Violet Evergarden – Folleto 7: El pequeño ángel de Oscar

Traducido por Ichigo

Editado por y Herijo


Los escritores eran como sombras.

Lloviera o hiciera sol, permanecían en sus diminutas habitaciones, escribiendo. Eso era todo. Era un trabajo insípido y, a decir verdad, solitario. Nadie imaginaba nunca quién estaba detrás de las historias que leía. Si lo hicieran, se decepcionarían. Seguro que sí. Nadie quería descubrir que, tras las historias que amaban, había alguien tosiendo penosamente mientras, a pesar de todo, sostenía la pluma.

Yo tampoco quería que lo descubrieran. Por eso me hacía pasar por una sombra.

Había quienes salían a la luz del sol, pero eso no me sentaba bien. Por eso, bueno, siempre me alegraba encontrarme, por pura coincidencia, con gente a la que le gustaban mis obras. Como nunca subía a un escenario, rara vez recibía cumplidos. Así que esos encuentros me llenaban de una alegría silenciosa: «Ya veo, así que había alguien prestando atención. Solía sentir que estaba solo en el mundo, pero logré llegar a otros. Gracias. Me agradas por disfrutar de mis obras. Sigamos esforzándonos en este mundo extraño». Así, intercambiaba un abrazo o un apretón de manos, y ambos volvíamos a nuestras propias vidas.

—Señor Oscar… ¿puedo ser su hija?

Sin embargo, algunas personas eran diferentes.

Esta era una historia sobre una plegaria que se sintió como una lluvia suave en una tarde de verano, de esas tras los cuales esperas que algo bueno suceda cuando el cielo se despeje.

♦♦♦

Conocí a la niña que había hecho esa pregunta insolente cuando visité un orfanato construido gracias a inversiones de dos reinos, Drossel y Fluegel.

Usaba mi nombre real como seudónimo y publicaba innumerables obras simplemente como «Oscar». Desde obras de teatro hasta novelas, había lanzado varias historias al mundo. Entre ellas, una que había creado con la ayuda de cierta muñeca de recuerdos automáticos, era popular entre un amplio rango de edades. Había una copia de este libro en el orfanato, aparentemente tan apreciada que los niños se peleaban por él durante el tiempo de juego. Esto me hizo feliz.

De todos modos, la invitación a leer en voz alta me pareció muy significativa y los detalles me impulsaron a aceptar. El orfanato podía ofrecer escolarización básica, pero parecía tener poco personal; pocos niños podían leer y escribir realmente. Cuando escuché que se había planeado una sesión de cuentacuentos para que esos niños, llegados allí por todo tipo de razones, desarrollaran interés por la literatura —por pequeño que fuera— y así pudieran elegir sus propios futuros, sentí que era algo increíblemente brillante.

Aparentemente, la iniciativa fue de la Reina Charlotte Abelfreya Fluegel, que se había casado desde Drossel. Era alguien apasionada por la educación.

Así fue como yo, aunque un poco avergonzado, visité el orfanato con mi propio libro en la mano y participé en la sesión, pero…

—Señor Oscar… ¿puedo ser su hija?

En una tarde donde la luz del sol brillaba intensamente, el vitral del orfanato, instalado durante la remodelación de su iglesia, llenaba la habitación con una luz colorida, rebosante de una calidez que invitaba a suspirar. Sin embargo, contrariamente a la calidez, sentí escalofríos; el aire del lugar estaba helado.

—Huum…— Mi cobardía buscó la ayuda de las monjas del orfanato. Una solicitud silenciosa de «rechazo».

—¡Ángela, eso no se hace! ¡No molestes al señor Oscar!

—¿Qué tiene de molesto? Solo hice una pregunta.

Las monjas me miraron como diciendo: «Disculpe por eso…». Solo pude responder con una expresión que decía: «No hay necesidad; yo también lo siento un poco…».

Por lo visto, la niña frente a mí me había confundido con un adulto que venía a adoptar. Sucedió durante la despedida, tras terminar la sesión de cuentacuentos. Aparte de las obras que donaría, había comprado varios libros: cosas que disfruté en mi infancia o series populares. Estaba contento de haberlos traído; no había nada más adorable que las caras felices de los niños al recibirlos. Pensé que era un cierre adecuado. Los niños habían escuchado en silencio, con ojos brillantes; ambas partes habíamos pasado un buen rato. Se alinearon y tomaron los libros uno por uno. La última era la niña en cuestión.

Tenía el pelo rubio platino y ojos rojos. La melanina era demasiado escasa en ella. Rasgos quizás genéticos. Era una niña con un aire ligeramente extraño. Tendría unos siete u ocho años. Si se quedaba quieta, parecía que solo ese lugar podría convertirse en una pintura… Esta extrañeza me resultaba familiar.

El aire a su alrededor es un poco similar al de Violet Evergarden.

Me estremecí. Si Violet fuera más joven, probablemente sería así. Había una muñeca de memorias automáticas que me gustaba mucho. Era Violet, de la compañía postal CH en Leidenschaftlich, un país lejano del sur. Nuestra relación se limitaba a haberla contratado una vez, pero eso quedó grabado en mi memoria como un tiempo maravilloso. Ella fue la mujer que me tendió la mano en la encrucijada de mi vida; una maga que me mostró una vista maravillosa. La chica que me dio un regalo precioso. Tener una niña huérfana parecida a ella ante mis ojos hizo que mi corazón vacilara.

Pero no puedo decir: «Bueno, hagámoslo realidad». Era un adulto lleno de problemas.

—Erm, sería increíble si eso pudiera suceder…— Me aclaré la garganta, eligiendo mis palabras con cuidado. —Pero lo siento; es imposible. Ya tengo una familia.

¿Qué tal eso? Había intentado no herirla. Quizás por eso, las monjas asintieron profundamente como diciendo: «Respuesta soberbia» y la consolaron:

—No deberías pedir algo tan egoísta.

—¿Es así? Entonces…

Pero la niña era fuerte.

—Si obtienes permiso de tu familia, ¿puedo ser tu hija?

Más que fuerte, era inocente hasta rozar la crueldad. Una crueldad nacida de la inocencia. Había una falta de pretensión en su anhelo, precisamente porque carecía de ella. Eso envolvía sus palabras — no, la totalidad de ella.

—¡Ángela!

Las monjas la abrazaron por detrás e intentaron llevársela, pero las detuve. Sus preguntas no eran extrañas. Tampoco groseras.

Soy yo quien tiene la culpa por darle una respuesta tan vaga.

Por lo tanto, le respondí con la verdad esta vez: —Eso también es imposible. Mi familia ya falleció.

Este tema era conocido entre mis allegados; las monjas debían saberlo. Tuve esposa e hija. Ambas fallecieron. Primero perdí a mi esposa, y luego a mi hija. Murieron de enfermedad, viviendo arduamente hasta el final. Eran tan maravillosas que era casi un desperdicio que fueran mi familia. Fue por eso que sufrí su pérdida durante tanto tiempo, viviendo una vida indefensa, incapaz de recuperarme. Por un tiempo, fui el escritor ermitaño. Mi corazón estaba enfermo, hasta el punto de suplicar a Dios: «Te lo ruego. Quiero morir, así que mátame».

El libro que les había leído a los niños era donde había vertido esos sentimientos. La historia que creé con ayuda de Violet Evergarden.

—¿Tu familia se ha ido?

Haciendo lo posible por no contraer el rostro, dije la verdad: —Sí. Fallecieron hace bastante tiempo a causa de una enfermedad. —Mi tono de voz pudo haberse vuelto más bajo. No quería asustarla, pero sucedió.

—Ya veo… Yo tampoco tengo familia. Somos iguales, ¿eh?.

Me costó mucho evitar que mis manos temblaran.

—Entonces, ¿por qué no puedo ser tu hija?

Un dolor recorrió mi pecho y me encontré acariciándolo con una mano arrugada, aunque no sirviera de nada.

—Mi familia se ha ido, pero tengo una.

Qué triste era ponerlo en palabras. Mientras contenía las lágrimas, sentí vergüenza. Sin embargo, como adulto, quería dar una explicación adecuada a esta niña en circunstancias tan desafortunadas.

—Siempre estarán conmigo, así que no necesito una nueva familia.

Quisiera poder hacer algo por ti, pero no puedo. Porque tengo las manos llenas luchando contra mi propia soledad. No tengo espacio para salvar a nadie. Para no molestarla y que no pensara que era porque no me agradaba, me arrodillé y hablé:

—Sabes, una familia no es algo reemplazable. Es diferente de regar una flor. Es porque es esa persona, y tiene que ser ella… eso es la familia.

—Pero yo quiero ser su familia, señor Oscar.

—Eso no es posible… señorita…

—Señorita Ángela.

—Eso no es posible, señorita Ángela.

—¿Por qué?

—Simplemente no lo es; lo siento.

No parecía convencida. Si fuera una persona menos complicada y más bondadosa, quizás habría evitado la pregunta. Pero lo imposible era imposible. No quería una nueva familia. Incluso si una rosa de soledad florecía en mi pecho y sus pétalos me asfixiaban, no la quería.

Porque eso sería traición hacia ellas dos.

Ángela y yo nos miramos con caras preocupadas.

—Pero, sabe, señor Oscar. Creo que me necesita.

—Eres insistente, ¿eh?

—Entonces, ¿puedo al menos escribirle cartas?

—¿Por qué?

—Porque necesitará algunas cuando se sienta solo.

¿No eres tú la que está sola?

Dejarse llevar era una acción tonta para un adulto, pero ¿había algún adulto que rechazara a un niño huérfano tras oír «Quiero escribirte cartas»? Podría haberlo, pero sería inhumano. Con rostro preocupado, consentí solo al intercambio de cartas.

Desde entonces, las cartas de Ángela me llegaban varias veces al mes. Tantas que parecían un intercambio telegráfico. Aparentemente, las monjas le pidieron que redujera la cantidad por si me molestaba, pero no mostró signos de obedecer. El contenido era sencillo: su vida en el orfanato, lo que comía, los vestidos heredados. Siempre en sobres con hermosos paisajes; era fácil saber que eran de Ángela. Probablemente los usados en el orfanato.

 

Señor Oscar,

Su nuevo libro llegó al orfanato. Fui la primera en leerlo. Puedo entenderlo incluso sin que me lo lean. Sus palabras abren mi corazón como si las hubiera experimentado yo misma. Señor Oscar, como pensaba, sí me necesita.

Señorita Ángela,

Gracias por leer el nuevo libro. Me alegra que le gustara. Se expresa maravillosamente. Podría ser apta para escritora. Intente escribir una historia algún día. Bueno, hasta la próxima.

Mis respuestas eran cortas, pero ella persistía.

 

Señor Oscar,

Hay un pasaje que me gusta en su nuevo libro. La parte donde dice que la soledad florece en tu pecho, se convierte en flor y te hace incapaz de respirar,  me gusta mucho. Lo entiendo totalmente. Me pregunto por qué cuando estamos solos, el corazón duele, pesa y nos sofoca.

Señorita Ángela,

Lo ha estado leyendo mucho, ¿eh? Gracias. En cuanto a por qué nos sofocamos… veamos. Supongo que porque el corazón está en el pecho. Aunque podría no ser así.

Aunque muy separados en edad, nos convertimos en algo así como amigos por correspondencia.

Señor Oscar,

¿Vio la flor prensada en la carta anterior? El aroma ya se fue, pero recogí la más bonita. La elegí porque pensé que le sentaba bien. ¿Le gustó?

Señorita Ángela,

Tiene un gusto exquisito. Escogió una violeta, ¿verdad? Es mi flor favorita. Solo me empezó a gustar de adulto, pero ¿no cree que es pura, sincera y distinguida?

Señor Oscar,

Si tuviera que compararme con una flor, ¿cuál cree que sería? Los niños aquí me tienen miedo, no me hablan mucho. Mi piel y cabello son blancos como el papel. Además, me gusta dibujar, y dicen que da miedo que siga dibujando y no escuche si me hablan. Pero la gente es así cuando está absorta, ¿verdad? ¿No es usted así, Sr. Oscar?

Señorita Ángela,

Cuando estoy absorto, olvido hasta comer. Muchos amigos me han dejado por esto. Nos parecemos un poco, ¿eh? Si tuviera que compararla con una flor… déjeme ver. Una flor de loto, ¿supongo? ¿Ha visto una? Son hermosas flotando en el agua.

Ya fuera viajando o en casa, se convirtió en hábito abrir sus cartas y responder.

Señor Oscar,

Busqué la flor de loto. Había una guía ilustrada en el libro que me dio. Es hermosa. Gracias. Creo que usted es un girasol, señor Oscar. Es larguirucho, alto y siento que podría mirarme siempre. ¿Me equivoco?

Señorita Ángela,

No soy tan agradable. Pero, bueno, usted es una lectora valiosa y mi amiga por correspondencia, así que puedo hacer esto un rato. Pero no espere demasiado. Por cierto, donaré el libro que quería leer a través de la compañía postal CH. Léalo.

Yo mismo era solitario, así que me preocupé por esta niña que escribía tan a menudo.

 

Señor Oscar,

Hoy vinieron compradores por mí. Pero al oír que me habían devuelto tres veces, se rindieron. Las hermanas son malvadas. No deberían haberlo contado. El orfanato habría ganado si me iba.

Señorita Ángela,

No es apropiado referirse a sus futuros padres como «compradores». No creo que las hermanas sean malvadas. Si se comporta bien, seguro que vendrán buenos padres.

Señor Oscar,

Usted es de buen corazón, ¿verdad? Creo que necesito a alguien como usted, pero si no, ¿significa que alguien más me necesita? Contaré los días hasta conocer a esa persona.

Señorita Ángela,

Dije que era una lectora valiosa, ¿no? Y excelente amiga por correspondencia. De ninguna manera es innecesaria. Haré tiempo para ir por allí, pero hasta entonces, estudie y escuche a las hermanas.

Señor Oscar,

¿Es cierto? Entonces contaré los días para eso. Me pregunto cuántos serán. ¿Caerá en mi día de limpiar el jardín? Le daré un dibujo. ¿Cuál prefiere? Mis dibujos son conocidos por ser buenos. Señor Oscar, ¿qué colores le gustan?

Señorita Ángela,

Me gustan los colores de las hojas de otoño.

Señor Oscar, ¿qué comidas le gustan?

Señorita Ángela,

Me gusta cualquier cosa casera.

Señor Oscar, ¿qué cosas malas le gustaría hacer si Dios lo permitiera?

Señorita Ángela,

Déjeme ver. Pintar grafitis en la mansión de un crítico importante.

Señor Oscar,

¿Qué estación le gusta más?

Señorita Ángela,

El otoño. Es una temporada enloquecedora.

Señor Oscar,

¿Tiene un tipo de mujer? Me gusta la gente de pelo oscuro.

Señorita Ángela,

Qué lástima, no tengo el pelo oscuro. Veamos; quizás la gente sana sea lo mío.

Señor Oscar,

¿Cómo sobrelleva su tristeza?

Señorita Ángela,

Me quedo quieto y espero a que pase. Triste, ¿no?

Señor Oscar,

Cuando está feliz, ¿tiene con quién hablar? Yo no.

Señorita Ángela,

Debería hacer amigos. Si no, puede hablar conmigo.

Señor Oscar,

¿Responderá mis cartas cuando ya sea adulta?

Señorita Ángela,

Podría perder interés en mí cuando crezca.

Señor Oscar,

Seguiré enviándole cartas; es una promesa.

 

Para ser honesto, tras unas diez cartas, era ignorante. Ignoraba el carisma de Ángela. Era inteligente, estudiaba literatura, comprendía la poesía, pero seguía siendo una niña. Si fuera hija de un conocido, les habría dicho: «Tiene talento, si alguna vez les incomoda, déjenla a mi cuidado». No éramos más que amigos por correspondencia, pero empecé a pensar que dejarla sola sería una pérdida mundial (también era un amigo por correspondencia cariñoso). Si, por ejemplo, la confiaba a otro y solo proveía apoyo financiero… sentí que podía hacerlo, aunque no viviéramos juntos. No sabía si seríamos familia, pero mantenerla en un orfanato parecía un desperdicio. Creía que tenía talento literario…

Comencé a pensar en Ángela todo el tiempo. Escribió que la habían devuelto tres veces; ¿qué demonios pasó? ¿No les gustó su ligera arrogancia? Los niños son así. ¿Por qué tuvo que ser herida tres veces? ¿Había algo en ella que no encajaba? ¿Quizás el color de su piel y cabello? Lamentablemente, muchos discriminan… pero no era un animal. Era una persona. Esa perspectiva no era necesaria para criar a un niño. Me gustaba su pensamiento poético, pero… suponiendo que no lo tuviera. Aun así… era una niña maravillosa, bondadosa e inteligente. Si mi yo anterior escuchara esto, me descartaría, pero ahora, mi amiga por correspondencia era la única que se preocupaba por mí. Era una chica gentil. Sin duda.

Me detuve abruptamente. Si este era el caso, tal vez debería invitarla a mi casa. Sí, pensé que era imposible ser familia si la veía como mi hija, pero éramos amigos. ¿No era normal que los amigos se ayudaran? De eso se trataba. No necesitaba andarme con rodeos.

Independientemente, un tiempo después de tomar esta decisión, sus cartas dejaron de llegar. Una monja me dijo que había sido adoptada.

Me quedé atónito en la entrada del orfanato, cargado de regalos.

—¿Es así? Qué lástima. Ya no nos veremos más.

Dijo que seguiría enviando cartas para siempre, y sin embargo…

—Oh, es solo que sus cartas dejaron de llegar, así que me preocupé.

¿Fuiste a un lugar donde puedas ser feliz para siempre?

—Está bien. Por favor, dé esto a los niños.

¿Es un lugar donde la gente se preocupa más por ti que yo?

—¿Dijo algo sobre mí?

¿Pueden las personas de allí entender que tu amabilidad nació de tu soledad?

—¿Es así…?

¿Personas listas para protegerte?

—Ya veo…

Ángela, ¿la gente de ese lugar te apreciará?

Ese día de verano, el sol brillaba intensamente. Hubo un sonido de algo ardiendo dentro de mi cabeza. Tuve un fuerte dolor de cabeza de regreso del orfanato. Sin embargo, no faltaba nada en mi cuerpo; el dolor pasó tras descansar. Hubo días en que no podía beber ni comer, solo miraba el buzón buscando el correo que nunca llegó, pero volví a poder comer con el tiempo.

Y así, los cambios comenzaron poco a poco. El número de veces que recogía libros infantiles disminuyó. Empecé a apartar la mirada al ver flores de loto. Dejé de comprar papelería linda. Comencé a frustrarme al ver padres con hijos. Los días pasaron mientras me recluía, sin ver a nadie. Decidí poner sus cartas en una lata bajo llave. Aunque las cartas de Ángela —tan brillante a mis ojos— ya no llegarían, el tiempo pasó sin que pudiera protestar a Dios, y esto se convirtió en rutina.

El tiempo era despiadado. Cuando perdí a mi esposa e hija, lo supe. Nada tan precioso volvería. Así que cuando ella se fue, perdí algo grande otra vez. Pero con Ángela, mi error fue no darme cuenta hasta tarde. Solo porque tardé no significaba que las cicatrices fueran superficiales. Mi día a día era duro porque veía girar el mundo sin importarle. Si estoy triste, el mundo debería estar triste. Si lloro, el mundo debería sentirlo. Quería gritarlo, pero mientras tanto, el mundo me dejaría atrás. No tuve más remedio que ponerme en movimiento, seguir con mi vida como para enterrar algo. Y así, gradualmente mejoré.

Por alguna razón, mi proceso creativo se aclaraba al experimentar algo triste. Quizás los escritores nos volvíamos más lúcidos cuanto más nos herían. Cuanto más solos, más brillantes.

La segunda vez que conté cuentos en el orfanato fue un año después de que las cartas cesaran. Me sentí reacio, pero cumplí; mi conciencia remordía pensando en lo feliz que estaría Ángela si hacía algo por los niños. Algunos seguían allí. Otros eran nuevos. Durante el tiempo en que saboreaba la pérdida, el mundo giraba y el orfanato había cambiado. La narración no salió igual. Mi libro recibió críticas; era más lógico. Como los cambios emocionales afectaban mis creaciones, expliqué: «Me sentía deprimido por algo triste. Escribí este libro entonces». Los niños amablemente dijeron: «No se puede evitar». Era una obra evaluada mundialmente, pero impopular entre niños. Me dolió que estuvieran más contentos con el último libro infantil que les di. Pero eso era trivial.

Le pregunté a las monjas algo que no había podido preguntar.

—¿A dónde fue la señorita Ángela?

Siempre quise preguntar. Pero si lo hacía, podría sospechar injustamente de su futuro. Sentí que me darían celos y no podría desearle felicidad. Por eso, aquel día soleado, me fui sin preguntar.

—La forma en que Ángela fue adoptada… fue complicada…

Las palabras de las monjas ensombrecieron mi rostro. Ángela tenía talento artístico y se hizo famosa; una obra suya en un bazar se vendió bien. Un hogar adinerado con galería oyó hablar y ofreció adoptarla, con el pretexto de criar a una artista. Cuando oí que era más como contratarla que darle la bienvenida, sentí… desesperación.

El hogar acomodado la adoptó medio a la fuerza. Las monjas, preocupadas, visitaron la dirección, pero una Ángela cubierta de pintura les dijo: «Padre me regañará, váyanse» y ahí terminó.

—¿No le ha escrito cartas o algo? No me han llegado a mí, pero…

—Sobre eso… según rumores, el jefe de esa familia era un joven con futuro prometedor, criado en reclusión… Sospechamos que le prohíbe contacto exterior… Ángela tenía miedo de enojarlo, podría haber castigo físico. Le dijimos que podía volver si sufría… pero al acogerla, ese hombre habló de apoyo financiero, quizás no se atreva… Ángela era excéntrica, pero…

Puedo oír mi cabeza ardiendo.

—Era una niña muy gentil, así que…

Mi cabeza arde… duele

En otras palabras, esa niña maravillosa se había ofrecido y había ido a ese aprendizaje. Por eso no podía responder a su amigo por correspondencia, ni volver con las monjas.

—Queremos hacer algo, pero Ángela ya se fue… no podemos… hacer nada…

Eso es tan irresponsable.

Es tu culpa que una chica pueda estar sufriendo. Me contuve, la ira surgió. Sin embargo, no la desahogué. No debía lanzarla a las monjas que trabajaban aquí. Se esforzaban a pesar de las dificultades.

—¿Podría decirme dónde vive?— Si tuviera que hacer algo, eso sería…

—Ángela es mi amiga. Me gustaría verla una vez más

Lo que un amigo un poco mayor debería hacer.

Tan pronto como me dieron su dirección, fui a la mansión donde Ángela estaba atrapada. Afortunadamente, estaba en los terrenos de la galería familiar. La galería estaba abierta a quien comprara. Aunque me parecía turbio, mencioné la obra y la artista, captando la atención del empleado. Necesitaba hacerle creer que tenía dinero; parecía un hombre de mediana edad cansado.

—Esta obra es de una serie de una artista relacionada con nosotros.

El empleado vino con actitud diferente. Buscaba una oportunidad para hablar de Ángela. ¿Realmente la mantenían aquí? Tendría ocho años. ¿Qué talento esperaban…?

Mientras pensaba, mis ojos se desviaron a una obra. Su marco estaba decorado con sobres de cartas con hermosos paisajes. Al detenerme frente a él, la cara del empleado se iluminó.

—”¿Por qué sobres?” pensó, ¿verdad? Pero mire el arte. No son impresiones; la artista los pintó ella misma con detalle minucioso. Por supuesto, está el paisaje del lienzo. Aun así, esta decoración es encantadora. Si le interesa, puedo mostrarle otras obras. Hechas por una joven financiada por el propietario…

No escuchaba. Podía oír mi cabeza ardiendo y comencé a tener un terrible dolor de cabeza. Ya había recibido innumerables de esos sobres. Siempre pensé qué eran bonitos. Pero no que hubieran sido pintados en sobres en blanco por una niña huérfana. Los envió sin decir nada. El título, en una placa dorada, hizo que las lágrimas nublaran mi vista.

«Porque me gustas».

Seguramente, llevó muchísimo tiempo. Aun así, Ángela siempre usó sobres hermosos. El orfanato ahorraría; deben haber sido sobres sencillos. Pensó que les faltaba algo, mostrándome su talento. Pero no me di cuenta. Estaba demasiado absorto en nuestro intercambio.

—Me gustaría comprar una obra… pero ¿podría llamar a un superior?

Cuando dije esto, el empleado sonrió.

—Tengo conexiones y puedo ayudar. Si es posible, me gustaría hablar con el propietario. Por ahora, compraré esta obra como buena fe. También me gustaría conocer a la artista.

Le devolví la sonrisa. Pero mis sentimientos eran diferentes. —Si he de ser sincero, la artista es amiga mía. La he estado buscando.

Esto podría ser una pelea larga. Sin embargo, pensé, definitivamente lo llevaría a cabo. El dolor de cabeza finalmente desapareció.

♦♦♦

Vestido con una vieja capa, un hombre de mediana edad estaba parado frente a una escuela en cierta ciudad. Tenía aspecto ordinario. Pelo descuidado, gafas. Ningún rasgo destacable. Con cara de sueño, se quitó las gafas y se frotó los ojos. Realmente ordinario.

Tras un rato, sonó una campana. Los niños salieron bulliciosamente. Uniformes a juego. Pasaron junto al hombre, charlando animados.

Finalmente, una niña salió sola. Piel y cabello blancos como la nieve, ojos rojos. Al ver al hombre, esta niña, de apariencia fantástica, corrió como una bala, abrazándolo a sus pies.

—Bienvenida de nuevo, señorita Ángela.

—He llegado, señor Oscar.

El hombre llamado Oscar recogió a la niña cuyo nombre significaba «ángel». Se abrazaron fuerte, como asegurándose de que no hubiera espacio entre ellos. Como recargando baterías, asintieron y él la bajó.

—¿Vamos así, señor Oscar? —Ángela ofreció su mano.

Oscar la tomó. Nada especial. Ya lo habían hecho innumerables veces.

—Sí, ¿podemos ir a pie o prefiere ir en carruaje?

—¡Caminemos!

—Debe tener hambre. ¿Tiene alguna solicitud?

—Sí, pero no es eso, señor Oscar.

—¿Hm?

—Señor Oscar, usted se siente solo, ¿verdad?

—Bueno, más o menos.

—Pensé que le haría bien pasear conmigo y comer algo.

—Bueno, eso es cierto.

—Además, siempre está sentado, es mejor caminar. Me preocupa su espalda.

—Que una niña se preocupe por mi espalda seguro que es incómodo.— Oscar se tragó las palabras «¿Cómo me conoces tan bien?». Sabía que cualquier cosa que dijera se convertiría en su derrota.

Los dos diferían en apariencia, pero estaban en armonía juntos.

—Señor Oscar, mire, una paloma bonita.

—De hecho, tiene plumas más bonitas que el resto de las palomas.

Desde fuera, parecían padre e hija. Se dirigían a un pequeño teatro alquilable con una exposición. Se usaba para obras, conferencias. Ahora, pinturas. Tras la recepción, caminaron mirando.

—Me gusta este color. ¿No es maravilloso?

—Es bonito. A mí también me gusta.

Desde jóvenes artistas hasta famosos. La gama entretenía a los dos amantes del arte. Finalmente, llegaron a una sala con obras de un solo creador. Probablemente una pequeña exposición de un artista premiado. Oscar y Ángela se miraron y rieron. La sala estaba decorada con pinturas y marcos con sobres hermosos. Una llamaba la atención particularmente: abstracta, lienzo enorme, el doble de alto que un hombre adulto. Se pararon frente a ella en silencio.

El título: «Nosotros».

Contemplarlo fue especial. Mucho había pasado. Oscar bajó las cejas, casi llorando.

—Es maravilloso.

La ciudad estaba llena, la exposición también. Todo tipo de cosas habían pasado en la vida de Oscar. Nunca podrías ver la historia de alguien solo mirándolo. Nada extraordinario en el mundo; vivir era doloroso. Momentos especiales como este iluminarían suavemente el camino, aunque solo fuera un instante.

—Si no me hubiera salvado, señor Oscar, no tendría la oportunidad de pintar esto, —susurró Ángela, haciendo llorar a Oscar. Intentó soltarle la mano para secarse, pero Ángela no lo permitió. Abrió los brazos y gesticuló

 —Vamos —Oscar la recogió.

—Es un llorón, señor Oscar. Yo rara vez lloro. — Aunque Ángela era la niña, secó las lágrimas de Oscar con la manga, como a un bebé.

—Oye, ¿podemos hablar de nosotros un poco?

Esta niña no se parece a mi hija.

—Cuando nos conocimos, parecía bastante solo.

Pero el peso que siento al cargarla es igual.

—Su forma de hablar también se sentía solitaria, pero fue amable. Me pareció maravilloso. No me apego a los adultos, pero… señor Oscar, pensé que podría llevarme bien con usted.

Mi afecto por ella crece.

—Ambos somos… del lado artístico, ¿verdad?

—Sí, eso fue todo.

Esto podría ser un pecado.

Oscar temía esto. Por eso tenía miedo de aceptarla por completo, de cambiarle el título de «amiga». Muchas cosas habían pasado. El tiempo con su amiga más reciente fue sublime, casi como una familia. Sin embargo, tal vez esto fue… ¿un crimen? ¿Traición contra su difunta esposa e hija? Había afirmado no querer nueva familia y, sin embargo, encontró razones para estar juntos. Si se lo contara a ellas, ¿se sentirían mal? No podía convencerse de que no oirían por haberse ido. Podrían estar a su lado. Quizás las encontraría tras morir. Si es así, esto era traición, pero no podía detenerse. Ya no podía soltar el peso de esta vida.

Porque…

—Sr. Oscar. Cuente conmigo cuando se sienta solo. Le debo por lo que ha hecho. No, incluso aparte… me gusta…

Incapaz de mirar a Ángela, Oscar apoyó la cabeza en su hombro y sollozó. Casi como una madre, Ángela susurró: —Quiero que permanezcamos cerca. Porque este mundo es demasiado solitario.

Porque te has convertido en alguien importante.

Mientras la chica de nombre angelical le daba palmaditas en la cabeza, Oscar calmó su respiración. Quería poner en palabras lo evitado. Podría ser traición. Podría enfrentar desaprobación. Sin embargo, ya no podía vivir solo. Encontró a alguien a quien quería a su lado. Se acercaba el momento de nombrar esta relación, y a ella.

—Señorita Ángela…

Quizás el destino les fue concedido al conocerse.

—¿Puedo… ser tu familia?

La cara de Ángela se iluminó.

—Eres… alguien…

Y las lágrimas rodaron.

Solo un poco más hasta que Oscar se ganó un ángel.

—Eres alguien muy precioso para mí… así que por favor, ¿podrías darme una razón para quedarme a tu lado?

Esta era una historia sobre una plegaria que se sintió como una lluvia suave en una tarde de verano, de esas tras los cuales esperas que algo bueno suceda cuando el cielo se despeje.

 

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