La Legión del Unicornio – Tomo II – Capítulo 1: Un día en la Villa de los Gnomos

Traducido por Kaavalin

Editado por Nemoné


Cuando los habitantes de la Villa de los Gnomos despertaron de su sueño, además de tener que hacer frente a un día lluvioso, se encontraron con toda clase de insólitas noticias.

Como que el jefe al que tanto respetaban había sido reemplazado por un impostor y que el verdadero había estado enterrado en los terrenos contaminados desde hacía ya una semana, o que los gnomos eran realmente inocentes y que tenían aprender que eran especies de criaturas mágicas distintas a los enanos o duendes.

Les tomó un poco de tiempo poder asimilarlo todo, pero gracias a las cuidadosas enseñanzas del maestro enano, los pobladores pronto pudieron respirar en paz.

Por supuesto, lo que aceleró la reconciliación entre humanos y gnomos fue el conocer que una sola de esas piedras brillantes negras que el jefe había estado acaparando para él solo, era equivalente a un saco lleno de papas. Al aprender esto, los pueblerinos enviaron a un representante con sus más sinceras disculpas y una gran carreta de papas para que visitara la madriguera de los gnomos y recibiera el generoso perdón del maestro gnomo.

Algunos textos fueron encontrados debajo de la cama del jefe, cada libro contenía el sello de la Academia de Magos. Su rareza era desconocida, ni siquiera Julian, quien poseía el mayor conocimiento sobre magia, tenía idea. Al final decidieron guardar los libros en una caja y llevarlos consigo en su viaje hasta la academia.

Aunque ocuparse de estas tareas retrasara el día de su partida, no tenían razón para quejarse. Por el bien del maestro enano y del maestro gnomo, la Legión del Unicornio recibió una bienvenida sin precedentes. Tenían carne preparada para el almuerzo, junto a leche fresca. El sireno fue incluso capaz de observar el proceso de ordeñado y sugirió comprar una vaca para reemplazar a los caballos, lo cual fue naturalmente negado.

Después de almorzar, la lluvia seguía cayendo. El elfo se sentó frente a su escritorio, meditando sobre cómo terminar su reporte para la reina, hasta que escuchó un golpeteo en la puerta.

El caballero empujó la puerta para entrar y depositó una humeante taza de té a su lado.

El elfo levantó su cabeza para darle las gracias, llevándose la taza a los labios para beber un sorbo.

—Es té negro… ¿Dónde lo conseguiste?

La voz del elfo sonaba un poco áspera, el caballero frunció el ceño ante la anomalía y estiró su mano para tocar la frente del elfo.

—Nos lo dieron los gnomos. Parece que tienes fiebre… Creo que habías dicho que no te resfriabas por tu rasgo racial.

—Eso era una mentira —sonrió el elfo, sosteniendo su taza con ambas manos—. Los hombres lobos son los que no se resfrían.

—Fui engañado… —El caballero sacudió la cabeza con consternación—. La próxima vez recuérdame que los humanos no son los únicos que mienten.

—Originalmente no lo haría —El elfo bajó la cabeza luciendo un poco culpable—. Lo siento, no sabía que los efectos secundarios incluirían una disminución en mi sistema inmunológico.

— ¿Efectos secundarios de qué?

—Por dormir demasiado —El elfo bajó su taza, finalizó la carta y firmó con su nombre al final—. Caín, pásame el sello y la cera, por favor.

El caballero se los pasó y observó como el elfo derramaba la cera derretida en el sobre y presionaba el sello sobre esta.

— ¿Por qué es una cabeza de lobo? —preguntó el caballero.

— ¿Qué…? Ah, —El elfo miró el dibujo del  sello y sacudió la cabeza—. No lo sé, me fue dado directamente del registro civil. Probablemente sea del antiguo subordinado del archiduque, el sello del noble que vigilaba el valle de Soloris.

—Sé que el emblema de la familia Crane son garras de lobo —murmuró el caballero—. Pero, ¿por qué su subordinado proveniente de una pequeña familia noble se atrevería a usar la cabeza de un lobo?

—Puede que fuera idea de la reina —El elfo tomó la carta y se puso de pie—. El valle de Soloris sigue en manos del ejército rebelde.

— ¿No piensas recuperarlo? ¿Conde del Valle de Soloris?

— ¿Para qué? —Sonrió el elfo mientras caminaba hacia la puerta.

—Para hacerlo nuestro cuartel —El caballero respondió seriamente—. Escuché que las ruinas de las tribus élficas están cerca, en la parte más al norte del continente, ¿verdad?

—Um… Caín —El elfo se detuvo, volteándose para mirarlo—, es verdad que antes de que los elfos abandonaran el continente de Ulia, había un asentamiento de elfos en el norte, pero esa no era mi tribu.

— ¿Eh?

—Los elfos del norte tienen el cabello oscuro —El elfo se señaló a sí mismo—. Los elfos del sur son los del cabello claro. Los elfos del sur no son tan resistentes al frío o, de lo contrario no habría cogido un resfriado.

—Ya veo… —El rostro del caballero estaba un poco rojo, bajó su cabeza—. Lo siento, estaba siendo engreído.

El elfo sonrió muy gentilmente mientras lo miraba.

—Caín, la idea de conseguir un cuartel general no es mala. Si tenemos tiempo, lo intentaremos. Además… me gusta el té que haces.

El elfo salió de la habitación.

El caballero se dio la vuelta, moviéndose hacia el escritorio para sentarse, recogiendo la taza de té, la miró y se tomó el té restante en un solo trago.

— ¿No está… demasiado dulce?

Cuando llegó la noche, la lluvia finalmente se había detenido.

En los campos alrededor del pueblo, varias figuras pequeñas salieron a mirar los alrededores.

Entonces, comenzaron a salir más gnomos, colocando minerales frente a cada casa y llamando a la puerta. Cuando se encontraban con los propietarios que abrían la puerta, se quitaban los sombreros y se inclinaban y lo que les dio la bienvenida no eran azadas, sino que las sonrisas y saludos de los aldeanos.

—La villa de los gnomos finalmente hacía honor a su nombre. —El elfo dijo para sí mismo, de pie en el balcón del segundo piso de la Posada de los Gnomos.

— ¿No te preocupa que pueda haber problemas? Ya que dos especies diferentes están viviendo juntas.

—Confío en los gnomos. Y confío en la buena voluntad de los humanos.

— ¿Pero aun así le escribiste una carta a la reina pidiéndole que vigilara la situación? —Sonrió el caballero.

—La confianza no es igual a la ingenuidad —respondió el elfo—. Espera lo mejor, prepárate para lo peor. Eso también lo aprendí de los seres humanos.

— ¿También?

—Junto con mentir.

—Si esto sigue así comenzaré a perder la fe en mi propia raza —suspiró el caballero—. Y pensar que soy de la misma raza que un bastardo que mataría a toda una raza por unos cristales negros.

—Eso es sólo la escoria de la sociedad humana, ni siquiera vale la pena ser llamado humano. Si te consuela que lo diga, Caín… Me gustan los humanos.

— ¿Aunque seamos mentirosos?

—Sí. También porque trabajan duro, son apasionados, nunca abandonan la esperanza. Estos son el verdadero rasgo racial de los seres humanos.

—Harás que me sonroje… ¿Debo escribir esto en un diario como Julian?

—Olvídalo, finge que nunca dije nada. Entrar inconscientemente en modo filosófico es un defecto fatal.

—Pero creo que es genial.

—Por favor, perdóname, de verdad. Es demasiado vergonzoso.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido