Traducido por Herijo
Editado por Sakuya
La clase concluyó sin inconvenientes; sin embargo, el tema central de hoy era meramente los pormenores del curso y su temario. Así que, tras despedirme de Zephyr y Sieg, me encaminé hacia el punto de encuentro con Emilia.
La sala destinada a conferencias especializadas, reservada para los cursos avanzados a partir del segundo año académico, se situaba en el ala izquierda del complejo. Durante nuestro primer año hicimos uso del ala derecha, y situadas entre ambas, se hallaban las instalaciones comunes como el comedor y las aulas. Las alas fueron diseñadas no solo considerando su estética sino también buscando un contraste entre ellas; aunque su estructura era similar, pequeñas diferencias entre ambos edificios me llevaron a tomar un camino equivocado hacia el salón, retrasándome un poco.
El salón, ubicado al frente de un pasillo, se suponía que era un lugar de poco tránsito, según lo que había escuchado. No obstante, al llegar, me encontré con varias estudiantes, además de Emilia. Esto me hizo detenerme abruptamente y ocultarme tras la sombra de una pared… La razón era que parecía que las chicas habían rodeado a Emilia, quien se encontraba sentada en un sofá. Los estudiantes que transitaban por el pasillo también giraban su mirada hacia ahí al pasar.
—Oye, ¿qué sucede?
—Shh, silencio.
Con gestos firmes y señas para que guardaran silencio, calmé a Ratoka y Leka, quienes se mostraban desconcertados por mi reacción, mientras observaba la escena desde mi escondite.
Las jóvenes pertenecían a una clase diferente a la mía, ya que no reconocía a ninguna. Esto no auguraba nada bueno; difícilmente podría esperar que estas estudiantes se acercaran a Emilia o a mí con buenas intenciones. La presencia de Aslan y Tira, de pie en un rincón del salón con expresiones de irritación y preocupación, confirmaba mis sospechas.
A pesar de la tensión, no parecía que hubiese estallado un conflicto mayor. La conversación se mantenía en un tono bajo, imperceptible desde el pasillo, lo que podría sugerir a los transeúntes una charla casual motivada por la novedad de un rostro desconocido.
Sin embargo, mi aguda audición me permitió captar fragmentos de su diálogo.
—Como he dicho, es un malentendido… diciendo… eso… bailar contigo… en esa situación… para ti es…
—Eso es correcto. Tú… princesa del país enemigo… impertinente.
—Estoy seguro… complicado eso…
Esto podría interpretarse como un reproche de “No te confundas solo porque el príncipe heredero te haya elegido como compañera de baile”
No puede ser…
En otras palabras, ¿estaba presenciando una escena digna de una villana con Emilia, la protagonista, en el centro de la trama?
Sin embargo, la villana debería ser yo, Eliza Kaldia.
Utilizar a Emilia para ascender en la corte o beneficiarse del príncipe heredero, codiciando más poder y riquezas con una voracidad insaciable… Ese es el papel de la “villana” en este juego otome.
Este mundo trasciende el mero concepto de juego; la sociedad se rige por pensamientos, creencias y emociones humanas. Emilia, una ex princesa de un reino rival, naturalmente genera recelo entre los nobles, quienes ven con malos ojos su cercanía al príncipe heredero. Mi lógica refuta la impulsividad de tales pensamientos. Aunque consciente de esto desde hace años, la presencia de Emilia me hace reflexionar sobre la narrativa del juego cada vez que ocurre algo relevante.
Es provechoso recordar eventos del juego en momentos específicos y reconocer las discrepancias entre ficción y realidad. No obstante, ya no debo permitir que estos guiones ficticios me influencien. Después de todo, mis decisiones previas han desviado significativamente el curso de nuestra historia de los escenarios predeterminados.
—Señorita Eliza, ¿qué sucede? ¿No va a intervenir? —preguntó Leka, su voz cargada de preocupación.
Vacilé, sabiendo que podría dispersar a ese grupo fácilmente, pero preferí mantenerme en las sombras, visible solo para Emilia y no para las demás.
El actuar de estas jóvenes, incapaces de reconocer el estatus de Emilia tras su llegada oficial a Arkshia, solo refleja su educación y origen. No necesito intervenir cuando es presumido que se dirijan a ella sin respeto. Esta situación, de hecho, puede servir para demostrar la fría acogida que Emilia recibe.
No tengo intención de abandonarla, pero tampoco de sobreprotegerla.
Emilia notó mi presencia de inmediato, su mirada se desvió hacia mí, intentando disimular su nerviosismo con su abanico.
No es ajena a las complejidades y matices de la naturaleza humana. Ratoka mencionó que Emilia posee una sensibilidad especial hacia la maldad, lo que la hace propensa al nerviosismo y la timidez. Incluso sugirió que hay similitudes entre nosotras.
Por un momento, Emilia dirigió su mirada hacia mí, una mirada intentando descifrar mis pensamientos.
Le respondí con una mirada firme, instándole a resolver la situación rápidamente.
Parece que el juicio de Ratoka fue más acertado que el mío. La inquietud de Emilia se intensificó tras mi gesto.
Sus ojos, de un suave tono rosa, revelaban su ansiedad. Sin embargo, logró mantener la compostura, mereciendo mi aprobación.
A Emilia no le faltan agallas; de lo contrario, no habría sido capaz de danzar con el príncipe heredero ante la mirada de todos.
En un momento de resignación, Emilia cerró sus ojos, como si liberara un peso de sus hombros. Acto seguido, con una elegancia innata, levantó su mano izquierda y la extendió hacia mí. No pude evitar la tentación de reír; su gesto, uno que yo le había enseñado, clamaba “Ven conmigo” una “invitación” reservada para aquellos de alto estatus en nuestra jerarquía social, algo que ninguna de las presentes podría replicar con la misma dignidad, excepto Emilia.
Contrario a mis expectativas, ella eligió este gesto como una dulce revancha mientras yo observaba desde lejos. Ver su maniobra me resultó sumamente satisfactorio. La confusión se pintó en el rostro de las chicas al verla actuar así. Al seguir la dirección a la que Emilia apuntaba, sus miradas se toparon conmigo, endureciéndose de inmediato.
Ignorando deliberadamente a las demás, me acerqué para aceptar su mano, un acto de respeto y a la vez, una disculpa silenciosa.
—¿Qué…? —La incredulidad se apoderó de una de las chicas, visiblemente molesta por sentirse ridiculizada.
Antes de que pudiera expresar su desdén, Emilia intervino con serenidad: —Buen día a todas. —Su calma tomó por sorpresa a la chica, interrumpiendo su reproche.
Reflexioné sobre la naturaleza de Emilia, la heroína de nuestra historia. Recordé que, pese a ser tímida, fácilmente nerviosa y sin autoestima, poseía una resolución férrea en momentos cruciales. Su determinación era nítida, distinguiéndose de los demás.
Compararme con ella, como sugirió Ratoka, era un error. Carezco de su inocencia intrínseca; lo mío son sentimientos de culpabilidad, frialdad y crueldad.