Emperatriz Abandonada – Capítulo 13: La celebración del Día de la Fundación (1)

Traducido por Lugiia

Editado por YukiroSaori


El clima era cada vez más frío y las hojas empezaban a cambiar de color. Incluso la luz del sol, que brillaba sobre el campo de entrenamiento, ocultaba su ira y empezaba a sonreír suavemente. La ligera brisa que soplaba era refrescante.

—Buen trabajo el día de hoy.

—Usted también, señor Dillon. Hasta mañana.

Saliendo del campo de entrenamiento, me desaté el cabello que estaba húmedo a causa del sudor. Sintiendo la refrescante brisa, estaba a punto de recoger mi cabello de nuevo cuando una gran mano lo desordenó. Entrecerré los ojos y miré fijamente al dueño de la mano.

—No hagas eso, Carsein.

—De todas formas, te lo vas a volver a desatar cuando te lo laves. No seas tan rígida.

—Está todo mojado por mi sudor.

—Está bien, está bien. ¿Por qué estás tan irritada hoy? —preguntó Carsein mientras levantaba las dos manos como si se rindiera—. ¿Es mañana? ¿El día en que se supone que vienen las princesas?

—Tal vez. Ah, Carsein, vete sin mí hoy. El emperador me ha llamado.

—Es probable que sea por ese incidente, ¿no? Lo entiendo. Entonces, nos vemos mañana.

Asintió ligeramente y me hizo un gesto con la mano antes de desaparecer. Le vi marcharse y me quedé un momento en silencio antes de volver a la habitación del escudero, sumiéndome en mis pensamientos mientras me lavaba.

El tiempo ha pasado muy rápido.

Ya habían pasado dos temporadas desde su banquete de cumpleaños. Cuando volví a casa después de la fiesta, le conté a mi padre lo que había sucedido. Él, a su vez, me contó muchas cosas que yo no sabía.

Desde que nací, después de haber sido seleccionada como la prometida del príncipe heredero, mi vida había estado continuamente en peligro. Por eso, el emperador había hecho una excepción a la ley del Imperio, que impedía que los soldados estuvieran en la capital, y permitió que la casa Rass y la nuestra tuvieran caballeros personales. Aunque las cosas se tranquilizaron un poco a medida que crecía, después de mi regreso de la finca Monique, hubo intentos de hacerme daño. Por ello, había enviado guardias para protegerme.

El actual emperador se había deshecho de muchas casas para fortalecer su poder. La facción de los nobles había estado en el poder durante al menos tres generaciones antes de que él ascendiera.

Aun así, como eran muchos, no podía gobernar el Imperio sin ellos. Había dejado solos a algunos de ellos, y estos habían formado la nueva facción de nobles. Por eso, aunque conocía sus motivos, no podía hacerles nada más que protegerme.

—Todo listo, escudera Aristia —dijo una doncella tras ocuparse de los últimos retoques de mi ropa. Le di las gracias y me dirigí al palacio central.

Como no había sido fácil encontrar una mujer adecuada, la facción de los nobles había puesto sus ojos en el extranjero. Hacía más de un año que el príncipe heredero había alcanzado la mayoría de edad. Desde entonces, habían argumentado con fuerza que era ridículo que el príncipe heredero permaneciera soltero porque su prometida era demasiado joven. Como no se podía cambiar que fuera la consorte decidida por Dios, habían argumentado lógicamente que podían llamar primero a una reina.

También argumentaron que si era difícil elegir a la candidata entre las damas nobles del Imperio, el emperador debería invitar a la princesa de cada país y seleccionar a la futura reina durante el próximo festival para celebrar la fundación del Imperio.

Según la ley del Imperio, no podían acoger a una reina sin una emperatriz. Esta ley le daba al emperador, y a sus casas de apoyo: Rass, Verita y Monique, el derecho a protestar. No obstante, todos ellos permanecieron en su mayoría en silencio.

Así que la invitación de las princesas se llevó a cabo, y mañana sería el día en que las candidatas llegarían con la pretensión de asistir a la fiesta de celebración de la fundación del Imperio que se celebraría un mes después.

—Su Alteza, el Futuro Sol del Imperio.

—Ha pasado mucho tiempo. Parece que ha venido a encontrarse con mi padre.

—Sí.

—Ya veo. Entonces, adelante.

A diferencia de lo habitual, su voz era baja y su expresión era oscura. Dudé al ver que estaba de mal humor, pero se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la salida. Después de verle marchar, suspiré mientras entraba en la sala del trono.

—Su Majestad, el Sol Único del Imperio.

—Oh, señorita Aristia, adelante. Ha pasado mucho tiempo.

El emperador, al que había visto por última vez hace dos meses, parecía un poco cansado. Últimamente, la facción de los nobles se había puesto seria en sus ataques, así que podría haber estado sufriendo. Parecía que le había crecido mucho el cabello blanco en estos meses.

Sin embargo, su mirada, que aún parecía atravesar a la gente, y su comportamiento autoritario eran los mismos de siempre. Desde luego, tenía el aspecto del verdadero dueño del Imperio.

—¿Cómo ha estado?

—Gracias a su amable consideración, he estado bien. Su Majestad, ¿también ha estado bien?

—Lo he estado. Hm, voy a ser franco. Estoy seguro de que sabe que las princesas vendrán mañana.

—Sí, Su Majestad.

Mientras asentía, el emperador sonrió.

—Parece que esto le hará feliz, ¿no es así?

—Su Majestad…

—Aunque vendrán como candidatas a esposa del príncipe heredero, probablemente querrán el puesto de emperatriz más adelante. —El emperador se tomó un momento para considerar sus próximas palabras—. Ha pasado medio año desde que entró en el escuadrón de caballeros. Todo el mundo piensa que sucederá a la casa Monique, así que puede que vengan pensando que el puesto de emperatriz está abierto.

Eso era cierto. Desde el momento en que entré en el escuadrón, todos habían dudado de lo que ocurriría con mi compromiso con la familia imperial. Bajo esa sospecha, las princesas habían sido invitadas. Esto se vio reforzado por el hecho de que tanto los duques, como mi propia familia, habían guardado silencio sobre este asunto.

Las esposas y las damas nobles sentían especial curiosidad por saber qué pasaría con mi compromiso, pero como ya había creado un poderoso círculo social, nadie podía preguntarme directamente.

—Pero ¿las cosas irán como usted desea?

—¿Perdón, Su Majestad?

—Confío en él —dijo el emperador con un rostro lleno de confianza—. En el pasado, dije que había educado mal a mi hijo. Aunque sigo pensando que tiene bastantes carencias, creo que ha crecido bastante bien. Últimamente, viendo cómo es, no creo que deje escapar fácilmente a una joya como usted.

—Su Majestad.

—Si de alguna manera se deja llevar y le deja ir, entonces yo tampoco le retendré más. Confío en el gusto de Ruve.

Incliné la cabeza. ¿Tanto confiaba el emperador en él? Pero ¿por qué lo trataba siempre de forma tan estricta?

De repente, pensé en el aspecto que tenía justo antes de entrar en la sala del trono. Ahora que lo pienso, siempre estaba de mal humor justo antes o después de reunirse con el emperador. Sin embargo, eso era lo correcto. El emperador siempre había estado disgustado con él.

—¿Hmm? ¿Por qué parece que tiene curiosidad por algo? ¿Hay algo que quiera preguntarme?

—Ah, sí, Su Majestad. Um…

—Puede preguntarme cómodamente. Tiene suficiente derecho a hacerlo.

—Estoy muy agradecida, Su Majestad. Entonces…, si confía tanto en él, ¿por qué lo trata siempre con tanta severidad?

Hasta que escuché lo que había dicho antes, yo también había pensado lo mismo que los demás: que el emperador siempre había estado disgustado con el príncipe heredero. Quizás fue una pregunta inesperada, ya que me miró sorprendido y sonrió con amargura antes de hablar.

—Si no fuera por mí, ¿quién más podría desempeñar ese papel? Creció sin sentir como corresponde el amor de una madre. La marquesa, es decir, su madre, le ayudó a mejorar durante un tiempo, pero… ella también se fue muy pronto.

Aunque mi madre había aparecido de nuevo en una conversación, ahora mismo no era el momento de preguntar por ella, así que en su lugar presté atención en silencio.

—A un niño que no sabe lo que es el amor, ¿por qué no iba a querer darle un poco? Si fuera un plebeyo o incluso un noble, le daría todo el amor que pudiera. Sin embargo, Ruve no es un niño normal. Tiene que asumir la responsabilidad del Imperio después de mí. En lugar de consolar a un niño llorón, tuve que regañarlo, y en vez de perdonar sus errores, tuve que reprenderlo. Si lo elogiaba, podía volverse perezoso, así que solo podía criticarlo sin cesar.

—Su Majestad.

De repente, recordé algo que había sucedido en el pasado. El emperador había sido infinitamente benévolo conmigo, pero había sido muy duro con el príncipe heredero. Me había desconcertado ese trato. Me parecía extraño, pero esta parecía ser la razón.

No obstante…

¿Era esto lo mejor? Pensé un momento lo que había sucedido antes de volver en el tiempo, justo cuando el emperador y yo habíamos estado hablando cordialmente y el príncipe heredero estaba sentado en silencio sorbiendo su té. Al igual que había visto en la sala de espejos en mi sueño, me había mirado fijamente todo el tiempo que el emperador y yo hablábamos.

Vi similitudes entre su situación y la mía. Mi padre y yo no habíamos podido hablar a pesar de que él siempre había estado pendiente de mí. Yo también había pensado que mi padre no me quería en absoluto en el pasado.

—Bueno, eso es todo. Le he llamado para hablar de esto. Sigo pensando en usted como la candidata a emperatriz más adecuada. Aunque aún no he visto a las princesas, no podrían compararse con usted.

—Estoy muy agradecida, Su Majestad.

—Muy bien, el escuadrón de caballeros debe estar bastante ocupado, ya que de repente tienen más gente que vigilar. No puedo retener a una persona ocupada por mucho tiempo, así que puede retirarse.

—Sí, Su Majestad. Entonces, me retiraré.

Dejando el palacio central, volví a mirar el palacio interior, que estaba envuelto en la oscuridad. ¿Por qué era tan difícil que los corazones de la gente se tocaran? Me dolía el pecho de solo pensarlo.

Después de ese día, estuve muy ocupada con las recién llegadas que teníamos que vigilar. Los guardias reales, que solo tenían que cuidar a la familia imperial, estaban libres en comparación a nosotros.

El Primer y Segundo Escuadrón de Caballeros estaban ocupados turnándose para proteger a las princesas de países extranjeros. Yo también estaba muy ocupada, coordinando las tareas con sus propios escoltas y atendiendo a las demás personas que habían acompañado a las princesas. A menos que tuvieran alguna circunstancia personal imperiosa, incluso los que estaban fuera de servicio eran llamados a ayudar. Como escudera del comandante del Primer Escuadrón de Caballeros, no hace falta decir que estaba muy ocupada.

Tuvimos que trabajar toda la noche durante varios días seguidos. Seguíamos yendo a trabajar al amanecer y volviendo a casa a altas horas de la noche. Por mucho que planificáramos de antemano, las cosas solían cambiar en el último momento, así que tardé una semana en acostumbrarme a las tareas.

Me senté, marchita, en el despacho del escudero. Me debatía entre el deseo de volver a casa a descansar y el deseo de dormir aquí en el despacho. Mientras parpadeaba sin cesar, apoyada lánguidamente en la ventana, oí de repente que alguien llamaba a la puerta.

—Adelante.

—Hola, Tia.

—¿Allen? ¿Qué estás haciendo aquí?

Pensé que sería el duque Rass u otro caballero, pero la persona que entró no era otra que Allendis. Parecía tan cansado como yo, pero forzó una sonrisa al entrar.

Su cabello verde claro, atado con un cordón verde, así como su rostro pálido, que solía ser liso, se veían ásperos, pero sus ojos de color esmeralda brillaban cálidamente.

—Sabía que estarías en ese estado, así que he venido a visitarte.

—¿Hm?

—La oficina administrativa y los escuadrones de caballeros están en estado de emergencia. Si yo estoy así de cansado, mi señorita lo estará aún más. Una dama adulta no puede dormir en un lugar así.

—Cierto.

Apenas logré asentir con la cabeza al levantar mi cuerpo que estaba apoyado en la ventana. Mientras caminaba insegura, arrastrando los pies, Allendis me dio una pequeña caja.

—Toma, esto es para ti.

—¿Qué es esto, Allen?

—A cambio del lazo para el cabello que me diste la última vez.

Tomé la caja que me ofrecía Allendis y desaté la cinta verde. En la pequeña caja plateada había lazos para el cabello de varios colores.

—Oh, Dios, qué bonito.

—¿Y? ¿Te gusta?

—Sí, pero no hacía falta que me dieras tantos…

—No sabía cuál te gustaría, así que… —Allendis sacó de la caja un lazo verde para el cabello y añadió—: Si recibes un regalo, es de buena educación probarlo, ¿no? Veamos, lo ataré por ti.

—¿Qué? Ah, de acuerdo.

Mientras pensaba en volver a atar mi cabello revuelto, me giré dócilmente y deshice el lazo negro. Mi sedoso cabello plateado cayó de golpe como una cascada. Agarró mi larga cabellera y la recogió con un suave toque. Me adormecí al liberar el peso de mi cabello.

Mientras mis párpados ganaban peso y mis parpadeos eran cada vez más largos, me fijé en el reflejo de la ventana. Bajando la cabeza, Allendis acercó sus labios a mi cabello plateado. De repente, me sentí totalmente despierta, con una punzada en mi corazón.

¿Qué debo hacer contigo, Allen? Tu afecto por mí parece ser cada vez más profundo, pero ¿qué debo hacer? No puedo devolverlo.

Sería genial si yo sintiera lo mismo hacia ti. Cada vez que intento decirte algo, al ver que intentas sonreír y apartar la vista de mí, siento lástima y me duele el corazón. Allen, cada vez que te miro, recuerdo cómo era yo en el pasado, así que realmente no sé qué hacer.

—Allen.

Al verme dudar, él se limitó a sonreír. Sin embargo, no pude devolverle la sonrisa. Esa sonrisa parecía demasiado amarga.

—No me mires así, Tia. No te he dicho nada.

—Allen.

—Detente ahí mismo. No hablemos de esas cosas. Más importante, vamos a casa, mi señorita.

Durante los últimos meses, Allendis me había cortado así cada vez que dudaba. En esos momentos, me sentía culpable por tener que alejarme de sus sentimientos. Cuando intentaba disculparme sabiendo lo mucho que me dolía, él se limitaba a sonreír como si no hubiera pasado nada. Simplemente me cortaba. Cuanto más lo hacía, más incómoda me sentía.

¿Qué debía hacer con él? No podía abrir mi corazón hasta que no sintiera lo mismo, pero aun así no podía apartarme de él.

Con el corazón dolorido y mi cuerpo cansado, salí del despacho del escudero con él y nos dirigimos hacia la zona de carruajes.

Cuando ya estaba casi en el carruaje, vi a un hombre y una mujer caminando desde el otro lado del camino. Un joven de cabello azul y una mujer, cuyo nombre no conocía. Quizá era una de las candidatas a convertirse en la esposa del príncipe heredero.

Aunque quise pasar de largo, fingiendo no darme cuenta, estaban demasiado cerca. Tragué un suspiro mientras me detenía en mi camino para saludarlos.

—Su Alteza, el Futuro Sol del Imperio.

—Allendis De Verita saluda a Su Alteza, el Futuro Sol del Imperio.

—Ha pasado mucho tiempo. ¿Se dirigen a casa?

—Sí, Su Alteza.

Aunque siempre había usado un tono frío, su voz sonaba mucho más fría hoy. Sus ojos azul marino estaban profundamente apagados mientras nos miraba a Allendis y a mí inexpresivamente.

—Cabello plateado y ojos dorados… ¿Es usted la señorita Aristia?

—Ah, así es.

La chica que estaba a su lado me saludó alegremente y cuando iba a decir algo, el príncipe heredero habló primero.

—Parece muy cansada. Debería regresar.

—Le agradezco mucho, Su Alteza. Entonces, me despido. —Aunque dudé ante sus palabras mezcladas con consideración, agaché la cabeza en silencio en señal de agradecimiento.

Asintiendo ligeramente, continuó caminando.

La dama me miró de mala gana y siguió a toda prisa al príncipe heredero.

Aunque su actitud diferente hoy en día me hacía dudar, estaba demasiado cansada para pensar en ello. Me subí al carruaje con Allendis y me dirigí a casa.

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