Princesa Bibliófila – Volumen 5 – Arco 1 – Capítulo 3: La Dama Santa y el Rey Héroe

Traducido por Ichigo

Editado por Sakuya


Cuando los altos funcionarios se reunieron a primera hora de la mañana, la muerte del general Bakula se cernió sobre ellos. La sala se congeló de miedo y reinó el silencio. Hace apenas una generación, el poder abrumador del general había traído la victoria a Sauslind. Era un héroe, su protector. En las últimas reuniones, la facción a favor de la guerra siempre era la primera en lanzarse a discutir, pero tras la muerte de Bakula, todos callaron.

La fría voz del príncipe Christopher retumbó en toda la sala.

—Mantendremos las noticias sobre el general Bakula en secreto hasta que la situación se haya calmado.

Murmullos ondulaban a su alrededor.

—¡Pero, Alteza!

La facción a favor de la guerra protestó de inmediato. Chris los interrumpió con la mirada.

—El miedo y la ansiedad se están extendiendo entre la gente. No solo nos enfrentamos a la plaga, sino también a una posible guerra. No podemos permitirnos causar más malestar diciéndoles que el héroe de nuestro país ha muerto. En especial cuando su muerte fue reportada por un testigo desconocido.

El príncipe tenía razón, y la facción a favor de la guerra no intentó discutir más con él. Perder a Bakula era un gran golpe para su facción cuando todo su objetivo era impulsar el conflicto con Maldura.

—Grima Bowen —llamó Chris a un hombre de unos cuarenta años.

Era el comandante de los Caballeros del Ala Negra que quedaron atrás en la capital después de que el general Bakula dividiera sus fuerzas. La voz de Chris carecía de emoción cuando designó a Grim para ocupar el lugar de Bakula y le encargó que investigara a los atacantes del general. Me recorrió un escalofrío por la espalda.

Yo, Glen Eisenach, estaba en un rincón de la sala, observando en silencio. Tenía un nudo en el pecho, un “mal presentimiento”, por así decirlo. Aunque acompañaba con regularidad al príncipe como su guardaespaldas, las armas estaban prohibidas en las reuniones entre altos funcionarios, y como yo llevaba mi espada conmigo en todo momento, no se me permitía entrar. Mi padre era una excepción; era general de la guardia imperial y contaba con la aprobación expresa de Su Majestad. A pesar de las normas que lo prohibían, éramos tres los miembros de la guardia personal del príncipe que asistíamos a esta reunión. Nuestra presencia aquí era una prueba de que la familia real estaba en peligro.

El rey no era el único que había caído enfermo; su hermana mayor, la duquesa Strasser, también estaba postrada en cama debido a la Pesadilla de Ceniza. Dos miembros de la familia real habían contraído la plaga uno tras otro. Llamar a esto una situación de emergencia era quedarse corto.

Mientras mi amigo de la infancia debatía con frialdad con los otros nobles de alto rango, una ansiedad como nunca antes había experimentado, brotó en mi interior. Hasta ese momento, por muy acorralado que estuviera, Chris siempre había mantenido la compostura. Ahora tenía claro que nunca había entrado en pánico porque siempre había tenido un sistema de apoyo estable en el que apoyarse.

Aunque Chris fuera a veces un poco imprudente, su padre siempre le cubría las espaldas. Cuando sus políticas provocaban el descontento de la facción conservadora, él permanecía impertérrito. Además de su padre, tenía a su lado a otras dos personas: Lady Elianna, su prometida, que se había labrado una reputación entre el pueblo, y Alexei, que preparaba de antemano y de forma impecable el terreno para las empresas del príncipe.

Sin embargo, lo más importante era su apoyo mental. Por duro que fuera el obstáculo al que se enfrentara Chris, nunca se quedaba de verdad sin opciones. Por eso podía superarlo todo con tanto aplomo. La persona a la que más quería proteger estaba a su lado, de ahí que fuera tan audaz y seguro de sí mismo.

Casi contuve la respiración cuando se desató el debate entre los oficiales sobre la prometida del príncipe.

—¿Estamos seguros de que no ha huido sin más?

Cuando se supo que Elianna había desaparecido, el primero en hablar (para gran sorpresa de nadie) fue el conde Brandt, de la facción del duque Odín. De inmediato estallaron voces de conmoción y protesta, pero algunos manifestaron su acuerdo. Todos estos últimos eran de la facción del duque.

—A mí me parece plausible. Afirmó que iba a solucionar el malestar entre el pueblo, pero quizás solo fuera palabrería. Lo más probable es que haya huido. En cualquier caso, era una princesa bibliófila que no sabía nada fuera del mundo de los libros. Estoy seguro de que la realidad de la plaga y de los infectados por ella la hizo huir por miedo. Me parece una explicación bastante creíble.

Fueron pocos los que se opusieron a sus críticas y burlas. La mayoría de los que apoyaban la unión de Chris y Lady Elianna eran nobles de rango medio, jóvenes funcionarios civiles y (sobre todo) la ciudadanía. Los que ya se encontraban en la cima de la escala social eran más conservadores y se alineaban con la postura del duque Odín. Además…

—Tienes razón. La prometida del príncipe fue quien en principio abogó por la paz con Maldura. Sin embargo, invitarlos aquí solo causó que la Pesadilla de Ceniza se expandiera. De seguro se asustó de que la responsabilizaran de eso y se largó.

Como era de esperar, la facción a favor de la guerra se unió con su propia burla poco sutil. El hombre que habló dirigió una mirada mordaz a la facción neutral, donde el padre de lady Elianna permanecía sentado en silencio. Todo su grasiento grupo coincidía en echar la culpa a la ausente prometida del príncipe.

—Hace que uno se cuestione la naturaleza de la muchacha. Es un grave aprieto, ¿no?

Hablaban como si ya hubieran confirmado que lady Elianna eludía sus responsabilidades. Y por desgracia, en un movimiento poco frecuente, los principales miembros de la facción pro-guerra y de la facción real estaban muy de acuerdo en este punto. El marqués Bernstein había reducido el ejército en los dos últimos años, y ambas facciones vieron en ello una oportunidad para deshacerse de él y de su hija, sobre todo porque también habían tenido numerosos desencuentros con lady Elianna.

—Ah, sí, he oído que hay alguien más cuya reputación está creciendo en la capital este último tiempo —dijo un noble, cambiando de tema de manera intencional.

Resultaba difícil creer que aquellos hombres estuvieran manteniendo semejante discusión cuando su futura princesa heredera había desaparecido.

—Así es —coincidió otro con una sonrisa calculadora.

Me dolió el puño al apretarlo.

No es el momento de decir semejantes tonterías.

El conde Brandt lanzó con orgullo una explicación para el resto de los presentes.

—El brote de la Pesadilla de Ceniza está sembrando la aprehensión entre la gente común. La gente que busca alguna forma de protegerse se agolpa en torno al centro de tratamiento gratuito de la capital. Por fortuna, se sabe que la fruta del pomelo es eficaz para prevenir la enfermedad. En los últimos dieciséis años, la empresa Diana ha secado y almacenado la fruta del pomelo. La hija del duque, Lady Pharmia, la reparte entre los pobres y sus hijos. Muchos la llaman ahora la “Señora Santa”. No es exagerado llamarla la salvadora de Sauslind.

La gente se anima y se deshace en elogios hacia la señora. Conseguí reprimir las palabras de protesta que tenía en la punta de la lengua, apretando los dientes con frustración.

Esto era demasiado ridículo.

Teniendo en cuenta la personalidad de lady Elianna y sus logros pasados, no me cabía duda de que de verdad pretendía sofocar el levantamiento de la región de Ralshen. También fue ella quien se mantuvo firme en su apoyo a la investigación de una cura para la plaga durante todos estos años. Fue idea suya construir un centro gratuito de tratamiento y educación para médicos. Hace diez años, cuando Su Alteza y ella se conocieron, ella se lo mencionó, y él pasó casi toda esa década sentando las bases para hacerlo realidad. Ahora Lady Pharmia recibía todos los elogios.

Me doy cuenta de que esto suena grosero, pero ella está robando el crédito por su trabajo. A pesar de la verdad, el Conde Brandt continuó con alegría cantando alabanzas para el duque y su familia.

—Me doy cuenta de que lady Elianna también tiene la parte justa de logros, pero dada la situación ¿qué puedo decir? Tal vez deberíamos replantearnos quién es de verdad importante para Sauslind tal y como están las cosas ahora mismo.

Estaba sugiriendo que cambiaran a Lady Elianna por Lady Pharmia. Otros estuvieron de acuerdo, murmurando:

—Bueno, desde luego no podemos tener una princesa heredera que abandona a su propio país.

Hablaban como si estuvieran convencidos de que Lady Elianna nos había dado la espalda.

Sentado en la silla del rey, Chris no respondió nada. El ambiente a su alrededor seguía siendo el mismo que al principio de la reunión, y eso no hizo sino acrecentar mi inquietud.

Una voz áspera resonó en la sala.

—Basta de tonterías.

Era el conde Casull, muy venerado como figura de autoridad dentro de la facción real. Su expresión era rígida, la voz implacable mientras miraba con atención a sus compañeros nobles.

—La fecha de la boda ya se ha fijado de manera oficial. Lady Elianna es su futura princesa heredera. De hecho, la única razón por la que ha desaparecido es porque estaba con el general Bakula cuando fueron atacados. En lugar de ver esto como lo que de verdad es, una emergencia, ¿la culpas a ella? De seguro no hablará mal de las decisiones que nuestro país ya ha tomado a estas horas.

El conde Brandt vaciló ante aquella afilada puya.

Las palabras del conde Casull tenían tanto peso porque su casa había sido leal a la familia real durante generaciones. Además, las facciones más grandes no eran un grupo cohesionado. Lo mismo ocurría con los militares. No todos estaban con la facción pro-guerra; mi padre, el general, era más neutral.

Tras una breve pausa, los partidarios de la guerra atacaron los defectos de Lady Eliana desde otro ángulo.

—Siendo sincero, si no hubiera metido las narices donde no debía e insistido en sofocar la revuelta, no estaríamos en esta situación. Ella es la que ha metido al general Bakula en todo esto. Él es una víctima. ¿Cómo va a asumir la responsabilidad?

Siguieron así, regurgitando los mismos argumentos. Tuve que contenerme para no suspirar. Respetaba a Chris y a su padre por tener la paciencia de aguantar esto todo el tiempo. Yo estaría agotado si fuera el que tuviera que lidiar con ello, y de seguro pediría servir en el campo.

Ay…

Me quedé mirando a Chris. No tenía a dónde huir, a diferencia de mí. Juré hace mucho tiempo que lucharía para proporcionarle un espacio donde pudiera descansar y estar tranquilo. Sí, hace mucho, mucho tiempo…

—Silencio —sonó una voz fría y aguda.

Parpadeé un par de veces antes de darme cuenta de que era el primer ministro quien hablaba, el hombre que representaba a la facción neutral. A pesar de su apariencia molesta, cuando mediaba entre los demás funcionarios, se mostraba muy autoritario.

—El conde Casull tiene razón. Ya hemos reconocido a lady Elianna como nuestra futura princesa heredera. Alguien la atacó a ella y a su grupo, y ese acto equivale a traición. Deberíamos considerarlo una emergencia, igual que hicimos con el fallecimiento del general Bakula.

Las tres facciones presentes no sabían cómo interpretar sus declaraciones. A primera vista, insistía en que se mantuvieran fieles a las decisiones que ya habían tomado. Pero también hablaba del ataque en pasado, como si ya estuviera considerando qué paso debían dar a continuación. No favorecía a ninguna de las partes.

Por mucho que me doliera admitirlo, respetaba su capacidad. Entendía por qué lo habían elegido primer ministro.

Cuando Chris empezó a dar sus órdenes, el mal presentimiento que había estado retorciéndose en mis entrañas se tensó de repente.

—En cuanto al centro de tratamiento gratuito de la capital, lo creamos para el pueblo. No interferiré en lo que los demás hagan ahí, siempre que no interfiera con el propósito original del centro.

Un sobresalto me recorrió. Esa instalación era algo que él y lady Elianna habían construido juntos. Al decir eso, casi estaba reconociendo que las acciones de lady Pharmia eran justas. De verdad estaba mostrando imparcialidad como político, pero era tan… impropio de él. Hasta ahora, siempre se perdía en sus emociones cuando se trataba de algo relacionado con Lady Elianna. Casi no le reconocía.

La diferencia era igual de palpable para los demás en la sala. Mientras algunos estaban estupefactos por el cambio, otros miraban al príncipe, escrutándolo.

Mis puños se tensaron y, de repente, un recuerdo volvió a mí. Tal vez las palabras de Ian antes de morir habían sido una maldición, un hechizo para atar a Su Alteza.

“Chris, tú eres el príncipe de este país.”

Los dos habían sido amigos una vez, y esa línea fue todo lo que Ian dejó atrás antes de que Chris lo matara. Ahora esas palabras parecían perseguirlo, forzándolo a cambiar. Casi como si se estuviera castigado en su interior para dar prioridad a la vida de su pueblo por encima de su obsesión por Lady Elianna. Mis manos permanecieron apretadas durante el resto de la reunión.

♦ ♦ ♦

Oí que decían mi nombre y me giré para encontrarme con un niño de diez años que me miraba con atención, con los ojos brillantes y las mejillas sonrojadas. Sus labios se abrieron en una sonrisa mientras hablaba, con palabras un poco acentuadas.

—Gracias a usted, toda mi familia puede viajar en paz. Muchas gracias, Lady Santa.

Las ropas del chico estaban cubiertas de suciedad, y su piel, de un bronceado intenso. Era obvio que su rango social era bajo, pero yo le sonreí y me arrodillé de todos modos, extendiendo una mano hacia la mata de pelo despeinado que llevaba en la cabeza. Los que me rodeaban fruncieron el ceño en señal de desaprobación, pero respondí con la misma voz suave y amable que usaba con todos los demás.

—Que la diosa Saoura vele por ti y por tu familia —dije, utilizando el nombre de la diosa del amor y la curación de Sauslind.

Como por instinto, me respondió con palabras de su propia religión.

—Y que las estrellas de los romaníes guíen tu camino, Señora Santa.

Era un dicho tradicional que los romaníes usaban entre ellos cuando viajaban por el continente Ars.

Tras separarme del niño, me tomé un tiempo para responder a otros que me llamaban y, una vez terminado, subí a mi carruaje para dirigirme al siguiente lugar. Desde que la capital anunció un nuevo brote de la Pesadilla de Ceniza, la gente clamaba por medicinas y salvación. Venían de todo el país, viajando aquí en tropel, como sospechaba que harían.

—Pero hay menos gente de la que pensé que habría… —murmuré. No fue hasta que estuve en el espacio seguro y confinado de mi carruaje cuando por fin pude tomarme un respiro.

—Lady Pharmia —llamó una de mis sirvientas.

Me pasó un paño húmedo para que me limpiara. Me limpié las manos y la piel varias veces, y tomé un vaso de agua para hacer gárgaras como medida preventiva. Estos pasos se habían convertido en costumbre entre la nobleza desde el brote original de la Pesadilla de Ceniza, dieciséis años atrás. La enfermedad estaba tan extendida en el exterior que podrías contagiarte sin darte cuenta. Lavándonos y haciendo gárgaras, al menos podíamos reducir la propagación en la medida de lo posible.

La bebida que me sirvió a continuación era zumo de pomelo, que en aquel momento era tan valioso como el oro, ya que estábamos en pleno invierno. Habíamos mejorado la bebida para hacerla más agradable al paladar, pero el sabor seguía siendo desagradable. No obstante, recordé sus beneficios medicinales y apuré la taza. No puedo permitirme infectarme ahora.

Utilicé un poco de agua para limpiarme la boca.

Cerca, una de mis criadas frunció el ceño.

—Circunstancias aparte, esto es absurdo. Que la plebe de Sauslind y sus hijos se acerquen a ti es una cosa, pero ¿también los romaníes? ¿Acaso no respetan a la nobleza de nuestro país? Además, estás muy relacionada con la familia real. Eres heredera de un linaje antiguo y honorable, mi señora. Sé que la situación es grave, pero la gente común es demasiado irrespetuosa.

Sonreí con amargura mientras las criadas me rodeaban. Dos me limpiaban el pelo, mientras otra se sentaba frente a mí y me restregaba la piel con tanta fuerza que temí que me la arrancara.

Yo, Pharmia Odin, tenía un linaje noble, una educación sólida y una crianza respetable. Si no fuera por la emergencia actual, nunca me mostraría a la gente, y mucho menos los tocaría o hablaría con ellos. Mi elevado estatus no me lo permitiría. Solo debido a nuestras terribles circunstancias, una noble dama tan mimada como yo podía visitar el centro de tratamiento gratuito y los barrios pobres del pueblo, tendiendo una mano de salvación. Como consecuencia, los rumores se extendieron de forma natural.

El centro de tratamiento gratuito, creado para tratar a los empobrecidos, se encontraba en las afueras de la capital. Al principio tenía una reputación modesta. Gracias a que Lady Elianna me presentó a todo el mundo, nadie tuvo motivos para dudar cuando asumí el mando del lugar. Sin embargo, cuando la Pesadilla de Ceniza estalló de nuevo en la capital, empecé a repartir la fruta seca de pomelo. Eso despertó sus sospechas, y ahora mantenían las distancias.

No podía culparles. La fruta de pomelo solo era eficaz contra la Pesadilla de Ceniza cuando se exprimía en zumo. El pomelo seco no hacía nada, cuando descubrió el personal médico durante sus investigaciones de los últimos dieciséis años. A pesar de la información contraria, la gente seguía obsesionada con la fruta. Había que importarla del extranjero, ya que no se podía cosechar en Sauslind durante el invierno. Así, la atención de la gente se volvió hacia mi familia, ya que teníamos un acuerdo comercial con el principal proveedor de pomelo. Repartir fruta seca me había ganado de manera inevitable el nombre de “Señora Santa”.

En un principio, no tenía intención de distribuirla entre los romaníes. Al fin y al cabo, los nobles tendían a evitarlos. Pero, cómo ayudaban a difundir mi nombre, no me importaba.

Mientras meditaba estos pensamientos para mis adentros, recordé de repente los sucesos de ayer. Un amigo se me había acercado de repente.

—¡Mia!

Ese era un apodo que solo unos pocos elegidos usaban.

—¿Es de verdad justo lo que estás haciendo?

Como yo, estaba muy emparentada con la familia real y creció como una dama mimada, aunque era conocida por su comportamiento errático. Se sacudía a su criada, se escabullía de su casa y vagaba por la ciudad. A veces, incluso irrumpía en mi casa para visitarme sin avisar. Incluso su matrimonio fue una sorpresa inesperada. Los demás teníamos que esforzarnos por seguirle el ritmo y acomodarnos a ella.

Su visita de ayer fue inesperada. Estaba embarazada y debía dar a luz a principios de verano, pero se arriesgó a venir a un lugar plagado de peste solo para verme.

—Pharmia —había repetido cuando no respondí, sus ojos color caoba mirándome con atención—. Sé que estás repartiendo pomelos secos. Para.

Sonreí con debilidad, ladeando la cabeza. Por un momento, una expresión de dolor cruzó su rostro. Casi como si fuera ella la perjudicada por mis acciones.

—¿Por qué haces esto? —preguntó.

El pomelo era la única fruta eficaz contra la Pesadilla de Ceniza. Sí, había medicinas para diagnosticar y ralentizar la enfermedad, pero eso no aliviaba los temores de la gente. No era una cura, no borraba la enfermedad por completo. En ese caso, ¿qué había de malo en que yo hiciera algo para reducir la ansiedad de la gente?

Cuando se lo dije, mi amiga se limitó a negar con la cabeza, juzgándome con la mirada.

—Si comen eso y se sienten seguros, entonces es más probable que salgan y lo propaguen o que enfermen ellos mismos. Lo único que consiguen es que bajen la guardia. Eso podría empeorar las cosas. Pharmia, todos los médicos de la instalación trataron de detenerte, ¿no?

Ah, así que por eso has venido. Te pones de su lado.

Hubo gente que intentó detenerme al principio, alegando que estaba engañando a la gente. Todo el personal tenía las mismas creencias que Lady Elianna. “Aunque el gobierno lo desapruebe, debemos difundir la información adecuada”, decían. Pero, por otro lado, ningún miembro de la familia real se había dirigido a mí de frente para exigirme que cesara en mi empeño. De seguro por eso estaba aquí Therese.

Ella continuó.

—Su Alteza y los médicos están intentando enseñar a la gente cuidados preventivos, y tú solo estás estorbando con esto. Si quieres enfrentarte a Lady Elianna, tiene que haber una mejor…

—Therese —dije, cortándola.

Era raro que yo hiciera eso. Ya sabía cómo me veían los demás. Me consideraban una reclusa que despreciaba a los demás y se reía de ellos a sus espaldas. Sin embargo, ahora estaba en el centro del escenario, con los ciudadanos alabándome como a una santa. Sin duda les sorprendió, y de seguro sospecharon que tenía segundas intenciones. A lo que yo respondería: ¿y qué? Había otros haciendo justo lo mismo…

—Si Su Alteza desaprueba mis acciones, solo tiene que hacer una proclamación oficial. Podría informar al pueblo de Sauslind que la fruta seca no tiene efecto.

—Mia…

Su rostro cayó.

El número de infectados iba en aumento, y el miedo y la confusión empezaban a arraigar en todo el país. No se había hecho ningún anuncio oficial, pero corrían rumores de que el rey también había caído enfermo. Algunos culpaban a Maldura de haberlo propagado. La guerra se vislumbraba en el horizonte.

Aunque la incertidumbre se cernía sobre el futuro, la fruta del pomelo era lo único en lo que la gente sabía que podía confiar porque era eficaz contra la enfermedad. Pero ¿qué pasaría si el gobierno revelara que la fruta seca no tenía ningún beneficio? ¿Qué pasaría si dejáramos de distribuirla?

La gente caería en desesperación. Algunos empezarían a dudar, pensando que la aristocracia estaba monopolizando la fruta para sí misma. Eso quitaría toda esperanza a la gente. Estallarían las revueltas. Las tierras del norte eran un buen ejemplo para ello. La razón por la que ni el gobierno ni Su Alteza podían censurarme era porque no estaba haciendo nada malo.

Volví a mirar a mi amiga, inflexible.

—No voy a parar, Therese.

Las cosas ya habían avanzado más allá del punto de no retorno, y no tenía intención de terminar aquí. Así que dejé claras mis intenciones, reafirmando mi propia determinación.

—No vengas más por aquí.

He elegido mi camino, y no es uno que vuelva a cruzarse con el tuyo.

En principio, habíamos recorrido el mismo camino, antes de tener edad suficiente para darnos cuenta. Las dos descendíamos de casas relacionadas con la familia real. Tanto el pueblo llano como la nobleza nos reconocían por nuestro estatus y el brillante futuro que nos depararía. Éramos las más poderosas porque éramos las más firmes aspirantes a casarnos con el príncipe heredero. Hubo quienes con cortesía descartaron la posibilidad, diciendo que estábamos demasiado emparentadas. Pero el príncipe rechazó un compromiso con la yihad del archiduque. Las candidatas más fuertes que quedaban -cuya sangre, casa y educación encajaban con el papel- éramos Therese y yo.

Yo también pensaba que compartíamos un estrecho vínculo con el príncipe. Teníamos edades cercanas, habíamos pasado juntos la infancia y compartíamos recuerdos y secretos. Las cosas solo cambiaron cuando apareció ella.

Lo más probable es que fuera entonces cuando el camino que Therese y yo compartíamos por fin se separó. Una vez que dejó de ser candidata para ser la prometida del príncipe Christopher, se fue a buscar su propio camino. Fui yo quien decidió quedarse donde estaba. Desde que éramos jóvenes, los dos compartíamos el mismo entorno. La gente nos comparaba y competíamos todo el tiempo. A veces incluso nos consolábamos la una a la otra. Fue la única compañera que tuve capaz de comprenderme de verdad. Y por eso tenía que decirle…

—Therese.

Todavía estaba boquiabierta, sorprendida por mi respuesta anterior. Quería expresarle mi gratitud por su amistad y por haber llegado tan lejos conmigo.

—Gracias por todo, y… adiós.

No iba a volverme atrás. Mi corazón estaba hecho desde una edad temprana. Quería estar al lado de Su Alteza, apoyarle, consolarle y proporcionarle un lugar donde pudiera sentirse a gusto. Ese era el deseo más profundo de mi corazón. Y ésta era mi última oportunidad de oro para cumplirlo, la oportunidad de estar más cerca de él que nunca.

Así que no te interpongas en mi camino, Therese. Este es el único medio que me queda. No me importa lo que tenga que hacer para lograr mi objetivo. Mientras pueda convertirme en la única mujer en la vida del Príncipe Christopher, eso es todo lo que me importa.

Cuando el carruaje se detuvo, corté los recuerdos y bajé. Ante mí estaba el templo donde Karl, el Rey Héroe, estaba consagrado. Era tan famoso y respetado como el palacio, y actuaba como un símbolo para Sauslind. Su Alteza y los demás nobles habían autorizado su reutilización como hospital para los enfermos de la Pesadilla de Ceniza.

Otros lugares sagrados de todo el país también se estaban transformando en improvisados pabellones para enfermos. Era una gran diferencia con respecto a dieciséis años atrás. Entonces, la gente rechazaba a los enfermos, y algunos incluso recurrían a la violencia. Pero esta vez no había nada de eso. El templo recibía a los infectados con los brazos abiertos.

Tenía sentido que acudieran a la capital menos personas de las que yo esperaba; el príncipe estaba aprobando de manera frenética medidas para combatir la enfermedad. Mis propias acciones de seguro obstaculizaban sus esfuerzos.

Cuando me bajé del carruaje, se oyeron gritos de alegría.

—¡La Dama Santa ha llegado!

Los nobles estaban demasiado aterrorizados por la plaga como para salir de sus casas, y mucho menos permitir que sus hijas salieran. Por eso, al aventurarme aquí donde estaban los infectados e interactuar con la gente, mi popularidad estaba en auge. Incluso corría el rumor de que, mientras yo estuviera cerca, nadie se contagiaría. Siempre me dirigía al palacio después de visitar el templo. Lo hacía sobre todo para informar sobre los infectados y lo que observaba de la situación en el exterior, pero no era así como lo veía la población en general. Desde su punto de vista, yo estaba destinada a convertirme en la próxima princesa heredera.

Con el estallido de la Pesadilla de Ceniza y los rumores de que estallaría la guerra, todo el alboroto y la excitada preparación para la boda del príncipe heredero habían cesado. Del mismo modo, la aclamación de la Princesa Bibliófila también había decaído.

Yo era apta para convertirme en princesa heredera. Se alzaron voces a mi favor, cada día más persuasivas. Algunos incluso sospechaban que el príncipe Christopher y yo estábamos lo bastante unidos como para que yo pudiera quedarme pronto embarazada del heredero.

La fuente de estos rumores era obvia, pero no me importaba que la gente supiera que era yo. Nunca había sido el centro de atención, pero ahora estaba en el candelero. Lady Elianna no era diferente. Lo único que nos separaba era que Chris la había elegido a ella y no a mí. Eso era todo. Las palabras de Therese de antes resonaron en mi cabeza.

—Mia…

Incluso después de hacer mi declaración y darme la vuelta, ella había preguntado de nuevo, con esa voz de mando suya:

—¿Estás de verdad segura de que lo que haces está bien?

Me alejé sin responder.

Ella siguió llamándome, con voz temblorosa.

—Tonta… Tonta de remate…

Mientras el recuerdo se desvanecía, me dirigí a la parte interior del templo, contemplando la imponente estatua del Rey Héroe. Se decía que solo había amado a la Dama de la Laguna, Ceysheila.

Pero, para dejar atrás su linaje, también se casó con otras mujeres. ¿De verdad crees que esas personas no tenían lugar en tu corazón? Todo lo que queda en la historia es hablar del amor puro que compartiste con la Dama de la Laguna. Pero,  ¿qué hay de las otras mujeres que te amaron, que desearon tu amor a cambio?

Apreté las manos y me incliné. No necesitaba su respuesta porque ya tenía la mía.

El amor puro no lo es todo.

♦ ♦ ♦

La región de Ralshen ocupaba la parte noreste de Sauslind y contenía numerosas minas en sus tierras. La carretera que la conectaba con la vecina Región Azul siempre estaba llena de gente en invierno. Esto se debía en gran parte al flujo incesante de personas que se desplazaban desde Azul para encontrar trabajo en Ralshen. Sin embargo, el tráfico personal se había agotado en los últimos días. La Pesadilla de Ceniza, que antaño rondaba las tierras de Sauslind, había vuelto.

Sin embargo, en una de las posadas de la carretera resonaban las risas. Era un sonido poco frecuente, sobre todo teniendo en cuenta la escasez de gente este último tiempo y la atmósfera sombría que se había instalado en la tierra.

Un hombre sostenía un instrumento de cuerda en una mano y su melodiosa voz resonaba en la sala principal de una forma que apenas se oía en la remota campiña.

—Y fue entonces cuando el hombre se presentó. Nací y crecí en el centro de Saoura y me bañé por primera vez en las aguas del templo del Rey Héroe. Me dieron el apellido Rey y el nombre Tigre. Solo soy un hombre, pero no hay bestia salvaje que no pueda domar. Incluso una princesa salvaje será un gatito cuando acabe contigo.

Así se presentó, y la noble dama enrojeció de ira. Con un látigo del amor en la mano, se rio:

—¡Qué descaro! Muy bien, tendré que enseñarte modales.

—Así comienza el enfrentamiento entre el domador de animales y la feroz princesa. ¿Qué final les espera a los dos?

Empezó a rasguear el laúd mientras el público le aplaudía a rabiar.

—¡Viejo! —gritó uno de los clientes después de beberse el último vaso.

Refunfuñando, le rellené la copa. Yo era el encargado de esta humilde posada que hacía las veces de taberna, y en este último tiempo había conseguido algunos clientes raros. La mayoría de mis clientes eran mineros, obreros y comerciantes, que no eran de los que mostraban buenos modales. Pero evitaba peleas innecesarias no manteniendo prostitutas en el local. Era una posada sencilla y corriente que ofrecía a la gente un lugar donde dormir y comer. Eso era todo. ¿Por qué había tanto ruido esta noche?

Todo el mundo había estado encerrado en sus casas, en cuarentena, pero ahora estaban apiñados en un espacio cerrado, riendo y divirtiéndose.

El negocio iba viento en popa, así que no tenía nada que objetar. Pero ese cantante… Decía que era un artista, pero había algo sospechoso en él. Tenía el pelo rubio como la miel y unos vigilantes ojos verde esmeralda. Como aún estaba en la cúspide de la edad adulta, su aspecto era bastante infantil e inocente. No se le escapaba; se aprovechaba y sacaba provecho de ello. El chico era lo bastante guapo y hábil como para actuar en uno de los teatros de la capital, pero mis instintos me decían que no bajara la guardia con él.

Pero ni siquiera era él quien más me intrigaba.

Mi mirada se desvió hacia la parte trasera de la posada, donde una pequeña figura se escabullía por la puerta trasera. Dejé que el resto del personal se ocupara de los recambios y los perseguí. Sus ojos se detuvieron por un momento en la posada, como si hubieran dejado algo atrás. Estaban intrigados por la misma persona que había captado mi atención. No era el joven que podía tocar los famosos teatros de Sauslind, no; era la persona que había detenido el incidente antes de que se convirtiera en algo espantoso: el chico menudito que cenaba en un rincón en mi posada y que parecía un mozo en prácticas.

—Gene, ¿te vas a casa?

Se giraron para mirarme, sus cabellos castaños y largos hasta la barbilla se mecían con el movimiento. Tenían los ojos del mismo color, aunque almendrados. Rara vez hablaban, e incluso sus rasgos eran la definición de lo frío y poco acogedor.

Dudé si dejarles marchar. Solo tenían doce o trece años, demasiado jóvenes y frágiles para vagar solos por la nieve. Sabía que Gene se negaría, pero como siempre hacía, les invité a pasar la noche. Gene negó con la cabeza.

—Ya me lo imaginaba.

Esbocé una sonrisa amarga, introduje una mano en el bolsillo y saqué algunas monedas, añadiendo unas cuantas más de lo que solía hacer.

—Añadí algunas más como agradecimiento por ayudar a mantener las cosas aquí bajo control.

Los ojos de Gene se abrieron de par en par por la sorpresa.

Mi mujer salió de detrás de mí y le puso a Gene una fiambrera envuelta en las manos.

Había un hombre esperando a caballo para llevar a Gene a su casa.

—¡Denle recuerdos a la bruja! —grité tras ellos. Gene inclinó la cabeza en un gesto de agradecimiento sin palabras.

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