Traducido por Lucy
Editado por Wozzieg
No hubo bajas en el campo de batalla.
—Y ahora, una actualización con respecto a la guerra:
»El grupo de las armas imperiales no tripuladas, conocidas como la Legión, han invadido hoy la zona diecisiete. La fuerza fue interceptada, severamente lastimada, y forzada a retirarse por el poder de nuestros drones no tripulados, los Juggernauts, orgullo y alegría de la República de San Magnolia. Los daños al equipo fueron leves y no hubo informes de vidas perdidas por nuestro lado hoy tampoco.
La calle principal de la capital de la República de Santa Magnolia, Liberté et Égalité, era tan pacífica y hermosa que resultaría difícil creer que el país había estado en guerra durante los últimos nueve años.
El mármol blanco tallado adornaba la fachada de los altos edificios de la ciudad. El verdor de los árboles que se encontraban a los bordes de la carretera y las farolas negras de hierro fundido se mezclaban, creando un pintoresco contraste con la luz del sol primaveral y el claro color azul del cielo. Los cafés de las esquinas estaban abarrotados con estudiantes y parejas, cuyos cabellos plateados brillaban naturalmente mientras reían a carcajadas.
El tejado azul del ayuntamiento estaba adornado con una bandera con el rostro de la santa de la revolución, Santa Magnolia, y la bandera nacional de cinco colores de la República. Sus cinco colores representaban la libertad, la igualdad, la fraternidad, la justicia y la nobleza. La calle principal estaba pavimentada con grandes piedras delicadamente talladas, resultado de una meticulosa planificación urbanística.
Un niño pasó junto a Lena, su cabello plateado brillando como la luna mientras reía, tomado de la mano de sus padres. Tal era la pulcritud con la que iban vestidos que, probablemente, tendrían una salida familiar. Tras echar una última mirada a las espaldas de la feliz familia, Lena dirigió sus ojos plateados a la pantalla holográfica del televisor de la calle y la sonrisa desapareció de sus labios.
Iba vestida con el uniforme de cuello azul oscuro de los oficiales de la República. La joven de dieciséis años emanaba una belleza similar a la de la blanca nieve, una delicadeza característica de la cristalería, la cual encajaba con su edad y un comportamiento elegante que reflejaba su educación y su ascendencia. Su cabello suave y sedoso, así como sus largas pestañas, eran de un llamativo color plateado. Sus grandes ojos, igualmente plateados, servían como prueba de que no solo era una Alba, descendiente de la raza nativa de esta tierra desde tiempos inmemoriales, sino también una Celena de sangre pura, haciéndola de nacimiento noble.
—Bajo el mando de nuestros hábiles controladores, estos drones altamente eficientes nos permiten defender la nación, al tiempo que eliminan la necesidad de enviar al campo de batalla vidas humanas. No se puede dudar de la utilidad del sistema de combate avanzado de la República. El día en que los justos métodos de la República derroten a las malvadas reliquias del Imperio caído llegará, con seguridad, incluso antes de que toda la Legión deje de operar dentro de dos años. ¡Viva la República de Magnolia! ¡Gloria a la bandera de cinco colores!
La expresión de Lena se ensombreció al ver la brillante sonrisa de la locutora de piel de alabastro, cabello níveo y ojos plateados. Esta noticia optimista, o más bien irreal, había sido repetida innumerables veces desde el comienzo de la guerra, no obstante, la mayoría de los civiles no dudaba de su autenticidad. Creían en ella incluso a pesar de haber perdido más de la mitad de su territorio en menos de un mes de iniciada la guerra. Y cabe mencionar que, a estas alturas, la República seguía sin haber conseguido recuperar nada de este en nueve años de lucha.
Y bastaba con echar un vistazo a esta pintoresca calle principal para darse cuenta de un hecho. Era evidente en el locutor, en las parejas, en los estudiantes del café, en la gente que pasaba por allí y, por supuesto, hasta en la propia Lena. La República se enorgullecía de ser la primera democracia moderna del mundo y de acoger activamente a los inmigrantes de otros países. Esta había sido la tierra natal de los Albas desde épocas pasadas, mientras que los otros países eran los hogares de personas de otros colores. Todas las personas de color, Colorata [1], eran bienvenidas por igual, ya fuera la oscura como la noche Aquila; la dorada Aurata, que brillaba como el sol; la Rubela con su brillante cabello carmesí; o la azulada Caerulea.
Pero ahora mismo, si recorriera la calle principal de la capital… No, ni siquiera la ciudad en su totalidad…, todo lo que encontraría en los ochenta y cinco sectores administrativos de la República sería Albas de cabello y ojos plateados.
Sí, formalmente hablando, no había soldados que fuesen considerados humanos, ni siquiera entre los muertos en el campo de batalla. Sin embargo…
—Eso no quiere decir que no haya muerto nadie…
♦ ♦ ♦
Un rincón del Palacio Blancneige, que antaño albergaba a la corte real, servía ahora como un lujoso cuartel general del ejército. Este palacio, y el muro de fortificación que rodeaba el sector administrativo, la Gran Mula, era el destino de Lena y el centro de mando de todo el ejército de la República.
No había soldados afuera de la Gran Mula, ni en el frente ni a cien kilómetros de los muros de la fortaleza. Solo los drones, Juggernauts, comandados desde las salas de control del cuartel general del ejército eran los que luchaban en el campo de batalla. Su línea de defensa, que consistía en más de cien mil de ellos, con campos de minas antipersonales, antitanques a sus espaldas y un cañón de artillería de intercepción superficie-superficie, nunca había sido vulnerada. Y, por supuesto, las fuerzas estacionadas en la Gran Mula nunca habían visto un combate en vivo. Otras profesiones en el ejército eran las comunicaciones, el transporte, el análisis, la planificación táctica y la burocracia variada. En otras palabras, ni un solo soldado del ejército de la República había conocido el verdadero combate en el campo de batalla.
Lena frunció el ceño, percibiendo el llamativo olor a alcohol que desprendía un grupo de oficiales que pasó a su lado. Probablemente habían utilizado la gran pantalla de la sala de control para ver deportes o algo así. Cuando les dirigió una mirada de reproche, con lo que se encontró fue con sus ojos burlones.
—Señores, parece que nuestra princesita amante de las muñecas tiene algo que decir.
—Vaya, qué miedo, qué miedo. Es mejor que se encierre en su habitación y juegue con sus preciosos drones.
Se giró para mirarlos, incapaz de contener su irritación.
—Escucha, tú…
—Buenos días, Lena. —Una voz la llamó desde su lado, y, al dar la vuelta, se encontró con Annette saludándola.
Esta chica se había incorporado al ejército el mismo año que ella, convirtiéndose en teniente técnica afiliada a la división de laboratorio y, además, en su amiga desde la escuela secundaria. Como ambas se habían saltado un curso, actualmente era la única de sus amigas con la que compartía la misma edad.
—Buenos días, Annette… Qué sorpresa verte llegar temprano. ¿No sueles quedarte dormida?
—Estoy volviendo del trabajo. Ayer pasé toda la noche en vela… Por favor, no me juntes con esos idiotas, ¿sí? Sabes que soy una adicta al trabajo. Un asunto que solo podría ser resuelto por la teniente técnica Henrietta Penrose, genio certificado.
Annette soltó un largo bostezo, como si de un gato se tratase. Su cabello corto era plateado como el de los Alba, y sus grandes ojos soñadores poseían un tono similar. Ella se encogió de hombros, echando una mirada en dirección al grupo de borrachos que se había retirado durante su intercambio de palabras, como si intentara decir que disciplinar a idiotas como ellos era una pérdida de tiempo. Lena se sonrojó al darse cuenta, por la mirada de su amiga, que estaba tratando de evitar que hiciera precisamente eso.
—Ah, claro. La alerta de tu terminal de información estaba activada. Probablemente deberías ocuparte de eso.
—Oh, no… Lo siento. Gracias, Annette.
—Ni lo menciones. Solo trata de no estar demasiado pendiente de los drones, ¿de acuerdo?
Lena giró sobre sus talones con el ceño fruncido y, después de sacudir la cabeza una vez, se dirigió a la sala de mando designada.
♦ ♦ ♦
La sala de mando era pequeña. En ella había una consola de mando mecánica artificial, siendo por lo demás un espacio oscuro, frío y poco iluminado. Las paredes y el suelo plateados brillaban ligeramente a causa del holograma en modo de espera de la consola.
Tomando asiento en el sillón, Lena apartó sus mechones plateados y se colocó un resplandeciente anillo de metal, el dispositivo RAID, alrededor del cuello con expresión fría y digna. Ahora que los frentes de batalla estaban más allá de los muros de la Gran Mula, esta estrecha sala era el único campo de batalla que se podía encontrar en los ochenta y cinco sectores de la República.
—Comenzando la autentificación. Comandante Vladilena Milizé, oficial de control al mando de la novena sala del frente oriental, tercer escuadrón ofensivo.
Una vez completada la autentificación retiniana y vocal, el sistema de control se encendió. Las pantallas holográficas parpadeaban una tras otra, mostrando una cantidad vertiginosa de información procedente de innumerables equipos de observación situados en el lejano campo de batalla. La pantalla principal era un mapa digital que mostraba las armas móviles de la República y del enemigo en forma de puntos. Las unidades amigas, es decir, los Juggernauts, se mostraban como puntos azules, en números de setenta. El tercer escuadrón, que estaba bajo el mando de Lena, tenía veinticuatro unidades, mientras que el segundo y el cuarto escuadrón tenían veintitrés unidades cada uno. Los puntos rojos que simbolizaban las unidades enemigas, la Legión, eran demasiados para contarlos.
—Activar para-RAID. Fijar objetivo de Resonancia, unidad de procesamiento de información, Pléyades.
El cristal azul del dispositivo RAID, que estaba ubicado en la nuca de Lena, se llenó repentinamente de calor. No era un calor real o físico, sino un calor ilusorio que percibían sus células nerviosas al ser estimuladas por la resonancia sensorial. El cristal de las pseudo-células nerviosas activado servía como unidad de procesamiento de información y estimulaba una parte del cerebro. Tal vez existía la posibilidad de desbloquear esa zona con la evolución de la humanidad, o tal vez era una sección no utilizada, que quedó abandonada y olvidada con la evolución de la humanidad a través de los siglos. Sea como fuere, ponerla en uso desbloqueba una función profunda y escasamente desarrollada del cerebro conocida como Night Head.
Lena atravesó un “camino”, sumergiéndose en un lugar mucho más profundo que su conciencia e, incluso, su subconsciente: el “inconsciente colectivo” de la humanidad, compartido por todos los miembros de la raza humana. Lena enlazó su conciencia con la del capitán del tercer escuadrón, el procesador que operaba la unidad de nombre personal Pléyades a través de este mar del inconsciente. La información sensorial de Pléyades y Lena se vinculó, compartiéndose mutuamente.
—Controlador Uno a Pléyades, Resonancia completa. Ansío trabajar contigo hoy —dijo suavemente.
La “voz” de un joven, presumiblemente uno o dos años mayor que ella, respondió:
—Pléyades a Controlador Uno. La Resonancia es fuerte y clara. —La voz estaba cargada de ironía. Lena estaba sola en la sala de mando, por lo que quien había respondido no se encontraba con ella. Era la voz del procesador de Pléyades, que le era transmitida a través de su sentido del oído ahora compartido.
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Una voz.
Al haber sido construidos a toda prisa en tiempos de guerra, los Juggernauts no poseían funciones para comunicarse de forma oral, ni estaban programados para tener habilidades cognitivas avanzadas que les permitieran pensar o sentir. El para-RAID, una resonancia sensorial, vinculaba la conciencia a través del inconsciente colectivo humano.
En el campo de batalla de las líneas de defensa, a pesar de que el enemigo utilizaba unidades blindadas, estaba infectado con minas antipersona. Este era el secreto detrás de las líneas del frente, donde los drones luchaban entre sí y el campo de batalla se desarrollaba con cero bajas.
—Sus educados saludos para nosotros, los subhumanos Ochenta y Seis, son muy apreciados, Alba.
Ochenta y Seis. Mientras el continente era arrasado por la Legión, el último paraíso que quedaba para los ciudadanos de la República eran los ochenta y cinco sectores. El sector Ochenta y Seis fue designado como tierra de nadie, poblada por cerdos con forma humana. A pesar de haber nacido como civiles de la República, fueron decretados como subhumanos, siendo considerados como formas de vida inferiores por la República. Era un nombre despectivo para aquellos Colorata que habían sido echados fuera de la Gran Mula para vivir en campos de internamiento en el frente.
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Nueve años antes, año 358 del calendario de la República, año 2136 del calendario global.
El vecino oriental de la República y superpotencia del continente del norte, el Imperio de Giad, declaró la guerra a todos los países vecinos y comenzó a atacar con el ejército de los primeros drones de combate no tripulados y completamente autónomos del mundo, Legión.
Ante la abrumadora fuerza militar del Imperio, las Fuerzas Armadas de la República fueron diezmadas en medio mes. Entonces, mientras lo que quedaba del ejército reunía sus fuerzas restantes para detener la invasión mediante tácticas de retraso desesperadas, el gobierno de la República tomó dos decisiones.
La primera fue la evacuación de todos los ciudadanos de la República al octogésimo quinto sector administrativo. La segunda fue la orden presidencial nro. 6609: la Ley Especial de Preservación de la Paz en Tiempos de Guerra. Esta ley reconocía a todas las personas de ascendencia colorata dentro de las fronteras de la República, originarios o no del Imperio, como personajes hostiles y partidarios del Imperio, lo cual les permitió despojarlos de sus derechos civiles. Luego de esto, fueron designados como objetivos de vigilancia y aislados en campos de internamiento fuera de los ochenta y cinco sectores.
Este acto violaba, por supuesto, la constitución de la República y el espíritu de la bandera de cinco colores. Además, esta ley excluía a los Albas que antes vivían en el Imperio. Era una política de flagrante racismo y discriminación.
Los Coloratas se opusieron a la ley, por su puesto, pero su oposición fue acallada por la violencia a manos del gobierno. Algunos Albas, aunque pocos, también clamaron contra la ley, pero la mayoría la aceptó. Los ochenta y cinco sectores eran demasiado pequeños para dar cabida a la gran cantidad de civiles, y no había suficiente comida, tierra o mano de obra para todos. Además, se difundieron falsos rumores respecto a que la derrota en la guerra se debió al espionaje de los Coloratas. Para los civiles, era mucho más fácil aceptar esto que admitir la inferioridad tecnológica de su país.
Pero, sobre todo, en una situación en la que estaban rodeados y aislados por los enemigos, necesitaban de algo o alguien en quien descargar sus frustraciones. Esta justificación, por medio de la eugenesia, se extendió rápidamente entre la población. Los Albas que fundaron el país, erigiéndolo como el principal defensor de la democracia, la más grande y humana de las formas de gobierno, eran la raza superior. Por el contrario, los Coloratas, con su imperialismo anticuado, cruel e inhumano, era una especie inferior: subhumanos bárbaros y tontos, cerdos con forma humana, resultado de un error evolutivo.
Así, todos los Coloratas de la República fueron desterrados a campos de reclusión, donde fueron reclutados y obligados a trabajar para la construcción de la Gran Mula. Además, sus propiedades y pertenencias fueron requisadas por el gobierno para financiar la construcción del muro y el esfuerzo de guerra. Por otro lado, los civiles de Alba que se libraron del reclutamiento, el trabajo y los impuestos de guerra, alabaron la metodología humana del gobierno.
Los Albas se burlaron de los Coloratas como una especie inferior, llamándolos los Ochenta y Seis. Este enfoque discriminatorio acabó manifestándose dos años más tarde con la introducción de drones tripulados por soldados vivos, siendo estos los Ochenta y Seis. A pesar de dedicar todos sus esfuerzos a la producción de un dron no tripulado fabricado por la República, ninguno de ellos llegó a alcanzar el nivel en el que se pudiera resistir a un combate en vivo. Pero no había forma de que la raza superior Alba pudiera admitir que había fracasado en la producción de tal máquina, menos aún cuando el Imperio, inferior a ellos, sí lo había conseguido.
Dado que los Ochenta y Seis no eran considerados humanos, el hecho de que uno de ellos pilotara una de las máquinas lo clasificaría no como una nave montada, sino como un dron no tripulado.
El dron automático militarizado de la República, conocido como Juggernaut y fabricado por Industrias Militares de la República (IMR), fue alabado por los civiles en el momento de su lanzamiento como un sistema de armas innovador y vanguardista, que minimizaba las bajas humanas a cero. Los Ochenta y Seis, sirviendo de pilotos, quedaron designados como unidades de procesamiento de información, procesadores, convirtiendo al Juggernaut en un dron operado.
Año 367 del calendario de la República. Amaneció como otro día en el que los soldados, que no eran tratados más que como piezas mecánicas, se dispusieron a sufrir muertes que no se contarían como tales, en un campo de batalla sin bajas.
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Al confirmar que los puntos rojos de la Legión se retiraban hacia el este, en dirección a las profundidades de su territorio, Lena sintió por fin que la tensión empezaba a abandonar su cuerpo. A cambio de esta retirada, su tercer escuadrón perdió siete unidades. Un sabor amargo le llenó la boca. Siete Juggernauts detonaron, explotando junto con los Procesadores que los pilotaban. Ninguno sobrevivió.
“Juggernaut”, el nombre que los llamados desarrolladores intelectuales dieron a esta máquina, inspirándose en el nombre del dios de un mito de una tierra extranjera. Innumerables personas se reunían ante este tanque en busca de salvación y morían arrolladas y aplastadas por sus ruedas a su paso.
—Controlador Uno a Pléyades. Hemos confirmado la retirada de las fuerzas enemigas.
Se lo comunicó al procesador de Pléyades, el piloto de Ochenta y Seis que aceptó servir en el campo de batalla durante cinco años a cambio de la restauración de los derechos civiles de su familia, a través del para-RAID.
La resonancia sensorial les permitía escuchar las voces de los demás, así como los sonidos de su entorno. Se trataba de un medio de comunicación muy innovador que dejaba completamente obsoletas las transmisiones de radio (susceptibles de sufrir interferencias por la distancia, las condiciones meteorológicas y el terreno, por no hablar de las interferencias electromagnéticas de las nubes de Eintagsfliege).
En teoría, los cinco sentidos podían vincularse a través del para-RAID, pero normalmente los usuarios optaban por vincular solo el sentido de la audición. La cantidad de datos compartidos por la vinculación de la vista a través del para-RAID era a menudo abrumadora y podía dar lugar a una sobrecarga sensorial, con el riesgo de causar graves daños al usuario. La audición, en cambio, permitía conocer la situación del otro lado con un mínimo de datos. En términos de experiencia real, no era muy diferente de la comunicación por radio o teléfono, pero había comparativamente menos perturbaciones y riesgos
Lena creía que esas no eran las únicas razones. El hecho de negarse a enlazar la vista evitaba que el controlador tuviera que ver muchas cosas como la sobrecogedora visión del enemigo cargando hacia ti, la visión de tus compañeros volando en pedazos sin piedad en todas las direcciones, el color de las vísceras y la sangre derramándose del propio cuerpo descuartizado.
—El cuarto escuadrón se encargará de las tareas de vigilancia. Tercer escuadrón, por favor, regrese a la base.
—Aquí Pléyades, entendido… Espero que hayas disfrutado el ver cómo nos peleábamos, los cerdos, a través de tu pequeño telescopio, Controlador Uno.
La mordaz ironía, que no abandonó su voz de principio a fin, hizo que Lena mirara al suelo. Sabía que no podían evitar odiarla. Era una Alba…, una de sus opresoras. Y tal como él dijo, vigilarlos era parte de su papel como Controladora.
—Buen trabajo el día de hoy, Pléyades. A todas las demás unidades, también, y a los siete que se perdieron… Lo siento mucho, de verdad.
Una cierta frialdad, como la de una espada sacada de su vaina, se mezcló en el silencio al otro lado de la Resonancia. Los para-RAID solo enlazaban su oído, pero como la vinculación se realizaba a través de su conciencia, también se transmitían sentimientos que normalmente solo se podían percibir en las conversaciones cara a cara.
—Gracias por las amables palabras que siempre nos ofrece, Controlador Uno…
El frío desprecio y el odio salpicaban esas palabras. Pero había algo en esa frialdad que iba más allá del tipo de odio e indignación obvios que uno sentiría hacia su opresor. Algo que dejó a Lena confundida y desconcertada.
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Las noticias de la mañana siguiente volvieron a hablar de la amplitud de las pérdidas del enemigo, de los escasos daños sufridos por el bando de la República y de la ausencia, como siempre, de bajas. El locutor volvió a elogiar las tácticas vanguardistas y humanas de la República, el cómo la derrota del enemigo debía estar próxima, y así sucesivamente. Lena a veces se preguntaba si las noticias eran en realidad una grabación que se emitía una y otra vez. Se trataba de una emisión patrocinada por el gobierno, con un emblema de una espada y unas cadenas rotas de fondo. Estas representaban el derrocamiento del régimen soberano y la caída de la opresión, siendo el símbolo de Santa Magnolia, patrona de la revolución.
—Para preparar el cese de las hostilidades, dentro de dos años, el gobierno ha decidido reducir gradualmente el presupuesto militar… Como paso previo, se suprimirá el decimoséptimo pabellón del frente sur, disolviéndose y dando de baja a todas las fuerzas allí destacadas…
Lena suspiró. Es probable que hayan perdido el distrito diecisiete. Desde luego, no era el tipo de noticia que podían permitirse pasar por alto. No solo habían perdido el territorio, sino que renunciaban a intentar recuperarlo, optando por disolverse. El gobierno ya había agotado todas las propiedades de los Ochenta y Seis hace mucho tiempo, y ahora las voces de los civiles que exigían que redujeran el vasto presupuesto de guerra y se desarmaran en favor del bienestar y las obras públicas, eran cada vez más difíciles de ignorar.
Sentada frente a ella, vestida con una bata anticuada, la madre de Lena abrió sus labios perfectamente carnosos para hablar.
—¿Qué pasa, Lena…? Deja tus problemas y come algo.
La mesa del comedor estaba preparada con el desayuno, pero la mayor parte era comida sintética hecha en fábrica. Habiendo perdido la mitad de su territorio, la República se estaba quedando sin espacio mientras su población aumentaba en un 80%, con la excepción de los Ochenta y Seis. Donde, los ochenta y cinco sectores, no tenían las tierras de cultivo necesarias para mantener a la población. También estaban aislados de otros países extranjeros por la interferencia de Eintagsfliege, de la Legión, lo que significaba que era imposible comerciar, establecer relaciones diplomáticas o incluso confirmar si todavía existían esos países.
Lena tomó un sorbo de té que era diferente del que vagamente recordaba del pasado y cortó un trozo de carne sintética, hecha de proteínas de trigo y creada para replicar el aspecto y el sabor de la carne natural. Lo único natural de su comida era la compota que añadió a su té, hecha con frambuesas que cultivaban en el jardín. Pero incluso esto era un producto que no se veía en el hogar promedio de la República, el cual ni siquiera tenía espacio para una maceta, y mucho menos para un jardín, lo que lo hacía bastante valioso.
Su madre sonrió.
—Lena, ¿no es hora que dejes el ejército y encuentres un novio de buena familia?
Lena suspiró internamente. Esta conversación se repetía palabra por palabra, todos los días, igual que el telediario. Ascendencia, estatus, posición, descendencia y linaje superior. Como ese vestido de seda, que se volvió anticuado y obsoleto en el momento en que su madre salió a la calle. Como esta mansión, construida en los días en que la casa Milizé todavía se consideraba noble. Reliquias conservadas de una época bendita ya pasada, que permanecían congeladas en el tiempo, envolviéndose en dulces sueños y negándose a mirar al exterior.
—La Legión y los Ochenta y Seis no son asuntos de los que deba ocuparse la hija de la gran casa Milizé. Sé que tu difunto padre fue soldado, pero la guerra ya ha quedado atrás.
¿Cómo iba a quedar atrás la guerra si aún estaban en plena lucha contra la Legión? El campo de batalla estaba lejos, fuera de la vista, y los que allí iban a la guerra, nunca volvían para hablar de él. En lo que respectaba a los civiles, la guerra no era más que una colección de eventos ficticios en una película, sin ningún sentido de la realidad o de la participación por su parte.
—Proteger la patria es el deber y el orgullo de un ciudadano de la República, madre. Y, por favor, no los llames Ochenta y Seis. Son ciudadanos respetables de la República, igual que tú y yo.
Una arruga recorrió la fina y refinada nariz de su madre.
—¿Cómo puedes considerarlos miembros de la República cuando están manchados con esos asquerosos colores? Sinceramente, aunque haya que alimentar al ganado para hacer su voluntad, ¿en qué está pensando el gobierno, dejando que esos animales pisen el suelo de la República?
A los Ochenta y Seis que aceptaron entrar en combate se les concedió la restauración de los derechos civiles para ellos y sus familias. Para protegerlos de la severa persecución y discriminación de los ochenta y cinco sectores, su paradero se mantuvo confidencial, pero habían pasado nueve años desde el comienzo de la guerra. Seguramente algunos de ellos ya habían regresado a vivir a sus antiguos hogares.
Era la justa recompensa que recibían por su dedicación al Estado. Lamentablemente, los que estaban en el poder no veían justificación de tal recompensa y se limitaban a sacudir la cabeza ante el deplorable estado de las cosas.
—Ah, qué horror. Hace solo diez años que merodeaban por Liberté et Égalité como si fueran los dueños del lugar. Y pensar que pueden volver… ¿Hasta qué punto habrá que mancillar la libertad y la igualdad de nuestra República para que estén satisfechos?
—Si algo está mancillando las ideas de libertad e igualdad, madre, serían las palabras que acabas de pronunciar…
—¿Perdón?
Al ver la expresión de asombro de su madre, Lena suspiró de manera profunda esta vez. No lo entendía. Sinceramente, de verdad, no lo entendía. Y no era solo su madre. Los civiles de toda la República se enorgullecían de la bandera de cinco colores y de sus valores de libertad, igualdad, hermandad, justicia y nobleza. Creían haber aprendido de la historia y detestaban la tiranía, se disgustaban con la explotación, despreciaban la discriminación y evitaban los homicidios y las atrocidades, pues los consideraban obras del diablo.
Pero sencillamente no entendían que la República estaba cometiendo esas mismas atrocidades ahora mismo. Y si intentabas señalarlo, se limitaban a mirarte con lástima y a preguntarte: “¿No sabes distinguir a los cerdos de las personas?”. Lena se mordió el labio. Las palabras eran realmente convenientes. Podían ocultar la verdad tan fácilmente. Bastaba con reescribir una etiqueta con otro nombre para reducir a un humano a un cerdo.
Su madre la miró con expresión preocupada, pero finalmente sonrió como si hubiera caído en la cuenta.
—Tu padre se apiadó del ganado y ahora tú sales a su paso. ¿Es eso?
—N-No, eso no es…
Lena respetaba profundamente a su padre, quien se había opuesto mucho al confinamiento de los Ochenta y Seis hasta el final. No obstante, no tenía la intención de seguir sus pasos. Porque aún podía recordar aquella silueta de araña cuadrúpeda y el escudo de un caballero esquelético sin cabeza grabado en su armadura. La mano extendida que la había salvado del desastre, aquellos tonos de rojo brillante y negro azabache que había llevado desde su nacimiento.
Somos ciudadanos de la República. Hemos nacido en este país y nos hemos criado en él. Y por eso…
La voz presuntuosa de su madre sacó a Lena de sus recuerdos.
—Pero tú debes saberlo, Lena. Deberías saber que hay que tratar al ganado como ganado. Simplemente no puedes hacer que esos bárbaros entiendan los ideales y la nobleza humana. Solo tiene sentido confinarlos en sus jaulas y administrar sus vidas.
Lena terminó sin palabras su desayuno, se limpió la boca con una servilleta y se levantó.
—Me voy, madre.
♦️ ♦️ ♦️
—¿Me cambiarás el escuadrón asignado…?
El papel pintado de dorado y salpicado de rayas rojo oscuro daba al despacho del comandante de división una atmósfera profunda y digna. Lena parpadeó con sus ojos plateados, con la mirada fija en el aviso de cambio de personal que había recibido del comandante de división sentado tras el anticuado escritorio, el comodoro Karlstahl.
Las reorganizaciones de escuadrón y, por extensión, los cambios de escuadrón asignados a un controlador ocurrían, en realidad, con bastante frecuencia. A medida que participaban en una batalla tras otra, los escuadrones iban sufriendo cada vez más pérdidas, hasta el punto en que resultaba imposible continuar el combate. Por ello, los escuadrones se incorporaban en otros, reorganizándose, suprimiéndose y formándose de nuevo. Incluso las transferencias debidas a la completa destrucción de un escuadrón eran comunes, aunque Lena no lo había experimentado personalmente ni tenía ningún deseo de hacerlo.
La Legión era simplemente así de fuerte.
Además, habiéndolos desarrollado con total ferocidad y superioridad tecnológica, el militante Imperio Giadiano no escatimó en gastos a la hora de equipar a la Legión con las armas más avanzadas, permitiéndoles la máxima movilidad posible, así como una capacidad de pensamiento autónomo tan avanzada que costaba creer que fueran producto de la tecnología de esta época. Sin mencionar que, como eran verdaderos drones no tripulados, la Legión nunca se cansaba ni desobedecía órdenes, como tampoco conocía el miedo. Y no importaba cuántos fueran destruidos, las fábricas de producción y reparación totalmente automatizadas yacían esparcidas por las profundidades de su territorios, sacando nuevas unidades como el humo negro que salía de sus chimeneas.
En contra de lo que creían los civiles, el Juggernaut era muy inferior a la Legión en términos de rendimiento, y la idea de salir de un combate contra ellos con pérdidas menores era impensable. Incluso si la República infringía grandes daños a la Legión, esta siempre regresaba en igual número, y lo máximo que podía hacer la República era mantener una línea defensiva.
Sin embargo, el escuadrón que dirigía Lena en ese momento no había sufrido tantas pérdidas.
Las mejillas llenas de cicatrices de Karlstahl se aflojaron en una sonrisa. Su barba desprendía una sensación de suave dignidad, y su contextura era alta y de hombros anchos.
—Tu escuadrón no se va a reorganizar ni a integrar; no obstante, el controlador de otro escuadrón dimitió recientemente, y necesitamos elegir un sustituto de otro escuadrón lo antes posible.
—¿Es una unidad defensiva para algún lugar importante?
Si ese era el caso, significaba que era una unidad que no podía permanecer en espera hasta que se encontrara un controlador de reemplazo.
—Efectivamente. Es el primer escuadrón defensivo del frente oriental, también conocido como Escuadrón Spearhead. Es una unidad formada por veteranos del frente oriental… Se podría decir que es una unidad de élite.
Eso hizo que los bellos rasgos de Lena se contorsionaran en un ceño fruncido. El primer pabellón era ciertamente un lugar importante; era una posición defensiva imperativa donde el avance de la Legión era más feroz. Y el primer escuadrón defensivo era una unidad importante que se encargaba, en solitario, de la defensa del primer pabellón. Las tareas que se le encomendaban, como la patrulla nocturna y el apoyo, eran totalmente diferentes a las del segundo, tercer y cuarto escuadrón, que servían de apoyo en caso de que el primero no pudiera salir.
—Creo que es demasiada responsabilidad para una novata como yo, señor…
Karlstahl sonrió con ironía.
—¿Es eso algo que debería decir la más joven y talentosa aspirante a oficial entre noventa y un exalumnos y que ahora es comandante? Ser demasiado modesta puede ganarse la ira de los demás, Lena.
—Lo siento, tío Jérôme.
Karlstahl se refirió a Lena por su nombre de pila y ella respondió bajando la cabeza de una manera diferente a como lo haría una subordinada. Karlstahl había sido el mejor amigo del difunto padre de Lena y había luchado junto a él nueve años atrás como parte de las ahora desmanteladas Fuerzas Armadas de la República. Los dos estaban entre sus únicos supervivientes. Cuando Lena era pequeña, él había ido a menudo a visitarla y jugar con ella. Luego, tras el fallecimiento de su padre, ayudó a organizar el funeral; además de apoyar a Lena y a su familia de diversas maneras.
—Seré sincero contigo…: No tenemos ningún otro candidato para el controlador del escuadrón Spearhead.
—¿No dijo que eran una unidad de élite? Pensaría que ser puesto a cargo de eso sería un gran honor para cualquier soldado de la República.
Sin embargo, no todos los controladores se tomaban su trabajo en serio. Algunos veían la televisión, jugaban a los videojuegos o dejaban desatendida la sala de mando durante su turno de trabajo. Otros daban órdenes terribles a sus procesadores o no les proporcionaban información alguna y veían cómo morían, como si se tratara de una película. El resto hacía apuestas con sus colegas sobre qué escuadrón sería aniquilado primero. Lena lo sabía, por supuesto. En todo caso, los que se tomaban en serio su trabajo eran la gran minoría, pero eso no venía al caso.
—Ah, bueno, es una unidad de élite, pero… —Karlstahl pareció dudar por un segundo—. El asunto es con el capitán del escuadrón Spearhead, nombre personal: Undertaker. Tiene algo de… digamos… historia.
Undertaker. Qué nombre tan extraño.
—Los controladores que le conocen parecen llamarle la Parca, y todos le tienen miedo… Parece que tiene tendencia a… “quebrar” a sus controladores.
—¿Eh? —respondió Lena sorprendida a su pesar.
Si hubiera sido al revés, no habría sido tan extraño, pero ¿un procesador rompiendo a un controlador?
¿Cómo?
—¿Está seguro que no se trata de una historia de fantasmas, señor?
—Te garantizo que no me he permitido el lujo de llamar a mis subordinados para hablar de cotilleos, querida… Es un hecho que, un número inusualmente alto de controladores que estuvieron a cargo de los escuadrones de Undertaker, han presentado solicitudes para cambio de cargo o han pedido la renuncia al servicio por completo. Algunos han solicitado traslados inmediatamente después de su primera salida y, aunque no estamos seguros de que esté relacionado, algunos se han suicidado después de renunciar.
—¿Suicido, señor…?
—Es bastante difícil de creer, pero… afirmaban que podían “oír las voces de los fantasmas” y que eran perseguidos por ellos, incluso después de retirarse del servicio.
Al fin y al cabo, no parecía más que una historia de fantasmas. Karlstahl ladeó la cabeza, intentando discernir, con ansiedad, lo que Lena estaba pensando.
—Si estás en contra de la idea, siéntete libre de negarte, Lena. Puedes quedarte al mando de tu actual escuadrón. Además, como he dicho, Spearhead es un grupo de veteranos. Por lo que he oído, no se aconseja resonar con ellos durante las salidas, así que bien podríamos dejar el mando a los que están en el campo y proporcionar una supervisión mínima…
Lena frunció los labios con tensión.
—Lo haré. Pondré todo mi empeño en servir como oficial al mando del escuadrón Spearhead.
Proteger la patria era el deber y el orgullo de un ciudadano de la República. Estar al mando de una unidad que se situaba en la vanguardia del enfrentamiento bélico era todo lo que podía pedir, y dejar pasar esta oportunidad era inaceptable.
Karlstahl le sonrió con cariño.
De verdad, esta chica es simplemente demasiado…
—Puedes hacer lo mínimo. No hay necesidad de hacer nada innecesario… Y, además, abstente de interactuar demasiado con los procesadores.
—Conocer a los subordinados es parte de los deberes de un oficial al mando. Mientras no me rechacen, haré todo lo posible por interactuar con ellos.
—Por Dios… —Karlstahl suspiró con una suave sonrisa. Abrió el cajón del escritorio y recuperó un fajo de documentos—. Y ya que estamos en el tema de la búsqueda de fallos, tengo algo más que decir. Por amor a Dios, deja de registrar el número de bajas en tus informes. Oficialmente no hay gente en el campo de batalla, así que no podemos aceptar documentos sobre datos que no existen… Aunque intentes protestar así, no hay nadie que se tome este asunto en serio.
—Sea como sea, no pueden simplemente ignorar esto… No hay razón para confinar a los Coloratas.
El Imperio de Giad tomó por asalto el continente con su ejército de la Legión. Pero, por alguna razón, parecía haber caído en la ruina hace cuatro años. Las transmisiones del Imperio, que la República era capaz de interceptar entre las oleadas de interferencias de Eintagsfliege, cesaron de repente, y desde entonces no habían podido interceptarlas. No se sabía por qué había caído el Imperio; ¿se volvió la Legión contra ellos o hubo alguna otra razón? Sea cual fuera el caso, un hecho estaba muy claro: el Imperio había caído.
Los Ochenta y Seis fueron detenidos por ser “progenie del Imperio”, pero ahora que el Imperio había desaparecido, no había justificación para que siguieran confinados. Sin embargo, tras haber saboreado los beneficios de su flagrante discriminación, los civiles de la República se resistían a cambiar sus costumbres. Pisotear a los demás les daba la ilusión de superioridad, y tener un grupo al cual oprimir les hacía sentir que eran los vencedores. Pero que el Imperio, con su armamento superior, los atrapara, humillara y empujara a un estado de emergencia no era más que una forma de escapismo que les permitía engañarse a sí mismos, en lugar de enfrentarse al problema.
—Ser tolerante con estos problemas equivale a apoyarlos. Esto no es algo que debería permitirse en la…
—Lena.
Aquella suave interrupción hizo que Lena se mordiera la lengua.
—Tu persecución de los ideales es demasiado animosa, e independientemente de que estos sean propios o ajenos, son preciosos precisamente porque son inalcanzables.
—Pero…
Los ojos plateados de Karlstahl vacilaron con una nostalgia agridulce.
—Realmente te pareces a Václav… Ahora bien, comandante Vladilena Milizé, a través de la presente le nombro oficial al mando del primer escuadrón defensivo del frente oficial, a partir de hoy. Espero que haga su mejor esfuerzo.
—Muchas gracias, señor.
♦️ ♦️ ♦️
—¿Así que al final has aceptado la oferta…? Realmente eres un bicho raro, Lena.
Tomar el mando de un nuevo escuadrón significaba que también había que cambiar bastantes cosas, y una de ellas eran los datos de los objetivos de su para-RAID. Anette era la oficial a cargo del equipo de desarrollo del para-RAID, por lo que todas las solicitudes de ajuste de la configuración de la resonancia sensorial de Lena eran manejadas por ella. También sugirió que, de paso, hicieran pasar a Lena por una inspección médica, y esta estaba a punto de volverse a poner el uniforme cuando Anette la reprendió.
El edificio de la sala médica había sido una villa real durante la época de la monarquía, por lo que su exterior era el de una elegante finca de la Edad Media. Pero por dentro tenía un diseño futurista y de mal gusto, definido por paneles de metal y cristal que daban una sensación robótica e inorgánica. Una de las pantallas de cristal tenía un vídeo de peces tropicales y arrecifes de coral proyectado en ella.
Después de colocar la bata de paciente en una percha, Lena, abotonándose aún la blusa, le respondió a Anette desde el otro lado de la ventana de cristal reforzado de la sala médica:
—Es solo una historia de fantasmas, Annette. Una excusa que se inventaron los soldados para faltar al trabajo.
Abrochándose las medias con sus ligas, Lena sintió que sus labios se relajaban, dando lugar a una sonrisa. Hacía sus inspecciones médicas periódicas de para-RAID con regularidad, así que no había necesidad de que Annette se preocupara. Pero era una entrometida, después de todo…
—Sin embargo, la parte de que algunos se suicidan es cierta. —Sentada al otro lado de la pared de cristal, Annette añadió casualmente este dato mientras introducía los nuevos ajustes en el dispositivo RAID de Lena y bebía un café o, más bien, una sustancia turbia que probablemente debía parecerse al café—. No me creo lo de los fantasmas. Probablemente los viejos se lo inventaron para tener algo de lo que cotillear. Pero es cierto, uno se voló la cabeza con una escopeta.
Tras ponerse la falda y la chaqueta, Lena se dio la vuelta y se alisó el cuello de la camisa. Luego, se apartó el cabello plateado, que le caía por los hombros, cuando se inclinó hacia delante.
—¿De verdad?
—Nos pidieron que comprobáramos que no se trataba de una avería del para-RAID. Dejando a un lado las dimisiones, se suele correr la voz cuando alguien se suicida.
—¿Y cuáles fueron los resultados?
Annette se encogió de hombros despreocupadamente.
—Quién sabe.
—¿Cómo que quién sabe…?
—¿Qué clase de detalles se supone que debo reunir cuando el sujeto está muerto? No se detectaron anomalías en el dispositivo RAID y eso es todo. Les dije que si querían que mirara más a fondo, deberían traer a ese procesador… Undertaker, creo que se llama. Pero las cabezas huecas de transporte empezaron a soltar tonterías como: “No tenemos espacio para cerdos en nuestros vuelos”. —Annette se cruzó de brazos mientras se apoyaba en el respaldo de la silla y resopló indignada. Esta actitud siempre estropeaba su buen aspecto de niña—. Si lo hubieran traído, habría podido desmenuzar su cerebro e investigar. Maldita sea.
Lena frunció el ceño ante el abominable comentario. Annette no hablaba en serio, por supuesto, pero seguía siendo bastante oscuro.
—Hmm… ¿Cómo te enteraste del procesador…?
—Me enteré de él por los diputados. Me dejaron echar un vistazo al informe, pero en realidad solo eran un montón de datos oficiales. Me preguntaron si se me ocurría algo, y eso fue todo. Ni idea de si realmente tuvo algo que ver —dicho esto, Annette sonrió con ironía—. Al parecer, cuando le dijeron que su controlador había muerto, lo único que dijo fue: “¿Es así?”. Como si no tuviera ni idea de lo que esperaban que contestara. Supongo que tiene sentido que un Ochenta y Seis se sienta así. Incluso si les dices que su oficial al mando ha muerto, no les importará realmente.
Al ver a Lena en silencio, la sonrisa desapareció de la cara de Annette.
—Lena…, deberías trasladarte al laboratorio después de todo. —Annette observó la expresión de desconcierto de Lena con ojos relucientes y felinos—. Tal y como están las cosas ahora, el ejército no es más que un alivio para el desempleo. Todos los lugares, excepto el laboratorio, están llenos de idiotas de los sectores superiores que no saben mantener un trabajo.
El centro administrativo actual de la República era el Primer Sector, y estaba en el centro de todo, los demás se extendían desde sus cuatro lados de forma rectangular, designados con números por orden de cercanía. Cuanto más alto era el número de un sector, peor era su entorno residencial, la seguridad pública y el nivel de educación, y mayor era su tasa de desempleo.
—¿Qué vas a hacer dentro de dos años cuando la Legión deje de ser un problema? Tener “antiguo personal militar” en tu currículum no va a hacer girar ninguna cabeza en tiempos de paz.
Lena sonrió. Dentro de dos años, todas las unidades de la Legión dejarían de funcionar. Era un hecho que la República había detectado al inspeccionar varias unidades de la Legión que habían incautado. Los procesadores centrales de la Legión tenían programada una vida útil fija: cincuenta mil horas de funcionamiento por versión. En otras palabras, poco menos de seis años. El Imperio probablemente añadió este elemento de diseño como un mecanismo de seguridad para asegurar que la Legión no se volviera loca y no se tornara en contra ellos.
Y como el Imperio fue presumiblemente destruido hace cuatro años, todos los procesadores centrales de la Legión deberían averiarse y dejar de funcionar en dos años. De hecho, el número de Legión que habían detectado en el campo de batalla había ido disminuyendo gradualmente a lo largo de los años. Las unidades que no habían recibido las últimas actualizaciones habían comenzado a apagarse.
—Gracias por la oferta, pero ahora mismo estamos en guerra.
—Sí, pero esto no tiene que ser tu trabajo. —Annette no estaba dispuesta a echarse atrás. Completando el trabajo de entrada, apartó la holopantalla, se inclinó hacia delante y empezó a desahogar sus frustraciones con voz agitada y amarga—. Sea cual sea la verdad, estamos hablando de un procesador muy problemático. Quién sabe qué esperar de él… Y además, no se sabe si el para-RAID es realmente seguro.
Los ojos de Lena se abrieron de par en par.
—¿No se ha demostrado que el para-RAID es perfectamente seguro?
Al parecer, a Annette se le había escapado algo que no debía. Bajó la voz y siguió hablando con una expresión de culpa que dejaba claro que acababa de meterse en un lío.
—¿No sabes cómo funciona este país, Lena? Aunque digan que es así públicamente, no significa que sea realmente cierto.
La República se enorgullecía de ser una raza superior y de que la tecnología del país era infalible. Aunque hubiera algún fallo, nunca podría hacerse público. Esto se aplicaba al para-RAID… así como a los Juggernauts.
—En realidad descubrieron esta tecnología inspeccionando a la gente con… bueno… percepción extrasensorial. Así como descubrieron qué parte del cerebro estimular… que es lo que hace esta cosa. —Hurgó el dispositivo RAID en su mano: un cristal azul y un delicado marco plateado. El cristal estaba actualmente conectado por varios cables a un terminal de información, ya que la información de su interior estaba siendo sobrescrita—. Esos Espers podían resonar con otros miembros de su familia, por lo que los dispositivos controlador y procesador llevan información casi genética que identifica a los usuarios como parientes en segundo grado. Todavía no sabemos cómo funciona realmente la Resonancia.
—Pero… ¿no era esta la investigación de tu padre?
—Era una investigación en colaboración. La teoría fundamental y la hipótesis eran obra de otros investigadores. Papá solo se encargó de preparar las condiciones de laboratorio y de replicar el fenómeno con los sujetos de prueba reclutados.
—Así que solo hay que preguntar al otro investigador.
Una sonrisa gélida floreció en el rostro de Annette.
—No se puede. El otro investigador era un Ochenta y Seis.
Los Ochenta y Seis, quienes eran considerados subhumanos, no tenían sus nombres registrados. Cuando fueron detenidos, cada uno recibió un número como único identificador. En ese momento, no había forma de saber siquiera a qué campo de confinamiento habían sido enviados.
—El dispositivo RAID tiene ahora un cierre de seguridad, pero si alguien intentara resonar con el sentido de la visión de varias personas, su cerebro se freiría por la sobrecarga de información, y si permaneces resonando durante demasiado tiempo a la máxima velocidad de sincronización, es posible que tu ego colapse por completo. Quedarías demasiado “estimulado” como para volver… Sabes lo del accidente de mi padre, ¿verdad?
El padre de Annette, el profesor Josef Von Penrose, sufrió un accidente durante un experimento que le hizo enloquecer y acabó matándose. Ocurrió poco después de la finalización de la teoría de la resonancia sensorial y del dispositivo RAID. La velocidad de sincronización del dispositivo RAID se ajustó accidentalmente al máximo teórico. Algunos creían que se conectaba a algún lugar que estaba más allá del inconsciente colectivo humano. Si la humanidad en su conjunto fuese un individuo, ese lugar era el colectivo, lo que se suponía que era el inconsciente colectivo del propio mundo.
—Así que, como he dicho, no se sabe lo que puede pasar si usas demasiado el para-RAID… Me importa un bledo lo que le pase a un grupo de Ochenta y Seis, pero si te pasara algo, no sé qué haría…
Lena hizo una mueca de disgusto a su pesar. Se dio cuenta de que Annette estaba realmente preocupada por ella, pero aun así…
—Pero eso… eso es solo cobardía.
Annette agitó la mano como si dijera que se había cansado de la conversación.
—Sí, sí, te juro que eres un bicho raro…
Un silencio incómodo se apoderó de ambos lados de la habitación separada por la pared de cristal. Como para disiparlo, Annette sonrió con picardía.
—Ya que estamos en el tema de las cosas que te hacen actuar raro… Lena, ¿te apetece un poco de pastel de chifón? Es mi último trabajo. Hecha con huevos de verdad.
—¿Eh?
Annette tuvo que contenerse para evitar reírse a carcajadas cuando Lena la miró con un par de orejas de gato imaginarias, llamando la atención. Después de todo, Lena era tan niña como cualquier otra joven de su edad. Las cosas dulces captaban su atención en un santiamén, y un pastel de chifón, hecho con claras de huevo de verdad, era un bien escaso en la República en la actualidad debido a la falta de espacio o tiempo para construir granjas avícolas. Criar gallinas en el jardín de su finca era el tipo de lujo precioso que solo podía permitirse la hija de la familia Penrose, antigua casa noble.
Sin embargo…
—Hmm…, no sabrá a queso aunque no le hayas puesto queso ni estará todo carbonizado y ahumado ni parecerá una rana, ¿verdad?
Estas eran las impresiones de alguien que había probado los bollos de crema que Annette había hecho una vez. Ese último comentario era una versión abreviada de “el abultado y atropellado cadáver de un sapo”. Dejando a un lado su forma, Annette había conseguido, de alguna manera, replicar el color de un sapo con un sorprendente grado de precisión.
—Este es lo puedes comer con tranquilidad. Hice que el tipo que vino para mi matrimonio concertado los probara.
Aunque se desmayó y comenzó a echar espuma por la boca después del quinto prototipo de chocolate.
—Entonces supongo que está bien… Pero incluso si no te gusta, asegúrate de darle un chocolate que sea realmente seguro de comer, ¿de acuerdo?
—Por supuesto que lo haré. Incluso lo he envuelto de forma bonita, con papel de regalo rosa y una cinta y todo. Incluso he puesto una tarjeta con un mensaje que dice: “Para mi querido Theobald”. Lo he dejado en el buzón del apartamento que alquila con su amante.
Lena tardó en decidir si debía sentirse mal por él o no.
♦️ ♦️ ♦️
Al volver a casa, Lena se colocó en el cuello el dispositivo RAID, el cual había terminado de reescribir sus datos mientras charlaba con Annette con un pastel de chifón y un poco de té. Tenía la forma de una elegante gargantilla de plata, grabada con un sutil patrón ornamental de Alba. Pequeños abalorios brillantes rodeaban el cristal casi nervioso, lo que hacía difícil creer que esta pequeña gargantilla tuviera la misma función que un auricular de comunicación de grado militar.
De repente, le vino a la mente su charla de esta tarde con Annette.
La Parca.
El Ochenta y Seis que llevaba a la gente al suicidio, quien no se encogía ante la perspectiva de la muerte.
¿Qué clase de persona será?
¿Acaso… nos odia, después de todo?
Lena sacudió la cabeza una vez y respiró profundamente.
Muy bien.
—Activar.
Puso en marcha el para-RAID. Este método de comunicación de última generación podía utilizarse independientemente de la hora y el lugar, e ignoraba toda interferencia causada por distancia, clima o terreno.
Sincronización completa. No hubo problemas durante la conexión. La estática crujió en sus oídos, ajena a los sonidos de la sala en la que se encontraba.
—Controlador Uno a todas las unidades del Escuadrón Spearhead. Es un placer conocerlos a todos. A partir de hoy seré su oficial al mando.
Hubo una pausa larga y algo vacilante. A Lena le pareció descorazonadora. Nadie en el escuadrón sabía cómo responder a un oficial que los saludaba por primera vez de esa manera, aunque esa debería ser la etiqueta adecuada entre compañeros.
Pero la vacilación desapareció de la línea al cabo de un momento, y una voz tranquila y de tono joven respondió desde el otro lado de sus sentidos resonados.
—Encantado de conocerle, Controlador Uno. Habla el capitán del Escuadrón Spearhead. Nombre personal Undertaker, al habla.
A diferencia de su ominoso nombre, su pronunciación y enunciación eran precisas y claras, y su voz era tan serena como un profundo lago del bosque. Era un chico de aproximadamente su edad, muy probable que de una familia de clase media o superior.
—Me han informado del cambio de controladores. Le deseo suerte en sus esfuerzos en el futuro.
Lena sonrió, pudiendo imaginar vívidamente su silenciosa disposición debido a su tono distante. Sí, podía darse cuenta fácilmente con solo conversar con él de esa manera, y no había forma de que la engañara.
Eran seres humanos.
No eran algo infrahumano, algo conocido solo como un Ochenta y Seis.
—Le deseo lo mismo. Espero trabajar con usted, Undertaker.
[1] Colorata: término que se utiliza para designar a las personas que no son Alba o de color.