Un lirio que florece en otro mundo – Epílogo: Un lirio florece en otro mundo

Traducido por Kiara

Editado por Tanuki


Mirando hacia un amplio campo de la hierba de luz de la luna, Fuuka recordó un día de hace mucho tiempo. Recordaba el viento que soplaba a través de las cortinas, y a la galante chica de pelo castaño que apareció ante ella. Esa chica era alegre hasta la médula, infinitamente positiva, y siempre afortunada. Le tendió la mano a Fuuka mientras el río se precipitaba hacia ella… pero eso había pasado hace muchos años en el pasado.

—¡Fuuka!

Ella escuchó una voz familiar y se giró lentamente para mirar por encima de su hombro.

Ahí estaba Miyako, con un aspecto más maduro y adulto que la Miyako de ese día que recordaba. Se había atado el pelo castaño rojizo y saludaba desde lo alto de un carruaje.

—Otro día de trabajo duro.

En su regazo estaba sentada una undine, uno de los cuatro grandes espíritus… en forma de gato. Umi movió su cola lentamente.

El pelo negro que se extendía hasta la cintura de Fuuka se balanceaba con la brisa.

—Bienvenida de nuevo, Miyako.

—¡Estoy en casa, Fuuka! ¡Hoy hemos vuelto a hacer una buen trabajo!

Aunque hubo muchos altibajos a lo largo del camino, Miyako se había hecho un nombre en todo el reino como una mercader viajera. No había bienes que no pudiera vender, y no había mercado en el que no pudiera entrar. Eso era lo que la gente decía, y ella era lo suficientemente hábil para justificar los elogios. Incluso en regiones afectadas por la guerra o la discriminación, la gente sonreía cuando ella venía a comerciar. Muchos la llamaban “la diosa del sol” por su alegre comportamiento.

—¡Tengo que decir que los clientes de Shan Li son duros de roer!

Shan Li, la misteriosa mercader viajera y eterna joven, le enseñó los entresijos del comercio.

Shan Li viajaba a través del continente con la esposa que amaba, la hija que adoraba, y un antiguo espía muy trabajador con problemas de autoestima, Odin Florence. Las llamas de la guerra se habían apagado en su tierra natal, que ahora están en camino de la recuperación. Por eso, confió sus clientes en Pajan a su estudiante Miyako.

—Dices eso, pero te conozco. Estoy segura de que te llevas bien con ellos.

—Bueno, más o menos.

La despreocupada sonrisa de Miyako era la misma de siempre. Al verla, Fuuka sintió que sus propios labios se rompían en una sonrisa.

—Es bueno estar en casa, Fuuka.

Ambas se tomaron de la mano.

Habían cultivado con éxito la escurridiza panacea de la hierba a la luz de la luna, y Fuuka era ahora conocida como “la santa de la luna”, una curandera experta. Ella era todo el hogar que Miyako necesitaba.

Tenían un hogar en las afueras de la capital. Con dos mujeres viviendo allí manteniendo una multitud de espíritus, empezando por su gato mascota, o mejor dicho, su mascota Undine, por lo mismo los lugareños comenzaron a llamar su casa “Mansión de los Espíritus”. Pero esa es una historia para otro momento.

—Casi lo olvido; traje un recuerdo para ti, Fuuka.

—¿Un recuerdo?

—Aquí.

—Ah. Me encanta esta flor.

Miyako le entregó un solo lirio blanco. El lirio era una flor poco común en este mundo, pero en pocos años, Fuuka perfeccionó un método de cultivo. Llenarían cada centímetro de este campo, y Miyako los llevaría a todos los rincones del mundo.

Puros y blancos, los lirios florecen en otro mundo.

Fin.

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