Princesa Bibliófila – Volumen 5 – Arco 2 – Capítulo 2: El secreto del crepúsculo

Traducido por Ichigo

Editado por Sakuya


El tañido grave de un reloj de péndulo reverberó por los pasillos de la mansión. Mientras lo escuchaba, reflexioné sobre lo insensible que había sido. Desde que el príncipe y yo confesamos nuestros sentimientos, todos los días habían sido muy agradables. Nunca pensé en las repercusiones que nuestra unión tendría en los que me rodeaban. Era obvio que mi nuevo título cambiaría las cosas para el resto de mi familia, en cuanto lo pensara, pero eso me hacía sentir aún más superficial por no haberme dado cuenta antes.

Mientras suspiraba para mis adentros, el anciano rio en voz baja:

—Debe ser agradable ser tan joven y tener tantas preocupaciones.

—¿Tener preocupaciones es algo que envidiar? —pregunté, dubitativa.

—Cuando te haces viejo como yo, no tienes tantas preocupaciones, si no una montaña de remordimientos. Enfrentarse a estas pruebas y luchar por superarlas es un privilegio especial para los jóvenes. Disfrútalo mientras puedas.

Fijé mi mirada en el anciano, perpleja por su punto de vista.

—Bueno —dijo, cambiando de tema mientras me conducía hacia la puerta—, ya que no pareces tener ningún interés en los retratos, ¿por qué no te doy una vuelta por la mansión en su lugar?

Me condujo a algunos de los lugares famosos enumerados en Cien historias de misterio en la capital. Había un espejo, donde se decía que el reflejo del propietario fallecido reaparecía por la noche. A continuación había una barandilla encantada. Se decía que, al tocarla, se sentía el peso frío y pesado de otra mano apretando la tuya. Después había un armario, donde se decía que el vestido favorito de la dueña fallecida se materializaba de la nada. También había una habitación con una jaula vacía. Aquí, se decía que se oía la voz de la antigua dueña cantando junto a su pájaro. El anciano me fue explicando una por una todas las zonas antes de llegar a una ventana del segundo piso, una que daba a un jardín que hacía tiempo que no se cuidaba.

—Dicen que puedes encontrar el espíritu de la señora merodeando frente a esa ventana de ahí cuando el sol empieza a ponerse.

Miré a través del cristal. Fuera seguía lloviendo a cántaros. Hubo una breve pausa en nuestra conversación, como si el anciano estuviera ensimismado, pero pronto se recuperó y preguntó:

—¿Por qué crees que elige esa ventana? Hay tantas otras en la casa. ¿Qué crees que hace que esa sea especial?

—¿Eh? —pregunté, sorprendida por su repentina pregunta. Tras una pausa momentánea y una breve contemplación, dije—: Supongo que habrá disfrutado de las vistas.

—Desde luego.

Sonrió con tristeza.

—Una ventana es una forma de disfrutar del paisaje, pero también es un lugar donde uno tiende a esperar cuando está anticipando el regreso de alguien. Joven señorita, ¿ha oído las historias sobre la señora de esta mansión?

Mi pecho palpitó ante la mención.

—Sí, las he oído.

La señora de esta mansión había sufrido un pasado trágico. En un momento dado, fue considerada la flor y nata de la alta sociedad, por su belleza, pero más tarde se vio envuelta en un matrimonio político con un noble. El hombre en cuestión le fue infiel, mantuvo una amante e incluso tuvo hijos con ella. Tales historias no eran del todo desconocidas entre la aristocracia. Sin embargo, la dama seguía esperando cada día el regreso de su marido. Su belleza empezó a desvanecerse con el paso del tiempo, pero incluso cuando envejecía en soledad, seguía esperando en la ventana a que se pusiera el sol cada día. Eso fue lo que le valió a este lugar el nombre de Mansión del Crepúsculo.

El anciano asintió, volviendo la mirada hacia la ventana.

—Todos los fenómenos extraños que ocurren en esta mansión deberían ser aterradores, y sin embargo, también actúan como sutiles recordatorios de la mujer que una vez adornó estos salones. Tal vez sea la prueba de que también hubo alguien que pensó con cariño en ella.

Su voz era tan relajante que me encontré asintiendo mientras miraba la lluvia.

Me pregunté si desde esta ventana se veía la puerta principal. Tal vez por eso esperaba aquí, con la esperanza de ver a su amado cuando subiera a caballo. Casi podía imaginármela.

Mientras el viejo y yo nos perdíamos en nuestra imaginación, una voz llamó desde el piso de abajo.

—Señorita Eli, ¿dónde está?

Era Lilia.

Me asomé por la barandilla y respondí:

—¿Lilia? ¿Julia?

No les quité los ojos de encima y empecé a avanzar hacia las escaleras, sin darme cuenta de que había un jarrón de flores delante de mí hasta que fue demasiado tarde. Por suerte, pesaba lo suficiente como para que al rozarlo ni siquiera se tambaleara. Sin embargo, las flores secas que había dentro se convirtieron en polvo y salpicaron a mis dos primas. Gritaron.

Bajé corriendo las escaleras para ver cómo estaban. La situación me recordó a otro espíritu sobre el que había leído en Cien historias de misterio en la capital: la bruja lanzadora de arena.

—¡Julia, Lilia! Lo siento mucho. ¿Están bien?

Después de quitarse el polvo de las flores secas, Lilia refunfuñó:

—¡No puedo creerlo! Mira, entiendo que te dé miedo que los demás habitantes fantasmales de aquí te confundan con otro espíritu, ¡pero eso no significa que tengas que matarnos de miedo solo para que nos unamos a ti!

Parece que tienes ideas muy raras sobre mí, prima, así que creo que deberíamos hablar para aclararlas.

Mientras les ayudaba a quitarse el polvo de la ropa, Julia se volvió hacia mí con cara de culpabilidad y me dijo:

—Eli, lo siento.

—¿Eh?

Me quedé helada cuando nuestras miradas se encontraron. Sus ojos marrones estaban llenos de arrepentimiento.

—Hace cuatro años, cuando volviste a la capital, yo estaba muy enferma debido a un desequilibrio en mi cuerpo. Fuiste tú quien encontró la medicina para ayudarme. Gracias a tus esfuerzos pude empezar a relacionarme de manera casual y disfrutar de la alta sociedad. Del mismo modo, no habría conocido a lord Rupert si no fuera por ti. No puedo creer lo desagradecida que fui, descargando todas mis emociones contigo de esa manera.

Sacudí con velocidad la cabeza.

—No, yo también te debo una disculpa. Ni siquiera me di cuenta de que había algo que te preocupaba. Debería haber sabido la presión que supondría para el resto que me comprometa. Así que yo también lo siento.

—No tienes nada de qué disculparte. La culpa es mía. Fue justo como dijiste, debería preguntarle a Lord Rupert de frente.

—Pero, requiere una gran cantidad de coraje pedirle a alguien que te importa que revele sus secretos. Estaba siendo arrogante cuando…

—En absoluto —me interrumpió.

Las dos nos miramos con atención y, al cabo de un momento, estallamos en carcajadas. Lilia no tardó en reírse con nosotras. Julia y yo sonreímos avergonzadas. Una vez que recobré la compostura, le tendí una mano en señal de que quería dejar atrás aquel desencuentro.

—Eli, te quiero —me dijo.

Las palabras fueron tan directas que me calentaron las mejillas, pero me alegré de recibir su afecto.

—Yo también te quiero, Julia. Y sobre todo me encanta lo sincera que eres.

—Vaya —chistó Lilia al unirse a la conversación—. ¡Pues yo las quiero a las dos! A Julia, por parecer siempre tan serena, aunque en secreto esté conteniendo todo hasta que no puede más y explota, y a Eli, por ser tan fácil de confundir con un fantasma porque se aleja y permanece en las sombras todo el tiempo.

Eso no es ni la mitad del cumplido que pareces creer que es, Lilia.

Dentro de la mansión poco iluminada, las tres nos sonreímos. La suave voz del anciano nos interrumpió.

—Parece que ustedes ya no necesitan conocer los secretos que se esconden tras los retratos.

Julia asintió, firme en su decisión.

—No, no necesito ver de quién es el retrato que ha traído. Ahora me doy cuenta de que guardar mi ansiedad para mí sola no resolverá nada. Este es el hombre con el que he decidido pasar el resto de mi vida. Sea cual sea su situación, necesito oírlo de sus labios.

Dada su personalidad directa, era la respuesta perfecta. Reconfortada por su determinación, le apreté la mano con fuerza, con la esperanza de animarla. Me devolvió la mirada y sonrió.

—Me alegro de oírlo —murmuró el anciano—. Nada bueno sale de revelar los secretos que guarda la gente. Cuando alguien saca a la luz los errores que cometiste en tu juventud, la persona más perjudicada es aquella a la que más aprecias. Puede desembocar en una espiral de malentendidos. Y, entonces, ninguna disculpa bastará nunca para reparar los puentes quemados.

Hizo una pausa.

—Lo más importante es que seas sincero al transmitir tus sentimientos.

Sobre todo si quieres estar con esa persona para siempre, parecen insinuar sus palabras.

Las tres escuchamos sus consejos, llenas de emoción. Nada más terminar, el reloj de péndulo empezó a sonar, con un volumen tan ensordecedor que hizo vibrar toda la mansión. Julia gritó y me abrazó. Lilia se tapó los oídos con las manos y se encogió sobre sí misma. Me puse rígida y esperé a que terminara. Cuando terminó y levanté la cara, el viejo ya no estaba.

—¿Oh?

Mientras miraba a mi alrededor, oímos un ruidoso eco.

Lilia tragó saliva y empezó a aferrarse a mí también. Entre ella y Julia, yo estaba muy bien sujeta.

Si son tan amables de soltarme, me gustaría comprobar el origen de este alboroto.

—¡Señorita Eli! ¡¿Qué vamos a hacer si de repente aparece un fantasma de verdad?!

Esto viene de la chica que me ha estado llamando fantasma todo este tiempo. La verdad, Lilia…

Después de toda la conmoción, la voz de alguien resonó. Parecía provenir de la sala de retratos a la que el anciano nos había guiado primero. Después de tranquilizar a mis dos primas, empezamos a dirigirnos hacia la fuente. Les expliqué a Lilia y Julia que no había historias sobre retratos parlantes, así que no debían preocuparse por eso, y cuando abrimos la puerta, cesó todo sonido en el interior.

No le había prestado atención antes, pero la habitación era bastante inquietante con su escasa iluminación y las hileras de retratos por todas partes. No me extrañaba que mis primas estuvieran tan inquietas.

Justo cuando me arme de valor y entré, uno de los cuadros nos sonrió y empezó a hablar.

—Las he encontrado.

La persona que estaba dentro del cuadro tenía los labios pintados de rojo con lo que parecía ser sangre.

Lilia y Julia gritaron con todas sus fuerzas antes de salir volando de la habitación. Yo me quedé atrás, rígida como una estatua.

El joven del retrato se quedó boquiabierto al ver nuestra reacción.

—No me lo puedo creer… esas chicas me miraron… y gritaron aterrorizadas.

Tras una breve pausa y con el rostro contorsionado por la desesperación, añadió:

—Soy yo… Alan.

Su voz era rígida y antinatural, y cuando se acercó, me quedé mirándole, con los ojos muy abiertos.

Jean apareció a su lado.

—Ah, ahí está, milady. De verdad eres una alborotadora. Por favor, no desaparezcas así. Casi me tiemblan las piernas de pensar en la rabia asesina que le entraría al señor de los demonios en cuanto se enterara.

¿Perdón?

Confundida por lo que estaba diciendo, solo pude parpadear. Fue entonces cuando me di cuenta de que lo que había creído que era un marco de fotos alrededor de lord Alan eran en realidad los bordes del marco de una ventana.

Jean señaló los labios de lord Alan.

—Estás sangrando.

—Ah, estaba forcejeando con la ventana y me rompí el labio con ella cuando por fin se soltó.

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