especialmente cuando veo en tus ojos la preocupación por la vida de los demás —Albert tocó ligeramente la mejilla de Tang Feng y luego se volvió hacia la gente de abajo, diciendo—: Déjenlos ir.

Albert no mencionó nada sobre el helicóptero estrellado ni sobre quién había rescatado a los rehenes. Simplemente condujo a Tang Feng a una habitación limpia de la villa.

La habitación estaba ordenada y bien cuidada, sin barras de hierro soldadas en las ventanas, y la decoración se inclinaba hacia un estilo europeo. Estaba claro que esta habitación no estaba pensada para retener cautivos.

Tang Feng se sentó en el borde de la cama, mirando a Albert servirse una bebida en el mostrador, de repente sin palabras.

—De repente me siento muy afortunado. —Sintiéndose cansado, enroscó las piernas y se apoyó en el cabecero. Antes, cuando estaba trepando a un árbol, había perdido un zapato, y tras llegar al suelo, se deshizo del otro, volviendo descalzo.

Tang Feng metió las manos bajo la manta, sujetándose los pies fríos.

—Dame de beber a mí también —pidió, necesitado de entrar en calor.

—¿Ya no tienes miedo? —Albert le dio un trago, pero no se metió inmediatamente en la cama. En lugar de eso, se sentó en el borde y, a través de la manta, calentó los pies del actor.

Tang Feng negó con la cabeza. Quizá porque había escapado de la muerte por los pelos, ver morir a alguien delante de él por primera vez no le había dejado muchos sentimientos negativos aparte del shock inicial. Lentamente, recuperó la compostura.

—Tengo que tomármelo con calma. —Dio un gran trago a la bebida, sintiendo cómo el líquido bajaba por su garganta y le calentaba el estómago, extendiendo el calor a sus extremidades.

—¿Por qué te sientes afortunado? —preguntó Albert.

—Albert, ¿por qué has venido aquí? Responde primero a esa pregunta —contestó Tang Feng.

Albert acarició suavemente el tobillo del otro, luego se acercó para sujetarle la mano, bajando la cabeza para besarla como un caballero.

—Protegerte es mi deber.

—Así que todos han venido a rescatarme —Tang Feng se rio. Ya fuera Lu Tian Chen, Charles, o el impredecible Albert, todos vinieron por él.

No pudo evitar sentirse conmovido y feliz, incluso un poco contento.

Aunque estos tres hombres le habían causado muchos problemas antes, sin ellos, no estaría sentado aquí a salvo, y Xiao Yu y los demás no habrían salido ilesos del peligroso bosque.

—Por eso me siento afortunado.

—Cada vez soy más incapaz de entenderte —dijo Albert, acercándose un poco más y agarrando con más fuerza la mano de Tang Feng, causándole cierta incomodidad.

Mirando al rubio de ojos claros, el actor se puso a observar sus ojos. El color translúcido era como el jade, bellamente brillante, pero también exudaba un aura fría.

—No hace falta que me entiendas —replicó Tang Feng—, al igual que yo no te entiendo del todo a ti.

De repente, Albert se inclinó sobre el actor, sus narices casi tocándose, y la repentina cercanía hizo parpadear a Tang Feng.

Una tensión palpable llenó rápidamente la habitación, sin que el viento frío del exterior pudiera penetrar.

Desde la primera vez que Albert lo tomó astutamente, Tang Feng creyó que este supuesto loco era capaz de cualquier cosa. Sabía que no debía pensar en cosas irrelevantes ahora, pero no pudo evitarlo, así que preguntó.

—He oído que eres todo un pervertido en la cama, que una vez lisiaste a alguien.

No podía recordar si fue Iván o el pequeño demonio quien dijo esto, pero recordaba el contenido.

Recordando su último momento íntimo, aparte de que era agresivo, no lo encontró particularmente pervertido.

Albert entrecerró los ojos, poniendo distancia entre ellos. Metió una mano bajo la manta y levantó la camisa de Tang Feng para tocarle la parte baja de la espalda.

Sonriendo, preguntó: —¿Quién te ha dicho eso?

—Lo he oído —respondió el actor, sintiendo cosquillas y agarrando la mano inquieta del otro—. ¿Estás seguro de que quieres hacer esto? Mírame ahora.

—Como el peluche grande de mi hija.

Por una vez, Albert mostró una cálida sonrisa, lamiendo ligeramente el lóbulo de la oreja del actor.

—Todavía no has respondido a mi pregunta —Tang Feng, siendo gradualmente presionado hacia abajo, no podía dejar de preguntarse si estos hombres estaban hambrientos, no perdonando incluso a su más pesado yo.

—De vez en cuando, sólo de vez en cuando —Esta respuesta era poco tranquilizadora. Pero Albert añadió rápidamente—: Sé que no te gustaría, así que no pienses en ello. No tiene nada que ver contigo. No te sientas agobiado estando conmigo. Quiero que todo te parezca una hermosa experiencia.

Albert acarició suavemente el brazo del hombre y pronto lo besó mientras se desnudaban lentamente entre sus tiernos besos.

No importaba lo que dijera Tang Feng, el otro siempre hacía lo que quería. Por ejemplo, ahora, Albert selló la boca del hombre que amaba hablar con sus labios. Él sólo quería encender al hombre debajo de él por completo.

¿Qué es la impulsividad? Esto es impulsividad.

Aun sí Tang Feng hubiera ganado o perdido peso, desde el primer vistazo, había un impulso primario dentro del rubio. ¿Cuánto tiempo podría durar este impulso? Eso no era algo que Albert necesite considerar.

Disfrutaba viendo a Tang Feng perder el control, le encantaba oír los sutiles sonidos de dolor o placer desde lo más profundo de la garganta del hombre, y se deleitaba en su desinhibido disfrute.

Le gustaba ver la indulgencia desenfrenada del asiatico y la satisfacción momentánea, que, a su vez, satisfacía al propio Albert.

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