Sin madurar – Capítulo 61: El destino cambiado (11)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Leandro apoyó los codos en la mesa del comedor y la barbilla en las manos. Al ver sus ojos azules como el océano curvarse en una sonrisa, no pude evitar entrar en pánico.

Cavé mi propia tumba, ¿cierto?

—Ah, no. No puedo —murmuré, evitando su mirada.

—Sabía que dirías eso. De verdad me estás haciendo esperar, ¿eh?

—¡Puede hacerlo, milord! —le animó el caballero que estaba junto a Lily.

—Cállate.

Pero el caballero no hizo caso. Era el mismo que Lily había golpeado con una taza. Cuando lo miré, levantó sus cejas espesas y se presentó de forma oficial:

—Me llamó Emmanuel Ricardo.

Me preguntaba de dónde venía su alegría.

Lily tiró de la mejilla bien bronceada de Emmanuel.

—Evie, no tienes que recordar su nombre.

—Ugh, por favor, recuérdeme. Sobre todo si va a ser la señora de la casa.

—¿Qué clase de idiota convertiría a una criada plebeya en la señora de la casa? —pregunté con sarcasmo.

Leandro levantó con calma la mano.

—Yo.

Estaba claro que todos sabían cuál era el gran plan maestro de Leandro, pero era la primera vez que le oía decirlo en voz alta. Me tapé la cara con las dos manos.

—Ja, ja. Ah… está avergonzada —comentó Emmanuel.

Leandro agitó la copa de vino.

—No pasa nada. No puedo seguir tanteando el terreno todo el tiempo, ¿cierto? En algún momento tengo que lanzarme.

Ja. Supongo que mi plan de pasar mi vejez en un castillo junto a un lago… se ha esfumado. Leandro me va a mantener en el ojo del huracán.

Suspiré para mis adentros y lo miré a los ojos.

—¿Qué va a hacer? Ya hay malos rumores sobre su familia sin siquiera añadirme a la mezcla.

Él sonrió y me guiñó el ojo.

—Parece que no te desagrada la idea de casarte conmigo.

—Um…

Que se te acerque un hombre guapo no es bueno para el corazón. Me agarré el pecho palpitante y cerré los ojos con fuerza.Se está comportando así porque sabe que su físico me hace temblar las piernas.

Su descaro era indescriptible.

Curvando los labios en una sonrisa, me tendió la mano. Antes de que pudiera agarrarla, las escondí bajo la mesa y las puse sobre mi regazo.

—No me toque.

Entonces su sonrisa se desvaneció.

Ante esta escena, Emmanuel se echó a reír. Luego se apresuró a bajar la cabeza ante la mirada fría de Leandro.

Suspiré y me levanté.

—Me voy a la cama.

Por alguna razón, de repente me sentía muy cansada. A estas alturas, ya no quería poner excusas sobre la diferencia de estatus social entre el segundo protagonista masculino y un extra. Me sentía incómoda con el fuerte afecto que me profesaba Leandro.

Las escaleras de la posada crujían. Subí agarrada a la barandilla. Cuando me tumbé en la cama mullida, todos mis pensamientos se desvanecieron. Me puse el pijama y me tapé con las sábanas hasta el cuello. Pero entonces…

—Evelina.

Sabía quién me llamaba. Leandro siempre llamaba dos veces y hacía una pausa breve. Incluso recordaba su forma de llamar.

Me quité la sábana y me levanté. Le dije que entrara y abrió la puerta con un chirrido.

Leandro se sentó en el borde de la cama y me preguntó con cuidado:

—¿Estás enfadada conmigo…?

Negué con la cabeza mientras veía cómo jugueteaba con los dedos.

Hablando de forma correcta…, no siento enfado.

—Entonces, ¿por qué te fuiste así? ¿Fui muy rápido?

—No es eso…

—Pensé que estaría bien. Debí equivocarme. Lo siento.

—No, no tiene que disculparse.

—Mírame.

De repente su voz tembló un poco.

Me levanté de un salto y abrí las cortinas. Solo después de que la luz brillante de la luna se filtrara por las ventanas, vi que se estaba mordiendo con fuerza los labios. Volví a la cama. Al dejarme caer, la cama se sacudió. Me recliné en la cabecera.

Leandro se acercó despacio. Fruncía el ceño.

—Es que… estábamos hablando de la señora de la casa. Si no quieres, no te obligaré.

—¿Por qué usted, el duque, se encarga de ese tipo de trabajo? ¿Qué le pasó a la doncella principal, la señora Irene?

—No podía ignorar su evidente transgresión. Se fue hace mucho tiempo.

—¿Así que ha estado sufriendo todo este tiempo?

—No existe nadie más despreciable que ella. Esa bruja arruinó todo antes de marcharse.

Su ira iba dirigida a la señora Irene. Lo comprendía a la perfección. Me sentí de la misma manera cuando dejé la finca.

Si él y yo hubiéramos pasado juntos los últimos tres años, ¿qué habría sido de nosotros

—¿Recuerda lo que pasó… en el castillo del vizconde? —le pregunté.

—¿La noche que me emborraché y fui a tu habitación? ¿Cómo podría olvidarlo?

—Dijo que tenía algo que decirme.

—Ah, sí.

—¿Qué era?

—¿Quieres saberlo? No podré retractarme luego.

—Está bien.

—Eres muy aburrida.

De hecho, ya podía imaginarme más o menos lo que quería decir sin oírlo. Él se limitó a observarme, como un cachorro que miraba a su dueño.

Se secó los ojos con la mano callosa.

—Yo… no quiero hacer nada que no te guste.

—Excelencia… ¿puedo ser honesta con usted?

Me aparté el pelo largo de la cara. No me importaba ver a Leandro gimiendo en agonía mental, pero ahora me sentía mal por él. Tras un momento de vacilación, proseguí.

—No puedo creerlo. Lo he cuidado desde que era niño. Desde que era mucho más pequeño que yo. Por eso estoy confundida. Porque estoy empezando a verlo como un hombre…

Enmudecí.

Ahí está. La verdad. Usted, el niño que una vez conocí, ahora me parece un hombre.

Los ojos azules de Leandro brillaban como diamantes.

—Qué victoria más inesperada.

Al darme cuenta de lo que acababa de hacer, me callé, pero ya era demasiado tarde. Vi una sonrisa dibujarse en su rostro. Contemplé aturdida sus profundos hoyuelos.

—No sabía que te sentías así. Me estaba preocupando pensando que nunca podría conquistarte.

—No, quiero decir, mierda. No lo sé.

Me enterré bajo la manta. No quería mostrarle mi rostro sonrojado.

—Evelina —me llamó con su voz dulce y risueña.

Me hundí más en la sábana.

—Por favor, déjeme en paz para poder dormir.

Volvió a llamarme y dio unas palmaditas a la sábana.

—Está bien. No te molestaré más, me voy.

—No. Siento que estoy haciendo algo malo. De verdad, ayudé a criarlo desde que era así de pequeño…

Asomé el puño por la manta.

Leandro resopló.

—Nunca he sido tan pequeño —comentó de brazos cruzados cuando eché un vistazo.

—Solo digo.

—Si sigues haciendo eso, dormiré aquí.

¿Dónde aprendió a amenazar con cosas así? Me rendí y salí de debajo de la manta.

—Ya has terminado con esa tontería de ser una sirvienta, ¿cierto?

—Excelencia… Después de todo lo que hemos hablado, ya no puedo hacerlo, ¿verdad?

—Entonces ahora puedes llamarme por mi nombre, ¿no?

—Eso es un poco…

—Oh, venga ya.

—Necesito tiempo para prepararme.

—Vale. Antes dijiste que nunca llegaría ese día, así que puedo considerar esto como un gran avance.

—¿Por qué le importa tanto que le llame por su nombre?

Leandro se encogió de hombros y bajó la mirada.

—Nadie me ha llamado nunca por mi nombre, aparte de mis padres.

Las pestañas oscuras que revoloteaban como una mariposa daban lástima.

Su padre había muerto en un accidente mientras tenía una aventura y su madre era alcohólica y drogadicta. Aunque no lo demostrara, Leandro estaba muy hambriento de afecto. Era obvio, dado que insistía tanto en que lo llamara por su nombre.

—Lo intentaré…

—De acuerdo.

Después de juguetear con mi pelo revuelto, miró el reloj de la mesa.

—Dios, ya es muy tarde. Vete a dormir. El carruaje llegará por la mañana.

—Gracias. Viajaré cómoda al ducado gracias a usted.

—Hacer el resto del camino a caballo me parecía bien siempre que a ti también. Pero supongo que, por lo que pasó…, es un poco vergonzoso.

Bajé la mirada en cuanto recordé de repente la región inferior abultada de Leandro. Él frunció el ceño y se cubrió con la manta.

—¿Qué haces? Te estás divirtiendo, ¿eh?

—Ah, me pilló.

—Maldición. Me voy a la cama.

No pude evitar arrugar la nariz cuando sonreí.

—Buenas noches.

Leandro me miró como hipnotizado, pero como si se hubiera roto el hechizo, se levantó de manera abrupta. Tras despedirse, volví a meterme bajo las sábanas.

♦ ♦ ♦

Tras abordar en el carruaje, el resto del viaje pasó rápido. El carruaje comprado a último momento no se comparaba con el anterior gran carruaje, pero pronto nos aproximamos al ducado. No tenía intención de quejarme.

Me di cuenta de nuevo de lo afortunada que era de poder viajar largas distancias con comodidad y a la sombra.

—Hemos llegado —dijo el cochero.

El carruaje se detuvo. Cuando se abrió la puerta, vi la magnífica mansión de marfil. Nada había cambiado.

—Vaya.

Leandro me tendió la mano.

—Ya has vivido aquí antes. ¿Por qué te sorprendes?

Tomé su mano y salí del carruaje. Los sirvientes que esperaban en fila cargaron con nuestras cosas. Miré alrededor, sintiéndome nostálgica. Pero no todo era igual que antes. Como si hubieran cambiado a todos los sirvientes en los últimos tres años, no pude reconocer a nadie.

—Permítame mostrarle su habitación, milady.

Seguí a la criada, sintiéndome incómoda y dejando atrás a Leandro, que se estaba poniendo al día con el mayordomo.

El interior parecía el mismo. Quizás porque no había ninguna doncella principal que se encargara de las tareas de la señora de la casa, el ambiente era algo triste. Al parecer Leandro de verdad no tenía madera para los quehaceres.

Supongo que no sería justo que fuera perfecto en todo.

—¿Le preparo un baño? Ha sido un viaje largo y duro.

—Sí, por favor. Gracias. Por favor, no tiene que ser tan formal.

—Ah… vale.

No hacía mucho tiempo yo misma llevaba uniforme de doncella. Me resultaba incómodo hablar de forma informal.

La habitación espaciosa estaba comunicada con el baño. Me senté en la cama, lo bastante grande como para tres o cuatro personas. Desde el toldo del techo hasta los muebles antiguos, la habitación era espléndida.

—Le preparé un vestido. ¿Quiere que la ayude a bañarse?

—Sí, por favor.

—Le serviré de todo corazón.

Fue maravilloso que me lavaran el cuerpo y me dieran un masaje sin levantar un solo dedo. Rechacé este servicio en la casa del vizconde, pero, para ser sincera, tenía muchas ganas de probarlo.

Me mojé el pelo con aceite perfumado y me lo cepillé. Mi cabello ondulado se enredaba en mis dedos. Las sirvientas me ayudaron a ponerme el vestido bordado con joyas pequeñas. Lo único que hice fue quedarme quieta mientras ellas se movían de un lado a otro y cambiaban mi apariencia. Me sentía como una muñeca. Terminaron después de atarme un cinturón en la cintura.

Al cabo de poco, llamaron a la puerta y Leandro entró. Su pelo negro seguía mojado, como si hubiera venido a mi habitación después de bañarse.

—Pareces un ángel caído del cielo —comentó.

—¿Cómo puede decir cosas tan cursis?

—¿Qué puedo hacer cuando es la verdad?

Cuando me rasqué la barbilla, una de las doncellas que estaba a mi lado me dedicó una mirada, mientras agitaba el pincel que sostenía, que parecía decir que no me quitara el maquillaje que me acababan de poner. Bajé la mano a regañadientes.

—Vamos a cenar —dijo Leandro.

—Estamos en casa. ¿Por qué me tengo que poner tanto maquillaje?

—Bueno, eso es decisión tuya. Nunca les ordené que te maquillaran.

—Y la ropa es muy bonita, pero es incómoda.

—Entonces ¿te consigo unos pantalones de montar a caballo?

Charlamos mientras nos dirigíamos al comedor. Allí, sobre la mesa había dispuestos varios platos, como si fuera un banquete. Clavé el tenedor en el pescado asado con mantequilla. El sabor estalló en mi boca.

Si viviera con Leandro, ¿podría comer cosas así el resto de mi vida?

—Maes… Excelencia, ¿come esto todos los días?

—Sí, y tú también lo harás.

Cuando me quejé de que engordaría si comía así todos los días, Leandro comentó que seguiría siendo guapa. Estaba loco.

—¿Por qué dices eso? Aunque de repente te maldijeran y te convirtieras en una anciana, no me importaría.

—Tenga cuidado con lo que dice. Las palabras tienen poder y lo que diga puede hacerse realidad.

—Está bien. Cambiemos de tema.

Tomó un sorbo de vino y continuó con el siguiente tema.

—¿Qué tal si vamos a la ciudad imperial dentro de cuatro días, que es cuando comienza el festival? También van a celebrar un baile en el Palacio imperial.

—¿Un baile?

—¿Quieres ir?

Me encantaría si pudiera, pero ¿siquiera es posible? Aunque Leandro esté a mi lado, sigo siendo una plebeya, pensé.

—Como plebeya, no creo que…

—Ya estamos otra vez. ¿No crees que habría hecho algo al respecto? Me llevó un tiempo, pero todo el papeleo ya está hecho. Compré un título nobiliario a tu nombre.

Abrí los ojos como platos.

—¿Por qué te sorprendes tanto? Por supuesto que lo hice. Me salvaste la vida, así que mereces una recompensa. Aunque tuve que retrasarlo un poco por cómo acabaron las cosas.

—Dijo que lo mantendría en secreto, que rompí la maldición.

—Nadie lo sabe. Me ocupé con dinero.

—Hizo bien.

—Felicítame más.

—Buen trabajo.

Leandro se inclinó sobre la mesa, me rozó el hombro con la frente y sonrió.

—Acaríciame la cabeza. Estaba tan preocupado de que volvieras a gritarme por hacerlo sin tu permiso.

Le toqué el suave cabello negro. Lo sabía, ya que viví aquí como sirvienta durante bastante tiempo.

En esta estricta sociedad clasista, el título de plebeyo no sirve para nada. Me está ofreciendo elevar mi estatus, así que ¿por qué me opondría? No es como si pudiera vivir como sirvienta para siempre.

—Así que incluso puede ocuparse del estatus con dinero, ¿eh?

—No es fácil. Hay que invertir mucho dinero. Y también lleva bastante tiempo.

Leandro miró detrás de mí y se sumió en las emociones. El pasado seguía vivo en su memoria.

—Estaba preparando todo paso a paso, pero entonces te fuiste… En aquel momento… pensé que el mundo se venía abajo.

—Dejemos de hablar del pasado. Ahora estoy aquí, con usted.

Leandro asintió.

—Tienes razón.

Cuando puse la mano sobre la suya temblorosa, sonrió con amargura y bebió un trago de su copa.

—Por tanto… nunca más te dejaré ir.

—Ay, Dios. Vale, está bien. No me dejé ir.

—No tenía la intención. Ya no me dejaré engañar más.

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