Traducido por Ichigo
Editado por Herijo
Elimina la soledad de este mundo, aunque solo sea por un instante.
Las cartas traían felicidad a quienes las recibían.
El hecho de que la otra persona hubiera elegido esas palabras para ellos. El tiempo dedicado a seleccionar con cuidado la papelería y los sobres. Incluso el momento de ir a la oficina de correos a enviarla era entrañable. Las cartas ya eran especiales solo por existir.
Esas cosas especiales llegaban casi todos los días a “nuestra” casa.
Sobres con sellos de cera con el escudo venerable de un clan real. Papelería delicada y hermosa, elegida, seguramente pensando en el carácter de la persona. Incluso cartas escritas por niños que, al parecer, acababan de aprender a escribir.
—Esta fue enviada por la señorita Charlotte de Fluegel. Una vez escribí cartas de amor en su nombre…
—He oído hablar de ello. Si no me equivoco, ¿no era de una familia real?
—Sí, ahora se ha convertido en reina.
—Tienes un increíble círculo de conocidos.
La mayoría eran cartas dirigidas a ella, quien vivía conmigo.
—Este es otro nuevo volumen del señor Oscar, el novelista, junto con una carta.
—Eso me hace feliz. A mí también me gustan sus libros.
—Parece que su trabajo se ha convertido en una obra de teatro, por lo que hay entradas para ir a verla en el interior. Una es para usted, mayor.
—Te lo agradezco mucho. ¿Deberíamos ir a verla?
—La carta de agradecimiento para él tendrá nuestra firma conjunta.
El rango de edad de los remitentes era amplio y seguro estaban divididos casi por igual en género.
—La letra de la señora Taylor… es mejor que antes.
—Cierto. También escribió bien el nombre de la calle. ¿No había alguien más apellidado Bartlett entre tus amigos por correspondencia…? No, ¿era “York”?
—Sí. Nos aseguramos de intercambiar cartas durante el cambio de estación.
Quizás era más inusual que hubiera días en los que no hubiera cartas en el buzón. Era la prueba de que había compartido momentos maravillosos con la gente en la vida que llevaba. A veces me daba envidia, pero la mayor parte del tiempo me sentía orgulloso. Me daba la sensación real de que mi pareja era querida por mucha gente.
—Mayor, iré a mi habitación a escribir las respuestas.
—Aah, tómate tu tiempo.
Eso fue lo que pensé. Sin embargo, sentía curiosidad por las personas con las que intercambiaba cartas con frecuencia y, a veces, cuando la veía —alguien cuya expresión facial rara vez cambiaba— recibir feliz el correo, acababa preguntándome cuál era su relación con la otra persona. Me aseguraba de no molestarla cuando escribía cartas. Por eso, a veces me quedaba mirando en silencio la puerta cerrada, rezando para que terminara pronto.
En resumen, estaba un poco celoso de sus cartas.
Hubo idas y vueltas entre nosotros hasta que nos reencontramos y habíamos tardado bastante tiempo en vivir así bajo el mismo techo. El tiempo que pasamos sin saber qué hacía el otro había sido largo. Y una de las razones de dichas complicaciones era que me había mantenido alejado de ella porque la quería mucho, así que no podía hablarle abiertamente de las relaciones que había cultivado durante mi ausencia. No era tan desvergonzado.
Por eso, tampoco dije nada cuando al final de cierto verano llegó una carta de un joven explorador.
—Esta fue enviada por el maestro León Stephanotis de Lustitia.
Procedente del lugar donde se encontraba el famoso Observatorio Astrológico de Shahar, la carta era al parecer de uno de sus antiguos clientes. Parecía que había llegado a ser capaz de nombrar las estrellas al mirar al cielo debido a su influencia.
—Escribe sobre sus aventuras durante sus viajes e historias relacionadas con las estrellas. Una vez tuvo su base en el Observatorio Shahar, pero en este momento viaja por el mundo y recupera obras literarias.
—Es asombroso. ¿Qué clase de persona es?
—Una persona amable.
Esa era una palabra rara para ella.
—“Amable”…
—Me preguntaba si tenía frío cuando mirábamos el cielo nocturno. Ese tipo de persona.
Sin duda, los dos habían pasado momentos maravillosos juntos. Ella atesoraba ese recuerdo. No solía llamar “divertido” a nada, así que no cabía duda de que aquella había sido una época bastante “divertida” de su vida.
—Ya veo; es una persona maravillosa, ¿eh?
—Sí, me dio profundas lecciones sobre las estrellas. Lustitia también es un lugar maravilloso, mayor, así que me gustaría llevarle allí algún día. ¿Tiene algún interés en observar las estrellas del cielo nocturno…?
—Conozco los nombres de algunas estrellas. Eso sí, solo conozco las más famosas.
Al decir esto, esbozó una sonrisa lentamente.
—Así que, mayor, las estrellas también despiertan su interés, ¿verdad? —dijo, llevándose la carta al pecho como para abrazarla.
—¿Te gustan las estrellas?
—Sí. Porque el cielo es infinito.
—Ah, es verdad.
Sentí que no nos estábamos entendiendo del todo, pero por el momento, me limité a asentir.
Hablando de eso, frecuentemente me dice los nombres de las estrellas cuando paseamos por las calles de noche.
Una vez más, me había enterado de otra cosa que le gustaba. A mi amada le gustaban las estrellas.
—Así que tengo un campo de interés en común con usted, mayor. Qué honor.
Verla sonreír apagó de inmediato la pequeña llama de celos que había en mí. Estaba contenta. Eso era bueno.
—Para mí también es un honor. Por cierto, me informas cada vez que llega una carta… Si hay algo que quieras mantener en secreto, puedes hacerlo.
—Mayor, no hay nada que quiera mantenerle en secreto.
—¿Es así?
Era como si yo la hubiera obligado a decir eso. Pero ella no era de mentir, así que sin duda era la verdad. Mientras saboreaba esa felicidad, como si me lo dijera a mí mismo, decidí que yo también debía ser sincero con ella.
—Le informo… porque esperaba compartir con usted al menos un poco… de todo lo que he visto y sentido, así como todos mis recuerdos con la gente que he conocido.
Me sorprendí sinceramente al oír esas palabras. Después de todo, yo había estado completamente convencido de que el hecho de que ella informara de todo era un vestigio de su tiempo en el ejército.
¿Así que estaba intentando compartir sus recuerdos conmigo?
—Los lugares en los que has estado, la gente que has conocido, lo que has sentido, las historias de las que has sido testigo… A mí también me interesan esas cosas. Gracias; has intentado contármelas, ¿verdad?
Ella asintió con la cabeza. La forma en que movía la cabeza como una niña era la misma que en el pasado. Sin embargo, en el pasado, que intentara transmitir sus sentimientos y experiencias a otra persona era algo impensable. Solía ser el tipo de chica que se quedaba callada todo el tiempo si la dejaban sola, así que no decía nada si tenía hambre, y si se hacía daño, ni siquiera decía que le dolía. No era más que una niña soldado maquinal que se ocupaba de los asuntos que tenía delante.
—¿No fue desagradable para usted…? —Ya no era esa chica soldado, miraba hacia mí como tanteando un poco el terreno.
Mi mano se extendió automáticamente.
—De ninguna manera, estoy tan contento… Ya veo; así que eso es lo que sentías al contarme esas cosas… —Acaricié su cabeza, y así, con suavidad, enredé su pelo alrededor de mis dedos. Su hermoso cabello era como ondas de oro.
—Yo… ¿Hice… algo malo?
Quizá la estaba tratando demasiado como a una niña, acariciando la cabeza de alguien que se había convertido en una joven tan loable, pero me encontré haciéndolo sin querer. No había podido hacerlo mucho cuando ella era una bestia herida. Los dos éramos ya adultos, pero quizá intentábamos llenar con algo los huecos abiertos en nuestros corazones. Y deseábamos que el otro perdonara esta acción.
—No es nada malo; en absoluto.
Ganarnos el perdón nos hacía sentir aliviados. “Sigue estando bien que viva al lado de esta persona”, pensábamos. Puede que sea una exageración, pero recibir un comentario positivo de un ser querido podía tener ese efecto.
—Me alegrará si sigues haciendo eso a partir de ahora también. Yo también haré lo mismo. Es verdad… ¿no tenías papel de carta y sobres con estrellas dibujadas?
—Sí.
—¿Qué tal si escribes la respuesta en eso? Si es de Shahar, le gustaría, ¿no?
Sus pestañas doradas se balancearon y sus ojos azules brillaron.
—Qué gran idea. Seguro que le gustará. Muchas gracias, mayor.
—De nada. Gracias a ti también por compartir estas maravillosas cartas conmigo.
En ese momento, sus sentimientos inocentes purificaron mis celos. Unos celos tan desagradables eran algo que nunca me había ocurrido.
♦♦♦
Conseguí poner fin al asunto sin mostrar la menor señal de que sentía envidia del aventurero. Sin embargo, mi angustia no acabó ahí. Después de aquello, la encontraría releyendo innumerables veces la carta del señor León Stephanotis. La primera vez no le di importancia. Llegué a la conclusión de que estaba pensando en cómo responderla o algo así. La segunda vez, me impresionó y supuse que su contenido debía de ser excepcionalmente bueno. La tercera vez, como era de esperar, pregunté:
—¿Otra vez mirando esa carta?
Quizá porque lo había preguntado con una expresión mezclada de sentimientos complicados, tras poner cara pensativa brevemente, respondió con una actitud que denotaba que había elegido sus palabras con cuidado:
—Sí, quiero leerla lo suficiente como para memorizarla.
Y me sumió aún más en un torbellino de confusión.
—¿Lo suficiente como para memorizarla?
—Sí, lo suficiente para memorizarla.
¿Existía tal manera de leer una carta?
Yo también leí las cartas que recibí de ella después de reunirnos tan a menudo que las memoricé.
¿Eso significaba que tenía los mismos sentimientos y pasión hacia la carta del señor León Stephanotis? ¿Qué había escrito en ella? Como era de esperar, incluso yo sentiría curiosidad al respecto. Si no me equivocaba, había dicho que trataba de sus aventuras y de las estrellas. ¿Iba acompañado de un poema sobrecogedor o algo por el estilo? Pero su cara cuando lo leía no era la de alguien cuyo corazón había sido tocado por el arte. ¿Cómo decirlo? Ponía cara de estar estudiando académicamente.
Incapaz de encontrarle sentido, pasé unos días con ella absorta en la carta.
♦♦♦
—Mayor, solicito permiso para salir hoy por la noche. ¿Puedo ir a observar un cometa?
La aclaración del misterio llegó sorprendentemente rápido. Después de todo, mi querida me hizo esta pregunta justo después de levantarme por la mañana, llevando un equipaje que le hacía parecer que iba a hacer alpinismo. Al principio, pensé que iba a participar en una marcha militar o algo así.
—¿Cometa?
Como acababa de despertarme, mi cabeza no funcionaba bien. Esto también se debía a que la había visto leyendo la carta del señor León Stephanotis justo antes de irme a la cama, así que no había podido dormir. ¿Por qué hacía eso incluso antes de dormirse? ¿Y por qué traerla a nuestro dormitorio?
—Sí, el maestro León predijo que debería poder verlo si el cielo estaba despejado hoy. Escribió con detalle qué tipo de colina debería buscar y qué necesito llevar conmigo… en caso de que salga a observar el cometa —informó ella de forma un poco emocionada, ajena a mis sentimientos. Su voz era más fuerte que de costumbre.
—¿Puedo ir?
No había necesidad de pedir mi consentimiento, pero volvió a preguntar lo mismo. Por fin estaba asimilando lo que sucedía.
—¿Así que estabas… haciendo planes para ver un cometa…?
Ella había estado estudiando. Aprendiendo las enseñanzas de alguien a quien veneraba como mentor respecto a las estrellas.
—Sí. Por fortuna, el tiempo parece estar despejado hoy. Si continúa así hasta la noche, será posible ver el cometa a simple vista. Me he preparado para ello.
Seguro para eso era el pesado equipaje que llevaba en las manos. Avergonzado de mí mismo, me cubrí la cara con las manos.
—¿Mayor?
—Por supuesto, eres libre de hacer lo que quieras…
—Muchas gracias, mayor. —Su voz era animada.
Había estado haciendo preparativos todo este tiempo hasta hoy porque quería ver las estrellas. Era una persona de corazón puro. Qué tonto he sido. Eso significaría que había estado celoso por una suposición completamente errónea.
—Lo harás por la noche, ¿verdad? Deja esas bolsas en el suelo por ahora…
—Sí, mayor.
Me disculpé con el señor León Stephanotis innumerables veces en mi cabeza. Su relación con ella era sana, y yo era el equivocado por mis injustas sospechas. Si en el futuro volvía a recibir alguna carta suya, le enviaría un buen vino junto con la respuesta.
—Mayor, tiene la cara enrojecida. ¿Le pasa algo?
—No, no es nada…
—Dios mío. Tiene fiebre…
No es eso, mi amor.
—Estoy bien. Más importante aún, no tenemos telescopio. ¿Vamos a la ciudad a comprar uno?
Aún no me había comprobado la temperatura, pero me aseguré de mirarla directamente. Susurré esto a intervalos después de apartar su mano de mi cara. Quería ayudarla a divertirse, aunque solo fuera un poco.
—No, los telescopios son caros. —Sacudió la cabeza.
—Los cometas no son algo que veamos seguido, ¿verdad?
—Este cometa se llama Cometa Fin, y por lo que parece, se puede ver cada doce años.
—Doce años, eh…
Si ella y yo logramos mantenernos sanos y no contraer ninguna enfermedad hasta entonces…
Seríamos capaces de verlo de nuevo. Pero esto dependía del destino, así que uno no podía estar muy seguro.
—Como pensaba, compremos un telescopio. Si quieres, ¿puedo acompañarte en esta aventura tuya?
Ella no negó de inmediato con la cabeza ante la sugerencia.
—Es muy halagador, mayor, que me dedique su precioso tiempo… así que si resulta que despierta su interés, por supuesto, acompáñeme.
Parecía que quería ir conmigo.
—No hay tiempo más precioso para mí que el que paso contigo. Yo también tengo que hacer mis maletas…
—En realidad… He preparado equipaje para dos.
—¿En serio? Eso es una gran ayuda. ¿Qué pasa?
—Desde el principio… tenía grandes expectativas de que se uniera a mí. —Bajó la mirada. Sus mejillas solían estar sonrosadas contra su piel blanca, pero ahora estaban teñidas de bermellón—. Es bueno, porque usted aceptó de buena gana…
Se mostraba inusualmente tímida.
—Me avergüenzo de mí misma por sacar conclusiones precipitadas, aunque ya es demasiado tarde para eso.
—No es vergonzoso.
—No, fue una tontería por mi parte. Y lamento haberme aprovechado de su amabilidad.
—No tienes por qué. Me alegro. Además, estabas deseando ver este cometa, ¿verdad?
—Sí. En el pasado, el maestro León me enseñó sobre los cometas y vi uno por primera vez. Si podía volver a ver un cometa en mi vida, quería hacerlo, a toda costa.
—Ya veo; estoy deseándolo. Me hace feliz que quisieras ver un cometa conmigo.
Le sonreí. Esta vez, fue ella la que se cubrió la cara con las manos. Sus prótesis chirriaron. Le acaricié la cabeza y esperé a que se le pasara el rubor. Al final, bajó las manos y habló con decisión:
—Ahora que hemos llegado a esto, mayor, seré su escolta para que disfrute con toda seguridad.
—Escoltar por la noche es mi deber —susurré como si quisiera sermonearla.
♦♦♦
Al final, cuando aún era de día, compramos un telescopio cubierto de polvo que dormía en la trastienda de la ciudad y nos preparamos para la noche. Como si hubiera escuchado su deseo, el día transcurrió con el cielo despejado y, a su debido tiempo, el ámbar de éste se convirtió en anochecer.
Los dos salimos juntos a la hora en que por lo general nos dispondríamos a dormir. Con el cielo así, sería posible ver el cometa incluso desde nuestra casa, pero al parecer, el señor Stephanotis escribió en la carta que era mejor hacerlo en un lugar sin techo, así que nos dirigimos a una pequeña colina cercana.
Ahora que lo pienso, puede que nunca hubiéramos tenido este tipo de diversión nocturna juntos. A pesar de mi edad, estaba eufórico. Ahora íbamos a observar un cometa. Eso era todo, y sin embargo, yo estaba tan emocionado, como si hubiera vuelto a ser un niño. Tuve la sensación de que ella también estaba animada.
—Mayor, puedo sostener las bolsas.
—No, quiero sostenerlas yo.
—Pero yo no sostengo nada.
Seguí andando, habiéndole quitado todas las bolsas a pesar de que ella quería sujetarlas. Cuando miré al cielo, la luna brillaba con fuerza.
—Entonces toma mi mano vacía. Y luego puedes guiarme. Después de todo, eres tú quien ha decidido el destino —le dije mientras le ofrecía la mano.
—¿Pero entonces no sería usted el único en desventaja y yo la única “feliz”?
—Tomarte de la mano mientras caminamos es algo que me hace “feliz”. No es ninguna desventaja. Llevar las pertenencias de mi pareja también me hace feliz. Después de todo, no podría hacerlo sin ti aquí.
Me tomó la mano como resignándose.
—Comprendo. El camino es peligroso por la noche. Vigilaré sus pasos.
—Gracias; hazlo, por favor.
Al final, acabó escoltándome, pero me dejó llevar las bolsas, así que estuvo bien. Era tan cortés que, si la dejara a su criterio, me trataría incluso como a una princesa, así que si yo no fuera tan insistente, acabaría haciéndolo todo ella sola. Aquello me conmovió mucho. Después de todo, me recordó a su yo del pasado.
Has llegado a ser capaz de hacer cualquier cosa por ti misma, eh.
Yo había creado situaciones que la capacitarían para ello.
Y sin embargo, los dos estamos juntos ahora.
Yo había deseado eso.
Soy un tonto.
Mientras caminaba, apreté con fuerza su mano, que estaba desprovista de calor corporal. Ya no podía imaginar soltarla.
♦♦♦
Una vez que llegamos a la pequeña colina, descubrimos que había varios grupos de personas con telescopios aparte de nosotros. Como era de noche, nos saludamos en silencio.
—He tendido sábanas aquí, así que, por favor, tome asiento. No es una noche fría, pero sopla el viento, por eso he traído también mantas.
—Entendido. Ven aquí.
—¿Ahí?
Después de hacerla sentar, yo también me senté de forma que la cubría por detrás. Haciendo eso, podíamos acurrucarnos bien.
—Acércate más si te empieza a doler el cuello. En realidad, ya puedes acercarte.
Cuando tiré con suavidad de su hombro, ella apoyó la cabeza en mi pecho de forma incómoda.
—Convertir a mi señor en una silla… y apoyarme en él es…
—Ya no soy tu señor, y es providencia de la naturaleza que los grandes se aseguren de proteger a los pequeños por su diferencia de físico.
—La providencia de la naturaleza…
—Providencia de la naturaleza.
No parecía muy convencida, pero las palabras “providencia de la naturaleza” parecían haber funcionado. No importaba cuánto tiempo pasara, siempre tendría un lado de bestia salvaje en algún aspecto, así que usar un razonamiento práctico al negociar con ella era bastante efectivo.
—¿Está bien dejar que me mime, mayor, si es la providencia de la naturaleza?
Le acaricié la cabeza sin ningún reparo. Esta posición era agradable porque era fácil hacerlo.
—Quiero mimarte aunque no haya motivo para ello.
Cuando dije esto, ella me confió incluso más peso de su cuerpo que antes. Sonreí. No podríamos hacer esto durante el día por temor a las miradas de la gente, pero ahora era de noche. Y ella no podía ver que mi cara estaba roja. Menos mal que estaba oscuro.
—Da una sensación extraña, ¿verdad? —susurré mientras miraba al cielo—. ¿El señor Stephanotis estará mirando el mismo cielo, ya que te habló del cometa?
—Sí, creo que seguro que lo está viendo desde ese enorme observatorio.
También eché un vistazo a los otros grupos de personas, de los que solo podía discernir un poco las posiciones en la oscuridad.
—Lo mismo ocurre con ellos. Nos hemos conectado solo por la información de que un cometa pasaría hoy por aquí. Me da una sensación tan caprichosa que todos hayamos recorrido vidas diferentes y, sin embargo, estemos mirando al cielo esta noche con el mismo objetivo.
¿Debería llamarlo una extraña sensación de comunidad?
Iluminada por la luz de la luna en medio de la oscuridad nocturna, sonrió.
—El cielo es infinito, después de todo.
Había oído esta frase alguna vez, pensé.
—Tú también lo habías dicho antes.
—Sí. No importa adónde vaya, el cielo continúa. Cuando no podía verle, a veces pensaba que, aunque no pudiéramos contemplar juntos el paso de las estaciones, podríamos estar mirando el mismo cielo nocturno. Se me concedió esta forma de pensar porque el maestro León me enseñó la observación astronómica.
—Tal vez, mayor, la gente que usted conoce también esté mirando el cielo ahora.
—Seguro que mi hermano no.
—Me pregunto. A menudo solía mirar al cielo desde la cubierta de su barco.
—¿Ah, sí?
—Sí. Le gustan las cosas bellas.
Seguimos conversando al azar mientras esperábamos al cometa Fin, que empezaba a emerger poco a poco.
—Las personas que te enviaron cartas podrían estar mirándolo también.
Y entonces, nos encontrábamos imaginando. Sobre cómo estarían pasando esta noche personas de otros lugares, que alguna vez se habían cruzado con nosotros pero que ahora vivían vidas diferentes.
—Puede ser.
La princesa que se había casado en un reino forestal lejano. El novelista que llevaba una vida algo solitaria mientras deseaba mantener su reputación. Las hermanas que solían vivir juntas en el pasado.
—Sí, puede ser, mayor.
Todos estaban bajo el mismo cielo estrellado.
—Parece que la gente dice que hay romance en esto.
Por lo que parecía, el señor León Stephanotis era un muy buen profesor para Violet. Como era de esperar, acabé poniéndome celoso.
—Mayor.
—¿Qué pasa…?
Aunque por fin había estado mirando el cielo nocturno, se giró hacia mí. Sus ojos azules brillaban con intensidad incluso en la oscuridad.
—Estoy pasando este tiempo con usted ahora mismo. Los dos solos.
Cuando nos conocimos, me aterrorizaban.
—Sí.
—Aun así… de repente me encuentro echándole de menos. Más que cuando estoy sola.
Antes me asustaba ese pequeño ser vivo. Porque me daba cuenta de que se había criado en un lugar caótico y sabía que un mordisco suyo podría matarme con facilidad.
—Estoy a su lado e incluso comparte su calor conmigo, y sin embargo esto me hace sentir sola de repente.
Pero no podía soltarla. Eso era lo que me hacían pensar los pasos que me perseguían y los sonidos entrecortados de su respiración. Que estaba bien si ella me mataba un día, pero tenía que crear un lugar para que esta pequeña bestia salvaje perteneciera, así como protegerla.
—Me preguntaba por qué.
Y con el tiempo, empezaría a maldecirme.
Nos acurrucábamos el uno contra el otro para compensar las partes que nos faltaban a cada uno, lo cual era grave e incorrecto, así que por muy preciosa y querida que fuera para mí, nunca se me permitió decirlo en voz alta. Porque yo era quien había creado esta relación entre nosotros.
—Como era de esperar… el tiempo que no pude verte fue una tortura para mí.
Sería mejor si estuviéramos separados, por toda la eternidad.
—Cuando hago las cosas que lo llenan… mi “soledad” se suaviza un poco, como la calma del mar.
La verdad era que incluso nuestro presente podía ser un error.
Y, sin embargo, estábamos el uno al lado del otro. Aunque otras personas nos dijeran que era un error, no dejaríamos de hacerlo. Íbamos a acurrucarnos el uno junto al otro hasta la muerte.
—Mayor, ¿no se siente un poco solo en este momento?
Esta podría ser una relación extraña. La verdad era que podría haber habido vidas diferentes para cada uno de nosotros.
—Si continuamos pasando tiempo juntos así, ¿habrá un día en que ya no me sienta sola?
Pero incluso si volviéramos a empezar, seguro elegiría este camino.
—Violet.
Porque no hay sentido en una vida sin ti.
—Será difícil que llegue ese día —susurré palabras que podrían considerarse un poco mezquinas para mi flor violeta—. Somos criaturas solitarias por naturaleza.
Tras mostrar una expresión enigmática, repitió mis palabras: “‘Criaturas solitarias’…” La forma en que susurró la frase sonaba como si la estuviera digiriendo. Me pareció que se había quedado helada solo de pronunciar la palabra “solitaria”, así que la abracé para que entrara en calor. Dejándome hacer lo que quería, dijo:
—¿Solo somos usted y yo?
—No…
Si sólo estuviéramos tú y yo en el mundo, no tendríamos de qué preocuparnos.
—Debe ser así con todo el mundo. Especialmente en presencia de sus seres queridos… se sienten solos aunque sean felices. Es algo tan raro.
—¿Se sienten solos porque están enamorados?
—Así es. Pero la soledad también disminuirá si seguimos teniendo este tipo de contacto entre nosotros.
—Pero no desaparecerá, ¿verdad? Mayor, ¿usted… también se siente solo cuando está conmigo?
—Sí.
Me siento solo todo el tiempo, Violet. Es justo porque estoy enamorado de ti que cada movimiento tuyo hace que te extrañe. Pero estoy seguro de que eso es estar enamorado.
—Entonces quiero que nos sintamos solos juntos para siempre.
Las palabras de Violet me hicieron reír. Era una optimista.
—Cierto. Siento que te echaré de menos incluso después de convertirme en un abuelo arrugado.
—Yo me encargaré de ello.
—¿Cómo lo harás?
—Como usted quiera…
Apoyé mi frente en la suya. Ella pareció entender lo que quería hacer con eso.
—Mis disculpas, todavía no estoy acostumbrada, pero… —Aunque mostrando una actitud tímida, acercó su rostro.
El cometa estaba a punto de aparecer. Antes de que lo hiciera, deberíamos poder hacer esto, aunque solo fuera un poco.
Por eso, querida, quiero que no mires las estrellas, solo por el momento. Aunque se trate de un cometa especial que quizá no lleguemos a ver en doce años, solo por ahora, mírame. Este recuerdo se repetirá en nuestras cabezas por toda la eternidad.
Sentí como si me oprimieran el pecho.
Ah, Violet. Tenías razón; qué solitario es esto. Mientras esté atado a ti, me sentiré tan solo como pueda estarlo.
—Mayor… ¿ya no se siente solo?
Aunque ya eres una flor que solo me pertenece a mí, te extraño.
—Aún no es suficiente…
No importa si estoy imaginando el futuro o mirando hacia el pasado, o incluso en el tiempo presente, sufro, porque estoy enamorado de ti.
—Pero el cometa está…
—El cometa puede esperar.
—No puede.
—Sí puede. Solo una vez más.
Por favor. Quiero que este dolor desaparezca. Cierra los ojos solo por ahora, Violet. Porque quiero borrar nuestra “soledad”.